Julian Barnes - El puercoespín

Здесь есть возможность читать онлайн «Julian Barnes - El puercoespín» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El puercoespín: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El puercoespín»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

El puercoespín (1992) es una novela que retrata la caída del comunismo en Europa tras los sucesos de 1989. Se desarrolla en un país de Europa del Este que nunca se nombre (una «seudo-Bulgaria» según el propio Barnes), y describe el juicio de su jefe de estado, Stoyó Petkánov. Barnes presenta la historia a través de los ojos de muchos personajes, desde unos estudiantes desencantados que ven el juicio por televisión, actuando como una especie de coro griego, hasta el propio ex dictador. La variedad de testigos humaniza a Petkánov, revolucionario convencido, al tiempo que revela la sombría conclusión de que la victoria ideológica representada por el cambio de régimen no poseyó vencedores claros ni absolutos.

El puercoespín — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El puercoespín», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Peter Solinsky tuvo que aguardar al fin de semana para encontrar un hueco y dedicarlo a hojear el dossier que le entregara el jefe de Seguridad: Anna Petkanova 1937-1972. Era curioso: a aquel nombre siempre le seguían las fechas, hasta el punto de que se las sabía de memoria. Nombre y fechas impresos en sellos de correos, grabados en placas conmemorativas y en programas de conciertos, y en la estatua erigida frente al Palacio de Cultura Anna Petkanova. La única hija del presidente Stoyo Petkanov. Guía de las juventudes. Ministra de Cultura. Fotografías de una Anna Petkanova mofletuda, con uniforme de joven pionero, tocada con la boina roja; o como aplicada estudiante de química con el ojo pegado al microscopio; o como joven -y rellenita- embajadora cultural, recibida con ramos de flores al regreso de sus viajes al extranjero. Un ejemplo para todas las mujeres de la nación. El auténtico espíritu del socialismo y del comunismo, la personificación de su futuro. La joven ministra examinando los planos del nuevo Palacio de Cultura, bautizado ahora en su memoria. La ministra, con algunos kilos de más, recibiendo flores de los grupos de danzas populares, o siguiendo con atención los conciertos sinfónicos desde el palco presidencial. La señora ministra, ya positivamente gorda, escuchando con actitud crítica y con un cigarrillo en la mano los debates de la Unión de Escritores. Anna Petkanova, de poderosa humanidad, soltera, fumadora empedernida, curtida en banquetes, fallecida a la edad de treinta y cinco años. Llorada por la nación. Los mejores cardiólogos del país habían sido incapaces de salvarla, ni aun con las más modernas técnicas. Su envejecido padre a la salida del crematorio presenciando, con la cabeza descubierta y en posición de firmes sobre un manto de nieve, el instante en que se esparcen sus cenizas. Y la placa en el muro, repitiendo: Anna Petkanova 1937-1972.

«Realmente -pensó Solinsky al revisar aquel informe de Ganin- todo esto es pacotilla.» No le sorprendió que el Departamento de Seguridad Interior tuviera un dossier sobre la hija del presidente, que cierto alto funcionario del Ministerio de Cultura enviara mensualmente informes confidenciales al respecto, ni que las relaciones de la ministra con aquel gimnasta que obtuvo una medalla de plata en los Juegos Balcánicos hubieran sido objeto de estrecha vigilancia. El gimnasta aquel, si mal no recordaba, había dado un escándalo emborrachándose en un banquete a las pocas semanas de la muerte de Anna Petkanova, y poco después se le había permitido emigrar: la frase hecha para significar que lo despertaban a uno de madrugada y lo conducían al aeropuerto sin darle tiempo a coger ni una muda.

Stoyo Petkanov había declarado una semana de luto nacional por su hija. Estaban ambos muy unidos. Tras su nombramiento como ministra de Cultura, había aparecido cada vez más acompañando a su padre, en lugar de su madre, que estaba delicada de salud y por lo visto prefería permanecer en alguna de sus residencias del campo. Se rumoreó que Petkanov había estado dando vueltas a la idea de que su hija le sucediera en el cargo. Y se rumoreó asimismo que la hija del presidente había engordado tanto porque en alguno de sus viajes al extranjero se había vuelto adicta a las hamburguesas americanas, hasta el punto de que, tras infructuosos intentos de instruir a los cocineros presidenciales en su preparación, había optado por hacer que se las enviaran por avión. Hamburguesas congeladas a granel, cortesía de la valija diplomática.

Todos estos rumores aparecían más o menos confirmados en el dossier del teniente general Ganin; así como el curioso detalle de que la esposa del presidente, en sus últimos años, visitaba secretamente la pequeña iglesia de madera de su pueblo natal, y que su enfermedad era en gran parte consecuencia del vodka. Pero todo esto era ya historia. Anna Petkanova 1937-1972 estaba muerta. También su madre. Stoyo Petkanov tenía que rendir cuentas a la nación por diversos cargos, pero entre ellos no figuraba el de tener una esposa borrachina y beata. ¿Y el gimnasta? Que Solinsky supiera, había vivido algún tiempo en París, donde no prosperó su carrera, y luego aceptó un trabajo de entrenador en alguna ciudad del Medio Oeste estadounidense. Le parecía haber oído que cierta noche, borracho de nuevo, había sufrido un mortal accidente de tráfico al ir a cruzar una calle al paso de un camión. ¿O la noticia se refería a otra persona?

En cualquier caso, hacía ya mucho tiempo de todo esto. El fiscal general dejó a un lado la carpeta y alzó la vista desde su escritorio. El sol empezaba a ponerse, y sus últimos rayos se reflejaban en la bayoneta de la Estatua de la Gratitud Imperecedera al Ejército Rojo Libertador. Sí, claro…, allí había visto por primera vez a Anna Petkanova. Cierto primero de mayo la aplicada estudiante de química, la que observaba tan arrebatadoramente por el microscopio, había acompañado a su padre en el acto de depositar las coronas. Recordaba su cara redonda, su rostro serio, algo zorruno, con el pelo recogido en una gruesa trenza por encima de la cabeza. Claro que entonces le había parecido el colmo de la belleza femenina y hubiera dado la vida por ella.

El juicio tenía una cosa en común con la mayoría de los celebrados en los últimos cuarenta años: el presidente del tribunal, el fiscal general, la defensa y el acusado -éste más que nadie- eran conscientes de que las altas instancias sólo encontrarían aceptable un veredicto de culpabilidad. Pero, dejando aparte esta concluyente certeza, no había condicionamientos ni una tradición legal que seguir. En los viejos tiempos monárquicos algún que otro gabinete ministerial había sido acusado de indignidad, y a un par de primeros ministros les habían desposeído de su cargo por el expeditivo recurso democrático de asesinarlos; pero no había precedentes sobre sentar en el banquillo a un líder depuesto para someterle a un juicio público y abierto. Y, aunque las acusaciones aducidas de hecho estaban estrictamente medidas para reducir al mínimo la posibilidad de que la defensa pudiera desmontar las pruebas, el presidente del tribunal y sus dos asesores se sentían implícitamente autorizados, y aun obligados por un deber nacional, a permitir una gran amplitud procesal. Las reglas sobre las pruebas y las condiciones de admisibilidad fueron interpretadas generosamente; los testigos podían ser llamados de nuevo en cualquier momento; se autorizó a los letrados a introducir hipótesis difícilmente plausibles dentro de las habituales normas legales. Reinaba, pues, en la sala una atmósfera más parecida a la de un mercado que a la de una iglesia.

A Stoyo Petkanov, antiguo tratante de caballos, todo aquello no le importaba. En cualquier caso, rara vez se interesó por las minucias del procedimiento. Era partidario de una defensa genérica y, mejor aún, de un contraataque todavía más amplio. El fiscal general gozaba de idénticas atribuciones para extenderse en sus contrainterrogatorios y en sus especulaciones; y todo lo que tenían que hacer los magistrados era velar por que este representante del nuevo gobierno no apareciera demasiado claramente humillado por el anterior presidente.

– ¿Adjudicó usted, el 25 de junio de 1976, o dio instrucciones para que le fuera adjudicada, o permitió la adjudicación, al citado Milan Todorov, de una vivienda de tres habitaciones en el bloque Oro del polígono Amanecer?

Petkanov no respondió en seguida. En vez de ello, su rostro adoptó una expresión de divertida exasperación.

– ¡Y yo qué sé! ¿Recuerda usted lo que hizo hace quince años entre sorbo y sorbo de café? Usted dirá.

– Ya se lo estoy diciendo. Le estoy diciendo que usted dio o permitió que fuera dada esa orden, contraviniendo de lleno las normas relativas al comportamiento de los funcionarios del Estado en el tema de la vivienda.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El puercoespín»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El puercoespín» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Julian Barnes - The Noise of Time
Julian Barnes
Julian Barnes - Flaubert's Parrot
Julian Barnes
Julian Barnes - Pulse
Julian Barnes
Julian Barnes - Metrolandia
Julian Barnes
Julian Barnes - Arthur & George
Julian Barnes
Julian Barnes - Pod słońce
Julian Barnes
Belinda Barnes - The Littlest Wrangler
Belinda Barnes
Julian Barnes - Innocence
Julian Barnes
Simon Barnes - Rogue Lion Safaris
Simon Barnes
Отзывы о книге «El puercoespín»

Обсуждение, отзывы о книге «El puercoespín» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x