Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Cuando no saben de qué modo contestar a cualquier pregunta comprometida, los novelistas suelen decir que la vida es la única novela verdadera. Si tuvieran razón, que yo creo que no la tienen, a mí me habría tocado vivir dentro de uno de esos soporíferos experimentos que intentan demostrar que se puede escribir un libro en el que no pase nada, alrededor de un protagonista al que no le sucede nada, en una casa donde jamás ocurre nada. Hasta el autor más riguroso, más empeñado en ese estúpido propósito, se espantaría de aburrimiento si alguien le obligara a leer mi vida. Por eso, porque no se parece en nada a una novela, necesito los libros. Para que me anclen

precisamente a la vida.

Ellos han estado ahí desde siempre, al alcance de la adolescente con esperanzas, de la filatélica descreída, de la modista inconstante, de la gimnasta nocturna, libros inverosímiles, realistas, fantásticos, atroces, crónicas de una vida que no conoceré, la vida auténtica a la que he podido asomarme sólo desde sus páginas, un vértigo que pasa factura los domingos por la noche, cuando me doy cuenta de que he invertido otro fin de semana, un fin de semana más, con todas sus horas, en vivir una novela, otra novela, que no es la vida, no es mi vida. No tengo suerte. Como no la tuvo mi abuela, como no la tuvo mi tía Piluca, ni la tuvo mi madre, que llegó a poseer, sin embargo, muchas más cosas que yo. Pero jamás lo reconoceré en voz alta, y menos ahora, cuando he alcanzado una edad suficiente para que mis reclamaciones se precipiten por su propio peso más allá de la frontera del ridículo. Me ha tocado vivir en el mundo feliz que ha liquidado la decrepitud, las taras y la soledad, y por eso, no soy una solterona, sino una unidad familiar unipersonal. Las solteronas ya no existen, son solamente mujeres solas. Yo estoy mucho más que sola, pero tampoco me siento agraviada por el progreso porque, al menos, la informática acabó acudiendo en mi ayuda, tan tardía como eficaz. Cuando me asusto del tiempo que llevo leyendo, puedo levantarme y encender el ordenador, y viceversa. He llegado a pensar seriamente en el sexo virtual sin sentirme sucia y loca por dentro.

Cuando cumplí los treinta y cinco años, justo después de la muerte de mi madre, comenzó a repetirse el proceso que me había dejado sola a los veinte. Prefería no pensar mucho en ello, pero lo cierto es que todas mis amigas cansadas de estar casadas, todas aquellas mujeres hambrientas de soledad que juraban en cada esquina que nunca más, nadie más, a ningún precio, tantas imprevistas admiradoras de mi modo de vida y abanderadas de una fácil existencia de amores de una noche, se fueron recolocando tan lenta pero firmemente como la primera vez, cuando no decidieron convencerse a sí mismas de que, en el fondo, eran felicísimas con sus maridos, intentando convencer después, a quienes habíamos tenido paciencia para escuchar sus previos y desgarradores lamentos, de que su matrimonio jamás, pero lo que se dice jamás, había llegado a entrar en crisis.

—Mujer —solían empezar así, como si tuvieran algo que reprocharme—, una cosa es que el cuerpo te pida un rollete así, tonto, de vez en cuando, y otra cosa es dejar a tu marido, ¿no?

Yo, que nunca he tenido marido, contestaba que no, que vale, que no es lo mismo, pero recordaba, y olfateaba en su improvisada euforia el aroma a madera mojada, antes que quemada, que despedirían los restos de un viejo galeón de guerra que naufragara espontáneamente junto a la costa antes de alcanzar el mar abierto de la batalla. Y sin embargo, las aguantaba mucho mejor que a las otras, las que habían tenido el valor, y la oportunidad, de arrasar su pasado para empezar otra vez desde un lugar no tan cercano al cero, el escenario de una fase horizontal tan tensa y tan furiosa como un cable formidable, capaz de aguantar en vilo este planeta. Ya no creían tener por delante todo el tiempo del mundo, así que no podían correr el riesgo de equivocarse. Y no se equivocaban. Las veía en la editorial, andando por los pasillos, y a veces también fuera de allí, tomando un café, comiendo deprisa, esa cara de tontas enajenadas, la piel brillante y la boca siempre entreabierta en un pespunte de carcajadas breves, repentinas, para celebrar ciertos misteriosos detalles que jamás se permitían contar en voz alta. Lo que nunca dejaban de afirmar, sin embargo, hasta en los peores extremos de su estado de levitación, como si pretendieran sacarme definitivamente del último quicio, era lo de siempre, tú sí que vives bien, Marisa, su voz me llegaba desde muy arriba, andaban a palmo y medio del suelo, pero ni siquiera así callaban, sin aguantar a nadie, tu casa, tu rollo, tus cosas, ¡qué envidia, tía…! Curiosa pasión, la envidia. Verde y hedionda, e inevitable, pero aún más, imprescindible. Algunas veces, renunciar a la envidia significa asumir el estado mineral, la condición sin esperanza.

Yo las envidiaba porque no tenía más remedio que envidiarlas, porque los buenos amores, y hasta los malos, rejuvenecen, y ellas volvían a hablar de embarazos, y de pediatras, y de hipotecas, y se les llenaban los ojos de lágrimas mientras sus labios se precipitaban en una pirotécnica competición de insensateces, y te juro que nunca me había pasado nada así, y te prometo que éstos

son los mejores años de mi vida, pero no mentían, sus caras no consentían siquiera el consuelo de suponer que pudieran estar mintiendo, y nunca fueron más de dos a la vez, cinco o seis en total en los últimos años, y unas veces las conocía mejor, y otras peor, y a algunas hasta las quería de verdad, a Rosa la quería cuando volvió de Zurich, pero aquel mismo día dejé de aguantarla, porque Ignacio era un buen marido, guapo, tranquilo, gracioso a veces, y los niños estaban sanos, y eran muy monos, y hasta iban bien en el colegio, y ella tenía una vida cojonuda para pasarse los días suspirando y diciendo que quería flotar y, encima, había flotado, y por eso había decidido que no la iba a aguantar más, pero a Ramón no le podía contar ni la cuarta parte de todo esto, porque su amistad era la única que me importaba conservar, la única que estaba dispuesta a mantener a cualquier precio.

—Oye… —levantó la vista de la pantalla para mirarme, mientras su ordenador me traducía los disquetes de un redactor que, por algún motivo inexplicable aparte de las ganas de fastidiar, se negaba a entregar los textos en cualquiera de los dieciocho tratamientos que controlaba mi propio sistema—, ¿qué le ha pasado a Rosa? Está rarísima. Me la he encontrado esta mañana en la máquina del café, hecha una zombie. Se ha tirado media hora estudiando las teclas y luego ha sido incapaz de acertar con lo que quería. Al final, se ha tenido que tomar un chocolate. Le he preguntado si tenía sueño y me ha dicho, qué va, si yo te contara…

—Pues que te lo cuente ella —sólo pretendía ser escueta, pero mi respuesta sonó como un desafío, quizás porque mi lengua no tropezó con mis dientes en ninguna sílaba.

—¿Ha pasado algo? Dímelo, Marisa, en serio… —Ramón, que siempre ha sido muy cotilla, me estudiaba ahora con auténtico interés.

—En el trabajo no. Pero se ha–a enrollado con un tío, y está muy nerviosa.

—¿De verdad? —sonreía como si ninguna otra noticia hubiera podido producirle más placer—. Pero ella está muy casada, ¿no?

—Má–as bien cansada —maticé.

—Ya… Bueno, no me extraña mucho, con lo buena que está, deben salirle novios todos los días…

Fue entonces cuando renuncié a decir lo que estaba pensando, porque Ramón nunca estaría de acuerdo conmigo en que, por muy atractiva que llegara a resultar, Rosa era más una chica mona que otra cosa, y no quería volver a acordarme de la tía Piluca. Y aunque por un instante me sentí cobarde, no llegué a arrepentirme de mi falsa prudencia, porque si nos hubiéramos enredado en una discusión como la que nos había enfrentado un par de meses antes, quizás nunca habría llegado a contarme aquello.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.