– ¿Quiere comer algo? -le dijo Croce.
– Sí, claro -dijo Renzi-. Encantado.
Se acercó a la mesa, se sentó y pidió una tira de asado y una ensalada de lechuga y tomate, sin cebolla.
– Este almacén fue lo primero que se hizo en el pueblo. Venían los peones golondrina en tiempo de la cosecha a comer aquí. -Renzi se dio cuenta enseguida de que el comisario necesitaba compañía-. Cuando uno es comisario puede pensar que ha logrado reducir la escala de la muerte a una dimensión personal. Y cuando digo muerte hablo de los que han sido asesinados. Uno puede matar a alguien accidentalmente -dijo Croce-, pero no puede asesinarlo accidentalmente. Si ayer, por ejemplo, la señora X no hubiera vuelto caminando a su casa a la noche y no hubiera doblado esa esquina, ¿podría no haber sido asesinada? Podría haber muerto, sí, pero ¿asesinada? Si la muerte no fue intencional, no fue un asesinato. Por lo tanto hace falta una decisión y un motivo. No sólo una causa, un motivo. -Se detuvo-. Por eso el crimen puro es escaso. Si no tiene motivación es enigmático: tenemos el cadáver, tenemos a los sospechosos, pero no tenemos la causa. O la causa no se corresponde con la ejecución. Éste parece ser el caso. Tenemos el muerto y tenemos a un sospechoso. -Hizo una pausa-. Lo que llamamos motivación puede ser una significación inadvertida: no porque sea misteriosa sino porque la red de determinaciones es demasiado extensa. Hay que concentrar, sintetizar, descubrir un punto fijo. Hay que aislar un dato, crear un campo cerrado o de lo contrario nunca podremos interpretar el enigma.
En la mesa haciendo dibujitos el comisario reconstruyó los hechos para sí mismo, pero también para Renzi. Necesitaba siempre alguien con quien hablar para borrar su discursito privado, las palabras que le daban vueltas siempre en la cabeza como una música y entonces al hablar seleccionaba los pensamientos y no decía todo, tratando de que su interlocutor reflexionara con él y llegara, antes, a sus mismas conclusiones, porque entonces podía confiar en su razonamiento ya que otro también lo había pensado con él. En eso se parecía a todos los que son demasiado inteligentes -Auguste Dupin, Sherlock Holmes- y necesitan un ayudante para pensar con él y no caer en el delirio.
– Para Cueto el criminal es Yoshio y el motivo son los celos. Un crimen privado, nadie está implicado. Caso resuelto -dijo Renzi.
– Me parece que Cueto siempre está diciendo que las cosas que parecen diferentes en realidad son lo mismo, en tanto que a mí me interesa mostrar que las cosas que parecen lo mismo son en realidad diferentes. Les enseñaré a distinguir . [19]¿Ve? -dijo-. Éste es un pato, pero si lo mira así, es un conejo. -Dibujó la silueta del pato-conejo-. Qué quiere decir ver algo tal cual es: no es fácil. -Miró el dibujo que había hecho en el mantel-. Un conejo y un pato.
Todo es según lo que sabemos antes de ver. -Renzi no entendía hacia dónde apuntaba el comisario-. Vemos las cosas según como las interpretamos. Lo llamamos previsión: saber de antemano, estar prevenidos. [20]Usted en el campo sigue el rastro de un ternero, ve las huellas en la tierra seca, sabe que el animal está cansado porque las marcas son livianas y se orienta porque los pájaros bajan a picotear en el rastro. No puede buscar huellas al voleo, el rastreador debe primero saber lo que persigue: hombre, perro, puma. Y después ver. Lo mismo yo. Hay que tener una base y luego hay que inferir y deducir. Entonces -concluyó- uno ve lo que sabe y no puede ver si no sabe… Descubrir es ver de otro modo lo que nadie ha percibido. Ése es el asunto. -Es raro, pensó Renzi, pero tiene razón-. En cambio si pienso que no es el criminal, entonces sus actos, su modo de actuar no tienen sentido… -Se quedó pensativo-. Comprender -dijo cuando salió de ahí- no es descubrir hechos, ni extraer inferencias lógicas, ni menos todavía construir teorías, es sólo adoptar el punto de vista adecuado para percibir la realidad. Un enfermo no ve el mismo mundo que un tipo sano, un triste -dijo Croce, y se perdió otra vez en sus pensamientos pero volvió enseguida- no ve el mismo mundo que un tipo feliz. Igual un policía no ve la misma realidad que un periodista, con perdón -dijo, y sonrió-. Ya sé que ustedes escriben con el firme propósito de informarse después. -Lo miró sonriendo pero Renzi, que estaba comiendo, no pudo contestarle, aunque estaba de acuerdo-. Esto es como jugar al ajedrez, hay que esperar la movida del otro. Cueto quiere cerrar el caso, todos en el pueblo quieren que el caso quede cerrado, y yo tengo que esperar que salte la evidencia. Ya la tengo, ya sé lo que pasó, ya vi, pero no puedo probarlo todavía. Mire. -Renzi se acercó y miró lo que estaba mirando Croce. Era la foto de un diario donde se veía un grupo de gente a caballo. Croce había rodeado con un círculo la figura de un jockey-. Usted sabe lo que es un símil .
Renzi lo miró.
– Todo consiste en diferenciar lo que es de lo que parece ser… -siguió Croce-. Fijarse en algo es quedarse quieto ahí. -Croce se detuvo como si esperara algo. Y en ese momento sonó el teléfono. Madariaga atendió y levantó la cara hacia Croce y movió la mano como una manivela.
– Una llamada de la comisaría de Tapalqué -dijo.
– Ahá -dijo Croce-. Bien. -Se levantó y se acercó al mostrador.
Renzi lo miró afirmar con la cabeza, serio, y luego mover la mano en el aire como si el otro lo pudiera ver.
– ¿Y cuándo fue?… ¿Hay alguien con él? Voy para allá. Gracias, Leoni. -Se acercó al mostrador-. Anotame la comida en la cuenta, Vasco -dijo, y se movió hacia la salida. Se detuvo frente a la mesa donde Renzi seguía sentado.
– Hay novedades. Si quiere, venga conmigo.
– Perfecto -dijo Renzi-. Me lo llevo. -Y levantó el papel con el dibujo.
Habría de empezar a caer por fin la noche para que Sofía le terminara de aclarar -«es un decir»- la historia de su familia, entre las idas y venidas a la sala donde estaba el espejo con las líneas blancas que les daban a los dos unos largos minutos de exaltación y de lucidez, de felicidad instantánea y luego una suerte de oscura pesadumbre que ella había terminado por defender al decir que sólo en esos momentos de depresión -«en el bajón» era posible ser sincero y decir la verdad, mientras se inclinaban sobre la mesa de vidrio con el billete enrollado para aspirar la blancura incierta de la sal de la vida .
– Mi padre -dijo Sofía- siempre pensó que sus hijos varones se iban a casar con muchachas del pueblo, de familia acomodada, de apellido, y mandó a mi hermano Lucio a estudiar ingeniería en La Plata, para que hiciera lo mismo que él había hecho. Lucio alquiló una pieza en una pensión de la Diagonal 80 regenteada por un estudiante crónico, un tal Guerra. Los viernes hacían venir a una chica a la pensión, llegaba con una motoneta. La chica de la Vespa, la llamaban, muy simpática, estudiante de Arquitectura, según decía, que se mantenía de ese modo, haciendo la vida, como quien dice. Bimba, se hacía llamar. Muy divertida, llegaba los viernes y se quedaba hasta el domingo y se acostaba con los seis estudiantes que ocupaban la casa, uno por vez, y a veces les hacía la comida o se sentaba con ellos a tomar mate y jugar a las barajas después de habérselos pasado a todos .
Una tarde Lucio se quemó las dos manos en una explosión en el laboratorio de la Facultad y estaba vendado como un boxeador y Bimba se ocupó de él, lo cuidó, y a la semana siguiente cuando volvió fue derecho a la pieza de mi hermano, le cambió las vendas, lo afeitó, lo bañó, le daba de comer en la boca, charlaban, se divertían juntos, y una tarde Lucio le pidió que se quedara con él, le ofrecía pagar lo que le pagaban todos para que por favor no fuera con los otros, pero Bimba se reía, lo acariciaba, le escuchaba las historias y los planes y después se iba a encamar con los muchachos a las otras piezas, mientras Lucio penaba, tirado en la cama, con las manos heridas y la cabeza cruzada por imágenes atroces. Salía al patio, escuchaba risas, voces felices. A Lucio le dicen el Oso porque es enorme y parece siempre triste o un poco boleado. Su problema fue desde chico la inocencia, era muy crédulo, muy confiado, demasiado bueno, y esa noche cuando Bimba estaba en la cama con Guerra -que empezaba la ronda - , mi hermano desde su pieza los escuchaba reírse y moverse en la cama, y le dio un ataque, se levantó, enfurecido, con las manos vendadas y tiró abajo la puerta, pateó el velador y Guerra se levantó y empezó a pegarle, a machacarlo, porque mi hermano, débil como estaba y con las manos inutilizadas, se fue al suelo enseguida y no se defendía mientras Guerra lo pisaba, lo insultaba, quería matarlo, Bimba desnuda se le tiró encima a Guerra, lo arañaba, le gritaba y tuvo que soltar a Lucio y al final llamaron a la policía. -Hizo una pausa-. Pero lo extraordinario -dijo después- es que mi hermano dejó la Facultad, dejó todo, se volvió al pueblo y se casó con Bimba. La trajo a casa y la impuso en la familia y tuvo hijos con ella y todos saben que la chica fue un yiro y sólo mi madre se negó a hablarle y siempre hizo de cuenta que era invisible, que no existía, pero a nadie le importaba porque Bimba es divina y divertida y nosotras la adoramos y fue la que nos enseñó a vivir, y fue ella la que en todos estos años de malaria se ocupó de cuidar a Lucio y de sostener la casa con los pocos ahorros que habían sobrado de la época de esplendor. Mi padre la quería también porque seguro que le hacía acordar a la irlandesa, pero estaba decepcionado, quería que sus hijos y los hijos de sus hijos fueran -como decía hombres de campo, estancieros, gente de posición y de fortuna, con peso en la política local. Habría llegado a gobernador, mi padre, si hubiera querido, pero no le interesaba participar en política, sólo quería manejar la política y quizá imaginó para sus hijos varones un destino de patrones de estancia, de senadores o caudillos, pero sus hijos se fueron para otro lado y Luca, después que se enfrentaron por la fábrica, no quiso verlo nunca más ni pisar esta casa .
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