De pie, en medio de la sala de mantenimiento, Maya repasó sus opciones con la implacable claridad de un Arlequín. Los hombres de la Tabula se movían con presteza y seguramente no esperarían un contraataque. Hasta ese momento había fracasado en su deber de proteger a Gabriel, pero había una manera de compensar sus errores: los Arlequines estaban condenados por sus acciones, pero su sacrificio los redimía.
Se quitó la mochila y la dejó en el suelo. Utilizando los indicadores y las válvulas de regulación como apoyo, trepó hasta una de las tuberías de vapor y subió hasta la que había encima. Se hallaba a cuatro metros del suelo, justo enfrente de la entrada a la sala. El aire era tan caliente que le costaba respirar. Desenfundó el revólver y aguardó. Las piernas le temblaban por el esfuerzo y tenía el rostro empapado por el sudor.
La puerta se abrió bruscamente y un hombre corpulento y con barba se agachó en el umbral. El mercenario sostenía una pistola con una mira láser montada bajo el cañón. Miró rápidamente a un lado y a otro y dio un par de pasos. Maya saltó y disparó mientras caía. Una de la balas acertó al mercenario en el cuello, y el hombre se desplomó.
Maya aterrizó en el suelo, rodó hacia delante y se puso en pie de un salto. Vio que el cuerpo del mercenario muerto bloqueaba la puerta y la mantenía abierta. Varios láser rojos bailaron en la penumbra del corredor. Maya corrió a cubrirse. Un proyectil rebotó en las paredes y se estrelló contra uno de los indicadores, que escupió un chorro de vapor. Estirada en el suelo, se preguntaba dónde podría esconderse cuando la mano de Alice surgió de entre las tuberías.
Cuando otra bala se estrelló contra la pared, Maya se arrastró hasta situarse detrás de la conducción. Estaba justo detrás de Alice, y la muchacha que le devolvió la mirada no parecía asustada o enfadada, más bien la estudiaba como el animal enjaulado que contempla a un nuevo compañero de cautiverio. Maya sujetó el revólver con ambas manos y se preparó para incorporarse y abrir fuego.
– Maya… -La voz de un hombre le llegó de alguna parte del oscuro túnel. Tenía acento estadounidense. Era una voz tranquila, en absoluto asustada-. Maya, soy Nathan Boone, jefe de seguridad de la Fundación Evergreen.
La Arlequín sabía quién era Boone: el mercenario de la Tabula que había asesinado a su padre en Praga. Se preguntó por qué se dirigía a ella. Quizá intentaba enfurecerla para que se decidiera a lanzarse a cara descubierta.
– Estoy seguro de que está ahí, Maya -dijo Boone-. Acaba de matar a uno de mis mejores hombres.
Según una de las normas de los Arlequines, solo debías hablar con el enemigo cuando hacerlo pudiera proporcionarte algún tipo tic ventaja. Su intención era permanecer en silencio, pero entonces se acordó de Gabriel. Si conseguía entretener a Boone, el Viajero tendría más tiempo para escapar.
– ¿Qué quiere? -preguntó.
– Si no lo deja salir de ese cuarto, Gabriel morirá. Le prometo no herirlo, ni a él ni a Vicki, y tampoco al guía.
Maya se preguntó si Boone sabía que Alice estaba allí. Si se enteraba de que la muchacha había sobrevivido a la matanza de New Harmony, sin duda la asesinaría.
– ¿Y qué hay de Hollis?
– Tanto él como usted decidieron enfrentarse a la Hermandad. Ahora tendrán que afrontar las consecuencias.
– ¿Y por qué debería confiar en su palabra? Al fin y al cabo, usted asesinó a mi padre.
– Él eligió su muerte. -Boone parecía molesto-. Le ofrecí una alternativa, pero era demasiado testarudo y no la aceptó.
– Tenemos que hablarlo. Denos unos minutos.
– No hay tiempo. No hay alternativa. No caben negociaciones. Si es usted una verdadera Arlequín, querrá salvar al Viajero. Dígales que salgan al túnel; de lo contrario, los que están en ese cuarto morirán. Tenemos ventaja técnica.
«¿A qué se refiere? ¿De qué ventaja técnica habla?», pensó Maya. Alice Chen seguía mirándola. La muchacha tocó con la palma de la mano la tubería caliente que había por encima de ella y extendió los dedos, mostrándoselos, como si quisiera comunicarle un mensaje.
– ¿Qué intentas decirme? -le preguntó Maya en un susurro.
– ¿Qué has decidido? -gritó Boone desde el otro lado del corredor.
Silencio.
Una bala impactó en uno de los fluorescentes que colgaba del techo. Le siguió una ráfaga, y la iluminación voló en pedazos que rebotaron contra las tuberías y cayeron al suelo.
Cuando la sala quedó a oscuras, Maya comprendió lo que Alice había querido decirle: Boone y sus mercenarios disponían de visores nocturnos. Sin luz en la habitación, podrían ver a sus objetivos, mientras que ella estaría ciega. El único modo de escapar a los visores infrarrojos era enfriar el cuerpo o arrimarse aun objeto caliente. Alice lo sabía, por eso había preferido quedarse con ella y ocultarse tras las ardientes tuberías.
El tiroteo empezó de nuevo. Dos rayos láser apuntaron al segundo fluorescente. Alice se apartó de la tubería y miró el cuerpo sin vida del mercenario que yacía en el umbral.
– ¡No te muevas! -le gritó Maya.
Pero la muchacha corrió hacia el cadáver. Al llegar a él, se agachó, haciéndose lo más pequeña posible, y le quitó un artefacto que llevaba colgando del cinturón. Cuando se levantó, Maya vio que había cogido unas gafas de visión nocturna con sus baterías correspondientes y el arnés para sujetarlas a la cabeza. Se las entregó y regresó a su escondite tras la tubería.
Una bala acertó a la lámpara y la sala quedó sumida en la oscuridad. Era como estar en una caverna enterrada en las profundidades de la tierra. Maya se puso las gafas de visión nocturna, conectó el iluminador, y la habitación se transformó de inmediato en distintos tonos de verde. Cualquier cosa que estuviera caliente -las tuberías de vapor, los indicadores, las válvulas de regulación, su mano-brillaba con un llamativo color esmeralda, como si fueran radiactivos. El color verde claro de las paredes y el suelo de hormigón le recordó el de las hojas recién brotadas.
Maya se asomó por encima de la tubería y vio que una forma brillante se acercaba por el corredor hasta la puerta. La figura, que llevaba una escopeta de cañones recortados, pasó con cuidado por encima del muerto.
Maya se ocultó tras la tubería y apoyó la espalda contra el caliente metal. Le resultaba imposible predecir la posición del mercenario mientras se desplazaba por la sala. Lo único que podía hacer era planear su propio ataque. Maya notó cómo la energía fluía por sus hombros y sus brazos, hasta la pistola que sostenía en sus manos. Respiró profundamente, contuvo la respiración y rodeó la tubería.
Un tercer mercenario armado con un subfusil estaba en la entrada. La Arlequín le disparó tres veces al pecho. Se produjo un estallido de luz mientras la fuerza de los proyectiles lo arrojaba hacia atrás. Antes incluso de que el mercenario se desplomara, Maya ya se había dado la vuelta y acabado con el de la escopeta de cañones recortados.
Silencio. El olor de la cordita se mezcló con el olor a moho y descomposición del cuarto de mantenimiento. A su alrededor, las tuberías brillaban con un verde intenso.
Maya se quitó las gafas de visión nocturna, las guardó en la mochila, localizó a Alice y la cogió de la mano.
– Sube -susurró-. Simplemente sube.
Treparon por la escalerilla, pasaron por el agujero y llegaron a una zona situada justo debajo de una tapa de inspección abierta. Maya se detuvo unos segundos y por fin se decidió: era demasiado peligroso entrar en la zona de las vías. Cogió a la muchacha de la mano y la condujo por un túnel que se alejaba de la estación.
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