Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Al principio no tenía muy claro cómo emplear el fabuloso poder del que me sentía repentinamente consciente, ni siquiera tenía muy claro si me convenía ejercerlo de algún modo, quizás porque no acababa de creérmelo, era muy difícil aceptar que el mundo pudiera cambiar tan deprisa. Hasta aquel día, nunca había ligado en el instituto, tal vez porque casi todos los alumnos varones de mi curso eran más bajos que yo, más escurridos y delicados, y preferían intentarlo con otro tipo de chicas, niñas bajitas, menudas, graciosas, y desde luego guapas, pero de esa belleza redondeada, inerme, que alumbraba la cara de los angelitos en las tarjetas de Navidad más populares entonces, siempre firmadas por un tal Ferrándiz, cuerpos flexibles, todavía muy infantiles, cuyos hombros avanzaban bien erguidos, y no enconados hacia delante, como los míos, esa joroba voluntaria con la que intentaba en vano disimular mi pecho si no podía aplastármelo con una carpeta firmemente sujeta con ambos brazos. Cuando salíamos juntos, los sábados por la tarde, parecía la madre de cualquiera de ellos, y sólo se me acercaban en las puertas de las discotecas, que a menudo yo era la única que lograba franquear de todo el grupo para salir inmediatamente después, al comprobar que me había quedado sola en el vestíbulo. Creo que por todo esto perdí la cabeza, y porque, por fin, alguien le daba la razón a mi padre, a mi madre, a todos esos parientes que llevaban años declarándome hasta peligrosamente guapa sin que yo todavía hubiera logrado comerme un colín, detalle que añadía una nota intolerablemente ofensiva a su machacona preocupación por mi virtud. Y porque, además, Félix lo hizo muy bien. Impecablemente.
Cuando le vi entrar por la puerta, como todos los miércoles a tercera hora, aún no sabía nada del examen de Historia, pero creía saber algo de él. Una hora después, tuve que reconocer que no sabía nada de nada. Larrea, que me pareció de repente mucho más guapo que interesante, como solía calificarle antes para fastidiar a sus enamoradas, no se había puesto nervioso en ningún momento, como yo había torpemente calculado, y no se había sonrojado al acercarse a mí, sus manos no habían temblado, su voz no titubeó, sus ojos no me evitaron, más bien sucedió todo lo contrario. Se
tiró la clase entera mirándome y hasta me rozó un par de veces cuando pasó a mi lado, parecía confiado y sonriente, contento y muy tranquilo mientras comprobaba que yo me estaba poniendo cada vez más nerviosa y mis mejillas progresivamente coloradas, hasta que empezaron a temblarme las manos, y mi voz se atascó dentro de mi boca, y mis ojos se negaron a buscar los suyos, y entonces sonó el timbre. Al día siguiente me enteré de que había aprobado Historia con notable alto, y recobré de golpe toda la confianza en el poder de mis piernas. Entonces tuve una idea.
Estuve dándole vueltas todo el fin de semana, y concluí que era una locura, pero me apetecía tanto hacerlo, derrotarle de nuevo, aniquilarle de asombro, poseerle una vez más, que por fin me decidí a atacar, bien protegida por una distancia alta y profunda como la mejor trinchera. El miércoles siguiente, me levanté un poco antes de lo normal y escogí un rotulador de punto grueso y tinta azul, que funcionó tan bien en las cartulinas donde hice varias pruebas, como sobre mi piel, en la que conseguí escribir al revés como si llevara haciéndolo toda la vida. Luego, me puse una falda tan corta que, cuando llegué a la puerta de clase, una niña se me acercó corriendo para preguntarme, muy preocupada, si nos habían puesto un examen aquella mañana, porque ella no se había enterado. Después de tranquilizarla me senté en la primera fila, enfrente de la tarima, y me tragué dos horas —Lengua y Filosofía— en la más absoluta indiferencia, pendiente sólo del reloj, los minutos que se resistían a pasar como si pudieran agarrarse con dedos invisibles a esas tontas agujas que recorrían la esfera con una lentitud insoportable. La tercera hora me compensó de sobra por su crueldad. Larrea dio un respingo cuando me encontró tan cerca, pero saludó a los demás sin alterarse y, en un par de minutos, nos puso a todos a dibujar, hoy no daremos clase teórica, dijo solamente, y cuando todas las cabezas, incluida la mía, que tenía una sonrisa que disimular, estaban ya inclinadas sobre el tablero, se levantó despacio, rodeó la mesa, y se apoyó en el canto, justo enfrente de mí. Supe que me estaba mirando y le miré, vi que me sonreía y le sonreí. A mi izquierda, Antón González estaba vuelto casi de espaldas, buscando la luz de la ventana. A mi derecha, Esther García Aranaz; nos miraba con disimulo y curiosidad, como si se oliera algo. Cambié mi bloc de posición y mantuve la tapa vertical, porque mi espectáculo ya contaba con un espectador, y era suficiente. Entonces, con un rápido golpe de riñón, me deslicé sobre el asiento hasta quedarme sentada prácticamente en vilo, mientras estiraba las piernas debajo del pupitre. Larrea parecía desconcertado, pero aún llegaría a estarle mucho más cuando, un instante después, me levanté la falda para enviarle el mensaje de mis muslos decorados, ¡MUCHAS, decía mi pierna izquierda, GRACIAS!, completaba mi pierna derecha, y el mundo entero estalló sobre la humilde superficie de mis manos.
—Ana… —dijo al terminar la clase, en la voz alta más baja que pudo improvisar, con un acento enfermo de inquietud, los labios blancos—, ¿podrías quedarte un momento? Quiero comentar contigo…, eso de… fin de curso…. ya sabes.
Si los demás no hubieran tenido tanta prisa por largarse al recreo, se habrían quedado estupefactos al escuchar un pretexto tan idiota, porque no sólo yo no era la delegada de la clase, ni la subdelegada, ni nada, sino que además, nadie en aquel grupo había oído hablar jamás de ningún proyecto relacionado con el fin de curso. Sin embargo, cuando cerró la puerta y nos quedamos solos, volvió a ser el mismo Larrea confiado y risueño de la semana anterior.
—Lo que haces conmigo no está nada bien —dijo, sin preámbulo alguno, pero acercándose a mí mucho más de lo imprescindible.
—Eso mismo me dice mi madre cada dos por tres —contesté, risueña yo también, mientras una sensación desconocida, como una oleada de calor frenético, puntiagudo, concedía una relevancia insólita a ciertos tramos de mi piel. Él guardó silencio un par de segundos.
—¿Y tu madre también necesita saber a qué estás jugando?
—No. Mi madre sabe que no juego. Ya soy muy mayor para jugar…
Los pezones me dolían, de eso me acuerdo muy bien, y de que mi cabeza pesaba cada vez menos, porque mi boca invadía a toda prisa el resto de mi cara, anexionándose mi barbilla, absorbiendo mi nariz, amenazando mis ojos, toda mi cara era ya sólo boca cuando él alargó la mano izquierda, y la detuvo en el aire, como si no supiera muy bien dónde posarla, como si le diera miedo
seguir.
—Puedes tocarme —le dije entonces—. No quemo.
Su dedo índice se posó en el techo de mi frente y recorrió mi rostro, esa boca inmensa, total, de arriba abajo, para avanzar después un poco más, trazando una línea imaginaria en la garganta, presionando un instante sobre mi clavícula.
—Sí quemas —me contestó, y el eco de sus palabras me arrasó por dentro—. Claro que quemas.
Entre nosotros no había más que un delgado tabique de aire viciado, denso, inútil, que no opuso resistencia alguna mientras inclinaba la cabeza para besarle. Él tardó en devolverme el beso, pero su mano, más lista, se apretó contra uno de mis pechos cuando empezamos a escuchar unos tacones ligeros, y todavía muy lejanos, al otro lado de la puerta. El sonido de la realidad disolvió en un instante un hechizo todavía frágil, trabajosamente fabricado.
—Vete de aquí—me rogó, porque ya no podía ordenarme nada, y como no me moví, insistió con palabras más justas—. Por favor…
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.