Peter Høeg - La señorita Smila y su especial percepción de la nieve

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La señorita Smila y su especial percepción de la nieve: краткое содержание, описание и аннотация

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Un día, poco antes de Navidad, la señorita Smila de regreso a su casa encuentra muerto en la nieve a su vecino y amigo, el pequeño Isaías. La versión oficial es que debió de resbalar y caerse. Pero Smila, que le cuidaba a veces y sentía especial ternura por él, sospecha que no es así. Los dos pertenecen a la pequeña comunidad de esquimales groelandeses que viven en Copenhague. Y Smila es, además, experta en las propiedades físicas del hielo. La investigación que lleva a cabo en privado acerca de la muerte de Isaías la conduce a la misteriosa muerte del padre de éste en una expedición secreta a Groenlandia, misión encomendada por una poderosa empresa danesa involucrada en una extraña conspiración que se remonta a la segunda guerra mundial.

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No soy consciente hasta este momento de su brillantez como organizador. No ha podido llevarlo a cabo a bordo. Sigue teniendo que volver, el Kronos sigue teniendo que recalar en algún puerto. No podría ocultarlo. Pero esto significaría una deserción más, una desaparición, como la de Jakkelsen. Nadie me ha visto encontrarme con él, nadie verá cuando desaparezca.

Tampoco el mecánico volverá. Él entenderá, me relacionará con Toerk con toda seguridad, como si nos hubiera visto aquí con sus propios ojos. Toerk le dejará bucear, probablemente le necesiten, al menos para colocar la primera carga explosiva. Dejarán que se sumerja y luego dejará de existir. Toerk volverá y habrá acontecido un accidente, tal vez un accidente relacionado con el medidor de oxígeno. Sin duda, Toerk ya habrá ideado un plan.

Ahora entiendo el equipo que había en el lago. El mecánico ha estado preparándolo mientras Toerk hablaba. Ésta es la razón por la que me llevó al laboratorio.

La luz de su lámpara atrapa la piedra enviando su sombra a la pared que tengo delante. Cuando entro en el túnel se hace más oscuro.

Es un conducto cuadrado a nivel, de dos metros por dos metros. Unos metros más adentro se ensancha. Aquí hay una mesa. Sobre la mesa encuentro aparatos de medición, botellas de leche, carne desecada, copos de avena; todo lleva veintiocho años aquí y está cubierto con una capa de hielo.

Dejo que mis ojos se acostumbren a la débil luz que proviene del hielo y sigo adelante, hasta que todo es negro a mi alrededor. E incluso entonces sigo andando hacia delante, siguiendo las paredes con una mano tendida. El suelo tiene una ligera elevación pero no se nota ningún aire que pudiera indicar que hay una salida más adelante. Es un callejón sin salida.

Surge una pared delante de mí, un muro de hielo. Aquí me pongo a esperar.

No se oyen pasos, pero hay una luz, primero muy lejana y luego más cerca. Lleva la lámpara fijada en la frente. Me atrapa contra el muro y la luz se vuelve inmóvil. Entonces se desprende de ella. Es Verlaine.

– Le mostré la nevera a Lukas -digo-. Si lo sumamos a lo de Jakkelsen, será condena perpetua sin posibilidad de indulto.

Se detiene a medio camino entre la luz y yo.

– Aunque te quitaran los brazos y las piernas -dice- encontrarías la manera de patalear.

Inclina la cabeza y habla consigo mismo, suena como un rezo. Entonces se adelanta hacia mí.

Primero creo que es su sombra sobre la pared pero luego, sin embargo, miró hacia atrás. Sobre el hielo aparece una rosa, de tal vez unos tres metros de diámetro, dibujada con pequeños puntos rojos que han sido salpicados sobre la pared. Entonces levanta sus pies, liberándolos del suelo en un salto, alza los brazos, se eleva medio metro en el aire y se lanza contra la pared. Se queda sentado, como un gran insecto en medio de la flor. Hasta entonces no llega el sonido. Un breve silbido. Una nube gris se desliza dentro del cono de luz que proviene de la lámpara que está en el suelo. De entre la nube sale Lukas. No me mira. Mira a Verlaine. En la mano sostiene un arpón de aire comprimido.

Verlaine se mueve. Busca algo a tientas a sus espaldas con una de sus manos. De un lugar debajo de su omóplato aparece una fina línea negra. El metal debe ser de una aleación especial para que tenga la suficiente fuerza como para sostenerle por encima del suelo. La punta ha estado a menos de un metro y medio de su cuerpo cuando Lukas apretó el gatillo. Ha entrado más o menos por donde Verlaine pinchó a Jakkelsen.

Salgo del cono de luz y paso por el lado de Lukas.

Camino hacia un sol blanco de luz ascendiente. Cuando salgo del túnel veo que hay una luz encendida que está montada sobre un soporte. Deben de haber puesto en marcha el generador. Al lado de la lámpara está Toerk. El mecánico está metido en el agua hasta las rodillas. Tardo unos instantes en reconocerle. Lleva un enorme traje amarillo con botas y casco incorporados. Estoy a medio camino entre la boca del túnel y el lugar donde están ellos, cuando Toerk me descubre. Se inclina hacia abajo. De entre el equipaje saca un tubo del tamaño de un paraguas plegado. El mecánico tiene la cara cerca de la superficie del agua. El casco impedirá que pueda oírme. Cojo mi brújula y la arrojo al agua. Él levanta la cabeza y me ve. Entonces empieza a abrir la visera. Toerk está ocupado con el paraguas. Abre el paraguas y saca un mango.

– S-Smila.

Sigo andando. A mis espaldas, en el tubo de resonancia del túnel, se oyen pasos.

– S-Sólo haré esta inmersión. Es necesaria para el trabajo que hay que hacer mañana.

– No habrá ningún mañana para ti ni para mí -le digo-. Pregúntale dónde está Verlaine.

El mecánico se da la vuelta hacia Toerk. Ve y entiende.

– El niño -digo-, ¿por qué?

En realidad hago la pregunta por el mecánico y para detener el tiempo. No porque yo necesite la respuesta. Sé lo que ha ocurrido, con la misma seguridad que si yo misma hubiera estado con ellos sobre el tejado.

Percibo a Toerk como si formara parte de mí. A través de él noto el carácter catastrófico de la situación. Las muchas bolas que tiene en juego. Falta saber hasta qué punto puede prescindir del mecánico. La necesidad de que tome una determinación al respecto. Sin embargo, su voz es sosegada, casi melancólica.

– Saltó.

Sigo andando mientras hablo. Coloca un cargador muy largo perpendicularmente al cañón.

– Fue presa del pánico.

– ¿Cómo? -pregunto.

– Quería pedirle que me diera la cinta. Pero se puso a correr, no me había reconocido. Pensaba que yo era un extraño. Estaba todo oscuro.

Quita el seguro. El mecánico no ve el arma, sólo mira el rostro de Toerk.

– Llegamos al tejado. Ya no me vio.

– Las huellas -miento-. Vi las huellas, el niño se dio la vuelta.

– Le grité, él se dio la vuelta pero no me vio.

Me mira a los ojos.

– Sordo -digo-. Era sordo. No se dio la vuelta. No podía oír nada.

Es hielo lo que hay bajo mis pies, estoy cruzando el hielo, me dirijo hacia él, de la misma manera que Isaías se alejaba de él. Es como si yo fuera Isaías. Pero, esta vez, estoy volviendo. Para rehacer algo. Acaso para probar si existe otra posibilidad.

Lukas está a cinco metros de él cuando Toerk lo ve. Ha rodeado la piedra por el otro lado, Toerk ha repartido su atención entre mi persona y el mecánico. No es posible abarcarlo todo. Ni siquiera él es capaz.

– Bernard está muerto -dice Lukas.

Sostiene el arpón por delante. Lo debe de haber vuelto a cargar. Es largo como una lanza. Con su figura demasiado erguida y demacrada parece, por un instante, un personaje de cómic. Sus pantalones se han helado convirtiéndose en una coraza de hielo. Debe de haber traspasado la capa de hielo de camino hacia la costa.

– Serás responsable -dice.

Una sacudida atraviesa el paraguas de Toerk. Una enorme mano invisible hace girar a Lukas sobre su eje. Entonces llega la detonación apagada y, mientras, Lukas ha descrito una pirueta. Vuelve a encararnos, pero ahora le falta el brazo izquierdo.

Entonces el mecánico se pone en movimiento. Al salir del agua, parece, por un breve instante, un enorme pez que salta a tierra. El paraguas tintinea sobre el hielo. Incluso despojado de él, la figura erguida de Toerk denota una gran confianza en sí mismo.

El mecánico le da alcance. Una de las aletas amarillas está encima del hombro de Toerk, la otra se cierra alrededor de su mandíbula. Entonces aprieta. Cuando la cara debajo de la cabellera rubia se va hacia atrás, inclina el casco sobre ella y ambos se miran a los ojos. Estoy esperando un ruido de vértebras que son desgarradas. El chasquido no será como el sonido de algo que se quiebra sino de algo que se pone en su sitio.

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