Marc Levy - La primera noche

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Los protagonistas de El primer día, Keira y Adrian, vuelven a verse las caras a la espera del final que se merecen.
La primera noche arranca con un rescate. Las investigaciones de Keira la han llevado hasta una lúgubre prisión china, de la que saldrá casi a hombros de su salvador Adrian. Sin embargo, esta no es una historia de príncipes y princesas al uso y la inquieta arqueóloga perseguirá cueste lo que cueste su objetivo: encontrar la civilización perdida. Londres y Amsterdam, pero también Rusia, Liberia y Grecia. El mundo se les queda pequeño a esta pareja de aventureros que, de nuevo, deberán enfrentarse a los conservadores de una intimidante sociedad secreta.

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– ¿Para ir dónde?

Su pregunta era acertada. Estábamos encerrados en un compartimento de seis metros cuadrados, seis vagones nos separaban del restaurante, y la idea de ir hasta allí no me tentaba en absoluto. Vacié mi maleta, puse nuestra ropa dentro de nuestras literas para simular dos cuerpos tumbados y la cubrí con las sábanas. Luego ayudé a Keira a trepar al portaequipajes, apagué la luz y subí junto a ella.

– ¿Puedes decirme a qué estamos jugando?

– No hagas ruido, es todo lo que te pido.

Pasaron diez minutos y volví a oír el mismo ruido en la puerta. Ésta se abrió, resonaron cuatro disparos y se volvió a cerrar. Nos quedamos largo rato acurrucados el uno contra el otro, hasta que Keira me dijo que tenía un calambre terrible en la pierna que pronto le haría gritar de dolor. Salimos de nuestro escondite, Keira quiso encender la luz, pero yo no la dejé. Descorrí un poco la cortina para que entrara la luz de la luna. Ambos palidecimos al ver nuestras literas atravesadas por dos agujeros allí donde habrían estado nuestros cuerpos dormidos. Alguien se había introducido en nuestro compartimento para dispararnos. Keira se arrodilló delante de su litera y pasó el dedo por el agujero en la sábana.

– Es aterrador… -murmuró.

– ¡En efecto, lo siento por las sábanas!

– Pero, joder, es que no lo entiendo, ¿por qué se ensañan así con nosotros? Ni siquiera sabemos lo que buscamos, y menos aún si lo encontraremos algún día, entonces…

– Es probable que los que quieren matarnos sepan más que nosotros. Ahora tenemos que conservar la calma para salir de esta trampa. Y más nos vale pensar de prisa.

Nuestro asesino estaba en el tren, y allí se quedaría al menos hasta la parada siguiente, a no ser que decidiera esperar a que descubrieran nuestros cuerpos para asegurarse del éxito de su misión. En el primer caso, debíamos permanecer escondidos en nuestro compartimento, en el segundo, era más prudente bajar antes que él. El convoy iba ahora más despacio, debíamos de estar acercándonos a Omsk; la escala siguiente sería por la mañana temprano, en la estación de Novosibirsk.

Mi primer reflejo fue el de encontrar la manera de atrancar la puerta, y lo hice enganchando mi cinturón al picaporte y atándolo al travesaño de la escalerilla que permitía acceder al portaequipaje. El cuero era lo bastante resistente para que nadie pudiera abrir la puerta corredera. Luego ordené a Keira que se agachara para observar el andén sin ser descubiertos.

El tren se detuvo. Desde donde estábamos era difícil distinguir quién se apeaba, y no vimos nada que nos indicara que el asesino se hubiera bajado.

Durante las horas siguientes, volvimos a hacer nuestro equipaje, alertas al más mínimo ruido. A las seis de la mañana, oímos gritos. Los viajeros de los compartimentos vecinos salieron al pasillo. Keira se levantó de un salto.

– ¡Ya no soporto seguir encerrada aquí! -dijo, liberando el picaporte.

Abrió la puerta y me lanzó el cinturón.

– ¡Vamos a salir! Hay demasiada gente fuera, no puede ser peligroso.

Un pasajero había descubierto a la responsable del vagón: yacía inerte al pie de su samovar con una herida muy fea en la frente. Su colega, la del turno de día, nos ordenó que volviéramos a la cama, la policía subiría a bordo en Novosibrisk. Mientras tanto, todos los viajeros debían encerrarse en sus compartimentos.

– ¡Volvemos a la casilla de salida! -protestó Keira.

– Si la policía registra los compartimentos, más nos vale esconder las sábanas -dije, volviendo a ponerme el cinturón-, no es el mejor momento para llamar la atención.

– ¿Crees que ese tipo sigue por aquí?

– No tengo ni idea, pero ahora ya no podrá volver a intentar nada contra nosotros.

En la estación de Novosibirsk, dos inspectores interrogaron uno por uno a todos los pasajeros, pero nadie había visto nada. Se llevaron a la joven provonitsa en una ambulancia, y en seguida la sustituyó otra empleada de la compañía. Había suficientes extranjeros en el tren para que nuestra presencia no llamara particularmente la atención de las autoridades. Sólo en nuestro vagón había holandeses, italianos, alemanes y hasta una pareja de japoneses, de modo que no éramos más que dos ingleses en medio de tanto extranjero. Tomaron nota de nuestra identidad, los inspectores bajaron del tren, y éste reanudó su marcha.

Cruzamos una zona de marismas heladas, el relieve se hizo más alto, ahora había también algunas montañas nevadas a las que sucedieron de nuevo las llanuras de Siberia. En mitad del día, el tren tomó por un largo puente metálico que cruzaba el río Yeniséi; la siguiente parada duró media hora. Yo habría preferido que no saliéramos del compartimento, pero Keira ya no aguantaba encerrada. En el andén la temperatura debía de ser de unos diez grados bajo cero. Aprovechamos nuestra pequeña escapada para comprar algo de comer.

– No veo nada sospechoso -dijo Keira mientras mordía con avidez una empanadilla de verduras.

– Ojalá siga así hasta mañana por la mañana.

Los pasajeros volvían ya a los vagones, eché un último vistazo a nuestro alrededor y ayudé a Keira a subir. La nueva provonitsa me gritó que nos diéramos prisa, y la puerta del tren se cerró tras de mí.

Le sugerí a Keira que pasáramos nuestra última velada a bordo del Transiberiano en el vagón restaurante. Tanto los rusos como los turistas se pasaban la noche bebiendo allí; cuanta más gente hubiera a nuestro alrededor, más seguros estaríamos. Keira acogió mi propuesta con alivio. Encontramos una mesa que compartimos con cuatro holandeses.

– Y una vez en Irkutsk, ¿cómo daremos con Egorov? El lago Baikal tiene una superficie de más de seiscientos kilómetros.

– Una vez allí, trataremos de encontrar un cibercafé y buscaremos en internet, con un poco de suerte, encontraremos la pista de este tipo.

– Ah, ¿porque tú sabes navegar por internet en cirílico?

Miré a Keira; su sonrisa burlona me recordó lo guapa que era. Tenía razón, quizá tuviéramos que recurrir a un intérprete.

– En Irkutsk -añadió, burlándose de mí-, iremos a ver a un chamán, ¡nos dará mucha más información sobre la región y sus habitantes que todos los motores de búsqueda de tu dichosa internet!

Y mientras cenábamos, Keira me explicó por qué el lago Baikal se había convertido en un lugar tan importante para la paleontología. El descubrimiento al inicio del siglo XXI de yacimientos del paleolítico había aportado pruebas de la presencia de hombres de Transbaikalia que poblaron Siberia veinticinco mil años antes de nuestra era. Sabían utilizar un calendario y ya llevaban a cabo ritos funerarios.

– Asia es la cuna del chamanismo. En estas regiones -prosiguió Keira-, se considera la primera religión del hombre. Según la mitología, el chamanismo nació incluso al mismo tiempo que la creación del Universo, y el primer chamán era hijo del Cielo. ¿Ves?, nuestras profesiones están relacionadas desde la noche de los tiempos. Los mitos cosmogónicos siberianos abundan. En la necrópolis de la Isla de los Renos, en el Onega, se ha encontrado una escultura de hueso del V milenio antes de nuestra era. Representa un tocado chamánico decorado con un hocico de alce. Lo llevaba un chamán que ascendía hacia el mundo celestial flanqueado por dos mujeres.

– ¿Por qué me cuentas todo esto?

– Porque aquí, como en todos los pueblos buriatos, si quieres enterarte de algo tienes que pedir audiencia a un chamán. ¿Y ahora puedes decirme por qué me metes mano por debajo de la mesa?

– ¡No te estoy metiendo mano!

– ¿Entonces qué haces?

– Buscar la guía turística que has debido de esconder en alguna parte. ¡No me digas que sabías tanto sobre los chamanes porque no me lo creo!

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