C. Sansom - Invierno en Madrid

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Invierno en Madrid: краткое содержание, описание и аннотация

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Año 1940. Imparables, los alemanes invanden Europa. Madrid pasa hambre y se ha convertido en un hervidero de espías de todas las potencias mundiales. Harry Brett es un antiguo soldado que conoció la Guerra Civil y quedó traumatizado tras la evacuación de Dunkerque. Ahora trabaja para el servicio secreto británico: debe ganarse la confianza de su antiguo condiscípulo Sandy Forsyth, quién se dedica a negocios turbios en la España del Caudillo. Por el camino, Harry se verá envuelto en un juego muy peligroso y asaltado por amargos recuerdos.

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– Bastante peligro corrí durante el sitio -dijo-. Si voy a abandonar mi país, que por lo menos pueda hacer una buena obra y rescatar a una persona.

– Bernie es importante para mí… no podría hacer otra cosa. Pero tú no le debes nada.

– Yo estoy en deuda con todas las personas que vinieron a ayudar a la República. Quiero hacer algo antes de irme -dijo, sonriendo con tristeza-. ¿Te suena muy romántico, muy español y muy estúpido?

– No, no. Es una cosa muy limpia.

Se preguntó, por un instante, si ella querría ver si él también era capaz de hacer algo limpio después de las sucias actividades en las que se había visto implicado y de todas las traiciones que había cometido. Harry le había dicho a Barbara que la ayudaría; en parte, porque el corazón le había dado un vuelco de alegría en el pecho al enterarse de que Bernie estaba vivo y, en parte, para compensar sus mentiras, pero también para demostrarle a Sofía que era capaz de hacer una buena obra. Algo había cambiado entre ellos; un ligero alejamiento por parte de Sofía y un leve titubeo por la suya que sólo un amante habría podido detectar.

Ella, en cambio, no había vacilado al manifestarle él su intención de casarse en la embajada. Sería una ceremonia civil porque él no era católico, pero la embajada podía celebrar una boda de acuerdo con la legislación inglesa. Tolhurst había soltado alguna que otra palabrita en determinados departamentos y había allanado el terreno.

– Lo único que me preocupa -dijo Harry- es saber si Barbara será lo bastante fuerte para resistirlo.

– Yo creo que sí. Hasta ahora lo ha llevado todo ella sola. Este Bernie debe de ser alguien muy especial. Casi todos los comunistas españoles eran mala gente.

– Era mi mejor amigo. Bernie nunca te dejaba en la estacada, era más fuerte que una roca. -«No como yo», pensó Harry-. No sabes con cuánta firmeza defendía su socialismo. -Rió por lo bajo-. Y eso no estaba nada bien visto en Rookwood, te lo aseguro. -Sonrió con ironía-. No conviene que Paco estudie en una de esas escuelas privadas. O bien te rebelas o bien te dejan convertido en un sonámbulo para toda la vida.

El estridente sonido del timbre de la puerta despertó a Harry de sus ensoñaciones. Hillgarth y Tolhurst estaban en la puerta, tocados con unos sombreros de paño y envueltos en gruesos abrigos. Debajo, vestían unos elegantes trajes de calle. Hillgarth se frotó las manos.

– Por Dios bendito, Brett, pero qué frío hace aquí.

– Tarda un poco en calentarse. ¿Les apetece tomar algo?

Preparó whisky para Hillgarth y brandy para Tolhurst y para él. Consultó el reloj: las siete menos cuarto. Tolhurst se sentó muy nervioso en el sofá. Hillgarth se puso a pasear por la estancia, estudiando los cuadros.

– ¿Son de la embajada?

– Sí, no había nada en las paredes cuando vine.

– ¿Encontraste algún recuerdo del comunista que había vivido aquí? -Tolhurst sonrió-. ¿Alguna consigna de Moscú en la parte de atrás de las sillas?

– No, nada de todo eso.

– Seguro que los de Franco lo limpiaron a conciencia. Por cierto, han dejado de seguirte, ¿verdad?

– Sí. Desde hace unas semanas.

– Debieron de llegar a la conclusión de que eras demasiado jovencito. -Santo Dios, pensó Harry, la de cosas que les estaba ocultando; y eso no era nada comparado con lo que iba a hacer el sábado. No tenía que pensar en ello, tenía que conservar la cabeza fría. Fría como una llave-. Por cierto -dijo Tolhurst-, tu prometida tiene que ir mañana a la embajada para una entrevista. Sólo para un examen político, para asegurarnos de que no es una agente de Franco. Te puedo asesorar sobre lo que tendrá que decir.

– De acuerdo. Te lo agradezco.

– El chiquillo no planteará ningún problema, seguramente -añadió Tolhurst-; pero ella tendrá que demostrar que lo ha tenido a su cargo. -Miró a Harry con su habitual cara de lechuza.

– Recoge sus raciones de alimentos y lo lleva haciendo desde hace un año y medio.

Tolhurst asintió con la cabeza.

– Creo que eso bastará.

Hillgarth miró a uno y a otro, sosteniendo la copa en sus manos.

– Tendría usted que estarle muy agradecido a Tolly, Brett. Media tarde de ayer se la pasó en el departamento de inmigración.

Volvió a escucharse el agudo sonido del timbre. Por un segundo, los tres permanecieron en silencio como haciendo acopio de todos sus recursos. Después, Hillgarth dijo:

– Vaya a abrir, Brett.

Con una sonrisa en los labios, Sandy esperaba en la puerta en posición relajada.

– Hola, Harry. -Miró por encima del hombro de éste-. ¿Ya están aquí?

– Sí, pasa.

Lo acompañó al salón. Sandy saludó a Hillgarth y Tolhurst con una inclinación de cabeza y luego miró alrededor.

– Bonito apartamento. Veo que tienes unos cuantos cuadros ingleses.

Hillgarth se le acercó y le tendió la mano.

– Soy el capitán Alan Hillgarth. Le presento a Simón Tolhurst.

– Encantado de conocerles.

– ¿Qué vas a tomar, Sandy? -le preguntó Harry.

– Whisky, por favor. -Observó la botella del aparador-. ¡Ah!, veo que tienes Glenfiddich. No sé si tu proveedor es el mismo que yo tengo. ¿Un pequeño local dedicado al mercado negro detrás del Rastro?

– Más bien suministros de la embajada -explicó Hillgarth-. Directamente de Inglaterra. Ventajas del oficio.

– Comodidades hogareñas, ¿eh? -Sandy miró a Harry con su ancha sonrisa de siempre mientras éste le ofrecía el vaso.

Harry se revolvió inquieto en su fuero interno.

– ¿Nos sentamos? -preguntó Hillgarth.

– Por supuesto. -Sandy se sentó y le ofreció la pitillera de plata a Hillgarth. Después, se reclinó en su asiento-. ¿En qué puedo servirlo?

– Lo hemos estado vigilando, Forsyth -dijo Hillgarth en tono pausado-. Estamos al corriente de su participación en la mina de los alrededores de Segovia; sabemos que es un gran proyecto y que usted ha tenido problemas con el comité del general Maestre. Creemos que su sector monárquico quiere arrebatarle el control de este importante recurso a los falangistas del Ministerio de Minas.

El rostro de Sandy se quedó en blanco mientras éste miraba a Hillgarth. Harry pensó: «Sandy se dará cuenta de que todo esto sólo se habrá podido averiguar a través de mí.» Hillgarth lo tendría que haber advertido de que irían directamente al grano.

– Las acciones de su empresa, Nuevas Iniciativas -añadió Hillgarth, mirando a Sandy a los ojos-, están bajando.

Sandy se inclinó hacia delante, sacudió cuidadosamente la ceniza de su cigarrillo en el cenicero, volvió a reclinarse en su asiento y enarcó una ceja.

– Eso es para usted el mercado bursátil.

– Y, como es natural, las cosas se habrán complicado considerablemente tras descubrirse el cadáver del teniente Gómez.

Sandy mantuvo un semblante inexpresivo y no dijo nada. Fueron sólo unos segundos, pero parecieron durar una eternidad. Después, miró a Tolhurst antes de volverse para mirar nuevamente el rostro de Hillgarth.

– Veo que está usted muy bien informado -dijo en un pausado susurro-. ¿O sea que Harry me ha estado espiando? ¿Mi viejo compañero del colegio? -Se volvió muy despacio para mirar a Harry. Sus grandes ojos castaños reflejaban una profunda tristeza-. Lo has estado fisgoneando todo, ¿verdad?

– La información es correcta, ¿no es cierto? -lo interrumpió Hillgarth.

Sandy se volvió para mirarlo.

– Una parte podría serlo.

Hillgarth se inclinó hacia delante.

– No juegue conmigo, Forsyth. Muy pronto va a necesitar un refugio. Si el Estado se hace cargo de la explotación de la mina, se quedará usted sin un céntimo. Incluso alguien podría acusarlo del asesinato de Gómez.

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