Son estos hechos únicos en la historia de la mujer en la Argentina porque aunque en estos casos fuera Rosas quien dictaba el contenido principal de la correspondencia, Manuela agregaba su ductilidad e inteligencia para desempeñar eficazmente el papel que tenía asignado.
Este curioso estilo de hacer diplomacia al tipo cortesano llegaría a su más alta expresión cuando Lord Howden fue designado nuevo negociador por el Reino Unido ante el gobierno de Buenos Aires. La presentación del diplomático estaría a cargo de Mandeville, quien lo haría de amigo a amigo más que en términos oficiales:
“Él es un caballero de noble estirpe, par del Reino, de altas calidades y grandes riquezas, y su deseo de distinguirse en la ardua tarea de pacificar los países de ambas riberas del Plata lo ha inducido a aceptar ese difícil cargo; deja una existencia muy brillante en su patria y a su anciana madre que lo adora.” Mandeville agrega otros detalles atractivos: “tiene un exterior interesante y maneras muy agradables, y como a mi amigo ruego para él de parte de usted aquella graciosa benevolencia con la que usted siempre me honró”. [187]
Manuela, en su respuesta, cuyo borrador fue cuidadosamente corregido por Rosas, se mostró agradecida por la recomendación de Howden, el cual, desde su llegada a Buenos Aires, no había tenido más que finas atenciones y amabilidades para con ella. Su “tatita” escribiría por separado a Mandeville. La carta concluía con elogios a las altas calidades, noble linaje e interesantes modales del Lord. [188]
Se iniciaba así un romance fulgurante en el que Howden demostraría el temperamento sentimental de los ingleses, más allá de la fama de frialdad que se les atribuye comúnmente, mientras Manuela haría gala de un gran dominio de sí a despecho de la fama volcánica que tienen las almas latinas. Sobre el carácter del Lord, dice Lynch que “a través de una convencional carrera de las armas y de la diplomacia, había preservado una naturaleza romántica que se manifestó en Buenos Aires a pesar de sus 48 años”. Cuenta además que Rosas mantenía una relación curiosa con los barcos bloqueadores, a los que ofreció aprovisionar de carne; Howden rechazó esa propuesta, en extremo absurda, pero se enamoró ardientemente de la hija del gobernador mientras discutía el tema de Montevideo y el de la navegación del río Paraná que era crucial en el conflicto.
Ibarguren, por su parte, ha relatado con lujo de detalles el romance entre la señorita criolla y el noble diplomático que era barón de Irlanda y par de Inglaterra y que había sido ayudante de Lord Wellington en la guerra de España contra Napoleón y acompañado a Lord Byron en la lucha de los griegos contra los turcos; casado y divorciado de una sobrina de Potemkin, ministro de Catalina de Rusia, nada faltaba para hacer de Howden un personaje novelesco. Rosas, que había evaluado su espíritu franco y su interés por el país al que estaba destinado, decidió conquistarlo, utilizando para ello los encantos de Manuelita e invitándolo a fiestas campestres y amables tertulias donde el inglés cantaba y bailaba a su gusto. Entre tanto, el diplomático francés a cargo de las gestiones de paz, conde Waleski, observaba una conducta diametralmente opuesta; él y su bella esposa eludían relacionarse con la sociedad porteña y en apariencia despreciaban las invitaciones que tanto agradaban al Lord.
Desde Montevideo los emigrados argentinos seguían con ansiedad comprensible las andanzas del enamoradizo Lord, pues temían que los flirteos con Manuelita, de los que estaban al tanto, pusieran término anticipado al bloqueo de los ríos que convenía a la política de los enemigos de Rosas. Su alarma creció al leer en El Comercio del Plata la crónica de un paseo organizado por la Niña en homenaje a Howden al campamento de Santos Lugares donde acampaban las fuerzas federales y que era una verdadera población campestre, con los ranchos en hilera, formando calles espaciosas y rodeados de huertas bien cultivadas. El inglés, que estaba ataviado a la usanza local, con poncho pampa, chambergo de alas cortas, rebenque y espuelas de paisano, disfrutó mucho de la jornada, en la que no faltaron tropas que rendían honores, doma de potros y simulacros de combates a cargo de auténticos indígenas pampas, a los que Howden saludó cordialmente y en su idioma. Integraban la comitiva, que bailó y se divirtió hasta la madrugada siguiente, amigos y amigas de la hija del gobernador pues la invitación no tenía carácter oficial, era solamente un agasajo privado.
Pero Manuela y el Lord no participaron de todos los festejos. Volvieron temprano a la ciudad. Iban a caballo, como se estilaba en esos paseos a los que la juventud porteña era tan adicta. “En ese día dorado de otoño, al atravesar los campos que se dilataban verdes y frescos, el huésped ilustre abrió su corazón a la Niña mientras ella, silenciosa y grave, hundía en el horizonte la mirada soñadora que se perdió en la bruma azulada de la tarde”, escribe Ibarguren, imbuido a su vez del romanticismo de la escena.
Cartas intercambiadas por Howden y Manuela, veintitantos días después del episodio, revelan la respuesta de la Niña a su enamorado: ella no lo amaba, pero lo apreciaba y respetaba como a un hermano. El Lord le respondió con su mejor humor británico: “Señorita de mi profundo respeto y hermana de mi tierno cariño (…) Hijo único de mis padres, me ha negado la naturaleza el goce de esos privilegios y consuelos que disfrutan seres más favorecidos en las dulces y sagradas relaciones que existen entre un hermano y una hermana. Lo que usted me dice de un enlace tan puro no es para mí una mera expresión de urbana política, sino una concesión seriamente caritativa y bondadosa hecha para llenar el hueco que había en mi corazón. Admito todo lo generoso de parte de usted en semejante asociación y conozco lo que hay de obligatorio por mi lado en el compromiso que contraigo”. Le agradecía además la estirpe genealógica que le destinaba y se comprometía a colgar el precioso documento en la casa de sus padres, delante de los retratos de sus antecesores, “que bajarán de sus empolvados marcos para recibir a una nieta tan ilustre”. Deslizaba aquí cierta ironía, pues Caradoc, como firmaba la carta, alardeaba mucho de sus ancestros y es más que posible que diera poca importancia a los blasones de una familia criolla por nobles que fueran los Rosas en su tierra. Se despedía con un expresivo “hermano, amigo, admirador y rendido servidor que besa sus pies”.
Casi un mes más tarde, el 18 de julio de 1847, Howden se ausentaba del Río de la Plata, no sin antes informar a su “linda, buena, querida y apreciadísima hermana, amiga y dueña” que acababa de recibir carta suya y no perdía un momento en mandar un vapor a Buenos Aires para levantar el bloqueo en lo que tocaba a los buques ingleses. Agradecía a la Niña y a su tatita las bondades que le habían prodigado y reconocía los rumores que circulaban acerca de sus amores: “Fui ayer al campamento, y la señorita Díaz me dijo que corría muy válida la voz que estaba perdidamente enamorado de usted. Le contesté que lo sería sin la más mínima duda, a no ser que fuera yo su hermano de usted, y unido indisolublemente así por los vínculos de la sangre”. Le pedía le escribiera a Río de Janeiro, su próximo destino, y que le dijera mil cosas a Juanita (Sosa) la amiga inseparable de Manuela. [189]
La misión diplomática concluía exitosamente para los intereses argentinos contrarios al bloqueo, también para los británicos, pues el Reino Unido nunca estuvo convencido de la oportunidad de esta medida que adoptó para no dejar en libertad de acción a Francia en el Río de la Plata. Howden, cuando advirtió que Rosas se empecinaba en no dar garantías para la independencia uruguaya, y en no reconocer la libre navegación del Paraná, decidió levantar el bloqueo que tanto perjudicaba los negocios británicos. Lord Palmerston, el primer ministro inglés, compartió su punto de vista: Rosas era un mal necesario, el hombre que ponía orden en la anárquica sociedad argentina y que al mismo tiempo salvaguardaba la libertad de los extranjeros residentes en el país. [190]
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