Entre los edificios, la nieve yace con un grosor de un metro; sólo han desalojado unos estrechos pasillos.
El Centro para la Investigación y el Desarrollo no está todavía instalado definitivamente. En la recepción han colocado un mostrador, pero lo han vuelto a cubrir porque están pintando el techo. Les explico lo que estoy buscando. Una mujer me pregunta si he solicitado hora para utilizar la base de datos. Le contesto que no. Sacude la cabeza, todavía no han inaugurado la biblioteca. Los archivos del centro están guardados en UNI C, en el Centro de Información para la Investigación y la Educación de Dinamarca, el sistema informático de las escuelas superiores, al que no tiene acceso el público en general.
Doy algunas vueltas alrededor de los edificios durante algún tiempo. Conozco el sitio por mis tiempos de estudiante. Los cursos de agrimensura se impartían aquí. El tiempo ha ido modificando la zona. La ha hecho más dura y extraña de como la recordaba. O quizá sea simplemente el frío. O yo misma.
Paso por delante del edificio de Informática. Está cerrado pero, al salir un grupo de estudiantes, me introduzco en él. En el aula central hay, tal vez, unos cincuenta terminales. Espero un rato. En el momento en que, por fin, entra un señor mayor, le sigo. Cuando toma asiento ante un terminal, estoy detrás de él, muy atenta. No me ve. Permanece detrás de la pantalla durante una hora. Entonces se va. Me siento delante de un terminal libre y aprieto una tecla. La máquina escribe «Log on user id?» Yo escribo «LTH3», tal como lo hizo el señor mayor. La máquina me contesta: «Welcome to Laboratoriet for teknisk hygiejne. Your password?«Tecleo «JPB». Tal como hizo el señor mayor. La máquina me contesta con un «Welcome Mr. Jens Peter Bramslev».
A mi «Centro para la Investigación del Desarrollo», la máquina contesta con un menú. Uno de los títulos es «Library». Tecleo «Toerk Hviid». Sólo hay un título. «Una hipótesis sobre el exterminio de la vida submarina en el océano Ártico en relación con el incidente Álvarez».
Ocupa alrededor de las cien páginas. Las ojeo un poco por encima. Hay tablas cronológicas. Fotografías de fósiles. Ni las fotos ni los pies de foto son inteligibles en el bajo nivel de resolución de la pantalla. Hay diversas curvas. Algunos mapas diagramáticos geológicos del actual estrecho de Davis en diversos momentos de su creación. Todo en general me parece incomprensible. Salto hasta el final.
Detrás de una larga bibliografía, encuentro un breve resumen del contenido del artículo.
«El artículo toma como punto de partida la tesis de los años setenta del físico y Premio Nobel Luis Álvarez, según la cual el contenido de iridio en una estría de arcilla entre sedimentos de creta y terciarias en Gubbio, en los Apeninos septentrionales, y en el acantilado de Stevns, en Dinamarca, es demasiado alto como para que no se deba a la caída de un meteorito de gran tamaño.
»Álvarez presume que el impacto tuvo lugar hace sesenta y cinco millones de años, que el meteorito tenía un diámetro de entre seis y catorce kilómetros y que éste explosionó al chocar con la Tierra, liberando una energía de una magnitud de cien millones de megatoneladas de TNT. La nube de polvo resultante eclipsó totalmente la luz del sol durante un período de, por lo menos, varios días. En este período, diversas cadenas tróficas se colapsaron. El resultado fue que una gran parte de los microorganismos marinos y submarinos se extinguieron, hecho que repercutió, asimismo, en los animales carnívoros y herbívoros.
»El artículo reflexiona, basándose en algunos hallazgos del autor en el mar de Barents y en el estrecho de Davis, sobre la posibilidad de que la radiación resultante de la explosión producida por el impacto del meteorito contra la Tierra, puede explicar una serie de mutaciones entre algunos parásitos marinos en los períodos tempranos del Paleoceno. Asimismo, discurre sobre la posibilidad de que dichas mutaciones puedan ser las causantes de la extinción en masa de algunos animales marítimos mayores.»
Vuelvo atrás en el documento. El lenguaje es claro y conciso; el estilo, pulido, casi transparente. Sesenta y cinco millones de años parecen, de cualquier manera, muchísimo tiempo atrás.
Cuando tomo el tren de vuelta, se ha hecho de noche. El viento arrastra una nieve ligera consigo, pirhuk . Lo registro como si estuviera anestesiada.
En la ciudad se adquiere una manera especial de contemplar el mundo exterior. Una visión enfocada de manera selectiva. Cuando tienes que abarcar un desierto o una superficie de hielo con la vista, miras de una manera distinta. Dejas que los detalles queden fuera de foco en favor de una visión general. Una mirada de este tipo observa una realidad diferente. Si contemplas un rostro de esta manera, éste empieza a descomponerse en una serie cambiante de máscaras.
Para este tipo de vista, la vaharada exhalada por una persona, el velo formado por las gotas enfriadas que, en temperaturas inferiores a los 8 °C, se crea en el aire expirado, no se limita a ser simplemente un fenómeno que existe a cincuenta centímetros de la boca. Es algo amplio, extenso; una modificación estructural del espacio que rodea a un ser de sangre caliente; un aura de desplazamientos térmicos mínimos pero, sin embargo, manifiestos. He visto a cazadores disparar contra liebres de los Alpes en una noche de invierno sin estrellas, a doscientos cincuenta metros de distancia, apuntando únicamente a la neblina que las rodeaba.
Yo no soy cazadora. Y mi interior está dormido. Acaso esté cercana a la resignación. Pero, sin embargo, lo percibo cuando estoy a cincuenta metros, antes de que él me haya oído. Está de pie, entre dos columnas de mármol que flanquean la verja que lleva hasta el portal desde la calle Strand.
En el barrio de Noerrebro, la gente está en las esquinas y en los portales, allí no tiene importancia. En la calle Strand, en cambio, es significativo. Además, me he vuelto hipersensible. Me desprendo, pues, del abandono en el que me había sumido, doy unos pasos atrás y me introduzco en el jardín de los vecinos.
Encuentro el agujero que hay en el seto, que tantas veces he encontrado de pequeña, me escurro a través de él y espero. Tras un par de minutos, veo al otro. Se ha colocado en la esquina, cerca de la casa del portero, donde el camino de grava de la entrada conduce hasta la casa.
Vuelvo sobre mis pasos hasta el lugar desde el que puedo acercarme a la puerta de la cocina sin ser vista por ninguno de los dos. La visibilidad ha empezado a disminuir. La tierra negra entre los rosales está tan dura como la piedra. El baño de los pájaros está incrustado en un enorme cúmulo de nieve.
Camino pegada a los muros de la casa y me viene a la mente el hecho de que yo, que tantas veces me he sentido perseguida, no tenga, tal vez, nada de qué quejarme.
Moritz está solo en el salón, puedo verle a través de la ventana. Está sentado en la silla baja de madera de roble, agarrando el brazo con fuerza. Sigo mi ronda alrededor de la casa, paso por delante de la puerta principal y a lo largo de la parte trasera hasta donde sobresale la galería. Hay luz en la despensa. Allí veo a Benja. Está sirviéndose un vaso de leche fría. Reconfortante en una noche como ésta, en la que hay que velar y esperar. Subo por la escalera de incendios. Lleva hasta el balcón de la habitación que antaño fue mía. Entro y avanzo a tientas. Han traído la caja que envié; está en el suelo, en medio de la habitación.
La puerta que da al pasillo está abierta. En el vestíbulo, Benja acompaña a la Uña hasta la puerta principal.
Le veo cruzar el camino de grava como una sombra en la oscuridad.
Han aparcado en el garaje, por supuesto. Moritz ha movido un poco el coche que usa a diario para dejarles espacio suficiente. Los ciudadanos deben ayudar a la policía en todo lo posible.
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