Adriana Trigiani - Valentine, Valentine

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Valentine, la segunda de las tres hermanas de una familia de origen italiano afincada en Nueva York, nunca ha sido considerada ni la más guapa, ni tampoco la más lista. Ella es, simplemente, lagraciosa. A sus treinta y tres años todos la presionan para que se case y funde una familia tradicional, pero Valentine se siente realizada con su vida, en la que la pasión que comparte con su fascinante abuela por la confección de zapatos de novia ocupa el primer lugar.

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– Cariño, ¿qué haces aquí? -pregunta Roman.

Dejo de verle a él y pongo la mirada en ella, que está avergonzada y aparta la vista.

– Ganamos los escaparates de Bergdorf -digo, luego doy media vuelta hacia el comedor.

No soy muy buena en esta clase de escenas, son demasiado dramáticas para mí. Me dirijo a la puerta con ritmo rápido. No puedo decir que estoy enfadada, estoy anonadada. Por supuesto, como Tess con tanto empeño apunta, si alguna vez hay alguna crisis, hay que ir con Valentine, ella siempre está dispuesta a ayudar, porque permanece rotundamente en la negación durante las veinticuatro horas siguientes a que el hecho horrible ocurra. Pongo la mano en la puerta para salir. La empujo para abrirla. Roman está detrás de mí.

– Espera -dice.

Estoy en la acera, no estoy esperando.

– Buenas noches, Roman.

– Para. Me lo debes.

Ahora sí que estoy enfadada. Cada palabra que pronuncia es una excusa para ser ruin con él.

– ¿Qué es exactamente lo que te debo?

– Deja que te explique.

La sola idea de que salga con una excusa para lo que he visto me subleva. Quiero gritar, pero estoy tan furiosa que no me salen las palabras.

– Es la maître que pensaba contratar, pero ahora no lo haré.

– ¿Sabes qué, Roman? No me trago el cuento. -Me doy la vuelta para irme.

Me detiene de nuevo y dice:

– Mira, aquí no está pasando nada. Bebió un poco de vino, por eso estaba coqueteando.

– Me encanta la defensa basada en el alcohol. -Otra vez me doy media vuelta, pero en esta ocasión porque tengo lágrimas en los ojos. Demasiado para la regla de las veinticuatro horas de Tess, esta noche la he roto en sólo treinta segundos. Le dejaré verme llorar. No me importa-. Roman, tu idea de una relación es verme cuando puedes. Soy como masilla para las paredes. Me metes entre las cosas importantes.

– Tú estás tan ocupada como yo -dice, y su expresión se suaviza-. Creo que te gusta la idea de estar conmigo, pero creo que yo no soy para ti.

Si yo fuera más joven y él fuera otra persona, pensaría que esto es alguna clase de recriminación, diseñada para distraerme de la indiscreción sexual de la cocina. Pero no es una recriminación, él tiene razón. Me gusta que esté ahí cuando le necesito, pero yo tampoco estoy muy presente en esta relación.

– Lo siento. -Me resulta casi imposible decir lo siento, pero lo hago. Y luego digo la cosa más difícil de decir de todas, porque la creo-. Te amo, de verdad.

Roman me mira, luego niega con la cabeza, como si no pudiera asimilarlo.

– Creo que hay algo más.

– ¿Estás de broma? Yo soy la que te acaba de pillar en la cocina con una mujer.

– No me has pillado. Ha sido algo inocente. Desde que volviste de Italia has estado distante y no me permites acercarme a ti. Te he rogado que me perdones por haberme perdido las vacaciones. He tratado de compensarte. Otras personas tienen carreras exigentes y lo solucionan. Creo que nuestras agendas son sólo excusas. No tenemos lo que hace falta. Simplemente no lo tenemos.

– Yo creo que sí.

La idea de perderle me hace sentir desesperada. Experimento una oleada de pánico, le prometería cualquier cosa sólo para que me diera otra oportunidad. Quiero una oportunidad para hacerlo bien, para demostrar mis sentimientos, entregarme, comprometerme y mostrarle cuánto le amo. Mi mente se llena de imágenes con él, las últimas Navidades tostando nubes con los niños en la terraza, jugando a baloncesto con mis sobrinas, cogiendo del brazo a la abuela en la calle sin ningún motivo. No estoy lista para despedirme de este buen hombre. Pero no sé cómo ayudarle a entender quién soy y de lo que soy capaz, porque no le he dado ningún indicio de la persona que soy. La mayoría del tiempo no hemos mantenido una relación demasiado íntima, más bien ha sido distante, y no sé por qué.

– Valentine, si esto es auténtico, entonces deberíamos intentarlo.

– Necesito pensar en ti, Roman. No quiero que esto se convierta en una tirita gigante que termina con nosotros en la cama, para suavizarlo todo y que sigamos bien durante un par de semanas, y que esto… vuelva a ocurrir. Hay algo mal y necesito averiguar qué es. Mereces algo mejor.

– ¿Lo dices en serio? -exclama. Hay un gesto en su cara que no le he visto en mucho tiempo: esperanza.

– Además, besé a un hombre en Capri. Ya está, ya lo he dicho. Me hacía sentir mal, lo siento. Lo siento mucho. La verdad es que no tengo derecho a entrar con paso firme en el Ca' d'Oro y juzgarte por verte con la rubita cuando yo hice algo tan estúpido.

– ¿Por qué? -me pregunta.

– Estaba furiosa contigo. Eso fue todo.

– Me tranquilizas.

– ¿Qué? -digo. No puedo creer que ésta sea su reacción, ¿dónde está la cólera? Los celos.

– Sabía que algo iba mal y ya me lo has dicho.

– Aún quiero estar contigo -le digo.

– Y yo quiero que funcione -admite.

– Bueno, ve dentro y dile a esa ma î tre que la plaza está ocupada.

– ¿Quieres venir conmigo? -dice sin soltarme la mano.

– No creo. -Le beso-. Ven a casa esta noche.

– ¿Y Teodora?

– Le cerraré la puerta y pondré la radio con Cousin Brucie. No oirá nada.

– Nos vemos después -dice.

– Toma -digo. Busco en mi bolso y le doy un juego de llaves, las llaves que he intentado darle durante meses. Penden de un llavero del hotel Quisisana.

Roman mira el llavero y dice:

– Estás decidida.

– Sí, lo estoy.

Me doy media vuelta, camino calle abajo y cuando llego a la esquina miro hacia atrás. Él sigue ahí, observándome. Le saludo con la mano. Me ama. Eso es algo que no estoy preparada para perder.

– Abuela, ¡ya estoy en casa! -grito desde el hueco de la escalera. Estoy deseando quitarme este vestido, ponerme el pijama y terminar nuestra discusión acerca de Dominic. Quiero dejar a la abuela dormida antes de que llegue Roman. Esta noche quiero confiarle mis pensamientos sobre Roman y que besé a Gianluca, y preguntarle qué haría si estuviera en mi lugar. Creo que ella elegiría a Roman, igual que yo.

– Abuela, ya estoy en casa -grito de nuevo mientras entro en la cocina. El televisor está encendido y ella no está en su silla. Qué raro, suele apagar el aparato antes de subir. Pongo mi bolso en la mesa y me empiezo a quitar el abrigo, luego veo los pies de la abuela en el suelo, detrás de la encimera. Me apresuro hacia la encimera. La abuela yace en el suelo. Me arrodillo junto a ella, respira, pero no responde cuando le digo su nombre. Cojo el teléfono y marco el 911.

La ambulancia ha trasladado a la abuela al hospital de Saint Vicent. Despertó en casa, pero estaba confundida y no recordaba haberse caído. Mis padres llegaron pronto al hospital, a esta hora de la noche casi no hay tránsito de Queens a la ciudad. Tess, Jaclyn y Alfred cruzan las puertas, sus caras están llenas de temor. Son casi las diez de la noche, pero la abuela ha pedido a mi madre que llamara a su abogado, su viejo amigo Ray Rinaldi, que vive en Charles Street. Mi madre ha hecho exactamente lo que ella le ha dicho y ahora Ray está dentro de la UCI con ella.

Roman empuja la puerta de cristal y corre hacia mí.

– ¿Cómo se encuentra?

– Está débil. No sabemos qué ha pasado -dice mi madre.

La abuela nunca ha enfermado ni ha sufrido ninguna clase de herida grave. Mi madre no está acostumbrada a esto y ahora está asustada. Mi padre la rodea con sus brazos. Ella grita:

– No quiero perderla.

– Está en buenas manos. Se pondrá bien -consuela Roman a mi madre-. No te preocupes.

Una enfermera sale de la UCI, examina al grupo y dice:

– ¿Hay aquí alguna Clementine?

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