– Llevaremos a cabo un acercamiento estándar de alta precaución -dijo Martin.
– ¿Algún modelo en particular? -preguntó uno de los agentes disfrazados de técnicos.
– El modelo tres -respondió Martin enérgicamente.
Todos los integrantes del equipo asintieron. Martin se volvió hacia Clayton y le explicó:
– Se trata de un modelo de asalto habitual. Varios objetivos, una sola ubicación, diversas salidas. Probabilidad moderada de que dispongan de armas. El riesgo para los agentes es medio. Hemos ensayado estas operaciones un huevo de veces.
El jefe del equipo, el hombre del traje azul, tosió mientras estudiaba el plano de la casa en la pantalla y se arregló la corbata como si se preparase para asistir a una reunión de ejecutivos. Hizo una sola pregunta:
– ¿Detenemos o eliminamos?
Martin miró de reojo a Clayton.
– Los detenemos. Por supuesto -contestó.
– Bien -dijo uno de los operarios, moviendo el mecanismo de su pistola atrás y adelante con un chasquido irritante-. ¿Y qué nivel de fuerza estamos autorizados a utilizar en el transcurso de esta detención?
Martin respondió atropelladamente:
– El máximo.
– Ah. -El técnico movió la cabeza afirmativamente-. Lo suponía. ¿Y de qué se acusa a nuestro objetivo?
– De crímenes del nivel máximo. Rojo uno.
Esta respuesta ocasionó que algunas cejas se arquearan.
– ¿Crímenes de nivel rojo? -preguntó una de las mujeres-. Que yo sepa, nunca he participado en la detención de un criminal de nivel rojo. Desde luego no del nivel rojo uno. ¿Qué hay de su familia? ¿Son también de nivel rojo? ¿Cómo lidiamos con ellos?
Martin tardó unos instantes en contestar.
– No hay pruebas concluyentes de su implicación en actividades criminales, pero debemos dar por sentado que tienen conocimiento y han prestado apoyo. Después de todo, son la familia de ese cabrón. -Miró a Clayton, que no respondió-. Eso los convierte en cómplices de un nivel rojo. Deben ser detenidos también. Tenemos muchas preguntas que hacerles. Así que neutralicemos a todo aquel que se encuentre en la casa, ¿de acuerdo?
El jefe del equipo asintió y comenzó a repartir chalecos antibalas. Una de las mujeres observó que era día de colegio y que seguramente los chicos estaban en clase, por lo que quizá podrían ir a buscarlos allí. Sin embargo, una comprobación informática de la lista de asistencia del instituto de Lakeside reveló que ninguno de los dos había ido a clase. El agente Martin se conectó también con la base de datos de armas, y descubrió que no había ninguna registrada a nombre del sujeto Wray ni de su esposa, Archer. Realizó otras consultas rápidas sobre los tipos de vehículo y los horarios de trabajo. El ordenador mostró que el sujeto trabajaba desde su despacho en casa, cosa que Martin señaló al equipo como indicio de que seguramente se hallaba en su hogar en ese momento. Comprobó rápidamente si el sujeto Wray había llevado a cabo planes de viaje, pero su nombre no figuraba en las listas de las líneas aéreas ni de trenes de alta velocidad. Tampoco encontró en los registros del Departamento de Inmigración pruebas de que hubiese salido o entrado al estado en coche recientemente. Cuando el ordenador arrojó todos esos resultados negativos, Martin se encogió de hombros.
– Al carajo con todo esto -dijo-. Por lo visto es un tipo de lo más hogareño. Vayamos a por él, que ya averiguaremos lo demás después.
Martin, al levantarse de su asiento, le alargó a Jeffrey una pistola de nueve milímetros cargada.
– Bueno, profesor -le dijo con sarcasmo mientras le tendía el arma-, ¿está seguro de que quiere participar en esta pequeña juerga? Ya se ha ganado su sueldo, o al menos parte de él. ¿Prefiere pasar esta vez?
Jeffrey negó con la cabeza y levantó la pistola, como para calcular su peso. En su fuero interno le agradecía a Martin que le hubiese dado la semiautomática. Las metralletas que llevaban los agentes lo hacían saltar todo en pedazos, y él prefería dejar tanto a las personas como el escenario intactos en el número 13 de Cottonwood Terrace.
– Quiero verlo.
Martin sonrió.
– Por supuesto. Ha pasado mucho tiempo.
Jeffrey adoptó un tono académico.
– Podemos aprender mucho de esto, inspector. -Apuntó con la mano a la Ingram que colgaba del hombro de Martin por medio de una correa-. Procuremos no olvidarlo.
El detective hizo un gesto de indiferencia.
– Claro. Lo que usted diga. Pero contribuir al progreso de la ciencia no es mi prioridad. -Sonrió de nuevo-. Aun así, comprendo su preocupación. Ésta no es exactamente la clase de reencuentro familiar que yo habría elegido, pero en fin, uno no puede limpiar su propia sangre, ¿verdad?
Martin giró sobre los talones, le hizo una seña al equipo y salió a paso veloz de la silenciosa subcomisaría. El sol empezaba a ponerse al oeste, y cuando Jeffrey se volvió hacia él, tuvo que protegerse los ojos del deslumbrante resplandor final. Al cabo de pocos minutos, media hora como máximo, habría oscurecido. Primero lo envolvería todo un manto gris que se iría desvaneciendo para dejar paso a la noche. Debían moverse con rapidez para aprovechar la luz que quedaba.
El equipo se distribuyó en dos vehículos. Sin una palabra, Jeffrey se colocó en el asiento junto a Martin, que ahora tarareaba sin venir al caso una vieja melodía que Clayton reconoció, Cantando bajo la lluvia. No llovía, y Clayton no estaba muy seguro de que hubiese motivos para estar tan alegre. El inspector aceleró y los neumáticos chirriaron cuando salieron del aparcamiento de la subcomisaría. A Clayton se le ocurrió entonces que la detención seguramente era un asunto de menor importancia para el inspector. Por un momento recordó intrigado la conversación que había escuchado sobre los niveles de los crímenes.
– Bueno, ¿y qué demonios significa eso de «crimen de nivel rojo»? -preguntó.
Martin tarareó unos compases más antes de contestar.
– Del mismo modo que las diferentes zonas de viviendas se clasifican por colores, lo mismo ocurre con las actividades antisociales en el estado. El color define la respuesta del estado. El rojo, obviamente, es el más alto. O el peor, supongo. Es poco frecuente por aquí. Por eso los miembros del equipo estaban tan sorprendidos.
– ¿Qué es un crimen rojo?
– De índole económica, por lo general. Como desfalcar dinero de tu empresa. O social, como que un adolescente consuma drogas en el centro social. Son delitos lo bastante graves para que el delincuente reaccione violentamente a la detención. De ahí la necesidad de actuar en equipo. Pero en la historia del estado, sólo se han cometido una docena de homicidios más o menos, y siempre han sido entre cónyuges. Todavía tenemos problemas con los casos de atropellamiento en que el conductor se da a la fuga, que, según el viejo sistema judicial, se consideran homicidio sin premeditación. También son crímenes rojos, pero de nivel más bajo. Dos o tres.
Jeffrey movió la cabeza afirmativamente, consciente de las mentiras que acababa de oír, pero sin decir nada al respecto.
– Lo que ocurre -prosiguió el inspector- es que se supone que el Departamento de Inmigración debe detectar esa propensión a la violencia y al alcoholismo por medio de tests psicológicos que realiza a quienes solicitan permiso para residir en el estado. También ha habido casos de adolescentes que se pelean, por chicas o durante partidos de baloncesto en el instituto, donde hay una fuerte rivalidad. Eso puede resultar en crímenes de nivel rojo.
– Pero mi padre…
– Deberíamos tener un color especial sólo para él. Escarlata, tal vez. Eso le daría un bonito toque literario, ¿no cree?
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