– Entender no es lo mismo que progresar -dijo-. Me gustaría saber si estamos más próximos a identificar a ese hombre para que podamos detenerlo y seguir adelante con nuestras vidas. ¿O hace falta que le recuerde que, cuanto más tardemos, mayor será la amenaza para nuestro futuro?
– ¿Se refiere a su futuro político? -preguntó Jeffrey con un deje de sarcasmo-. ¿O quizás a su futuro económico? Claro que probablemente van muy unidos.
Bundy se removió en el sofá y se inclinó hacia delante, irritado, y se disponía a replicar cuando Manson alzó la mano.
– Caballeros, le hemos dado muchas vueltas a esta cuestión. -Se volvió parcialmente hacia Clayton y al mismo tiempo cogió un abrecartas de los de antes que estaba sobre el escritorio. El mango era de madera tallada y la hoja reflejaba la luz del sol. Manson apretó el borde agudo contra la palma de su mano, como para poner a prueba el filo-. Nunca hemos considerado que sería una detención fácil, ni siquiera con la inestimable ayuda del buen profesor. Y seguirá siendo una misión difícil, a pesar de lo que hemos descubierto, incluso aquí, donde la ley nos da tanta ventaja. Aun así, hemos hecho grandes avances en poco tiempo, ¿no es cierto, profesor? -Creo que eso es exacto, sí.
Pensó que en esa sala se estaba abusando un poco de la palabra «cierto», pero tampoco lo dijo en voz alta.
Manson sonrió y se encogió de hombros, mirando a los otros dos hombres.
– Esta investigación, profesor… ¿Recuerda algún caso parecido en los anales de la historia? ¿En la bibliografía sobre esta clase de asesinos? ¿O en esos archivos del FBI con los que está usted tan familiarizado, tal vez?
Jeffrey tosió, intentando concentrarse. No esperaba esta pregunta y de pronto se sintió como uno de los alumnos a los que les ponía un examen oral sin previo aviso.
– Percibo elementos de otros casos, de casos famosos. Después de todo, Jack el Destripador supuestamente se puso en contacto con la policía y la prensa. David Berkowitz enviaba sus mensajes como el Hijo de Sam. Ted Bundy (no se ofenda, señor Bundy) tenía la habilidad de confundirse con su entorno, como un camaleón, y sólo pudieron detenerlo cuando perdió todo el control sobre su compulsión. Estoy seguro de que se me ocurrirían otros…
– Pero se trata sólo de similitudes, ¿no? -preguntó Manson-. ¿Se le ocurre algún asesino que haya dado a conocer su identidad… y, encima, a su propio hijo?
– No me viene a la memoria ningún ejemplo en que los hijos hayan sido utilizados para dar caza al asesino, no. Pero a lo largo de la historia ha habido asesinos que tenían… bueno, «tratos» con sus perseguidores en la policía, o bien con los periodistas que les daban publicidad.
– Ése no es precisamente el caso que tenemos entre manos, ¿verdad?
– No, por supuesto que no.
– ¿Y eso a qué conclusión le lleva, profesor?
– Parece indicar varias cosas. Cierta megalomanía. Cierto egotismo. Pero, sobre todo, parece indicar que el sujeto ha creado muchas capas, un manto de información errónea, que ocultan el vínculo entre lo que fue y lo que es ahora. Me refiero únicamente a su identidad actual, es decir, su trabajo, su casa, su vida. El núcleo esencial de su personalidad no ha cambiado, o en todo caso ha cambiado a peor. Sin embargo, su fachada, su vida de cara a la sociedad, será distinta. También su apariencia física. Imagino que habrá introducido cambios en su aspecto. Y debe de creer que no corre el menor peligro al hacer lo que ha hecho hasta ahora. -Se quedó callado unos instantes y agregó-: «Arrogancia» es la palabra que me viene a la mente.
– Bueno, y entonces ¿qué se supone que debemos hacer? -preguntó Bundy, casi gritando-. ¡Ese cabrón enfermo no deja de matar, y no podemos hacer nada para impedirlo! Si se corre la voz, apaga y vámonos. La gente se marchará del estado en desbandada. Será como la fiebre del oro, pero a la inversa.
Nadie dijo una palabra.
«Todo gira en torno al dinero -pensó Jeffrey-. La seguridad es dinero. La protección es dinero. ¿Qué precio tiene poder salir de tu casa sin poner una alarma o sin cerrar siquiera las puertas con llave?»
La habitación permaneció en silencio un momento más, y entonces Jeffrey habló.
– Dudo que la gente siga tragándose el cuento de que a sus hijas adolescentes se las llevaron los lobos.
Starkweather soltó un resoplido.
– Se tragarán todo lo que les digamos -aseveró.
– O perros salvajes, o accidentes en excursiones. ¿No se les están acabando las explicaciones creíbles, o incluso semicreíbles?
Starkweather no dio propiamente una respuesta. En cambio, dijo:
– Siempre me han parecido penosas esas historias de perros.
– ¿Cuántos asesinatos ha habido? -exigió saber Jeffrey con voz suave-. He encontrado posibles indicios de más de veinte. ¿Cuántos son?
– ¿Cuándo ha averiguado eso? -estalló Martin.
Clayton se limitó a encogerse de hombros. El silencio volvió a imponerse en la sala.
Manson giró en su silla, que emitió un leve chirrido, para mirar por la ventana, dejando que la pregunta flotara en el aire. Jeffrey oyó a Martin mascullar una obscenidad entre dientes, y supuso que estaba dedicada a él.
– No sabemos cuántos exactamente -contestó Manson al fin, sin apartar la vista de la ventana-. Como mínimo, tres o cuatro. Como máximo, veinte o treinta. ¿Importa mucho el número? Los crímenes no son similares por la disposición y aspecto de los cadáveres, sino por las características de la víctima y el estilo de los secuestros. Sin duda sabrá usted comprender, profesor, lo excepcional que es la situación en que nos encontramos. Los asesinos en serie se identifican por el origen de su interés o por los resultados de su depravación. Es ese elemento secundario el que nos llevó hasta usted y a nuestras conclusiones sobre los tres cuerpos con los brazos extendidos, colocados en una posición tan parecida y provocadora. Pero luego están las otras desapariciones, de naturaleza tan semejante. Sin embargo, los cadáveres se encuentran (cuando se encuentran) dispuestos… ¿cómo expresarlo? Con estilos diferentes. Como el más reciente, que usted cree obra del mismo hombre, aunque hay quienes… -sin moverse en su asiento, le dirigió una breve mirada por encima del hombro al agente Martin- no están de acuerdo. Aquella joven desapareció de forma parecida, y luego la encontraron en posición de rezar. Eso es de todo punto diferente. Plantea muchas dudas. -Manson se volvió rápidamente hacia Jeffrey-. Todo tiene su explicación, profesor, pero debe usted descubrir cuál es. Hay asesinatos y desapariciones, y todos creemos fervientemente que están causadas por un solo hombre. Pero ¿cuál es la pauta? Si lo supiéramos, podríamos tomar medidas. Denos las respuestas, profesor.
De nuevo se apoderó de la habitación el silencio, roto al cabo de un rato por Bundy, que suspiró desalentado antes de hablar.
– Así que supongo que esta última identidad, la del tal Gilbert Wray, la de su esposa, Joan Archer, y sus hijos son todas ficticias, ¿no? No nos aportan nada. Seguimos donde estábamos, ¿verdad?
El agente Martin respondió a esa pregunta, con voz monótona de policía.
– Después del asalto frustrado a la casa de Cottonwood, hicimos más pesquisas en el Departamento de Inmigración y descubrimos que muchos de los informes y documentos oficiales de la familia Wray faltan o no existen. La investigación preliminar parece indicar que los datos de estas supuestas personas se introdujeron en las bases de datos desde un terminal desconocido situado dentro del estado previendo que nosotros nos dirigiríamos a ese lugar en particular. Es posible que nuestro objetivo creara esas identidades y las instalase en los sistemas informáticos como maniobra de distracción. Tal vez lo hizo días, o quizás horas, antes de que llegásemos a la casa de Cottonwood. A juzgar por esta y otras informaciones que hemos recabado… -en este punto, el inspector hizo una pausa y echó un vistazo rápido a Jeffrey- cabe suponer que tiene acceso en un grado significativo a la red de ordenadores del Servicio de Seguridad y conoce nuestras contraseñas actuales.
Читать дальше