Conforme mis ojos se sumergen en la lista de visitantes, advierto a Gianluca. Trato de no reaccionar. En Estados Unidos se ve más guapo que en cualquier otro momento que recuerde en Italia, más joven, lleva una cazadora de cuero, un jersey y téjanos desteñidos. Se me hace un nudo en la garganta al verlo, pero culparé al aire seco del hospital. Pamela y Alfred están lejos de la cama, cerca de la ventana.
– ¿Qué está pasando? -digo con suavidad. Aprieto la bolsa de comida que tengo en la mano porque parece ser la única cosa real en esta habitación.
Mi madre me pone su brazo sobre los hombros y dice:
– Cuando Dominic supo que mi madre estaba en el hospital, tomó un avión. Evidentemente, Ray Rinaldi tenía instrucciones de llamarle en cualquier momento que la abuela enfermase o estuviera necesitada de… algo.
Mi madre me mira confundida. No sabía nada de Dominic y ahora, de repente, descubre que Dominic Vechiarelli es el primer nombre en la lista de contactos de emergencia de la abuela.
– Ah, estás aquí… -balbuceo al mirar a Gianluca.
– He viajado con mi padre. No me pareció sensato que viajase solo -explica Gianluca, sin quitar los ojos de Roman.
Roman frunce el ceño mientras devuelve la mirada a Gianluca. Sospecha que éste es el hombre que besé. Pero se sobrepone a sus suspicacias y dice:
– He traído panna cotta para la abuela, como le gusta cómo la preparo… -Mete las manos en los bolsillos y me mira.
– Ahora que Valentine está aquí, ya puedo preguntarle a Teodora algo que he deseado preguntarle desde el verano. Por favor, venid, entrad todos -anuncia Dominic.
– No hay espacio -dice Tess con alegría desde el marco de la puerta.
– Por favor, apretaos -dice mi madre-. Somos una familia italiana extensa, lo nuestro es la solidaridad -anuncia, como si con eso se disculpara de las reducidas habitaciones de este hospital. El grupo se mueve para acomodar a mis hermanas y a sus esposos.
Dominic sostiene las manos de la abuela, la mira a los ojos y dice:
– ¿Quieres casarte conmigo?
La habitación permanece en absoluto silencio excepto por el bip del monitor que controla el pulso de la abuela.
Luego, mi madre dice inesperadamente:
– Dios mío, mamá, ni siquiera sabía que salías con alguien.
– Desde hace diez años. Desde que tu padre murió -dice la abuela con suavidad.
– ¿Quieres decir que hubiera podido alegrarme por ti hace diez años y que no me lo has dicho? -aúlla mi madre-. ¡Honestamente, mamá!
– Mike, por el amor de Dios, alégrate por ella ahora -dice mi padre-. Mírala. Su cabeza se ha roto como un coco y no para de sonreír. Es buena señal.
– Dejadle responder -interrumpo. Aguanto la respiración. Un sí de la abuela significa que llega a su fin la vida que adoro. Dominic, las colinas de Arezzo y la isla de Capri se quedarán con ella más rápido de lo que tardo en decir Gian luca. Pero la verdad es que la amo mucho, anhelo su felicidad más que la mía. Cruzo los dedos para que pronuncie el sí.
– Sí, Dominic, me casaré contigo -le dice la abuela. Dominic la besa con ternura.
Al oír la palabra «sí», mi familia, incluyendo a mi madre, quedan congelados, por decirlo de algún modo, como si vieran cómo explota una sartén con buñuelos en el fogón. Depende de mí suavizar la impresión. Después de todo, yo sí lo sabía.
– ¡Enhorabuena! -digo. Voy hacia la abuela y la rodeo con mis brazos intentando evitar la intravenosa en su brazo-. Me alegro muchísimo por ti.
Las lágrimas me inundan los ojos, pero en verdad estoy llena de felicidad por mi valiente abuela, que me enseña, incluso en este momento, cómo correr un riesgo, cómo vivir.
Siento que mis hermanos se congregan alrededor de mí.
Jaclyn empieza a llorar y dice:
– ¡Yo tampoco sabía que tenías novio! Me gustaría que todos dejaran de protegerme. Puedo manejarlo.
Mi madre dice «postpartum» a Gianluca mientras coge entre sus brazos a Jaclyn. Tess abraza a Alfred mientras mi padre se acerca a Dominic y le aprieta la mano. Dominic se pone de pie y abraza a mi padre.
– ¿Abuelo? -dice mi padre a Dominic, luego nos mira y se encoge de hombros-. Saludad todos al… abuelo.
Mis hermanas se ríen. De pronto, todos nos reímos. La familia completa.
Me parece justo afirmar que cuando las cosas se derrumban en mi vida, lo hacen en todos los sentidos. Así es como el destino se asegura de que he aprendido la lección. Sólo hay un lugar donde podría ordenar mis pensamientos y discernir lo que significa para todos la nueva vida de la abuela. Aquí, lejos de la refriega, en nuestra terraza.
Me escabullí del hospital y dejé que la abuela celebrase su compromiso con la familia. Roman debía volver al restaurante y lo guié a la salida, pero se sintió honrado de presenciar la proposición de Dominic, incluso me besó en la calle, inspirado por el amor que había visto en la habitación 317.
Observo un atasco en la West Side Highway, hay una retención desordenada de coches en la intersección, luces intermitentes, cláxones, algunos gritos apenas audibles. Pero en vez de desear que el ruido de la ciudad se atenúe, deseo que haya más, para que ahogue los pensamientos en mi cabeza.
La nueva imagen de mi abuela prometida en matrimonio en la cama del hospital ha marcado el fin de una época. Sin olvidar el hecho de que ahora soy la única mujer soltera de mi familia, aunque también me parece que la única sensata, que sabe lo que significa este cambio, en este momento y en el futuro. La verdad es que la abuela se casará y se irá. Mis hermanas criarán a sus familias. Mi madre se asegurará de que mi padre coma tofu con pasta integral porque esto le garantiza que él vivirá y evitará una recaída del cáncer de próstata. Mi hermano, tan pronto como terminé el brindis con champaña en honor de la boda de la abuela, pondrá el cartel «En venta» en el número 166 de Perry Street y nos dejará, a mí y a la compañía de zapatos Angelini, sin techo.
El sol se sumerge profundamente en la neblina que flota encima de Nueva Jersey y crea una franja violeta en el horizonte. El viento golpea la puerta de la terraza detrás de mí. No me vuelvo para asegurarme de que sólo es el viento, mantengo la mirada sobre el río Hudson, que muestra suaves remolinos y matices púrpuras del color del cristal de carnaval mientras dura la puesta de sol.
– ¿Valentina? -dice una voz detrás de mí.
– Si no eres Salvatore Ferragamo con una oferta de trabajo o Carl Icahn con un cheque para salvar esta compañía de zapatos…, vete.
De pronto, un poco más de un 1,80 de auténtico italiano se acerca a mí. Aunque tuviera los ojos cerrados sabría con certeza, por el olor a cedro, limón y cuero, que se trata de Gianluca Vechiarelli. Si fuera mi madre, o una de mis hermanas, me lanzaría a sus brazos. En momentos de desesperación les agrada apoyarse en un hombre, pero a mí no. Cruzo los brazos sobre mi pecho, doy un paso atrás para alejarme de él y dejo espacio suficiente para que pueda admirar el bajo Manhattan desde nuestra terraza.
– Te puedes quedar en la habitación púrpura. Tu padre que se quede en la de la abuela. El cuarto de baño está al final del vestíbulo, pero ya lo sabes, porque has pasado por ahí para llegar a la terraza.
– Gracias, pero nos quedamos en un hotel. The Maritime -dice.
– No hace falta. Vosotros sois familia.
– ¿No estás contenta con el compromiso? -me pregunta.
– Por ella, por la abuela, sí, y por Dominic, claro que estoy contenta.
– Va bene.
– ¿Y tú? ¿Te va bene a ti también?
Gianluca se encoge de hombros y frunce los labios, su boca es una línea recta. Son sus labios evasivos. Recuerdo esta expresión de la fábrica de seda del Prato, cuando yo sostenía una adorable pero evidentemente inútil selección de satén duquesa.
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