Petkanov observó a su visitante. Durante décadas, aquella anécdota había provocado murmullos aprobatorios y lágrimas furtivas; pero en Solinsky sólo pudo ver una hosca beligerancia.
– ¡Ahórreme sus analogías baratas! -le espetó el fiscal general. ¡Santo Dios! Las había estado oyendo toda su vida: parábolas, exhortaciones, moralejas cortadas a medida, retazos de sabiduría popular… Citó uno que le vino por casualidad a la memoria-: Para plantar un árbol, hay que cavar primero un hoyo.
– Muy cierto -asintió condescendiente Petkanov-. ¿Has visto plantar alguna vez un árbol sin haber hecho un hoyo?
– No, probablemente no. Pero, en cambio, he visto demasiados hoyos abiertos en los que se han olvidado de plantar los malditos árboles.
– Peter, muchacho… Te equivocas si crees que soy tonto. Sé que el pueblo vive gracias a esas que tú llamas analogías baratas.
– Me alegra oírselo decir. Siempre supimos que, en el fondo, usted despreciaba al pueblo, que nunca confió en él. Por eso lo tuvo siempre bajo sospecha.
– ¡Ay, Peter, Peter…! Puede que estés familiarizado con mi voz, pero deberías prestar atención a lo que realmente estoy diciendo. Aunque sólo fuera para servirte de ello en tu poderoso papel de fiscal general.
– ¿Si?
– Sí. Lo que yo decía es que sé que el pueblo vive gracias a lo que tú llamas analogías baratas. No soy yo quien lo desprecia por eso, sino tú. A tu padre, mi viejo amigo, le dio durante algún tiempo por teorizar. ¿Sigue teorizando ahora sobre sus abejas? Tú mismo eres un intelectual; cualquiera puede verlo. Yo soy sólo un hombre del pueblo.
– Un hombre del pueblo cuyos discursos y documentos selectos suman treinta y dos tomos.
– Un hombre del pueblo muy trabajador, si quieres. Pero sé cómo hablarles, y escucharlos.
Solinsky ni siquiera inició una protesta. Estaba empezando a sentir cierto cansancio. Que el viejo siguiera con su cháchara; ya no estaban en el tribunal. No creía ni una palabra de cuanto decía Petkanov, y dudaba de que lo creyera el propio ex presidente. ¿Habría algún término de retórica para caracterizar esta clase de desequilibrada conversación en la cual coinciden, de una parte, un indulgente monólogo y de otra un despreciativo silencio?
– Lo que significa -concluyó Petkanov- que sé muy bien lo que quiere el pueblo. ¿Qué te parece a ti que quiere, Peter? ¿Sabrías decírmelo?
– Me da la impresión de que usted se ha erigido hoy en experto en la materia.
– Sí, ciertamente, soy el experto. ¿Que qué quiere el pueblo? Quiere estabilidad y esperanza. Eso es lo que le dimos. Puede que no todo haya sido perfecto, pero con el socialismo la gente podía soñar que algún día llegaría esa perfección. Vosotros… vosotros sólo le habéis dado inestabilidad y desesperanza. Una ola de delitos. El mercado negro. Pornografía. Prostitución. Mujeres desequilibradas que vuelven a farfullar sandeces delante de los curas. Y un sedicente príncipe heredero que se ofrece a sí mismo como salvador de la patria. ¿Os sentís muy orgullosos de estos logros?
– Siempre hubo delitos. Mintió usted ocultándolos.
– Venden pornografía en las escalinatas del Mausoleo del Primer Líder. ¿Lo encuentras divertido? ¿Te parece sensato? ¿Crees que es un progreso?
– Bueno, felizmente él no está ya dentro para leerla.
– ¿Crees que es un progreso? Vamos, Peter, responde.
– Lo encuentro -replicó Solinsky, que a pesar del cansancio conservaba intacta su belicosidad forense-, lo encuentro muy apropiado -Petkanov le clavó una mirada asesina-; quiero decir que el Primer Líder fue un especialista en pornografía.
– Una cosa no tiene nada que ver con la otra.
– ¡Pues claro que sí! La comparación es muy justa. Decía usted que le dieron esperanza al pueblo. No, lo que le dieron ustedes fue fantasía. Grandes tetas y penes descomunales, y todos a joder unos con otros interminablemente… Eso es lo que vendía su Primer Líder, o su equivalente político, por lo menos. Su socialismo era una fantasía así. Más de una, de hecho. Por lo menos ahora hay algo de verdad en lo que venden junto al Mausoleo. Algo de verdad en toda esa basura.
– ¿Quién se está permitiendo analogías baratas, Peter? Me encanta oír cómo defiende la pornografía el fiscal general. Sin duda estarás igualmente orgulloso de la inflación, del mercado negro, y de las putas que invaden las calles…
– Tenemos problemas -admitió Solinsky-. Estamos en un período de transición. Hay que hacer reajustes penosos. Para empezar, hemos de comprender las realidades de la vida económica. Debemos producir lo que la gente quiere comprar. Sólo después alcanzaremos la prosperidad.
Petkanov cacareó encantado:
– Pornografía, querido Peter. Tetas y pollas. Tetas y pollas también para ti.
– ¿Sabes qué pienso?
– Piensas que deberíamos dejar de seguirlo, Dimiter.
– Sí, pero ahora sé por qué razón lo pienso.
– Pásame la cerveza, por favor.
– Es algo así… Nos han educado, ¿no?, en la escuela, y con la prensa y la televisión, y nuestros padres, o algunos padres por lo menos, para que creyéramos que el socialismo era la respuesta a todo. Quiero decir, que el socialismo era justo, científico, que todos los viejos sistemas se habían experimentado y fracasaban, y que sólo éste, bajo el que teníamos la suerte de vivir, sólo éste era el único… correcto.
– Eso no lo pensábamos ninguno, Dimiter; por lo menos no en serio.
– Tal vez no, pero es lo que suponíamos que los otros pensaban, ¿no?, hasta que comprendimos, hasta que averiguamos que la mayoría estaba suponiendo también. Y entonces nos dimos cuenta de que el socialismo no era una verdad política indiscutible, y que todas las cosas tienen dos caras.
– Eso lo mamamos desde críos.
– Sí, ya entonces aprendimos que era cosa de elegir entre dos.
– Muy gracioso, Atanas.
– Lo que estoy tratando de decir es que, viendo el juicio día tras día, oyendo al fiscal, oyendo a la defensa, esperando a que los jueces decidan, siento que todo esto… le está yendo demasiado bien.
– ¡Porque las acusaciones son tan insignificantes!
– No, no, en absoluto. Porque todo este tinglado carece de realidad. Porque llega un momento en el que ya las cosas no tienen dos caras: hay una solamente. Todo cuanto sale de su boca es mentira, es hipocresía, es basura irrelevante. Ni siquiera debería escuchársele.
– ¿Habría que ir, entonces, a un juicio moral?
– No, tampoco. Tendríamos que haber dicho: éste es un asunto que no admite dos caras. El mero hecho de celebrar un juicio implica que se le concede un crédito falso; equivale a admitir que incluso en este caso, incluso en el peor de los casos, la historia puede tener otra cara. Y no es así. Punto. En algunas cuestiones no hay más que una cara. Y sanseacabó.
– ¡Bravo, Dimiter! Pásale una cerveza. Permanecieron un rato en silencio. Luego dijo Vera: -Nos veremos mañana en casa de Stefan. A la hora de siempre.
– Mi teniente general, alguien podría pensar que está usted haciendo todo lo posible para conseguirle al ex presidente un veredicto de inocencia.
– ¿Cómo dice, señor fiscal? -El jefe de las Fuerzas Patrióticas de Seguridad se quedó pasmado.
– Bueno…, viene usted siempre a verme cuando estoy preparando mis interrogatorios.
– Volveré más tarde.
– No, no. Dígame.
– Notas concernientes a la Policía Central de los años 1970 a 1975.
– No sabía ni que hubiera existido ese cuerpo.
– Hubo muchas muestras de descontento en ese período… No, mejor dicho: hubo muchas muestras de descontento durante la primera mitad de ese período por la actuación y las ambiciones de la ministra de Cultura.
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