– Nosotros no estamos ahí, ¿verdad? Ni siquiera Actuamos. -Eso es Absolutamente Cierto -dijo Velutha-. Ni siquiera Actuamos. Pero me gustaría saber dónde está nuestro querido Esthappappychachen Kuttappen Peter Mon.
Y aquello se transformó en un delicioso baile estilo gnomo entre los árboles del caucho que los dejó sin aliento.
¡Ay Esthappappychachen Kuttappen Peter Mon!
¿Dónde, dónde te has metido, chicarrón?
Y el baile estilo gnomo fue cambiando hasta convertirse en el de la Pimpinela Escarlata.
Lo buscamos por aquí, lo buscamos por allá,
los franchutes se preguntan dónde está.
¿Está en el infierno? ¿Está en el Edén?
¿Ese engañoso y maldito Estha-Pen?
Kochu María cortó un pedacito y se lo ofreció a Mammachi para que lo catara y diera su aprobación.
– Dale un pedazo a cada uno -le dijo Mammachi a Kochu María a modo de aprobación, y tocó el pedazo suavemente con los dedos, llenos de anillos de rubíes, para comprobar que era lo suficientemente pequeño.
Kochu María cortó laboriosamente el resto de la tarta de un modo chapucero, respirando por la boca, como si estuviera trinchando un trozo de cordero asado. Colocó los trozos en una gran bandeja de plata. Mammachi tocó una melodía de ¡Bienvenida a casa, querida Sophie Mol! en su violín. Una melodía achocolatada y empalagosa. Pegajosa, melosa de tan dulce. Olas de chocolate sobre una playa de chocolate.
A la mitad de la melodía, Chacko alzó su voz por encima del sonido achocolatado.
– ¡Mamá! -dijo con la voz de leer en alto-. ¡Es suficiente! ¡Ya está bien de violín!
Mammachi dejó de tocar y miró en dirección a Chacko con el arco suspendido en el aire.
– ¿Suficiente? ¿Crees que ya es suficiente, Chacko?
– Más que suficiente -dijo Chacko.
– Suficiente, suficiente -murmuró Mammachi por lo bajo-. Creo que voy a dejar de tocar.
Lo dijo como si fuera una idea que se le acababa de ocurrir.
Guardó el violín en su caja negra con forma de violín. Se cerraba como una maleta. Y la música se cerró con ella.
Clic. Y clic.
Mammachi volvió a ponerse sus gafas oscuras. Y corrió las cortinas sobre el día caluroso.
Ammu salió de la casa y llamó a Rahel.
– ¡Rahel! ¡Después de comer la tarta quiero que entres a dormir la siesta!
A Rahel se le cayó el alma a los pies. Odiaba dormir la siesta.
Ammu volvió a entrar.
Velutha bajó a Rahel, que se quedó parada al borde de la entrada para coches sin ningún entusiasmo, en la periferia de la representación, con una siesta alzándose amenazadora en su horizonte.
– ¡Y, por favor, basta ya de tantas confianzas con ese hombre! -le dijo Bebé Kochamma a Rahel.
– ¿Tantas confianzas? -dijo Mammachi-. ¿Quién es, Chacko? ¿Quién está dando tantas confianzas?
– Rahel -dijo Bebé Kochamma.
– Pero ¿tantas confianzas a qué ?
– A quién -corrigió Chacko a su madre.
– Está bien, ¿a quién le está dando tantas confianzas? -preguntó Mammachi.
– A tu adorado Velutha, ¿a quién va a ser? -dijo Bebé Kochamma, y luego, volviéndose hacia Chacko, añadió-: Pregúntale dónde estuvo ayer. Pongámosle el cascabel al gato de una vez por todas.
– Ahora no -dijo Chacko.
– ¿Qué es dar confianza? -le preguntó Sophie Mol a Margaret Kochamma, que no respondió.
– ¿Velutha? ¿Está ahí Velutha? ¿Estás ahí? le preguntó Mammachi a la tarde.
– Oower, Kochamma.
Velutha salió de entre los árboles y entró en la Representación.
– ¿Has descubierto lo que era? -preguntó Mammachi.
– Era la arandela de la válvula de fondo -dijo Velutha-. La he cambiado y ya funciona de nuevo.
– Entonces pon en marcha la bomba -dijo Mammachi-. El tanque está vacío.
– Ese hombre va a ser nuestra Némesis -dijo Bebé Kochamma. No es que fuera clarividente y hubiese tenido una visión profética repentina. Lo dijo sólo para crearle problemas. Nadie le prestó ni la más mínima atención-. ¡Ya veréis! -añadió con amargura.
– ¿La ves? -dijo Kochu María cuando se acercó a Rahel con la bandeja de la tarta. Se refería a Sophie Mol-. Cuando sea mayor, será nuestra Kochamma y nos aumentará el salario y nos dará saris de nilón por Navidad.
Kochu María coleccionaba saris, aunque nunca se había puesto ninguno ni era probable que lo hiciera.
– ¿Y a mí, qué? -dijo Rahel-. Para entonces estaré viviendo en África.
– ¿En África? -dijo Kochu María con tono burlón-. África está llena de negros feos y de mosquitos.
– Tú eres la única fea -dijo Rahel, y añadió en inglés-: ¡Enana tonta!
– ¿Qué has dicho? -dijo Kochu María en tono amenazador-. No me lo digas, ya lo sé. Te he oído. Se lo diré a Mammachi. ¡Ahora vas a ver!
Rahel pasó por delante de ella y se dirigió hacia el pozo donde solía haber hormigas para matar. Hormigas rojas, que soltaban un olor agrio, como de pedo, cuando las aplastabas. Kochu María la siguió con la bandeja de la tarta.
Rahel le dijo que no quería probar aquella tarta tonta.
– Kushumbi -dijo Kochu María-. La gente celosa se va derechita al infierno.
– ¿Y quién está celosa?
– No lo sé. ¿Tú qué crees? -dijo Kochu María con su delantal de volantes y su corazón avinagrado.
Rahel se puso sus gafas de sol y miró hacia la Representación. Todo estaba de un Color Furioso. Sophie Mol, de pie entre Margaret Kochamma y Chacko, tenía el aspecto de merecerse un bofetón. Rahel encontró una columna entera de jugosas hormigas. Iban camino de la iglesia. Todas vestidas de rojo. Tenían que ser exterminadas antes de llegar allí. Machacadas y trituradas con una piedra. Las hormigas apestosas no pueden entrar en la iglesia.
Las hormigas emitían un pequeñísimo crujido al expirar. Como un duende comiendo una tostada, o una galletita.
La Iglesia Hormigosa estaría vacía y el Obispo Hormigoso esperaría con su gracioso ropaje de Obispo Hormigoso, balanceando el incienso en un cacharro de plata. Y no llegaría nadie.
Después de esperar durante un periodo razonable de tiempo Hormigoso, frunciría graciosamente el Hormigoso ceño y sacudiría la cabeza tristemente. Miraría las brillantes vidrieras Hormigosas y, después de acabar de mirarlas, cerraría la iglesia con una llave enorme y la dejaría a oscuras. Después, volvería a su casa, con su mujer, y (si es que no estaba muerta) dormirían una Siesta Hormigosa.
Sophie Mol, ensombrerada, con pantalones acampanados y Querida de Antemano, se salió de la Representación para ver qué estaba haciendo Rahel detrás del pozo. Pero la Representación fue tras ella. Caminaba cuando ella caminaba, se detenía cuando ella se detenía. Sonrisas cariñosas la seguían. Kochu María apartó la bandeja de la tarta, que tapaba su sonrisa de adoración, con las comisuras de los labios hacia abajo, mientras Sophie se ponía de rodillas junto al lodazal del pozo (los bordes de los pantalones acampanados amarillos estaban ahora llenos de barro).
Sophie Mol inspeccionó, fría e impasible, aquellas olorosas mutilaciones. La piedra estaba recubierta de cadáveres rojos aplastados y de unas pocas patitas que apenas se agitaban.
Kochu María observaba con sus migas de tarta.
Las Sonrisas Cariñosas observaban cariñosamente.
Niñas Jugando.
Muy monas.
Una del color de la arena de la playa.
Otra de color pardo.
Una Querida.
Otra Querida un Poquito Menos.
– Vamos a dejar una viva para que se sienta sola -propuso Sophie Mol.
Rahel no le hizo caso y las mató a todas. Después salió corriendo con su vaporoso Vestido para ir al Aeropuerto con braguitas a juego (que ya no crujían) y gafas de sol que no hacían juego. Y desapareció en el calor verdoso.
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