C. Sansom - Invierno en Madrid

Здесь есть возможность читать онлайн «C. Sansom - Invierno en Madrid» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Invierno en Madrid»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

Invierno en Madrid — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Invierno en Madrid», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– Soy un soldado del Ejército Republicano -contestó Bernie-. Tendré que volver cuando me lo digan. De lo contrario, me podrían fusilar.

– Ojalá pudiéramos regresar a casa. Lejos de todo esto. Es lo que durante muchos años hemos temido en la Cruz Roja. Una guerra en la que no se diferencia entre soldados y civiles. Una ciudad llena de gente atrapada en medio. -Barbara lanzó un suspiro-. Hoy he visto a un anciano por la calle con pinta de haber ejercido una profesión liberal. Llevaba un grueso abrigo, pero muy polvoriento y gastado, y buscaba con disimulo algo que comer en los cubos de la basura. Al ver que yo lo miraba, se ha muerto de vergüenza.

– Dudo que lo esté pasando peor que los pobres. Seguro que le dan las mismas raciones. ¿Por qué iba a ser peor para él por el simple hecho de pertenecer a la clase media? Esta guerra se tiene que combatir. No queda más remedio.

Ella tomó su mano y lo miró a los ojos.

– Si ahora te permitieran regresar a casa conmigo, ¿lo harías?

Bernie bajó la mirada.

– Tengo que quedarme. Es mi deber.

– ¿Para con el partido?

– Para con la humanidad.

– A veces pienso que ojalá tuviera tu fe. Entonces puede que no lo pasara tan mal.

– No es cuestión de fe. Me gustaría que intentaras comprender el marxismo, que es precisamente el que deja al descubierto los huesos de la realidad. ¡Oh, Barbara!, no sabes cuánto desearía que vieras las cosas con claridad.

Ella soltó una carcajada cansina.

– No, eso jamás se me ha dado muy bien. No vuelvas al frente, Bernie, por favor. Si ahora te vas, no estoy muy segura de poder resistirlo. Ahora, no. Por favor, por favor, volvamos a Inglaterra. -Alargó la mano y tomó la suya-. Tienes un pasaporte británico, te podrías ir. Podrías acudir a la embajada.

Bernie guardó silencio un instante.

Después, Barbara oyó que una voz de fuerte acento escocés lo llamaba por su nombre.

Se volvió y vio a un joven rubio saludándolo con la mano desde la barra donde permanecía acodado en compañía de un grupo de hombres uniformados y con aspecto cansado.

– ¡Piper! -El escocés levantó su vaso-. ¿Qué tal el brazo?

– Muy bien, McNeil. ¡Mucho mejor! Pronto volveré.

– ¡No pasarán!

Bernie y el soldado intercambiaron el saludo del puño cerrado. Luego Bernie se volvió hacia Bárbara y bajó la voz.

– No puedo hacerlo, Barbara. Te quiero, pero no puedo. Además, no tengo pasaporte, lo tuve que entregar al ejército. Y… -Lanzó un suspiro.

– ¿Qué?

– Me avergonzaría toda la vida. -Señaló con la cabeza a los soldados de la barra-. No los puedo dejar. Sé que a una mujer le resulta difícil comprenderlo, pero no puedo. Tengo que volver aunque no quiera.

– ¿Y tú no quieres?

– No. Pero soy un soldado. Lo que yo quiera no importa.

Los combates en la Casa de Campo se hallaban en punto muerto, una guerra de trincheras como la del Frente Occidental en la Gran Guerra. Sin embargo, todo el mundo decía que Franco reanudaría la ofensiva en primavera, probablemente en algún lugar de los descampados al sur de la ciudad. Seguían produciéndose muchas bajas; Barbara veía cada día a los heridos que eran devueltos desde el frente en carros o camiones. El estado de ánimo de la población había cambiado, y el ardiente afán otoñal de combate estaba dando paso al desánimo. Por si fuera poco, había escasez de alimentos; la gente ofrecía un aspecto enfermizo, y a todo el mundo le salían forúnculos y sabañones. Barbara se avergonzaba de la calidad de los artículos alimenticios de la Cruz Roja que compartía con Bernie. Su felicidad se alternaba con el temor a perderlo, y también con la rabia que sentía por el hecho de que él hubiera entrado en su vida y la hubiera transformado para acabar finalmente alejándose de ella sin más. A veces, la rabia se convertía en un cansancio desesperado y temeroso.

Dos días más tarde, ambos se dirigían a pie desde el apartamento de Barbara a su lugar de trabajo. Era un día frío y despejado, con un tímido sol y escarcha en las aceras. Las colas para el racionamiento diario empezaban a las siete; una larga cola de mujeres vestidas de negro aguardaba en el exterior de las oficinas del Gobierno de la calle Mayor.

Repentinamente, las mujeres dejaron de hablar y miraron hacia el principio de la calle. Barbara vio acercarse un par de carros tirados por caballos. Al pasar éstos por su lado, respiró el olor alquitranado de la pintura recién aplicada y vio que los carros contenían unos pequeños ataúdes de color blanco destinados a los niños cuyas almas aún no estaban manchadas, según las prácticas católicas todavía en vigor. Las mujeres los contemplaron en desolado silencio. Una de ellas se santiguó y después se echó a llorar.

– La gente ya ha llegado al límite de sus fuerzas -dijo Barbara-. No podrá resistir mucho tiempo. ¡Tantos muertos! -Y rompió a llorar allí mismo, en mitad de la calle. Bernie la rodeó con su brazo, pero ella lo rechazó-. ¡También te veo a ti en un ataúd! ¡A ti!

Bernie la sujetó por los hombros, la mantuvo a distancia y la miró a los ojos.

– Si Franco entra en Madrid, habrá una matanza. Y yo no los abandonaré. ¡No pienso hacerlo!

Llegó el día de Navidad. Comieron un grasiento estofado de cordero en el apartamento de Barbara y después subieron al dormitorio de arriba. Allí permanecieron un rato charlando, tumbados en la cama el uno en brazos del otro.

– Ésta no es la Navidad que yo esperaba -dijo Barbara-. Pensaba que estaría en Birmingham y que iría con papá y mamá a ver a mi hermana y su familia. Siempre me pongo nerviosa a los dos días y me entran ganas de largarme.

Él la estrechó con fuerza.

– ¿Por qué te inculcaron este mal concepto de ti misma?

– No lo sé. Simplemente ocurrió.

– Tendrías que estar dolida con ellos.

– Jamás comprendieron por qué me fui a trabajar con la Cruz Roja. -Deslizó un dedo por su pecho-. Les habría gustado verme casada y con hijos como Carol.

– ¿Te gustaría tener hijos?

– Sólo cuando ya no haya guerras.

Bernie encendió un par de cigarrillos para los dos, buscando a tientas en medio de la oscuridad. Su rostro estaba muy serio bajo el rojizo resplandor.

– Yo he decepcionado a mis padres. Creen que he arrojado por la borda todo lo que Rookwood me enseñó. Ojalá jamás hubiera ganado la maldita beca.

– ¿No obtuviste ningún beneficio del colegio?

Bernie rió con amargura.

– Como decía Calibán, me enseñaron la lengua y, por consiguiente, sé soltar maldiciones.

Barbara buscó su corazón y apoyó la mano para percibir los suaves latidos.

– Puede que eso sea lo que nos ha unido. Dos decepciones. -Hizo una pausa-. Tú crees en el destino, ¿verdad, Bernie?

– No. En el destino histórico.

– ¿Y cuál es la diferencia?

– Tú puedes influir en el destino, puedes ponerle obstáculos o acelerar su curso. Puedes hacer lo que quieras para modificar el curso del destino.

– Ojalá mi destino estuviera a tu lado. -Notó que el pecho le subía y bajaba bruscamente al respirar hondo.

– Barbara.

– ¿Qué?

– Tú sabes que ya estoy prácticamente recuperado. Dentro de un par de semanas me enviarán al nuevo campo de instrucción de Albacete. Me lo dijeron ayer.

– ¡Oh, Dios mío! -Barbara se hundió en el desánimo.

– Lo siento. Esperaba el momento adecuado para decírtelo; pero no lo hay, ¿verdad?

– No.

– Creo que antes no me importaba vivir, pero ahora sí. Ahora que vuelvo al frente.

Durante las dos semanas que siguieron a la marcha de Bernie, Barbara no recibió ninguna noticia. Acudía al trabajo y pasaba el día como podía; pero, cuando regresaba a su apartamento y él no estaba allí, el silencio parecía resonar como un eco, como si él ya hubiera muerto.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Invierno en Madrid»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Invierno en Madrid» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Invierno en Madrid»

Обсуждение, отзывы о книге «Invierno en Madrid» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x