Linden pareció sorprendido.
– ¿Ha leído el libro de Sparrow?
– Claro. ¿Acaso va en contra de las normas de los Arlequines?
– En absoluto. Fui yo quien lo tradujo al francés y lo publicó en una pequeña editorial de París. El padre de Maya conoció a Sparrow en Tokio, y yo conocí a su hijo poco antes de que la Tabula lo matara.
– Sí, ya sé. Hablaremos de eso más tarde. ¿Cuándo veré a Vicki, Maya y Gabriel? En su correo me decía que respondería a mis preguntas cuando nos encontráramos aquí.
– Vicki y Maya están en una isla de la costa oeste de Irlanda. Maya está protegiendo a Matthew Corrigan.
Hollis meneó la cabeza y rió.
– Vaya, esto sí que es una sorpresa… Después de tantos años escondiéndose, por fin lo han encontrado…
– Lo que hemos encontrado es su cascarón… su cuerpo vacío. Matthew cruzó al Primer Dominio y algo debió de ocurrirle. No ha regresado.
– ¿Qué es el Primer Dominio? No conozco ese capítulo.
– L'Enfer. -Linden se dio cuenta de que Hollis no entendía el francés y añadió-: El inframundo. El infierno.
– Pero ¿Vicki está bien?
– Supongo que sí. Madre Bendita, una Arlequín irlandesa, entregó a Maya un teléfono vía satélite antes de marcharse. Llevamos varios días llamando y llamando, pero nadie contesta. Madre Bendita estaba muy preocupada. En estos momentos está viajando hacia allí.
– Maya me habló de Madre Bendita. Creí que había muerto.
Linden vertió el agua hirviendo en la prensa francesa.
– Le aseguro que está viva y coleando.
– ¿Y Gabriel? ¿Puedo verlo? Winston me ha dicho que está en Londres.
– Madre Bendita acompañó a Gabriel a Londres, pero luego lo perdimos.
Hollis se volvió para mirar a Linden.
– ¿De qué está hablando?
– Nuestro Viajero fue a buscar a su padre al Primer Dominio. Está vivo, pero tampoco ha regresado.
– ¿Y dónde está su cuerpo?
– ¿Por qué no se toma antes el café?
– ¡No quiero ningún maldito café! ¿Dónde está Gabriel? Es mi amigo.
Linden encogió sus anchos hombros.
– Vaya a la habitación del fondo.
Hollis salió de la cocina y caminó por el pasillo hasta que llegó a una sencilla habitación; Gabriel estaba tumbado en la cama. El cuerpo del Viajero parecía inerte, insensible, como sumido en el más profundo de los sueños. Se sentó en el borde de la cama y le tocó una mano. Aunque sabía que Gabriel probablemente no podría oírlo, le habló.
– Hola, Gabe. Soy tu amigo Hollis. No te preocupes. Yo te protegeré.
– Perfecto. Eso es precisamente lo que queremos.
Hollis se dio la vuelta y vio a Linden en el umbral.
– Le pagaremos quinientas libras a la semana -añadió el Arlequín.
– No soy un mercenario y no me gusta que me traten como si lo fuera. Protegeré a Gabriel porque es mi amigo, pero antes quiero asegurarme de que Vicki está bien. ¿Lo ha entendido?
Hollis era partidario de una aproximación agresiva cuando alguien se empeñaba en darle órdenes, pero en esos momentos no estaba tan seguro. Linden se acercó y sacó una pistola automática de la sobaquera. Al ver el arma y la fría expresión del francés, Hollis se vio al borde de la muerte. «Este cabrón va a matarme…»Linden sujetó la pistola por el cañón y se la ofreció.
– ¿Sabe cómo usar esto, monsieur Wilson?
– Por supuesto. -Cogió el arma y se la metió en el cinturón.
– Madre Bendita llegará a la isla mañana. Allí verá a la señorita Fraser y ella le dirá si quiere volver a Londres. Estoy seguro de que usted podrá reunirse con ella en cuestión de días.
– Gracias.
– Nunca dé las gracias a un Arlequín. No hago esto porque usted me caiga simpático. Necesitamos otro guerrero, y usted ha llegado en el momento oportuno.
Hollis y Winston salieron a dar una vuelta por Chalk Farm Road. La mayoría de las tiendas de aquella calle vendían algo relacionado con la rebeldía: cazadoras y pantalones de cuero negro de motorista, vestidos de vampiresa gótica o camisetas con mensajes obscenos. Punks con el pelo de punta y teñido de verde deambulaban en grupos disfrutando de las miradas de los paseantes.
Compraron queso, leche, pan y café. Luego, Winston condujo a Hollis hasta una puerta, situada entre un salón de tatuajes y una tienda que vendía disfraces de hada. En el piso de arriba había una habitación con una cama y un televisor. El baño y la cocina estaban fuera, al final del pasillo.
– Esta va a ser su casa -le dijo Winston-. Si necesita algo, estaré todo el día en la tienda.
Cuando Winston se hubo marchado, Hollis se sentó en la cama y comió un poco de pan con queso. Olía a curry. Oyó el sonido de las bocinas de los coches. En Nueva York podría haber encontrado una forma de escapar, pero allí se sentía rodeado por la Gran Máquina. Todo habría sido distinto si Vicki hubiera estado con él, si pudiera oír su voz. El amor de aquella mujer hacía que se sintiera más fuerte. El amor te elevaba. Te conectaba con la luz.
Antes de ir al baño a darse una ducha, pegó un trozo de chicle entre la puerta y el marco, cerca del suelo. El plato de la ducha estaba mohoso, y el agua salía tibia. Cuando se vistió y regresó al cuarto, vio que el chicle estaba despegado.
Dejó la toalla y la pastilla de jabón en el suelo y sacó la automática. Nunca había matado a nadie, pero iba a hacerlo. Estaba seguro de que la Tabula lo esperaba. Lo atacarían en cuanto atravesara la puerta.
Sosteniendo la pistola en la mano derecha, introdujo la lleve con el mayor sigilo posible. «Uno», contó. «Dos y… ¡tres!» Giró el picaporte, aferró la pistola y entró de un salto.
Maya estaba junto a la ventana.
A primera hora de la mañana del día siguiente, Maya trepó al tejado del antiguo hospital para caballos, en el centro del mercado de Camden. Los caballos y el matadero habían desaparecido a finales de la era victoriana, y el edificio de dos plantas estaba ocupado por tiendas que vendían jabón natural y alfombras tibetanas. Nadie se fijó en ella mientras permaneció de pie junto a la veleta con la silueta de un caballo a galope.
Desde allí observó a Hollis cruzar el mercado y entrar en el túnel de ladrillo que conducía a las catacumbas. Linden había pasado la noche en la tienda de instrumentos de percusión, y Hollis tenía que avisarla cuando el Arlequín francés saliera del apartamento secreto.
Había pasado las últimas veinticuatro horas yendo de un lado a otro de Londres. Cuando el incendio en Vine House, ayudó a Jugger y a sus amigos a salir del jardín trasero. Luego, los cuatro tomaron un taxi cerca de Vauxhall Bridge que los llevó hasta un apartamento vacío en Chiswick, propiedad del hermano de Roland. Los free runners estaban acostumbrados a vivir fuera de la Red, y los tres prometieron a Maya que permanecerían ocultos hasta que las autoridades dejaran de investigar la muerte de los dos cadáveres de la furgoneta de la floristería.
Gabriel había dicho a Jugger que se alojaba en una tienda de instrumentos de percusión del mercado de Camden, de modo que Maya supuso que Linden y Madre Bendita lo estaban protegiendo. Pasó el resto del día vigilando la entrada de las catacumbas, hasta que Hollis llegó a la tienda. Madre Bendita la habría matado por aquel acto de desobediencia, pero Hollis era un amigo. El podría organizar las cosas para que Maya pudiera ver a Gabriel sin correr peligro.
Estaba de pie en el tejado cuando Linden salió del túnel de ladrillo. El Arlequín, con la espada en el estuche metálico colgada al hombro, fue a desayunar a un café con vistas al canal. Diez minutos más tarde, Hollis salió del túnel e hizo una seña a Maya. Despejado.
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