Susan activó la conexión con el ordenador y el rostro de Jeffrey apareció en la pantalla. Su aire entusiasmado la sorprendió.
– El vuelo ha ido bien -respondió ella-. Me interesa más lo que has averiguado.
– Lo que he averiguado es que me temo que será imposible localizar a nuestro padre por medios convencionales. Os lo explicaré con más detalle cuando os vea. Pero nos quedan los medios no convencionales, es decir, lo que supongo que las autoridades de allí ya habían deducido cuando acudieron a mí. Quizá no lo sabían a ciencia cierta, pero a efectos prácticos es lo mismo. -Hizo una pausa y luego preguntó-: Bueno, ¿cómo pinta el futuro, en tu opinión?
Susan se encogió de hombros.
– Llevará un tiempo acostumbrarse. En este estado todo es tan relamido y correcto que me hace preguntarme qué pasaría si uno eructara en un sitio público. Seguramente le pondrían una multa. O lo detendrían. Casi me pone los pelos de punta. ¿A la gente le gusta?
– Vaya si le gusta. Te sorprendería todo aquello a lo que la gente está dispuesta a renunciar por algo más que la ilusión de la seguridad. También te sorprendería la rapidez con que uno puede acostumbrarse a ello. ¿Martin se ha mostrado servicial?
– ¿El increíble Hulk? ¿Dónde encontraste a ese tipo?
– En realidad, él me encontró a mí.
– Bueno, pues nos ha dado una vuelta por ahí y luego nos ha metido en esta casa para que te esperásemos aquí. ¿Cómo se hizo esas cicatrices que tiene en el cuello?
– No lo sé.
– Seguro que eso tiene historia.
– No sé si tengo muchas ganas de pedirle que nos la cuente. Susan se rio. Jeffrey pensó que era la primera vez en años que oía a su hermana reírse.
– Sí que parece un tipo superduro.
– Es peligroso, Susie. No te fíes de él. Seguramente es la segunda persona más peligrosa con la que tendremos que lidiar. No, pensándolo bien, la tercera. A la segunda la voy a ir a ver antes de reunirme con vosotras.
– ¿Quién es?
– Alguien que quizá me eche una mano, o quizá no. No lo sé.
– Jeffrey… -Susan titubeó-. Necesito saber algo. ¿Qué has averiguado sobre… -se interrumpió antes de continuar- sobre nuestro padre? Eso no suena bien. ¿Sobre papá? ¿Sobre nuestro papaíto querido? Dios santo, Jeffrey, ¿cómo debemos considerarlo?
– No lo consideres una persona a la que te unen lazos de sangre. Considéralo simplemente un ser a quien estamos excepcionalmente capacitados para enfrentarnos. Susan tosió.
– No es mala idea. Pero ¿qué has descubierto?
– Que es culto, taimado, inmensamente rico y del todo despiadado. La mayoría de los asesinos no encajan en ninguna de esas categorías excepto la última. Unos pocos encajan en dos de ellas, lo que dificulta en gran medida su captura. Nunca he oído hablar de un homicida que tenga tres de esas características, y mucho menos las cuatro.
Esta aseveración dejó a Susan helada. Notó que se le secaba la garganta y pensó que debía hacer alguna pregunta inteligente o un comentario profundo, pero se había quedado sin palabras. Se sintió aliviada cuando Jeffrey preguntó:
– ¿Cómo está mamá?
Susan miró sobre su hombro las escaleras que conducían a la habitación donde se encontraba su madre reposando y, con un poco de suerte, durmiendo.
– Lo lleva bastante bien por el momento. Sufre dolores, pero se la ve menos impedida, lo que me parece una contradicción extraña. Creo que, curiosamente, esta situación le da fuerzas. Jeffrey, ¿tienes idea de lo enferma que está?
Ahora le tocó a su hermano el turno de quedarse callado. Se le ocurrieron varias respuestas, pero sólo fue capaz de decir:
– Mucho.
– Así es. Mucho. Terminal.
Los dos guardaron silencio entonces, intentando asimilar esta palabra.
Jeffrey veía el pasado de su padre como un retablo de cemento fresco alisado con mano experta y fraguado por el paso de los años. Y veía el pasado de su madre como un lienzo impregnado de colores vivos. Y ésa, concluyó, era la diferencia entre los dos.
Susan sacudió la cabeza.
– Pero ella quiere estar aquí. De hecho, como ya te he dicho, casi da la impresión de que todo esto la vigoriza. Durante el viaje, todo el día de hoy, parecía llena de vida.
Jeffrey meditó durante unos segundos y entonces le vino una idea a la cabeza.
– ¿Crees que mamá podría quedarse sola? -preguntó-. No durante mucho tiempo. Sólo un día.
Susan no respondió de inmediato.
– ¿Qué estás pensando?
– No sé si te gustaría acompañarme en una entrevista. Te dará una idea mejor de aquello a lo que nos enfrentamos. Y también te dará una idea un poco más aproximada de cómo me gano la vida.
Susan, intrigada, arqueó una ceja.
– Suena interesante. Pero no tengo muy claro lo de dejar sola a mamá… -Oyó un ruido a su espalda y al darse la vuelta vio a su madre, al pie de la escalera, observándola a ella y la imagen de Jeffrey en la pantalla.
Diana despejó las dudas de los dos.
– Hola, Jeffrey -saludó, sonriendo-. Me ha parecido oír tu voz y he creído que soñaba, así que cuando me he dado cuenta de que no era así, he bajado. Ya estoy deseando que los tres volvamos a estar juntos. -Se volvió hacia su hija y al pensar en todas las palabras duras que Susan y Jeffrey habían compartido en años anteriores casi le pareció divertido que recuperasen su relación gracias al hombre de quien habían huido hacía tanto tiempo-. Ve con él -dijo-. Por un día no me pasará nada. Me lo tomaré con calma y ya está. Descansaré un poco. Quizá dé un paseo. A lo mejor le pido a alguien que me lleve a conocer un poco mejor el estado. Sea como fuere, creo que me gusta estar aquí. Es un sitio muy limpio. Y tranquilo. Me recuerda un poco mi infancia.
Esto sorprendió a Susan.
– ¿En serio? -Asintió con la cabeza-. De acuerdo. Si estás segura… -Vio que su madre le quitaba importancia al asunto con un gesto-. ¿Qué hago? -le preguntó Susan a su hermano.
– Vuelve al aeropuerto por la mañana y toma el primer vuelo a Dallas, Tejas. Allí, coge un vuelo de enlace a Huntsville. Salen temprano. Nos encontraremos allí cuando llegues. La clave de ordenador que el agente Martin os ha dado deberá bastar para pagar los vuelos y cualquier otra cosa. No lleves contigo demasiadas cosas. Y, sobre todo, nada de armas.
– De acuerdo. ¿Qué hay en Huntsville, Tejas?
– Un hombre a quien ayudé a detener hace un tiempo.
– ¿Está en la cárcel?
– En el corredor de la muerte.
– Bueno -comentó ella tras una breve pausa-, supongo que al menos su futuro está claro.
En su despacho de la jefatura de seguridad, el agente Roben Martin reprodujo una grabación de la conversación telefónica entre hermano y hermana que acababa de finalizar. Examinó el rostro de Jeffrey en su monitor de vídeo en busca de algún indicio de que el profesor hubiese adquirido información que pudiese conducirlos hasta su presa. Al escuchar al joven hablar con su hermana, Martin llegó a la conclusión de que Jeffrey había averiguado, en efecto, algún dato que él necesitaba. Aun así, el inspector resistió el fuerte impulso de arrancárselo agresivamente. Acabaría por descubrir lo que necesitaba saber, pensó, siempre y cuando mantuviese los ojos y los oídos bien abiertos.
Paró la cinta de la conversación y dio al ordenador la orden de que transcribiese toda la información que madre e hija introdujesen en los teclados de la casa. Al cabo de pocos minutos, tal como esperaba, vio que hacían reservas de avión. Unos momentos después, comprobó que habían contactado con un servicio de coches para que les enviaran uno temprano por la mañana al día siguiente. También se estaban grabando las conversaciones que se mantenían en el interior de la casa, pero decidió que no había necesidad de escucharlas.
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