Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Después de renunciar al enésimo intento, seguía sin entender cómo había llegado al punto en el que me encontraba, pero lo más asombroso de todo era que mi marido, que no había aparentado detectar ningún cambio en mi conducta durante los últimos años, tampoco parecía detectarlo ahora, y asumía con una naturalidad pasmosa mi repentino interés, mi observación constante, como si estuviera resignado a vivir con una autómata, de un signo o del contrario, o como si más bien le diera exactamente igual con quién vivía. Mi inquietud llegó a rebasar tal punto que, durante la última cena del año, cuando noté por primera vez que mi hermana Natalia me miraba con un insistencia extraña, como si intentara acercarse a mí para hacerme una confidencia y no acabara de decidirse por alguna oscura razón, me sentía ya como si estuviera viviendo dentro de una película de terror y cualquier detalle de esos que antes habrían logrado alarmarme por lo insólito de su naturaleza, me parecía ya de lo más natural.

Pero Natalia seguía mostrando el mismo interés por mí la siguiente vez que nos encontramos, y ya me costó trabajo pasar por alto su repentina afición a mi persona. Diciembre había expirado al fin, y celebrábamos el cumpleaños de mi padre, tan equidistante del Fin de Año como de la Noche de Reyes, tres de enero, una fiesta extra en nuestro agotador calendario navideño de familia numerosa. Mi hermana pequeña no hizo otra cosa que mirarme para desviar inmediatamente su mirada cuando se tropezaba con la mía, vigilándome con la misma atención que yo había volcado en el malogrado estudio de mi marido, perforándome con los ojos como si pretendiera llegar mucho más lejos de la frontera de mi ropa, de mi piel y de mis palabras, pero aunque me hice la encontradiza aposta en el vestíbulo, tardando un poco más de lo imprescindible en ponerle el abrigo a los niños mientras Ignacio iba a buscar el coche, no quiso decirme nada.

Tres días después, en casa de Carlos, a lo largo de una merienda aún más caótica, más ruidosa, más feroz, todos los niños corriendo por el pasillo, despedazando el envoltorio de los regalos, pegándose con sus espadas nuevas y tirándose los muñecos a la cabeza, la encontré un poco menos nerviosa, pero exactamente igual de rara, y la curiosidad, aquella vieja y amable tentación, renació para certificar mi lento pero imparable retorno al mundo donde vivían los demás.

—¿Qué te pasa, Natalia? —le pregunté directamente, llevándole un trozo de roscón a la esquina donde permanecía de pie, mirándolo todo con cara de cansada.

—Pues… Es que no te lo puedo contar.

—¿Pero es grave?

En ese momento, Clara se colgó de mi cinturón, llorando porque una de sus primas le había robado las pilas a su muñeca nueva que ya no hablaba, ni lloraba, ni tiraba el chupete, y tuve que restablecer el orden y la justicia recurriendo al bolso de mi madre, que todas las vísperas de Reyes compra un par de docenas de pilas de tamaño variado en previsión de este inevitable género de catástrofes. En algún momento, mi hermana pequeña se acercó a mí, sonriendo, y me hizo con la mano un gesto de «no pasa nada, en serio», que me acabó de convencer de que estaba pasando algo, aunque no me ayudó a adivinar qué era lo que pasaba exactamente.

Natalia, veinticinco años, estudiante de arquitectura, era un modelo tan perfeccionado de mí misma como yo hubiera podido resultar respecto a Angélica en los mejores y más dóciles momentos de mi infancia. Hija de padres viejos, mimada y consentida además por todos sus hermanos, tenía sin embargo un carácter apacible, conforme con el mundo, que no le impedía divertirse, aunque su concepto de la diversión no se alejaba mucho de la definición de muermazo que manejábamos en los tiempos de mi propia juventud, mucho más agitados. La diferencia básica entre nosotras era que yo nunca me había atrevido a ser una mala chica, por mucho que me tentara aquel proyecto, y ella no parecía esforzarse en absoluto para lograr ser todo lo contrario. Estudiosa

y responsable, no fumaba, no bebía apenas ni consumía drogas de ningún tipo, excepto, en mi opinión, unos cereales para el desayuno que convertían su tazón de leche en una especie de gachas destempladas cuya sola visión me daba arcadas. Era ecologista con moderación, partidaria de la vida sana y dienta de un gimnasio, y aunque desarrollaba un nivel de actividad enloquecedor, tenía tiempo para seguir saliendo con su novio de toda la vida, que le pegaba tanto como si lo hubieran fabricado expresamente para ella. Cuando me llamó por fin, un par de semanas después de mi frustrado interrogatorio, para pedirme que la invitara a comer cualquier día porque había pensado que, después de todo, sí que tenía que contarme una cosa, se me ocurrió que a lo mejor se había quedado embarazada, o que se había enamorado de otro hombre, o que había decidido colgar la carrera, o irse a vivir al extranjero, o montar una granja, o hacerse budista, todo menos que el destino, esa especie de dios esquivo que se divertía en su disfraz de liebre mecánica para que yo lo persiguiera como un galgo furioso y medio atontado ya por el esfuerzo, la hubiera escogido precisamente a ella como instrumento para transmitirme el código de instrucciones de uso de mi propia vida, una respuesta que había acechado en vano entre las cartas del tarot, la suma de los números de las matrículas de los coches, los nombres de las calles de Pozuelo de Alarcón, los cambios en el mensaje del contestador de Nacho Huertas, y la asombrosa profundidad de mis miserias.

—Mira, Rosa, en primer lugar quiero advertirte una cosa… —al final, me había decidido por el Mesón de Amonita porque, por encima del recuerdo de ciertas conversaciones de amarga memoria, había recuperado de golpe, y muy felizmente, mi antigua debilidad por las judías con perdiz de los jueves, pero Natalia, que se dedicaba a remover el contenido de su plato con la cuchara, sin acabar de atreverse a empezar por alguna parte, no parecía tener demasiado apetito—. Yo no sé si lo que voy a hacer está bien. De verdad, a lo mejor me arrepiento de haber dado este paso todos los días del resto de mi vida. Por eso quiero que sepas que lo hago porque creo que es lo mejor, y porque estoy convencida de que tienes que saber… Bueno, no sé, antes de empezar tienes que prometerme que me perdonarás si meto la pata… Prométemelo.

Fernando es médico, eso era lo único que alcanzaba a pensar mientras ella me arrancaba aquel compromiso casi infantil, que su novio era médico, y trabajaba en un hospital, y que en los hospitales hay pediatras, y oncólogos, y especialistas con otros nombres igual de horribles, y muchas camas blancas y pequeñas, como pequeñas porciones de un infierno equivocado de color.

—Tienes que prometérmelo, Rosa…

—Son los niños, ¿no? —pregunté en cambio, resignada en unos pocos segundos a que lo peor de todo fuera que me tenía más que bien empleada cualquier desgracia—. ¿Cuál? ¿Qué les pasa, Natalia? Dímelo.

—Pero ¡qué dices! —y a pesar de la extraña tensión que soportaba, se echó a reír—. A los niños no les pasa nada, ¿qué les va a pasar?

—¿Seguro?

—Pero bueno, Rosa, ¿no eres tú su madre? Si les pasara algo, la primera en enterarse serías tú, ¿o no? —no me quedó más remedio que asentir con la cabeza—. Pues entonces… Esto no tiene nada que ver.

—Entonces no puede ser grave.

—Sí que lo es.

—A ver…

—¿Te acuerdas del día de Nochebuena? —arrancó por fin—. ¿Te acuerdas de que te marchaste con los niños a casa de tus suegros el día 23 por la tarde porque había nevado y querían jugar con la nieve?

—Sí, claro que me acuerdo —desde que el padre de Ignacio se jubiló, mis suegros vivían todo el año en Cercedilla, en el chalet grande y antiguo, destartalado y delicioso a la vez, donde habían veraneado siempre. Mis hijos adoraban aquella casa, sobre todo en invierno, cuando amanecía nevada, y no había podido resistirme a sus súplicas, me acordaba muy bien de todo aquello.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x