Array Array - Los aires dificiles
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los aires dificiles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
La citó al día siguiente, a las dos y media, en un restaurante nuevo para ella, una gran sala que en origen debió de haber sido la bodega, quizás las cocheras o hasta las caballerizas, de un antiguo palacio. Las paredes eran de ladrillo antiguo, las ventanas altas, pequeñas, y desde el techo, las aspas de los ventiladores matizaban el efecto de un aire acondicionado programado con cautela para crear una sensación de frescor propia de los soportales de un claustro, de una parra entre fuentes, de una cueva artificial en un jardín dieciochesco. Los muebles eran de madera de teca y tenían una ligerísima, apenas apuntada reminiscencia colonial que aligeraba el clasicismo de las alfombras. Había muchas plantas, grandes, lustrosas, colocadas con inteligencia en rincones donde llamaban la atención sin estorbar.
Las copas eran azules, de vidrio portugués, la vajilla de porcelana blanca, y la plata absolutamente ausente. Era un ambiente arquetípico del gusto de aquel hombre por un lujo desnudo, esencial y sin estridencias, una estación más de ese viaje del que Sara llegó a disfrutar tanto mientras lo acompañó durante un trecho, un recuerdo empeñado en conjugarse en tiempo presente. Estaba segura de que
lo había estado seleccionando el día anterior, mientras ella trataba de explicarle,
con frases entrecortadas, inconexas, escogidas por sus nervios enemigos, que le
gustaría quedar con él para consultarle un asunto muy especial, demasiado grave
como para tratarlo por teléfono.
Por eso, aunque fuera de allí el asfalto hervía como si estuviera a punto de
licuarse bajo la impiedad del sol de junio, Sara sufrió al entrar las consecuencias
de un cambio más salvaje, más feroz que el de la temperatura. El aire de otros
tiempos la paralizó un instante al lado de la barra. Entonces le vio. Estaba sentado
en una de las mesas del fondo, mirando unos papeles con unas gafas pequeñas,
de leer, que antes no usaba.
Tenía cincuenta años, muchas canas, la vista cansada y el aspecto del único
hombre del mundo al que ella habría podido amar durante toda su vida. Aquella
certeza se impuso a la vergüenza, a la inseguridad, al miedo, todos los peligros
que creyó afrontar cuando descolgó al fin el teléfono para intentar buscarle. Por
un instante, volvió a sentirse tan torpe, tan crédula, tan ingenua como a los
dieciséis años, pero cuando estaba a punto de salir corriendo, él levantó la
cabeza, la vio, se quitó las gafas y se puso de pie. Los labios de Sara sonrieron
solos mientras iba a su encuentro.
—¿Cómo estás?
—Bien –le devolvió los besos, besos de verdad, los labios de Vicente aplastándose
contra su cara mientras rodeaba su cintura con el brazo izquierdo y la estrechaba
contra sí un segundo más de lo imprescindible, el segundo necesario para que ella
fuera consciente de su abrazo–. Estoy bien. ¿Y tú?
—Bueno… –él frunció los labios en una mueca escéptica, la miró, se echó a reír–.
Supongo que bien, también. Siéntate, por favor, estoy muy contento de que me
hayas llamado, tenía muchas ganas de verte.
Las cortesías se prolongaron en una conversación trivial sobre las posibilidades de
la carta, que dio lugar a un resumen apresurado del estado de cada uno. Los hijos
de Vicente estaban bien, el mayor en la universidad, la pequeña a punto de
entrar, los padres de Sara habían muerto, ella había vuelto a vivir con su madrina,
él arqueó las cejas al saberlo.
—Vi la foto de tu boda en el periódico –no lo pudo evitar, pero quiso matizar su
comentario con una observación mundana–. Muy espectacular, por cierto, tu
mujer…
Él sonrió con sorna y una sola esquina de la boca.
—Sí, espectacular sí que es.
Mi mujer, ya no. Nos divorciamos hace un par de años, pero no vino ningún
fotógrafo.
—Fíjate… –Sara se inclinó hacia delante, le miró, procuró desnudar su voz de
cualquier rastro de rencor, mantenerse firme en la distancia de una ironía
pausada, risueña–. Yo creía que nunca ibas a dejar a María Belén, y después de
todo, has cogido carrerilla.
—Pues sí –él se puso a su altura–, eso es lo que pasa, que uno se va
acostumbrando a todo, a divorciarse, a casarse, a divorciarse otra vez…
—Así, cualquier día de éstos te puedes volver a casar.
—No pienso –hizo una pausa, la miró, se echó a reír–. A mí las bodas me han
salido siempre carísimas. Aunque mi novia está empeñada, eso sí.
—Porque será muy joven.
—No tanto. Ha cumplido treinta y seis, pero no lo parece. Por lo pesada que se
pone, quiero decir…
—¿Y espectacular?
—Bueno, vestida no tanto.
Pero desnuda gana bastante, no creas… –Sara se rió, él se limitó a mirarla–. ¿Y
tú?
—¡Uy! Yo… Ahora no puedo pensar en esas cosas. Tengo otros planes, por eso te
he llamado.
—Yo estaba loco por ti, Sara.
Lo dijo con firmeza, sin levantar la voz, en el mismo tono que habría empleado
para pedir otra botella de vino, un registro mucho más grave que aquél,
impregnado de urgencia, de ansiedad, que adelgazaba siempre las palabras
cuando lo decía en tiempo presente, yo estoy loco por ti, Sara, en cada bronca,
en cada despedida, en cada tumultuosa e inevitable reconciliación, estoy loco por
ti, Sara, y tú lo sabes, que estoy loco por ti. Ella intentó sonreír, fingir una
entereza que no sentía, se preguntó por qué tenía que ser todo tan difícil, y se
sintió tan incómoda, tan ridícula ante la perspectiva de levantarse de la mesa y
huir, que después de arrugar la servilleta para estirarla otra vez, y mover los
cubiertos hasta centrar el plato perfectamente entre ellos, y tomar un sorbo de
vino, y luego otro, y otro más, logró sujetarse, recordar que todo estaba perdido,
y el propósito que la había guiado aquel día hasta la mesa de las confesiones
inútiles.
—Yo… Quiero pedirte un favor, Vicente, un favor muy gordo –él abandonó la
postura nostálgica del amante derrotado que recuenta sus heridas y se enderezó
en la silla, como si quisiera demostrar que estaba dispuesto a escucharla con
atención–. Y antes de empezar, te advierto que es bastante delicado, arriesgado
para mí, desde luego, pero no sé si incluso peligroso para ti, por tu posición, tu
imagen, tu carrera política, en fin…
Si no puedes ayudarme, dímelo claramente, por favor. Te aseguro que lo
entenderé.
—Me estoy excitando –Sara no pudo reprimir una carcajada ante aquel
comentario, que deshizo la tensión con la misma eficacia que había probado su
comentario anterior al crearla–. ¿Qué pasa?
—Necesito un agente de bolsa o un asesor de inversiones para una operación
bastante especial. Haría falta que fuera muy capaz, muy discreto, absolutamente
de fiar y nada curioso, sobre todo eso. Que no haga preguntas, que no cuente
chismes. Y que esté dispuesto a correr ciertos riesgos, a bordear incluso la
ilegalidad.
Hasta aquel momento había hablado de un tirón, pero sin atreverse a levantar la
vista del plato. Cuando lo hizo, se lo encontró muy sorprendido y más sonriente
aún. Los ojos le brillaban como los de un niño que tiene que elegir en qué mano
está el regalo, sus dedos se movían encima de la mesa como si pretendieran tocar
el piano en el mantel, sus labios, entreabiertos, no encontraban la manera de
cerrarse.
—Me estoy excitando cada vez más –Sara volvió a reír, él a acompañarla–. ¿Estás
financiando por tu cuenta una guerrilla latinoamericana o has entrado
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los aires dificiles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.