Adriana Trigiani - Valentine, Valentine

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Valentine, la segunda de las tres hermanas de una familia de origen italiano afincada en Nueva York, nunca ha sido considerada ni la más guapa, ni tampoco la más lista. Ella es, simplemente, lagraciosa. A sus treinta y tres años todos la presionan para que se case y funde una familia tradicional, pero Valentine se siente realizada con su vida, en la que la pasión que comparte con su fascinante abuela por la confección de zapatos de novia ocupa el primer lugar.

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June intenta levantarme el ánimo respecto a la competición de Bergdorf contándonos una larga historia sobre su tío. Convencido de que ganaría la lotería, solía comprar billetes semana tras semana y, cuando estaba a punto de morir, mandó a su hijo a comprar un billete. Murió y el billete ganó cinco mil dólares. La moraleja de la historia es: debo morir para que nuestros zapatos aparezcan en los escaparates de Bergdorf, aunque no creo que June haya tenido esa intención al narrarnos esa historia.

– Ya está -digo, y sostengo unos zapatos planos negros adornados con un ala de ángel decorada con joyas plateadas. Mi primer par de zapatos de uso diario para cualquier mujer, la primera muestra para el lanzamiento de la colección secundaria de la compañía de zapatos Angelini. He llamado a la colección Zapatos Ángel, inspirándome en nuestro cartel yen las alas que dibujé en Capri. También porque, como todo nuevo proyecto y en especial en uno tan precario como éste, no hace daño apelar a los poderes divinos para que las cosas se inclinen a nuestro favor. No tengo ningún problema en fiarme de los ángeles o en invocar a todos los santos en este aspecto o en cualquier otro.

Coloco el zapato terminado encima de la mesa de trabajo. La abuela y June lo examinan. June silba, la abuela lo coge y dice:

– Es enigmático.

– Funcional -añade June.

– Ahora sólo tengo que buscar la manera de producirlo en serie.

– Lo harás -dice la abuela con alegría.

Desde que volvimos de Italia es como si la abuela estuviera a las mil maravillas. Revolotea por el apartamento, realiza su trabajo con entusiasmo e incluso ha abordado algunos proyectos que juró que nunca haría, como limpiar el armario de la antigua habitación de mi madre. Incluso visitamos al doctor Sculco, que le dará nuevas rodillas el primero de diciembre, con suficiente tiempo de rehabilitación antes del año nuevo.

Mientras ella se ocupa reorganizando, yo me ocupo investigando la manera de lograr que se produzca mi nueva colección de zapatos. Estoy decidida a que los zapatos se confeccionen en Estados Unidos, para que pueda supervisar la producción. Por supuesto, debo tener la mente abierta porque, después de todo, se trata de un nuevo campo para mí y no hay ningún maestro que pueda enseñarme los procedimientos. En el acuerdo de negocios con Alfred sólo conseguí tiempo. Es mi socio con todos los derechos y tiene una participación del cincuenta por ciento. Cuento con un año para lograr un margen de beneficio en la tienda que le impida vender el edificio sin mi consentimiento. Trato de no pensar en los seis millones de dólares que me liberarían para siempre de esta sociedad, sino más bien en aceptar esta aventura zapato a zapato. Oímos el timbre del vestíbulo.

– Estoy listo para descorrer el velo -dice Bret desde la entrada. Luego pasa a través de la puerta del taller-. ¿Cómo vamos?

– Saluda al primer par de zapatos Ángel -digo con la muestra en las manos. Mientras Bret la examina pongo el plan de negocios sobre la mesa-. Aquí está el análisis detallado del coste de los zapatos. He encontrado algunos materiales innovadores en Italia; de hecho, ésta es una tela que remeda el cuero. La comercializaremos como tela, no como imitación del cuero, lo que puede ser atractivo para el cliente y mantener el precio bajo. Los mismos zapatos en cuero incrementan treinta y tres centavos de dólar su precio base. Encontré los nuevos materiales en Milán. ¿Qué piensas?

– Val, en verdad tendrás éxito. Me alegra haber presentado tu plan a los inversores. ¿Alguna noticia sobre los escaparates Bergdorf?

– Les llevé el prototipo. No contaría con ganar ese concurso, Bret. La competición es feroz y francesa, dos elementos imbatibles en el mundo de la moda.

– Diré a los inversores que fuiste escogida por Rhedd Le-wis para la competición y espero que hayan firmado la línea punteada antes de que Rhedd anuncie el veredicto.

– Me parece un plan excelente. -Sonrío agradecida a Bret cuando empieza a sonar mi móvil. Lo cojo.

– Val, soy tu madre. Ve al New York Hospital. Jaclyn está dando a luz! ¡Trae a mamá! -Mi madre me cuelga en un evidente ataque de pánico.

– Jaclyn está pariendo en el New York Hospital.

– Coge mi bolso -dice la abuela con tranquilidad.

La entrada al New York Hospital se parece mucho a la de los bancos antiguos, hay mucho cristal, un vestíbulo enorme, puertas giratorias múltiples y gente, muchísimas personas que esperan en filas. Tengo a mi madre en el móvil, lo usa como aparato de rastreo para describir cada uno de los giros y vueltas que nos llevarán hasta la planta de la maternidad.

– Sí, sí, lo sé…, no se permiten móviles. Lo apagaré en un minuto. Sólo tengo que hacer que lleguen mis familiares -oigo que mi madre responde a una voz apagada en el fondo.

La abuela y yo logramos encontrar la sala de maternidad en la sexta planta, donde mi madre nos espera. Cuando se abren las puertas del ascensor le digo:

– ¿Cómo está?

– El bebé llegará en cualquier momento. Es lo único que sabemos. ¡Ya le dije a todo el mundo que el médico calculó mal! Jaclyn ha engordado muy rápido. Alguien no hizo bien las cuentas.

Seguimos a mi madre hasta la sala de espera. Mi padre está leyendo un ejemplar gastado de Forbes, mientras Tess aleja a Charisma y a Chiara de la gente con la que no estamos emparentados. La abuela se sienta en el sofá y yo tomo la silla que está junto a mi padre.

– Llegamos demasiado pronto -me susurra la abuela tras la primera hora-. Esto podría tardar horas.

– ¿Recuerdas cuando nació Jaclyn? -dice Tess, y se sienta junto a mí.

– Le pusiste el nombre de tu ángel de Charlie favorita, Jaclyn Smith. Todavía no puedo creer que mamá lo aceptara. -Pongo el brazo alrededor de Tess.

La señora McAdoo aparece con su hermana; esperan pacientemente durante una hora y luego se marchan. Para ser justos, éste es el nieto número catorce de la señora McAdoo, así que la emoción, en esencia, se ha ido.

Al final Tess también se da por vencida y lleva a Charisma y Chiara a casa. Mi padre duerme en el sofá y ronca tan alto que las enfermeras piden que lo movamos. Y luego, después de seis horas, dos rondas de café del Starbucks y una hora y media de Anderson Cooper sin volumen en la televisión de la sala de espera. Pasados diez minutos de la medianoche del 15 de junio de 2008, Tom sale del paritorio y anuncia:

– Es una niña. Teodora Angelini McAdoo.

Mi madre grita. La abuela, sincera y sorprendida, aplaude. Mi padre abraza a Tom y le da palmadas en la espalda. Mi madre coge el móvil y llama a Tess y luego a Alfred, los informa de la llegada del miembro más nuevo de nuestra familia. La abuela, mi madre y yo vamos a la sala de recuperación a ver a Jaclyn, que descansa en la cama sosteniendo a su hija. Está agotada e hinchada, sus ojos, por lo habitual grandes y límpidos, están enterrados en su cara como pasas encima de una madalena integral. Alza la vista hacia nosotros.

– ¿Es hermosa, verdad? -murmura Jaclyn. Nos agrupamos alrededor de ella y la arrullamos-. Nunca jamás -dice, y su expresión pasa de la alegría a la resolución-. Nunca jamás.

En el taxi de camino a casa reviso el móvil. Escucho los mensajes. Hay tres de Roman, el último bastante conciso. Le llamo. Contesta. Ni siquiera le digo hola.

– Cariño, lo siento, Jaclyn tuvo al bebé. Pasamos la noche en el hospital.

– Qué buena noticia -dice-, ¿por qué no me has llamado?

– Ya te lo he dicho, estaba en el hospital.

– Te he dejado mensajes en todas partes.

– Roman, no sé qué decir, estaba tan ensimismada. Apagué el teléfono. Lo siento. ¿Quieres que vaya ahora?

– ¿Sabes qué? Dejémoslo para otro día. Podemos hacer esto otra noche -dice, se le nota agotado; en realidad, más molesto que cansado.

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