Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Antonio Antúnez es un hombre muy capaz, ambicioso, elegante, discreto, sobrio, impecablemente educado y un auténtico cabrón. Miguel, el primogénito, es menos capaz, mucho menos ambicioso, más elegante, poco discreto, nada sobrio, e igual de impecablemente educado, eso sí. Es mejor que su hermano si la calidad de una persona se mide en el número de sus escrúpulos morales, pero infinitamente más chulo, y además, el hombre más guapo con el que me he acostado en mi vida.

Cuando me enrollé con él, apenas conocía a Fran de vista. No hacía ni dos meses que había empezado a colaborar en la editorial, y en otro departamento, por cierto, nada que ver con sus dominios de libro de texto, pero me echó el ojo la primera vez que nos cruzamos por un pasillo, y yo me di cuenta, y me pareció muy bien, los tíos como él no andan precisamente sueltos por ahí. Me sacaba holgadamente la cabeza, así que debía de medir más de un metro noventa, y disponía de un cuerpo a juego, todo un lujo para esa clase de mujeres que todavía no sabemos bailar derechas porque tuvimos que aprender con chicos muy bajitos. Tenía el pelo negro, los ojos negros, los dientes blanquísimos, y una piel perfecta, lisa, mullida, que brillaba como si estuviera perpetuamente impregnada de aceite —nada que ver con los granos y las manchas y las verruguitas que estampan el escote y los hombros de Fran cuando se pone vestidos de tirantes, en verano—, y era muy guapo, tan guapo que sus labios parecían hincharse y crujir cada vez que sonreía, y sus pestañas, larguísimas, hacían casi ruido al tropezarse entre sí desde el borde de sus párpados. El hombre inmejorable, eso me pareció, y por eso me dejé cortejar mínimamente en despachos y pasillos —el viejo truco de la cola de la fotocopiadora— para resistirme sólo la primera vez que me propuso ir a tomar una copa, después de haber comprobado, desde la ventana adecuada, cómo

perdía el tiempo tontamente en el hall del edificio, hablando con las recepcionistas, con el portero, hojeando las revistas destinadas a las visitas, mientras esperaba a que yo saliera.

La segunda vez le dije que no podía ir a tomar copas directamente desde la editorial porque tenía que relevar a la canguro de mi hija, pero antes de que el desaliento amargara del todo las comisuras de su boca, le aclaré que, si me avisaba con tiempo, podíamos quedar cualquiera de aquellas noches. Y me avisó con tanto tiempo que fue allí mismo. Mañana, propuso, no, le contesté, mañana no pue…, pasado mañana, rectificó, y sonreí para mí, halagada por su ansiedad, hice una pausa antes de acceder, vale, y quedamos, dejé a Amanda en casa de mis padres por si acababa trasnochando más de la cuenta, pero no llegamos a tomar copas, sólo una, la situación explotó antes de que tuviéramos tiempo para acceder al plural, vamos, dijo solamente, vamos, se había empeñado en citarme al lado de mi casa con la excusa de que seguramente llegaría tarde y no quería hacerme esperar, así que fuimos, y llegamos enseguida, y fue estupendo, porque desnudo, el hermano de Fran siguió siendo el hombre más guapo con el que me he acostado en mi vida, y además, se las sabía todas, nunca he tenido un amante capaz de desenvolverse con tanta seguridad en un territorio tan pantanoso como la fase inicial de un adulterio, tenía mucha práctica, claro, y no arriesgaba nada, pero a mí todo eso me seguía pareciendo muy bien, porque nunca, jamás, en ningún momento, se me pasó por la cabeza que existiera ni la más remota probabilidad de que pudiera llegar a enamorarme de un hombre como Miguel Antúnez, así que decidí consentirle que hiciera conmigo lo que quisiera, y él supo hacerlo, y disfruté enormemente de su enorme capacidad de disfrutar de mí, y cuando terminamos de follar, la ropa de la cama esparcida sobre la moqueta y yo misteriosamente tumbada encima, sin poder reconstruir muy bien las etapas de un proceso que había empezado muy lejos, justo en la puerta de mi casa, contra la que me había aplastado cuando todavía tenía las llaves en la mano —a la mañana siguiente llegué tarde al archivo porque invertí más de media hora en encontrarlas y descubrir, entre otras cosas, que Miguel se había marchado sin calcetines—, levanté trabajosamente la cabeza y le miré, y me pareció que él estaba incluso más conmovido que yo. Entonces pensé que tal vez había encontrado un buen amante, y me puse muy contenta, porque en los tres años largos que llevaba viviendo sola en Madrid, mi vida sexual se había limitado a una docena de polvos nostálgicos, durante las visitas de Félix, de los que siempre me arrepentía luego.

Mi alegría duró poco, sin embargo. Dos días más tarde, justo después de comer —yo misma le había explicado muy cuidadosamente que ésa era la mejor hora para encontrarme en casa, porque ya ganaba más dinero colaborando fuera del archivo que trabajando en él, y había conseguido acortar mi horario para acabar a las tres y ganarle dos horas a Amanda, que no salía del colegio hasta las cinco y media—, una llamada telefónica me proporcionó la exacta medida de aquel espejismo.

—Nena —dijo, masticando esas dos sílabas con el acento más hueco, más pastoso, más fatuo que he alcanzado a escuchar nunca, y antes de que tuviera tiempo para horrorizarme, continuó—, pon a enfriar una botella de champán, que voy.

A veces, una sola frase es capaz de definir a quien la pronuncia con una precisión asombrosa.

Por eso, sólo después de asombrarme, recordé la verdadera transcendencia de ponerse cachonda, la debilidad principal entre todas aquellas que han cooperado para arruinar mi vida. Porque yo, inclinada hasta un segundo antes sobre una mesa repleta de fotografías de templos budistas de Sri Lanka, no lo estaba, y por eso, de repente, una máquina de cortar huesos, de esas que hay en todas las carnicerías, empezó a rebanar el esqueleto de una vaca entera dentro de mis oídos, a sabiendas de que no puedo soportar el más leve de esos chirridos, de la dentera que me da. Sin embargo, recordaba vagamente haberle oído decir cosas parecidas la otra noche, y no haber sido capaz de escucharlas del todo mientras mi cuerpo se esponjaba como un merengue, obturando mis oídos en favor de otras capacidades.

—No, mira… —logré articular, después de un rato—. Mejor no vengas.

—¿Qué? —su pregunta, instantánea, sonó más bien como una protesta, pero la contesté de todas formas.

—Bueno, para empezar, no tengo champán en casa.

—¿Y para seguir? —la confianza reconquistó su voz, ahora risueña, como avisándome de que estaba dispuesto a jugar si yo quería, debía estar sonriendo, y sus labios parecían hincharse y crujir cuando sonreía, y estuve a punto de volverme atrás, pero ya me conocía lo suficiente como para adivinar que siempre me arrepentiría de haberlo hecho, y estaba segura de que aquello nunca sería amor verdadero, y además, y definitivamente, aquella tarde no estaba cachonda.

—Pues para seguir… y para terminar, porque no me apetece.

—¿Y por qué?

Pues porque eres un pedazo de hortera, pensé para mí, pero le contesté que no lo sabía.

Desde aquel día, Miguel Antúnez me la tiene jurada. No me borró aquella misma tarde de la lista de colaboradores de la editorial porque tiene más escrúpulos que su hermano Antonio y porque, además, los dos sabemos que le gusto demasiado como para perderme de vista, pero, en ocho años, no ha dejado pasar la menor oportunidad de hacerme una putada. Marta Peregrin —23 años, un metro setenta, piernas larguísimas, tetas enormes, cintura breve, fotos incalculablemente pésimas— es la última del catálogo.

A lo largo de mi vida, he conocido, he aprovechado, he padecido todas las consecuencias que pueden derivarse de la propiedad de un cuerpo de vedete de revista, desde la tradicional incertidumbre en mis facultades intelectuales que asalta a quien me ve por primera vez, hasta la más abrumadora cosecha de ventajas que puedan obtenerse sin haberlas sembrado jamás. Estoy acostumbrada a que las mujeres, de entrada, sean sistemáticamente desagradables conmigo, pero no sé si eso me molesta más que la instantánea y pegajosa simpatía que inspiro en una buena parte de los hombres, y procuro vivir al margen de ambas cosas. Tendría que haber llamado a Marta Peregrin para contarle todo esto, pero desistí por anticipado al recordar aquella escena, sus gritos, la histeria, el portazo con el que saldó nuestra entrevista, te arrepentirás de esto, me dijo, pero no me he arrepentido nunca, la acepté, simplemente, veinte minutos después de haberla despedido, porque no podía negarme, porque Miguel Antúnez abrió la puerta de mi despacho para que ella se colara detrás, como una sombra descompuesta y llorosa, y me dijo lo de siempre, creo sinceramente que te has equivocado, Anita, ella intentaba sorber con la nariz sin hacer ruido, el trabajo de Marta es muy valioso, deberías reconsiderar… Le miré a los ojos y supo que era suficiente. ¿Quieres que la contrate, Miguel?, pregunté, sí, lo considero imprescindible, contestó, muy bien, pues habla con tu hermana, que es la jefa del proyecto… Fran acabó diciendo que sí —tengo muchos problemas, Ana, en serio, me paso la vida negociando con él, una fotógrafa más o menos, la verdad, ¿qué nos importa?— y la contraté, y lo único que lamento es que no puedo evitar recordarme a mí misma con veinte años menos cada vez que la veo.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x