Array Array - Los aires dificiles

Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

en los labios–.

Juanito… Llevo mucho tiempo sin poder dormir, ¿sabes?, muchas noches dando

vueltas en la cama, pensando, pensando, intentando entender, repasándolo todo,

el accidente de tu hermano, la escalera, la cabeza rota, y eso que cuenta Alfonso,

que tú intentabas reanimarle dándole golpes contra un escalón…

Es todo muy raro, ¿sabes?, muy confuso, no acababa de entenderlo hasta que

pensé como los detectives de las películas. Tú tuviste la oportunidad, Juanito, y

tenías un móvil, porque siempre, desde siempre, has estado enamorado de su

mujer. Y habíais discutido, tú mismo me lo contaste. Entonces empecé a verlo

más claro, lo comenté con otros compañeros… Me costó trabajo convencerlos,

pero al final, puse a algunos de mi parte.

Todos conocían a tu hermano, lo apreciaban. Y ahora ya saben que tú lo mataste.

Tal vez no pueda hacer nada para probarlo, o tal vez sí… Nunca se sabe. Pero voy

a ir a por ti, Juanito, voy a ir a por ti.

—¿Sí? –y Juan Olmedo se dio cuenta de que él también estaba sonriendo, aunque

nunca llegaría a saber por qué, ni quién deformó su voz para alargar en un siseo

interminable la última palabra que pronunció–. No jodas…

Entonces, para acabar de desconcertar a Nicanor, llamó al camarero y le pidió un

whisky con hielo, sin agua y en un vaso bajo.

Mientras se lo servían, ninguno de los dos habló. Luego, el policía empezó a

mover la cabeza, como si estuviera a punto de decir algo, pero Juan se le

adelantó.

—Te voy a decir una cosa, Nicanor. Yo no maté a mi hermano.

Pero como Tamara se entere de esto, como escuche una sola palabra, aunque

sólo sea un rumor, como se te ocurra decirle alguna vez que yo maté a su padre,

te voy a matar a ti –entonces levantó el vaso y se bebió la mitad de un trago,

mientras percibía que esa violencia desmedida y congénita que tanto había

sorprendido siempre a todos, que tanto le había sorprendido siempre a él,

afloraba a su rostro con la mansedumbre de un perro bien adiestrado cuando

escucha el sonido de un silbato–. Acuérdate siempre de lo que te estoy diciendo,

porque te lo estoy diciendo en serio. Como Tamara se entere de esto, te mato,

Nicanor. Recuérdalo. Porque te juro que no he dicho nada más en serio en toda

mi vida.

Se terminó la copa, dejó un billete al lado y se marchó. Cuando salió a la calle,

estaba tiritando. Sentía mucho frío, y una náusea incontrolable, repentina, que

apenas le consintió doblar la esquina y agarrarse a la primera farola antes de

vomitar. No se engañó a sí mismo. Tenía miedo, mucho más miedo que

indignación, más miedo que asco, más miedo que conciencia, tanto miedo como

no había sentido nunca antes. El miedo le había armado, le había sostenido frente

a la barra, le había infundido esa dureza grave y metálica que había dejado

atónito a Nicanor, y el miedo aflojaba ahora todo su cuerpo para convertirlo en un

títere, en una piltrafa, en una caricatura de sí mismo. Y sin embargo, estaba

satisfecho, aunque sospechaba que aquella exhibición no bastaría.

No bastó, pero el amigo de Damián tardó más de un mes en reaparecer, y

escogió un luminoso sábado de abril en el que un compañero de curso de Tamara

celebraba una fiesta de cumpleaños. Juan salió con ella para llevarla en coche,

hacia las cinco, a una dirección remota, en la avenida del Mediterráneo. Tardó

casi una hora y media en llegar hasta allí, encontrar un sitio para aparcar, subir

con la niña hasta la puerta, preguntar a qué hora tenía que volver a recogerla,

pasar por su propio piso para echar un vistazo y recoger el correo, y regresar por

fin a la casa de Damián. Pensaba volver a salir hacia las ocho, llevando a Alfonso,

para ir luego al cine con los dos, y empezó a llamar a su hermano al entrar en el

recibidor, pero no le encontró en la planta baja. Al subir las escaleras le oyó

gritar. Nicanor se apartó de la puerta al verle, pero Alfonso se había metido

debajo de su cama, y no quiso salir de allí ni siquiera cuando Juan se lo pidió.

—He venido de visita, ¿ves?

–le dijo el policía, abriéndose la chaqueta cuando pasó a su lado–.

Desarmado, de paisano, a interesarme por vosotros, a ver cómo estabais…

Juan ni siquiera le miró, no dijo nada. Fue directamente al dormitorio de Damián,

se detuvo al borde de la cama y descolgó el teléfono.

—¿A quién llamas? –Nicanor le había seguido hasta la puerta.

—A la policía.

Entonces desapareció. Se marchó tan deprisa que Juan escuchó el portazo antes

de tener tiempo de llegar a la mitad de la escalera.

Luego, mientras Alfonso le contaba que Nicanor se había enfadado mucho con él,

tanto como la otra vez, más que la otra vez, le prometió que nunca volvería a

verlo, que no volvería a gritarle ni a pegarle nunca más, que se iban a ir a vivir

muy lejos, los tres juntos, los tres solos, a un sitio que él conocía y que le iba a

gustar, porque no hacía frío en invierno, y el verano duraba casi todo el año, y

estaba al borde del mar, y se llamaba Cádiz.

El levante siguió soplando hasta mediados de noviembre, amparando al otoño con una cálida y templada apariencia, como si se hubiera apiadado de ellos y decidido a cerrarle el paso al poniente hasta que se cumpliera el último plazo de la convalecencia que, de una forma o de otra, todos habían compartido con Maribel. Sin embargo, nadie podría ayudarla en la última etapa de su restablecimiento. Ni siquiera Juan Olmedo, que al hablar con su hijo comprendió que ella tenía que haber presentido, antes incluso de recibir el navajazo, que la flamante complicidad que había unido a Andrés con su padre desembocaba sin solución en la parte trasera de aquella caseta de obras donde el Panrico estaba intentando convencerla de que la quería con un arma en la mano. Juan estaba seguro de que Maribel se resentiría más, y durante más tiempo, de la última herida que de la primera, pero más asombrado aún por su fortaleza, la constancia con la que había asumido la carga del dolor de Andrés por encima de su propio dolor, sin dejar de ser su padre además de ser su madre, sin pagar su traición con traición, sin decirle una palabra a nadie. Sólo después logró comprender otras cosas, la resistencia de Maribel a denunciar a su marido antes de hablar con su hijo, el gesto de impotencia que amargaba su rostro después de aquella entrevista a la que nadie más asistió, la indiferencia con la que recibió la noticia de que la Guardia Civil había encontrado al Panrico en un pueblo de la provincia de Sevilla. La detención de su marido no le dolió en absoluto, pero tampoco pareció alegrarla, y desde luego no había bastado para disolver una tensión desconocida, la preocupación que Maribel afirmaba no sentir pero que él seguía detectando en

sus gestos incluso cuando ella le respondía, con una sonrisa más de la cuenta, que no le preocupaba nada, que estaba bien. Fue suficiente, a cambio, para que Juan despejara un misterio personal, del que tampoco había hablado con nadie. La indignación que le había hecho hervir por dentro ante la despiadada impaciencia de aquella mujer apellidada Aguirre, no llegó a desplazar por completo un sentimiento extraño, impuro, que había nacido de la sospecha de que Maribel quizás, después de todo, quisiera encubrir a su marido, y que no desapareció ni siquiera en el momento en el que la vio firmar la denuncia. Cuando comprobó que se había equivocado, que la víctima no derramaba ni una sola lágrima por la suerte de su verdugo, tuvo que aceptar que la desazón que le corroía por dentro desde que intentó desalojarla en vano por el procedimiento de zarandear a aquella mujer de uniforme, podía quizás ser impura, pero no tenía nada de extraña.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los aires dificiles»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Los aires dificiles»

Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x