– Será mejor que nos vayamos.
Gianluca y yo caminamos hasta el pie de la escalera, debajo de la entrada del Spolti Inn. La abuela y Dominic ríen, procuran que su despedida sea alegre. Toco el brazo de la abuela, pero ellos continúan hablando mientras caminamos hacia el coche. Dominic ayuda a la abuela a entrar en el coche y Gianluca me sostiene la puerta. Me introduzco y él la cierra, y comprueba la manija como hizo cuando fuimos a Prato.
La abuela se hunde en el asiento cuando pongo en marcha el coche. Se mueve a cámara lenta. En cambio yo lo único que quiero es dejar atrás este toscano lugar pueblerino (en palabras de mi padre) y llegar al aeropuerto, dejar a la abuela y recoger a Roman y, por fin, dar rienda suelta a la diversión.
Bajo con lentitud la colina hasta llegar a la calle principal de Arezzo, pongo atención a la señales y me dirijo al final del pueblo, en dirección a la autopista.
Miro a la abuela que, durante nuestra estancia, se ha comportado como una adolescente llena de vida y que ahora muestra cada uno de los días de sus ochenta años. Las raíces blancas se asoman a través de su cabello castaño y sus manos, dobladas en su regazo, parecen débiles.
– Lo siento -digo, tratando de no parecer demasiado alegre, por si ella está triste.
– No pasa nada -dice.
Cojo velocidad en la autopista y circulamos a buen paso. La autopista es nuestra hoy y lo aprovecho. Cuando la abuela cabecea para dormirse, pienso que es mejor así. Mientras más siestas haga, menos echará de menos a Dominic.
Mi teléfono da un pitido en mi bolsillo. Lo saco y abro.
– ¿Cariño? -dice Roman.
– ¿Ya has aterrizado?
– No, estoy en Nueva York.
– ¿Han cancelado tu vuelo?
Mi corazón se hunde, ¡odio las aerolíneas!
– No, he perdido el vuelo y no he querido llamarte a medianoche para decírtelo.
– ¿Qué ha pasado? -alzo la voz.
La abuela se despierta y dice:
– ¿Qué pasa?
– Nos han dado el soplo de que el New York Times vendría esta semana para hacer una reseña del restaurante, probablemente el martes por la noche, así que volaré el miércoles para encontrarme contigo en Capri. Espero que lo entiendas, cariño.
– No lo entiendo.
– Una reseña en el Times podría levantarme o hundirme.
– Unas vacaciones en Capri podrían levantarnos o hundirnos.
Nunca he amenazado a un hombre en mi vida. Pero dejaré de ser adorable, ¿qué sabe Katharine Hepburn sobre los hombres? Ella nunca salió con Roman Falconi.
– Sólo se trata de un retraso. Estaré ahí tan pronto como pueda.
– No digas nada más, estoy cansada de esperar que aparezcas cuando dices que lo harás, estoy cansada de esperar que lo nuestro empiece. Quiero que vengas de vacaciones como habías prometido.
El alza la voz y dice:
– Esta reseña es realmente importante para mi negocio. Necesito estar aquí, no lo puedo remediar.
– No, no puedes, ¿verdad? Eso me demuestra qué es lo que importa. Estoy quedando en segundo lugar por tu ossobuco, ¿o ya estoy aún más abajo?
– Eres el número uno, ¿vale? Por favor, piensa y entiende. Estaré allá antes de que lo notes. Te puedes relajar hasta que llegue.
– No puedo hablar contigo, estoy a punto de entrar en un túnel. Adiós.
Miro hacia delante, sólo un nítido tramo de autopista y el azul cielo italiano. Cierro el teléfono y lo echo en mi bolso.
– ¿Qué ha pasado? -pregunta la abuela.
– No viene. Le harán una reseña para el Times y tiene que quedarse. Dice que volará el miércoles, pero entonces, mientras aterriza, llegamos a Capri y se recupera del jet lag, apenas tendremos tiempo. -Empiezo a llorar-. Y voy a cumplir treinta y cuatro sola.
– Además…, en tu cumpleaños. -La abuela niega con la cabeza.
– Romperé con este tío, ya está.
– No te precipites -dice la abuela con amabilidad-. Estoy segura de que él preferiría estar contigo que en el restaurante con el crítico.
– ¡No es de fiar!
– Sabes que tiene dificultades en su vida profesional. -La abuela mantiene el tono tranquilo.
– ¡Yo también! Estoy tratando de sacarlo adelante, pero necesitaba Capri. Necesitaba un descanso. No he tenido vacaciones en cuatro años. Sólo puedo enfrentarme a la pesadilla de la vuelta a casa, a Alfred, si antes descanso.
– Sé que tienes mucha presión encima.
– ¿Mucha? Hay demasiada presión y tú no estás ayudando.
– ¿Yo?
– Tú. Tu ambigüedad. Tuve la impresión de que preferías quedarte en Arezzo y olvidarte de Perry Street.
– Has leído mi mente.
– Bueno, ¿sabes qué? Nos vamos las dos a casa. No voy a perderlo todo por Roman, por lo menos conservaré mí trabajo.
Busco mi BlackBerry para enviar un correo electrónico a nuestra agente de viajes Dea Marie Kaseta. Me detengo a un lado del camino y escribo:
Necesito un segundo billete en Alitalia 16. Hoy 4 p.m. a NYC. Urgente.
Retomo el camino.
– Nunca te había visto tan enfadada -dice la abuela con tranquilidad.
– Bueno, acostúmbrate. Voy a estar alterada todo el trayecto hasta Nueva York.
La mujer detrás del mostrador de Alitalia me mira con mucha comprensión, pero muy poca esperanza. No hay plaza disponible en el vuelo 16 de Roma a Nueva York. Lo mejor que pudo hacer Dea Marie fue conseguirme una habitación de hotel y un billete para salir mañana.
Apoyo la cabeza en el escritorio de acero inoxidable y lloro. La abuela me saca de la cola para que los impacientes pasajeros detrás de mí puedan recoger sus tarjetas de embarque.
– Iré contigo a Capri.
– Abuela, por favor, no me malinterpretes, pero no quiero ir contigo a Capri.
– Te entiendo.
– ¿Por qué no vas con Dominic? Está hecha la reserva de hotel. Yo tomaré tu billete y volaré a casa.
– Pero tú debes tener unas vacaciones y Roman dijo que vendría el miércoles.
– No quiero que venga.
– Eso lo dices ahora, pero Roman estará aquí pronto y lo solucionaréis.
La abuela abre su teléfono y llama a Dominic. Examino la larga cola de pasajeros. Ninguno muestra compasión hacia mí. Lloro un poco más. Mi cara empieza a picarme por las lágrimas. Me limpio con la manga. Recuerdo lo que me dijo mi padre: «Contigo nada es sencillo, tienes que trabajar por todo». Bueno, ahora tengo una nueva revelación…: no sólo tengo que trabajar por todo, sino que el trabajo puede que no me recompense. ¿Cuál es el sentido?
– Ya está todo arreglado.
– Abuela, ¿qué dices?
– Iré a Capri contigo. Dominic se reunirá conmigo allí. Nos alojaremos en la casa de su primo. Tú puedes quedarte con la habitación del hotel para ti sola. -La abuela me coge del brazo-. Escúchame, Roman no lo ha hecho a propósito. El llegará el miércoles y no pasa nada si durante este tiempo estás sola.
– Sí, sí, sí -murmuro mientras ella me guía lejos del infernal remolino de los mostradores de Alitalia. Sigo a la abuela, ahora camina recta, con paso firme, como si anticipara su reunión con Dominic. Empujo nuestro enorme carro de equipaje con todo el peso de mi cuerpo por los pasillos del aeropuerto internacional Leonardo da Vinci-Fiumicino.
Arreglo el alquiler de otro coche. Amontono todo el equipaje de nuevo en el maletero mientras la abuela se abrocha el cinturón de seguridad del asiento del pasajero, en la parte delantera. Le envío un correo a Dea Mane para que recupere el billete del vuelo perdido de abuela y haga otra reserva para el día en que Roman y yo volvemos. Me subo al coche y me abrocho el cinturón de seguridad.
– ¿Lo ves? Hay una solución para cada problema. -La abuela me arroja mi frase barata edificante directa a la cara, como una bofetada-. ¡A Capri!
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