Array Array - Atlas de geografía humana

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Atlas de geografía humana» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на русском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Atlas de geografía humana: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Atlas de geografía humana»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Atlas de geografía humana — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Atlas de geografía humana», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

—Y me llamaste, ¿no?, el 24 por la mañana, porque te diste cuenta de que se te había olvidado pasar por casa para recoger el regalo de Papá Noel de tu hijo, y me pediste que fuera a tu casa y lo dejara encima de tu cama con una nota, para que tu marido se lo llevara a Cercedilla por la tarde…

Subrayé cada una de sus afirmaciones con un movimiento de cabeza. Mi padre, que siempre ha sentido auténtica pasión por los juguetes mecánicos, le regaló a mi hijo Ignacio un tren eléctrico cuando cumplió ocho años. El mismo cortó un tablero a la medida para clavar las vías, lo forró de césped artificial, se entretuvo en pegar arbolitos y señales de tráfico, consiguió en alguna parte balasto en miniatura para sembrarlo entre las traviesas, y compró una locomotora, un vagón de carga, otro de pasajeros y una estación. La alegría con la que mi hijo lo recibió fue tan inmensa que juró solemnemente en voz alta que nunca, en toda su vida, ninguna cosa podría gustarle como le había gustado aquel regalo. Su abuelo, entusiasmado por aquella respuesta, empezó a explicarle entonces lo que iban a hacer entre los dos para que aquel tren fuera verdaderamente especial, y decidieron que tendrían que comprar otras máquinas, y muchos vagones, y semáforos que funcionaran de verdad, y figuritas de viajeros para colocarlas en el andén, y medio millón de cosas más. Desde entonces, en cada cumpleaños de Ignacio, y en cada Navidad, mi padre escoge por mí los materiales necesarios para llevar a cabo la siguiente fase de su babilónico proyecto y mi hijo sigue agradeciendo ese regalo más que ningún otro, pero la víspera de Nochebuena, era cierto, con las prisas del viaje anticipado y la preocupación por sobrecargar el equipaje de prendas de abrigo, una típica neurosis materna a la que no soy capaz de sustraerme, se me había olvidado recoger el AVE completo que le regalé a Ignacio en aquella ocasión. Por eso, y porque sabía que quizás no lograría localizar a mi marido en toda la mañana, me asusté tanto un instante antes de recordar que Natalia, nuestra canguro habitual, tenía un juego de llaves de mi casa. Sin embargo, cuando la llamé a casa de mis padres y la encontré al otro lado del teléfono, se me olvidó completamente esa historia que ahora ella se empeñaba machaconamente en recordar en voz alta.

—Bueno, pero el tren llegó a tiempo… —recapitulé—. Y estaba entero, no sé…

—Sí —admitió ella—. Pero tuve que dejarlo encima de la mesa del salón porque no pude dejarlo encima de tu cama.

—¿Y qué más da? —pregunté, absolutamente confusa ya, a aquellas alturas.

—¡Pues sí que da! —para rematar mi perplejidad, Natalia parecía ahora hasta enfadada conmigo—. ¡Claro que da! ¿Es que no lo entiendes?

—No.

—A ver, ¿por qué…? —se quedó callada un momento, se mordió el labio inferior, y decidió corlar por lo sano—. No pude dejar el paquete encima de tu cama porque, aunque eran las diez de la mañana, en tu cama había una persona durmiendo.

—¿Ignacio? —aventuré, sin gran curiosidad.

—¡No, cono, no! —descargó los dos puños cerrados encima de la mesa, y cuando la indignación acabó de colorear su rostro, tan plácido siempre, me pareció tan graciosa que casi me eché a reír—. ¡Cómo iba a ser Ignacio, joder, si eran las diez de la mañana!

La miré sonriendo, encendí un cigarrillo, le di una calada, y me propuse tranquilizarla lo antes posible.

—Supongo que, por lo menos, sería una tía… —afirmé, mirándola a los ojos.

—Claro —me contestó, muy sorprendida—. ¿Qué iba a ser?

—Bueno, podría haber sido un tío aunque, bien mirado, no creo que me caiga esa breva…

—No te entiendo, Rosa —los ojos que habían perseguido sin pausa el menor rastro de emoción en mis propios ojos, se estrellaban ahora contra su ausencia como si fueran incapaces de creer en lo que estaban viendo.

—No me extraña, Natalia, la verdad es que no me extraña, pero hazme un favor, deja de preocuparte, en serio. Te agradezco mucho que me hayas contado esto. Ni me has dado un disgusto, ni me has destrozado la vida, ni te has metido donde no te llaman, ni nada por el estilo.

—No me digas que vosotros sois de ésos… —y volvió a ponerse colorada, pero no de ira—, de

esa gente que…, o sea, que os cambiáis de pareja o algo por el estilo…

—¡Por supuesto que no! —ahora la escandalizada era yo—. ¡Pues no faltaría más! Natalia, por Dios, pero ¿por quién me tomas…? No. Lo que pasa es que, bueno, de alguna manera, ya me lo imaginaba, y además, si quieres que te diga la verdad, no me importa, y no porque seamos una pareja abierta, sino porque no me importa, y ya está.

—¡No te importa!

—No.

—¿Pero nada nada nada, ni una pizca de nada?

—Nada.

—No es posible.

—Sí que lo es.

—Y entonces… ¿Para qué sigues viviendo con él? Apagué el pitillo, encendí otro, y me quedé mirándola. —Pues mira… Esa sí que es una buena pregunta, ¿ves?

No pude encontrar una respuesta para esa pregunta tan directa, tan fácil y sencilla en apariencia, porque la ausencia de razones para contestarla encerraba precisamente la única respuesta posible. Aquella conclusión no me entretuvo más de dos o tres segundos, pero cuando me despedí de mi hermana para volver al trabajo, a solas en mi despacho, lamenté de nuevo que Natalia no hubiera pillado a Ignacio en mi propia cama con un hombre en la víspera de la Nochebuena, detalle que me habría facilitado enormemente las cosas, y yo misma me asombré de la neutralidad con la que era capaz de pensar lo que estaba pensando como lo estaba pensando, antes de celebrar la vuelta a casa de aquella vieja y afilada ironía, una facultad radicalmente incompatible con la desesperación, que, como el hijo pródigo, llegaba cuando ya no la esperaba, para animar y dar color a mis pálidos coloquios interiores.

Sin embargo, el bendito renacimiento de mi innata capacidad para ironizar sobre mí misma no podía salvarme de la serenidad con la que mi hermana pequeña, una de las personas más responsables, más sensatas, menos irónicas que conozco, había apretado el gatillo de la pistola que anunciaba la salida de la última carrera. Porque no me había preguntado por qué, sino para qué. Porque era verdad, y una verdad absoluta, que no me importaba nada que Ignacio se acostara con otras mujeres, ni siquiera en mi propia casa, ni siquiera en mi propia cama, ni siquiera unas pocas horas antes de que el niño Jesús naciera en Belén, pero sí me importaba que, más allá de mi indiferencia, hubiera ocurrido algo que me permitiera afirmarla en voz alta y escucharme a mí misma mientras lo hacía, porque sólo en ese momento pude estar segura de que Ignacio me daba lo mismo, sólo en ese momento, aunque a mí misma me parezca mentira, me consentí advertir que Nacho Huertas, al cabo, tenía que llamarse Ignacio, igual que mi marido.

Después imaginé una puerta flamante, recién pintada, un piso antiguo, recién reformado, en el mismísimo centro de Madrid, quizás la calle Barquillo, quizás la calle Almirante, donde ya puede caer el diluvio universal que no te enteras, porque el suelo es de asfalto, y las aceras de adoquín, y las ruedas de los coches arrullan dulcemente a mis hijos dormidos, esos dos niños que, con suerte, no llegarán a saber jamás a qué huele el pecado, pero aprenderán muy pronto que las mandarinas que te regala un frutero que conoce tu nombre de pila huelen a estar en casa, a protección y a seguridad, a ese único sitio de todo el mundo al que se pertenece de verdad y para siempre. Entonces se me saltaron las lágrimas, y recordé que yo siempre había sido feliz, que tengo esa costumbre, y la ilusión, la fe, y hasta la curiosidad por un futuro que había creído enterrar en la misma tumba que mi amor perdido, bailaron otra vez ante mis ojos.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Atlas de geografía humana»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Atlas de geografía humana» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Atlas de geografía humana»

Обсуждение, отзывы о книге «Atlas de geografía humana» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x