Ángela Vallvey - Muerte Entre Poetas

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Ágil y sutil pero profunda, brillante y divertida, Muerte entre poetas es un auténtico logro narrativo que encandilará a los lectores. Una historia deliciosa que hace un guiño a las viejas novelas de Agatha Christie y a las guerras literarias de Pío Baroja.
Lo que debía ser un encuentro ritual entre prestigiosos miembros de las letras nacionales se convierte en algo turbador al aparecer asesinado de una puñalada en el corazón uno de los poetas participantes. Nacho Arán, poeta y meteorólogo, llega al congreso poco después de que se haya producido el crimen, por lo que está libre de sospecha y podrá dedicarse a husmear entre el resto de los asistentes. Pronto descubrirá que casi todos ellos tienen algo contra el muerto, y se dará cuenta de que el refinamiento intelectual y la supuesta sofisticación de la cultura no sirven como vacuna contra el mal y las pasiones violentas, contra el odio y el deseo de venganza…

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– ¿Qué motivos?

– Era un malediciente, y yo fui una de sus incontables víctimas.

Se negó a contar nada más, y Nacho miró hacia los estantes repletos de libros que engalanaban las paredes de la estancia buscando inspiración.

– El odio… -repitió en voz baja.

– Sí, querido joven. País de odiadores natos, el nuestro. Hermano contra hermano y padre contra hijo. ¿Por qué iba a ser una excepción el colega contra el colega? Ésta es la tierra de Pedro I de Castilla, Pedro el Cruel, que asesinó a su hermano Fadrique, y era especialista en eliminar a las madres, hijos y esposas de sus enemigos. Un tipo sanguinario, lujurioso y engreído, si me permites la observación. Y, sin embargo, bajo su reinado florecieron las artes y las letras. También protegió a los judíos. Fue amigo del gran poeta Sem Tob de Carrión. Al carácter hispano nunca le ha hecho daño un poco de sangre, excepto por la sangre en sí.

– De modo que… ¿Cristina y él no tuvieron un encuentro demasiado amigable? -trató de reconducir Nacho la conversación.

– Pues no, no me lo pareció. Cada vez que tropezaba con él su mirada, ella agitaba la cabellera, como una María Antonieta prematuramente encanecida después de dormir en La Conciergerie. Por cierto, yo siempre he sido de la opinión de que María Antonieta no encaneció en su encierro, sino que simplemente mientras estaba en prisión no dispuso de los afeites y pelucas con los que habitualmente disimulaba las canas propias de su edad, y evidentemente…

– ¿Y Fabio, cómo se comportaba?

– Bueno, él la observaba de reojo, y en varias ocasiones lo oí quejarse de su presencia a terceros, concretamente a Pascual Coloma, que le respondía con forzados monosílabos, dado que no es muy propenso a hablar si no media un suculento cheque por medio. Por venir aquí lo ha recibido, el cheque, digo, pero debe pensar que, con su presencia y su ponencia (ambos elementos son lo mismo en su caso), ya ha cumplido y no tiene por qué soltar más prenda.

– ¿Pudiste oír qué le decía exactamente?

– Bueno, déjame recordar. Creo que oí algo así como: «Esa mujer es veneno. Una trepa que me arruinó.» O algo parecido.

– Pero Cristina Oller fue una niña prodigio. Normalmente a los trepas les cuesta más subir. Quiero decir que, si son trepas, es porque no les queda otro remedio -subrayó Nacho-, y suelen pasarse la vida tratando de escalar. Si todos hubiesen tenido las facilidades de Cristina desde la adolescencia… no serían trepas. No, ni mucho menos.

– Claro. Bueno, supongo que Arjona detestaba a Oller, y viceversa; vivieron juntos y luego dejaron de hacerlo. Sufrieron un mal remate de su relación, según tengo entendido.

– Sí, eso creo.

– Ella, cada vez que nos reuníamos todos y no podía evitar la cercanía de la grosera presencia de Arjona, se erizaba igual que el gato de doña Agustina. Tenía todo el aspecto de un gato escaldado. Y él bufaba y se movía nervioso, con ese núcleo sintáctico que era su enorme barriga temblando de indignación, como si la pobre mujer fuese la mayor perra de la historia de Occidente. -Levantó las cejas y ofreció un aspecto humorístico, a pesar de la solemnidad de su prosopopeya-. Yo estimo que no es para tanto, la verdad. Las buenas maneras se inventaron, precisamente, para evitar esas enojosas situaciones.

– ¿Alguien más no le dirigió la palabra a Fabio Arjona?

– La mayoría no estábamos demasiado ilusionados con su presencia, pero lo toleramos. Incluso la joven Rocío, algo inaudito, teniendo en cuenta que, en tiempos, Arjona fue su padrastro y el asunto tampoco concluyó de manera conveniente y civilizada con su madre.

– ¿Qué?

Mauricio asintió, envuelto en un nimbo de gravedad y reserva. Se removió en su silla con tanto afán que dio la impresión de estar escarbando en el asiento con el trasero.

– No me gusta ser chismoso -añadió, y se encerró en un taciturno mutismo.

– ¿Fabio Arjona estuvo… casado con la madre de Rocío Conrado…? -Nacho intentó que siguiera hablando.

Mauricio, prudente y serio, se tomó unos segundos antes de responder.

– Liado, más bien. El matrimonio no era la especialidad de Arjona. Él era más partidario de las delicias del amancebamiento. En fin, no quiero hablar demasiado. Aunque no estoy contando nada que no sepa todo el mundo.

– Vaya, pues no tenía ni idea.

– Sí, la propia Rocío puede explicártelo, si le apetece, claro está.

– Quizás deba preguntarle.

– ¿Estás tratando de… de resolver este caso? He oído que tienes una página web, o algún invento endemoniado de ésos, en la que tú y tus amigos les hacéis la competencia a las fuerzas del orden. Cosa que no debe de ser muy complicada, ahora que lo pienso.

– Algo así.

– Pues habla con Rocío, ella puede explicarte este asunto mejor que yo. Por otro lado, y ya que me has preguntado al respecto, he de decir que no tuve la impresión de que Rocío guardara rencor a Arjona, a pesar de lo que se dice que pasó.

– ¿Qué pasó?

Mauricio negó con la cabeza, inflexible.

– Que te lo cuente ella, si quiere.

– Le preguntaré.

– Pero insisto en que no noté resentimiento por parte de Rocío, todo lo contrario. Lo saludó amigablemente, al tal Arjona. Le estrechó la mano y le dijo que «hacía mucho tiempo», y que se alegraba de verlo con tan buen aspecto. Si la chica lo detestaba, no se puede negar que tiene cuajo. Disimulaba estupendamente.

– Mira por dónde.

– Sí, Arjona tuvo una vida larga e interesante, y el mundo es un pañuelo lleno de suciedad, cursis e inservibles bordados, conflictos de interpretación y signos fracasados. Pero pequeño, diminuto, y por norma general carente de todo indicador de poeticidad o de misericordia humana.

– Fabio conocía a todo el mundo.

– A todos los que habitábamos en su mundo, sí.

Nacho se pasó la mano por el pelo, que notaba seco, tratando de concentrarse.

– Mauricio, hay otra cosa.

– Dime -el hombre echó un vistazo rápido a su reloj, apuntando así claramente que estaba cansándose de tanta charla.

– ¿Sabes si Fabio, si Arjona tenía ordenador portátil?

– No tengo ni idea, pero supongo que sí. Presumo que tendría varios, incluso. Mientras yo no he logrado encumbrarme en la escala evolutiva más allá de la pluma de varios cientos de euros, él tenía fama de estar al tanto de cualquier invento tecnológico que se produjese. Pero debo decir que mis plumas son más caras que los ordenadores de algunos que conozco. Incluso las colecciono. Tengo verdaderas joyas antiguas. Lo digo pavoneándome, muchacho, con tu permiso. Estaré anticuado, pero estarlo me cuesta una pasta , como decís ahora.

– ¿Viste si llegó al cigarral con un ordenador?

– No. Cada uno llegó a una hora distinta. Eso sí, todos antes del mediodía.

– Entonces no sabes si viajaba con uno de esos maletines para transportar computadoras portátiles…

– No, pero puedes preguntarle a doña Agustina. Ella nos recibió a todos en la puerta, a cada uno de nosotros. Supongo que si Arjona trajo algo así en su equipaje, se fijaría. Además, la policía también te informará con gusto. Se llevaron todas sus cosas. Si había un ordenador entre ellas, estará en la comisaría.

– Sí, es posible.

Mauricio se levantó.

Nacho hizo lo mismo. Salieron de la biblioteca y fueron hablando sobre una pluma que había adquirido Mauricio, a través de una subasta en la que pujó por teléfono. Una estilográfica de tinta sólida de la factoría de Slavoljub Eduard Penkala, fabricada en la Croacia de los años veinte del siglo XX.

– Preciosa -dijo Mauricio-. Más preciosa que la infección del petrarquismo. Que una vida in sonetti, in canzoni, in madrigali … De manera más o menos regular, me reúno con algunos otros tullidos como yo, aficionados a lo mismo, y presumimos de nuestras adquisiciones además de compartir la…

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