Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
—Ava Gardner, por ejemplo.
Chascó la lengua, a medio camino entre la burla y la impaciencia, no demasiado lejos del desdén.
—No… —añadió después—. Yo digo alguna que esté viva.
Mientras estudiaba secretariado en la academia y luego, cuando empecé a trabajar, salía muchos sábados por la noche con mis amigas, más bien compañeras del colegio al principio, y después, conocidas de la editorial, casi siempre chicas solas, porque a ninguna mujer mínimamente sensata se le ocurre llevar a su novio cuando ha quedado con dos o tres semejantes para cenar algo antes de ir de copas a ver qué cae, no vaya a ser que lo que caiga sea precisamente su novio. Pero, según pasaban los años, los novios se iban convirtiendo en maridos nuevos, a estrenar en largos fines de semana de clausura, sábados perezosos de sábanas tenaces y mucha siesta, y domingos para cocinar a medias al volver del Rastro con un par de estanterías de pino corrientes, de esas tan baratas, y algún capricho antiguo, de ningún valor, que nunca se acierta a usar para nada. Luego, cuando todos los libros estaban ya ordenados, y no quedaba un solo rincón donde colocar una nueva mesita auxiliar, había que volver a cambiar todos los muebles de sitio para vaciar una habitación y pintarla de azul, o de rosa, o colocar una cenefa con ositos de colores en la zona superior de las paredes. Fase horizontal, fase decorativa, fase infantil, siempre igual y, mientras tanto, yo me iba acostumbrando a pasar en casa las noches de los sábados, sin presentir siquiera que, emboscada en el humor del tiempo, una nueva fase, la fase escéptica, o del cansancio, me iría devolviendo después, una por una, a muchas de mis amigas, repentinamente locas por abalanzarse sobre la ciudad nocturna con la voluntariosa confianza de los desesperados. Yo las seguía sin convicción, celebrando sin embargo cada minuto de su compañía, satisfecha al menos de haber logrado escapar del sofá donde mi abuela, mi tía y mi madre —luego mi tía y mi madre, y al final, sólo mi madre— se enfrentaban al programa de variedades de la primera cadena con la misma obcecada fiereza que se supone a un soldado demente mientras cruza en solitario el campo enemigo.
—Parece rubia teñida, ¿no?
—Claro. Y esos labios no son suyos, por supuesto…
—Ni el pecho, no hay más que verla.
—¡Qué tontos son los hombres, Dios mío!
—Y que lo digas… Pues anda, que esa de la derecha, la morena del pelo corto…
—¡Qué gorda! Yo, desde luego, con esos muslos no dejaría que me pusieran mallas.
—Y tiene la cintura muy alta, ¿no?
—¿Alta? La tiene en los sobacos…
—¡Hay que ver, de verdad, qué hombres más tontos!
—La del fondo… La del fondo sí que tiene delito.
—¿Cuál? ¡ Ah, sí, ésa tan tetona!
—Tetona es poco… Si está desproporcionada, mira, no puede andar derecha.
—Y luego, fíjate qué piernas, tan delgaditas… No pega. Y es bastante fea de cara, por cierto.
—Bueno, de cara ninguna es que sea muy guapa, precisamente.
—Es que van tan pintadas, todas iguales, y con pestañas postizas… Tienen pinta de maniquíes.
—¡Y que los hombres no se den cuenta de nada! Parece mentira.
—¡Qué horror! Y luego, esa de ahí, la del pelo rojo. Si tiene el culo caído, que se lo tape, ¿no?
—Mujer… ¿Y qué enseñaría entonces?
—Lo que pasa es que ya no hay mujeres guapas.
—¿Cómo las de nuestra época…? Ninguna.
—Desde luego que no. Grace Kelly, Ava Gardner, Rita Hayworth.
—Fíjate, cómo vas a comparar…
Yo las escuchaba en silencio, ahorrándoles mi opinión, que por otro lado no solicitaban, pero me hubiera gustado tener valor para recordarles que los hombres no serían tan tontos, porque a mi abuela se le fue la madurez en rezar novenas para que su hija encontrara un buen chico, y ningún bobo disponible se había atrevido a acercarse jamás a menos de medio metro de mi tía Piluca, que siempre había sido un bicho literal y figurado, y si mi abuelo Anselmo había cogido la puerta una buena mañana, y no había vuelto a asomar una punta del bigote por su casa en más de treinta años —mi abuela se enteró de su muerte cuando yo era todavía muy pequeña, gracias a una esquela publicada en el Faro de Vigo y enviada anónimamente desde Pontevedra—, sería que todos los trucos, todas las trampas, todas las zorrerías y todos los vicios de aquella degenerada con la que se enconó como un imbécil no le parecerían tan mal, vistas de cerca. El único hombre tonto que yo conocía era mi padre, que cargaba con todas ellas sin rechistar, y de vez en cuando hasta se atrevía a defender lo evidente, ¿pero cómo podéis decir esas cosas?, ¡si la rubia es monísima, no hay más que verla!, para asumir en solitario un oprobio que hasta entonces compartía con todos los hombres del mundo, tú sí que eres tonto, Anselmo, pero tonto perdido, hijo mío, es que no sé cómo puedes ser tan tonto…
En aquella época, al borde de los veinte años y todavía después, aunque lejos de los treinta, las miraba con distancia, sin atreverme a despreciarlas del todo pero sin comprenderlas en absoluto, consintiéndome incluso un ligero margen de compasión que se asentaba en la solidísima certeza de que yo nunca sería como ellas. Y no lo soy, de eso estoy segura, pero aquella mañana, durante el desayuno, llegué a dudar, después de tantos años, porque Ramón había ido al cine la noche anterior y estaba empeñado en contarme la película, una intriga criminal con mucho sexo de esas que se pusieron tan de moda hace algunos años, a pesar de que lo único que le había gustado, al parecer, era la protagonista, que está buenísima, pero buenísima, en serio, digan lo que digan, así concluyó, y yo le dije la verdad, que a mí no me parecía tan guapa, mona de cara, sí, pero corriente, y de cuerpo lo mismo, bien, pero nada del otro mundo, un poco demasiada bajita para ir de sex–symbol, ¿no…? Él meditó un par de segundos y me concedió casi una pizca de razón, pero sólo por el agravio comparativo que había aflorado entre mis argumentos, porque, sí, desde luego, afirmaba con esa cabeza suya de chico formalísimo y primero de la clase, para sex–symbol del fin de siglo hay candidatas mejor colocadas, y entonces pronunció dos nombres que yo rechacé instantáneamente, ¡oh, no!, ¿pero qué dices?, y mi horror era sincero, ésa parece un tío, en serio, tiene los hombros anchísimos y las piernas supermusculosas, no me gusta nada, tiene enorme hasta la cara y, si te fijas, siempre parece que está de mala leche… Y la otra, bueno, la otra, psh… Sí, está jamona pero tiene más o menos buen tipo, lo que pasa es que parece un cerdito, no me gusta nada de cara, yo… Entonces Ramón me cortó con aquello, ¡joder, Marisa!, ¿pero hay alguna tía en el mundo que a ti te parezca que está buena?
No comprendí muy bien lo que pasaba hasta que me encontré pronunciando el nombre de Ava Gardner, un clásico, fijo en la lista que mi tía Piluca esgrimía antes o después contra cualquier belleza no necesariamente televisiva, y entonces algo se vino abajo en mi interior, como si mi dignidad estuviera conectada en secreto con alguna víscera frágil, encolada con prisa y sin cuidado a las movedizas paredes de mi cuerpo. Y desde aquel día, no he vuelto a objetar detalle alguno a las bellezas celebradas en voz alta, porque me niego a asumir la herencia de aquellas pobres matronas cegadas por el rencor, pero, aunque los hombres todavía no me parecen tontos, sigo opinando para mí sola, y no consigo ser mucho más piadosa —mucho más realista, tal vez— de lo que, en sus
buenos tiempos, fueron mi madre o mi abuela. Estoy segura de que jamás seré como ellas, pero ya he dejado de esperar que el azar me trate mucho mejor y, quizás, no es más que eso, que toda la gente sin suerte termina pareciéndose. Esta es la más grave de todas las cosas que jamás me atreveré a decir en voz alta.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.