Yoshio se había encerrado con llave en su cuarto, aterrado, según decían, y desesperado por la muerte de su amigo, y no respondía a los llamados.
– Déjenlo en paz hasta que lo necesite -dijo Croce-. No se va a escapar.
Sofía parecía furiosa y miró a Renzi con una sonrisa rara. Dijo que Tony estaba loco por Ada, quizá no enamorado, sólo caliente con ella, pero había venido al pueblo también por otros motivos. Las historias que se habían contado sobre el trío, sobre los juegos que habían hecho o habían imaginado, no tenían nada que ver con el crimen, eran fantasmas, fantasías de las que ella podía hablar con Emilio en otro lugar, si se daba el caso, porque no tenía nada que esconder, no iba a dejar que una gavilla de viejas resentidas le dijeran cómo tenía que vivir o con quién -«o con quiénes», dijo después tenían que irse al catre ella y su hermana. Tampoco se iban a dejar atropellar por los chupacirios de un pueblo de provincia que salen de la iglesia para ir al prostíbulo de la Bizca -o viceversa .
La gente de campo vivía en dos realidades, con dos morales, en dos mundos, por un lado se vestían con ropa inglesa y andaban por el campo en la pick-up saludando a la peonada como si fueran señores feudales, y por otro lado se mezclaban en todos los chanchullos sucios y hacían negociados con los rematadores de ganado y con los exportadores de la Capital. Por eso cuando llegó Tony supieron que había otra partida en juego además de una historia sentimental. ¿Para qué iba a venir hasta aquí un norteamericano si no era para traer plata y hacer negocios ?
– Y tenían razón -dijo Sofía, prendiendo un cigarrillo y fumando en silencio durante un rato, la brasa del cigarrillo brillando en la penumbra del atardecer-. Tony tenía un encargo y por eso nos fue a buscar y después anduvimos con él por los casinos de la costa, parando en hoteles de lujo o en piojosos moteles de la ruta, divirtiéndonos y viviendo la vida mientras se terminaba de arreglar el asunto que le habían encomendado .
– ¿Un encargo? -dijo Renzi-. ¿Qué asunto? ¿Ya lo sabía cuando las buscó ?
– Sí, sí -dijo ella - . En diciembre .
– En diciembre, no puede ser… ¿Cómo en diciembre? Si tu hermano …
– Habrá sido en enero, no importa eso, no importa, qué importa. Era un caballero, no hablaba de más y nunca nos mintió… sólo se negaba a comentar ciertos detalles… -dijo Sofía, y retomó su letanía, como si estuviera cantando, de chica, en el coro de la iglesia… Y Renzi tuvo un flash con esa imagen, la nenita pelirroja, en la iglesia, cantando en el coro, vestida de blanco…-. Para colmo, Tony era mulato, y eso que nos calentaba a mi hermana y a mí asustaba a los chacareros de la zona, ¿o no lo empezaron a llamar el Zambo, como mi padre le había vaticinado ?
La muerte de Tony no se puede entender sin el costado oscuro de la historia familiar, sobre todo la historia de Luca, el hijo de otra madre, su medio hermano, estaba diciendo ella, y Renzi la detenía, «esperá, esperá…» y Sofía se irritaba y seguía adelante o volvía atrás para empezar la historia por otro lado .
– Cuando la fábrica se vino abajo, mi hermano no quiso transar. Ni siquiera habría que decir «no quiso», más bien no pudo, ni siquiera imaginó la posibilidad de abandonar o rendirse. ¿Te das cuenta? Imaginate un matemático que descubre que dos más dos son cinco y para que no crean que se ha vuelto loco tiene que adaptar, a su fórmula, todo el sistema matemático donde, por supuesto, dos más dos no son cinco, ni tres, y lo consigue. -Se sirvió otro vaso de vino y le puso hielo y se quedó quieta un momento, y después miró a Renzi, que parecía un gato, en el sillón-. Parecés un gato -dijo ella-, tirado en ese sillón, y te digo más -dijo después-, no fue así, no es tan abstracto, imaginate un campeón de natación que se ahoga. O mejor, pensá en un gran maratonista que va primero y que cuando está a quinientos metros de la meta le da un ataque, un calambre que lo paraliza, pero avanza igual porque no piensa, de ningún modo, abandonar, hasta que al fin, cuando pisa la raya, ya es de noche y no queda nadie en el estadio .
– Pero ¿qué estadio? -dice Renzi- . ¿ Qué gato? No hagas más comparaciones, contá directo .
– No te apures, esperá, hay tiempo ¿no? -dijo, y se quedó un momento inmóvil, mirando la luz en la ventana del fondo, del otro lado del patio, entre los árboles-. Se dio cuenta -dijo después, como si volviera a escuchar en el aire una melodía- de que todos en el pueblo se habían confabulado para sacarlo del medio. Dos más dos, cinco, pensaba, pero nadie lo sabe. Y tenía razón .
– ¿En qué tenía razón ?
– Sí -dijo ella-. La herencia de su madre, ¿te das cuenta? -dijo, y lo miró-. Todo lo que tenemos lo heredamos, ésa es la maldición .
Está delirada, pensó Renzi, ella es la que está borracha, de qué habla .
– Nos pasamos la vida peleando por la herencia, primero mi abuelo, después mi padre y ahora nosotras. Recuerdo siempre los velorios, los parientes disputando en la funeraria del pueblo, las voces ahogadas, furiosas, que vienen del fondo, mientras se llora al muerto. Pasó con mi abuelo y con mi hermano Lucio, y va a pasar con mi padre y también con nosotras. El único que se mantuvo ajeno y no aceptó ningún legado y se hizo solo fue mi hermano Luca… Porque no hay nada que heredar, salvo la muerte y la tierra. Porque la tierra no debe cambiar de mano, la tierra es lo único que vale, dice siempre mi padre, y cuando mi hermano se negó a aceptar lo que era de él, empezaron los conflictos que llevaron a la muerte de Tony .
Yoshio estaba en el cubículo donde vivía, una suerte de desván que daba al patio interior del hotel, cerca del hueco de los ascensores. Pálido, los ojos llorosos, con un pañuelito bordado, de mujer, entre los dedos, menudo y flaco, parecido a un muñeco de porcelana. Cuando Croce y Saldías entraron se mantuvo en calma, como si la pena por la muerte de Durán fuera mayor que su desgracia personal. En una de las paredes de su cuarto había una foto de Tony medio desnudo en el balneario sobre la laguna. La había enmarcado y le había escrito una frase en japonés. Decía, le dijo a Croce, Somos como nuestros amigos nos ven . En otra pared había una foto del emperador Hirohito a caballo pasando revista a las tropas imperiales.
La idea de no caerle bien a alguien, de ser criticado o mal mirado, le resultaba insoportable. Ahí residía la cualidad de su trabajo. Los sirvientes sólo tienen, para sobrevivir, la aceptación de los demás. Yoshio estaba abrumado: iba a tener que irse del pueblo, no podía imaginar las consecuencias de lo que había pasado. ¿Qué quiere decir ser acusado de un crimen? ¿Cómo soportar que todos aseguren que uno es un criminal? Los testigos condenaban a Yoshio. Muchos de ellos eran sus amigos y actuaban de buena fe: lo habían visto, decían, a la hora del crimen, en el lugar del hecho. No había modo de justificarse, y justificarse era reconocerse culpable. Su dignidad había consistido en la discreción. Conocía el secreto de todos los pasajeros del hotel. Era el sereno nocturno. Pero esa discreción no servía para nada, porque no hay nada que salve a un sirviente de la sospecha cuando cae en desgracia. Debe ser invisible y la visibilidad es la mayor condena.
Yoshio hablaba castellano con lentitud y muchos giros populares porque su mundo era la radio. Exhibía con orgullo una radio portátil Spika, del tamaño de una mano, con una cubierta de cuero enrejado y un auricular que se podía colocar en la oreja para escuchar sin molestar a nadie. Era un nikkei: un argentino de origen japonés. Se sentía muy orgulloso, porque no quería que se pensara que sus compatriotas eran sólo floristas o tintoreros o dueños de bar con billares. La producción industrial japonesa estaba ganando terreno y sus máquinas pequeñas y perfectas (la cámara Yashica, el grabador Hitachi, las minimotos Yamaha estaban en la revista de la embajada que le enviaban al hotel y que mostraba con orgullo). Escuchaba siempre X8 Radio Sarandí, una emisora uruguaya donde pasaban todo el tiempo tangos de Gardel. Le gustaban los tangos como a todos los japoneses y a veces se lo escuchaba cantar Amores de estudiante mientras cruzaba los corredores vacíos del hotel imitando a Gardel pero con la l duplicada al cantar flores de un día son .
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