Array Array - Atlas de geografía humana
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Atlas de geografía humana
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
A partir de entonces, me concentré en descubrir una fórmula para garantizarme la verdadera y definitiva resistencia, un método eficaz y razonablemente indoloro, un plan de fuga distinto a todos los que había emprendido en vano, antes y después de ir a Lucerna, porque esta vez sería verdad. Jamás me había creído a mí misma capaz de abandonar a Ignacio algún día, pero tampoco había tenido nunca ganas de morirme.
Por supuesto, a él no le dije nada, ni un reproche, ni una lágrima ni una bronca antes de tiempo.
Soy una resistente nata. Igual que Madrid. La paciencia es un rasgo predominante en nuestro carácter.
Aquella mañana, al cambiar de bolso, se me había olvidado coger el monedero, y por eso, al salir del trabajo tuve que pasar un momento por mi casa. Iba con mucha prisa, el tiempo justo para llegar a la consulta de la psicoanalista unos cinco minutos después de la hora a la que me había citado pero, al pasar por la puerta del salón, mis ojos me empujaron hacia un espectáculo tan poderoso como la tentación de cualquier placer irreparable.
Los árboles de la Casa de Campo se abrochaban ya el último botón de su traje más hermoso. Las pocas hojas verdes que aún sobrevivían en las ramas más jóvenes se agitaban de desesperación, incapaces de competir con la fragilísima, aterciopelada belleza de sus mayores, destellos rojos, amarillos, anaranjados, violáceos, que brillaban con el esplendor de las estrellas que están a punto de extinguirse bajo la melancólica delicadeza del sol del atardecer en octubre. Madrid, a mis pies, sucumbía al hechizo del otoño, recuperando un color antiguo, de infancia detenida. Las tejas se bañaban en el último resplandor del día como si el horizonte fuera un rodillo que las cubriese sin pausa de purpurina, oro falso, precioso, que proyectaba una sombra imposible sobre las calles limpias, regadas de luz, tan definidas, tan nítidas como si formaran parte de un gigantesco decorado teatral. El mundo parecía un lugar pequeño, un juguete improvisado y desechable frente a la grandiosa voluntad del cielo, y las personas, a lo lejos, se movían como minúsculas hormigas atareadas que no saben que viven dentro de una caja de cristal mientras ejecutan sin pensar la rutina a la que les obliga su estricta condición de seres vivos. Pocas veces aquel paisaje tan familiar me había impuesto una belleza tan abrumadora y creo que nunca hasta entonces me había sobrecogido tanto al contemplarlo. Entonces se abrió la puerta de la calle.
—¿Fran? —la voz de Martín, que interrogaba incrédulamente al aire desde el vestíbulo, me sobresaltó como el eco de un disparo.
—Estoy en el salón —contesté, aunque hubiera preferido marcharme de puntillas, sin hacer ruido, sin que él se diera cuenta, porque era jueves, y los jueves, día de análisis, se habían convertido en un pequeño tormento semanal, una séptima parte de mi vida a la que habría renunciado de buen grado a cambio de que él no me preguntara, al volver a casa, en ese tono grosero y cortés al mismo tiempo que había empezado a cultivar expresamente para esas ocasiones, qué había pasado, de qué habíamos hablado, qué conclusiones había sacado de la última sesión.
—¿Qué haces aquí, con el abrigo puesto? —me preguntó cuando llegó a mi lado, después de besarme casi en el cuello, y me di cuenta de que mi inesperada presencia le alegraba más de lo que le sorprendía.
—Mira —le dije solamente, señalando la ventana, pero él no se dejó impresionar tan fácilmente.
—Sí, es precioso —dijo mientras tiraba la cartera en una silla, y se quitaba la corbata para arrojarla encima—. Quítate el abrigo y siéntate. Te voy a poner una copa.
—No puedo —dije casi con miedo, lamentando no haber deshecho el malentendido desde el principio—. Tengo que irme ahora mismo, voy a llegar tarde…
—Llama —se volvió cuando ya estaba a punto de traspasar la puerta que conducía al pasillo—. Llama por teléfono y di que no vas. Por un día no pasa nada, supongo. Di que tienes a alguien ingresado en un hospital, o que tienes una reunión importantísima y no vas a acabar a tiempo, o que te has pegado una hostia con el coche, yo qué sé… Tampoco es una religión, ¿no?
—No, pero es que no entiendo…
—Llama.
—¿Por qué?
—Porque sí —su tono se había endurecido tanto que hasta él se dio cuenta, y rectificó inmediatamente—. Porque te lo pido yo. Te lo pido por favor. Sólo esta vez, ¿vale?
—Bueno… —admití, quitándome el abrigo mientras sentía, casi a mi pesar, un alivio inmenso sólo de pensar que no tenía que moverme de casa aquella tarde.
—¿Qué quieres tomar?
—Pues no sé, es que no me apetece nada…
—Te va a apetecer —y me sonrió cuando menos lo esperaba—. ¿Qué quieres tomar?
—Me da igual… Lo que tú me pongas.
Anular la cita fue tan fácil como hablar por teléfono dos minutos con una recepcionista educadísima que ni siquiera me pidió detalles acerca de los motivos que me retendrían en la editorial hasta la noche. Luego me senté en un sillón, aprecié mucho más de lo que habría creído el primer sorbo del gin–tonic que mi marido había dejado encima de la mesa—he pensado que nos conviene empezar con algo ligerito, dijo solamente para justificar su elección—, y acabé sonriendo yo también, como un niño que está a punto de implicarse por su propia voluntad en una travesura muy gorda. Por eso me costó tanto trabajo reaccionar, tan helada me quedé cuando él empezó a hablar de aquella manera.
—Me llamo Martín —dijo, medio tumbado en el sofá, el brazo derecho doblado y apoyado en el respaldo, dirigiéndose a mí como si no me conociera de nada—. No es un nombre familiar. Mi padre, militar de carrera por vocación, escogió los nombres castellanos que le parecieron más recios, más viriles, más marciales, para sus hijos, con la excepción de mi hermano mayor, Pedro, que se llama igual que él. Antes de que yo naciera, su segundo hijo se llamó Nuño, y el cuarto, que es sólo un año mayor que yo, Guzmán. Mi hermano pequeño, el séptimo, se llama Rodrigo. Las niñas, que son sólo dos, escaparon a esta regla y llevan nombres de vírgenes, Rocío la tercera y Amparo la sexta, porque la familia de mi madre era de Valencia, aunque su apellido sea italiano…
—Ya está bien, Martín —conseguí decir por fin—. Ya vale.
—Pero, ¿por qué? Si no he hecho más que empezar.
—Sé de sobra cómo se llaman tu padre, tu madre, y todos tus hermanos y hermanas.
—Bueno, pero si quiero contarte mi vida, tengo que empezar por el principio.
—No hace falta que me cuentes tu vida —protesté, con un acento furioso y amargo al mismo tiempo, que traducía fielmente cómo me sentía—. Me la sé de memoria.
—¡Pues no! —él chilló por fin, inclinándose hacia delante, extendiendo las manos hacia mí como si por un momento estuviera decidido a estrangularme— ¡Da la casualidad de que no te la sabes de memoria…! ¡A lo mejor no tienes ni puta idea!
Aquella explosión logró asustarme de verdad. Me encogí en el sillón sin darme cuenta y no encontré argumento alguno que oponer a sus gritos. Él se recompuso lentamente. Recuperó con trabajo la convencional postura de conversador despreocupado del principio, y me pidió perdón.
—Lo siento mucho —me dijo—. De verdad. Puedes irte si quieres, pero me gustaría seguir hablando.
—Bueno, pues vamos a hablar, pero sin numeritos, por favor… Esto parece una película de esas de crisis conyugales de las que nos reíamos tanto antes.
—Eso es, antes.
—Porque ahora ya no hacen películas así —me defendí.
—No. Porque ahora ya no nos reímos. Y tampoco hablamos. Sin el numerito nunca habríamos empezado.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Atlas de geografía humana»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.