Array Array - Los aires dificiles
Здесь есть возможность читать онлайн «Array Array - Los aires dificiles» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Los aires dificiles
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Los aires dificiles: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los aires dificiles»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Los aires dificiles — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los aires dificiles», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
Estaba más pendiente de otro temblor, una presión que cruzaba su pecho en diagonal como una canana cargada de balas, un deslumbramiento torrencial y salvaje, la certeza de que la justicia de los fusiles podía llegar a cumplirse más allá del país humillado de sus propios sueños.
Sara no logró olvidar la visita de aquel policía de Madrid que se llamaba Nicanor ni siquiera después de descubrir el otro secreto de Juan Olmedo. Por eso estuvo segura de que había vuelto cuando descubrió al guardia de seguridad de la urbanización tras la puerta que había golpeado con una insistencia tan frenética, tan desmesurada, mientras mantenía el dedo índice firme contra el timbre que, cuando fue a abrir, estaba convencida de que sólo podían ser los niños, dispuestos a liarla en alguna excursión que les compensara por los diez días escasos de vacaciones que les quedaban por delante. Sin embargo era Jesús y algo iba mal, muy mal, porque aquel chico joven, de aspecto atlético, tan resistente, jadeaba como un animal acorralado mientras el sudor, impropio de una tarde fresca de poniente, le caía a chorros por la cara. —¡Venga conmigo, por favor!
–tenía los ojos muy abiertos, los labios fruncidos, la expresión de quien está a punto de echarse a llorar–. ¡Por favor, corra, venga!
Sara se asustó mucho. Tanto, que ni siquiera se molestó en cerrar la puerta. Cuando cruzó el umbral, el guardia echó a correr y ella le siguió andando tan deprisa como pudo, pero a una velocidad que para él no era suficiente. —¡Corra! –le chilló, volviendo la cabeza sin dejar de avanzar–. ¡Por favor, corra! ¡Por aquí!
Ella echó a correr, sintiéndose un poco ridícula por los impulsos que agitaban su cuerpo torpe, desentrenado, y sin embargo siguió corriendo. Corrió sin preguntarse por qué, hasta que sus pulmones de fumadora empezaron a gritar junto a la verja de la urbanización, mientras los músculos de sus piernas se unían
a un vociferante coro de protestas, y aunque empezó a toser, aunque se
ahogaba, siguió corriendo. Entonces vio que el guardia se detenía a unos pocos
metros de la puerta, al lado de un bulto rojo, muy rojo, inmensamente rojo, tirado
sobre la acera, y se detuvo ella también, para descansar un instante, antes de
interpretar el sentido de aquel color. Cuando lo consiguió volvió a correr, pero ya
no sintió cansancio alguno. Sólo un frío espantoso, una sobrecogedora sensación
de alarma, la tentación de la incredulidad, y mucho miedo.
Maribel estaba tumbada en el suelo, de perfil, encogida sobre sí misma. Llevaba el
mismo vestido con el que Sara la había visto en Sanlúcar. La sangre que se
derramaba desde su costado dibujaba en el suelo un círculo rojo de bordes
rizados, como un clavel monstruoso, un siniestro capricho que pretendiera
adornar su cintura para los ojos inertes de las nubes.
Sara chilló su nombre, se tiró en el suelo, y le puso la mano izquierda sobre la
frente. Luego la besó en la cara, cogió su mano derecha con su propia mano, y
sostuvo su mirada exangüe, agotada, seca, sin comprender aún lo que estaba
viendo, lo que estaba pasando, sin acertar a tomar decisión alguna ni preguntarse
siquiera qué podía hacer, cómo podía ayudar, mientras el guardia de seguridad,
que se balanceaba haciendo oscilar alternativamente el peso de su cuerpo sobre
sus piernas, sin lograr decidir tampoco hacia dónde ir, lograba a duras penas
enhebrar algunos fragmentos de una explicación parcial, incompleta.
—Me ha avisado una señora que estaba en la parada del autobús…
Ha debido salir de detrás de esa caseta de obras de ahí enfrente…
La señora la ha visto, y ha venido corriendo… Cuando he salido, ya me la he
encontrado tirada en el suelo… Ha debido cruzar la carretera andando, no sé
cómo, pero se ve la sangre…
En ese instante, Maribel cerró los ojos. Sara levantó los suyos y vio la caseta, una
construcción de paredes metálicas, acanaladas, la huella de una mano
ensangrentada cerca de una esquina, un rosario de manchas rojas, algunas
pequeñas, otras grandes como charcos, diseminadas por el asfalto, manchando el
bordillo, la acera, y entonces escuchó la voz del miedo, un susurro agudo y fino
como una aguja.
Juan… –y apretó la mano de Sara con sus dedos–. Llámelo.
Llame a Juan.
—¡Claro! Pero qué idiota soy –se volvió hacia el guardia de seguridad, que estaba
de pie, a su lado, con los brazos caídos a los dos lados del cuerpo y la inmóvil
resignación de quien ya no se atreve ni siquiera a pensar, y agitó violentamente la
mano en el aire, como si pretendiera animarlo, despertarlo, ponerlo en marcha–.
Vaya corriendo a la casa 37, ahora mismo. Pregunte por Juan Olmedo y
cuénteselo todo, pero todo, no como a mí. ¡Corra! Él es médico y sabrá lo que
hay que hacer. ¡Corra, vaya ahora mismo, por favor!
La herida destacaba como una mancha oscura, sucia, que rompía la limpia
uniformidad del tejido rojo sobre la piel bronceada del verano.
Cuando Sara se atrevió a mirarla, la precaria serenidad que había obtenido de
aquella elemental iniciativa que no había sido capaz de emprender por sí misma
se esfumó en un instante, devolviéndola a un terror angustiado, impotente.
Entonces Maribel volvió a hablar, y lágrimas que no eran de miedo, ni de pena, ni
de emoción, empezaron a resbalar despacio sobre sus mejillas, desvelando un
odio tan profundo que era capaz de fluir sin perturbar siquiera el susurro fino,
agudo, de su voz cansada.
—Él lo sabía –miraba a Sara, y volvió a apretarle la mano con sus dedos–. No sé
cómo pero lo sabía, el muy cabrón lo sabía, sabía que el lunes firmo lo del piso,
que era su última oportunidad…
Llevaba meses pidiéndome el dinero, íbamos a hacer un negocio, pero de los
buenos, me iba a hacer rica, eso decía. Hoy me ha dicho otra cosa. Que le iban a
matar, que por mi culpa le iban a matar, que necesitaba por lo menos la mitad,
dos millones, que se los diera, que me iba a matar él a mí si no se los daba, que
me quería, que era el padre de mi hijo, que soy su mujer, que siempre me ha
querido… Anda y vete a chulear a tu puta madre, Andrés, eso le he dicho… Eso le
he dicho. Que chuleara a su madre, que se perdiera, que me olvidara…
Te voy a matar, eso me ha dicho él a mí, estás avisada, no sirves para nada, no
eres más que una puta, y te voy a matar…
Escucharon el motor del coche antes de que Jesús volviera a reunirse con ellas.
Un instante después, Juan Olmedo, con la cara blanca como un papel y una cierta
brusquedad mecánica en todos sus movimientos que desmentía a medias la
tranquilidad que intentaba aparentar, extendió el brazo derecho en un ademán
mudo para apartar a Sara y se arrodilló en el suelo, al lado de Maribel, sin dejar
de hacer un ruido extraño con la lengua, un chasquido rítmico, regular, como el
que emplean las madres para tranquilizar a los bebés. Tenía el ceño fruncido,
concentrado, un brillo de velocidad en los ojos, y una capacidad sorprendente
para hacer más de una cosa a la vez, y todas muy deprisa. Antes de examinar la
herida, mientras se sacaba del bolsillo del pantalón un paquete de guantes
estériles, estudió el charco que se extendía por el suelo, se puso el guante
izquierdo con los ojos fijos en la acera, se encajó el derecho midiendo la distancia
entre la caseta y el cuerpo tendido en el suelo, y cuando terminó, sin haberse
detenido a mirar a Maribel siquiera, ya había obtenido respuestas para un montón
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Los aires dificiles»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los aires dificiles» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Los aires dificiles» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.