– Sí -respondí obediente y él continuó:
– Jalifa significa sucesor pero no denota poder sino servicio. -Y retomó el hilo de la historia-: Cuatro jalifas: Abu Baker, el amigo del profeta que ejerció su autoridad durante dos años y murió ya anciano; Omar, tenido por un hombre bueno duró cuatro y murió asesinado cuando oraba en la mezquita; Uzmán reinó diecisiete años; y el último, Alí, el hermano del Profeta.
Al cabo de muy poco tiempo se produjo una escisión entre los que seguían a Alí y los omeyas, que se consideraban herederos del Profeta cuya dinastía había fundado el quinto jalifa, llamado Moawiya, que ya no se tiene por santo. Esta ruptura coincide con el período de las grandes conquistas que se emprendieron después de recuperar todos los territorios que había logrado dominar Mahoma perdidos tras su muerte, y entre el 634 y el 640 de la era cristiana el ejército musulmán invadió Mesopotamia y la Gran Siria acabando con el imperio sasánida y reduciendo el bizantino a un mero reino griego en los Balcanes. Fue entonces cuando los omeyas se establecieron en Damasco. Y desde allí se entabló una terrible lucha contra los seguidores de Hussein, el hijo de Alí, defensor del poder teocrático reservado a la familia del Profeta. La batalla decisiva se dirime en el año 680 en Karvala, Iraq. Karvala significa “que viene el desastre, que llegan los omeyas”, porque fue efectivamente una masacre.
Cada vez que Adnán comenzaba un nuevo tema, se detenía un instante, tomaba aire, y con el tono de quien se acerca a la parte importante de la historia, continuaba. Yo le escuchaba con atención, lápiz en mano.
– El gobernador de Damasco fue el enviado para luchar contra Hussein. La guerra duró diez días y fue terrible. Dice la leyenda que fueron aniquilados en primer lugar los seguidores de Alí que defendían a la familia de Hussein, después la familia entera que defendía a Hussein y por fin el propio Hussein cuya cabeza clavada en la punta de la lanza del gobernador fue llevada como un estandarte a Bagdad como prueba de la victoria definitiva de los omeyas. Éste fue el inicio del estado árabe que instaló en Siria y Mesopotamia su cultura, su derecho, su moneda y que comenzó a construir espléndidas mezquitas en todo el imperio, de una manera especial en Jerusalén y Damasco. Desde allí se iniciaron las conquistas hacia el oeste, el Cáucaso, el norte de África, España y el sur de Francia, y hacia el este desde Irán hasta la China.
La expresión de Adnán anticipaba algo más, cada triunfo trae consigo su propio fracaso, parecía decir mientras tomaba aire para continuar:
– Pero los omeyas eran beduinos aún, esclavos de rencillas personales e intrigas, parapetados en sus palacios del desierto y entregados al placer con huríes, música, poesía y fastuosos banquetes. En una palabra, se apartaron tanto del pueblo que el poder adquirido se fue debilitando y no duró más de un siglo. La dinastía fue exterminada y sólo quedó un niño omeya que huyó y años más tarde fundaría una nueva dinastía en Córdoba, España.
– ¿Qué ocurrió con los seguidores del Profeta? -pregunté consciente de que me estaban contando una historia tan complicada y cruel como todas las historias.
– Tras los jalifas vinieron los doce imanes, el último de los cuales, Alma.hedi, el imán esperado, oculto, se retiró a orar y desapareció. No murió, sino que se fue y algún día volverá a redimir el mundo.
– ¿Igual que volvió Jesús y como ha de llegar un día el mesías judío?
– Así es. Todas las religiones nacieron en esta tierra y en el desierto, no es raro pues que todas tengan puntos comunes. Por otra parte sólo los pueblos pobres, sin recursos, necesitan y son capaces de seguir a ciegas a un líder religioso.
– Y ¿quiénes son los chiíes?
– Desde el punto de vista religioso la batalla de Karvala no había conseguido unificar a los musulmanes: a los seguidores de Alí se les llamó chiíes frente a los suníes, seguidores de los omeyas, y ambos han ido desarrollando y consolidando a lo largo de los siglos infinidad de sectas, porque contrariamente a otras religiones, los musulmanes no tienen una autoridad religiosa para todos, como los católicos el papa, sino que su única verdad reside en el Corán, y cada una de esas sectas cree que su interpretación es la correcta.
Aceptan todos los mismos orígenes que el pueblo judío e incluso consideran profetas a Juan Bautista y a Jesús. La tradición islámica enumera 124.000 profetas desde Adán, y Mahoma se sitúa al fin del periodo profético, pero la mayoría de las sectas nacen y se subdividen según sea el número de aquellos primeros imanes que reconocen. Los ismaelíes del Aga Khan, por ejemplo sólo reconocen siete. -Y añadió como si hubiera olvidado lo más importante-: Para el Islam los números sagrados son el siete, el doce, y el treinta y uno.
De pronto Adnán se detuvo y me miró a los ojos.
– ¿Ocurre algo? -pregunté interesada.
Por toda respuesta dejó de mirarme, levantó la cabeza como si esperara el permiso divino para continuar y, con mucho más ardor del que había puesto en su discurso pedagógico anterior, dijo:
– Y no hay que olvidar que Arabia Saudí al tener en su territorio las dos ciudades santas del Islam, La Meca y Medina, se ha arrogado el derecho de dictar sus normas, una doctrina integrista, económicamente liberal que aprobaron los Estados Unidos para oponerse a las doctrinas socializantes y laicas de Siria y el Iraq. Arabia Saudí es el gendarme de los pueblos árabes con su dinero y sus préstamos, y todos los movimientos fundamentalistas del mundo árabe o tienen el apoyo del Irán o gozan del suyo, si no ¿cómo se mantendrían? ¿De dónde sacarían el dinero para sus armas y sus actividades clandestinas? Arabia se ha sacado de la manga las normas que convierten a las mujeres en esclavas, porque nada de esto viene en el Corán. Iraníes y saudíes luchan por ser el amo y señor del mundo musulmán. En Siria, aunque la situación no está todavía radicalizada, la religión es importante, apenas hay ateos o agnósticos -y me alcanzó un folleto donde venía en cifras la división de los trece millones de habitantes de Siria según la religión, un verdadero aluvión de creencias y razas que no les ha impedido mantener la libertad de las minorías. Por él supe que el 74%· de los musulmanes son suníes, el 11,5%· alauíes, apenas llegan al 3%· los drusos, el 1%· chiíes y el 0,7%· ismaelíes, y el resto lo componen otras sectas menores.
Según el folleto, los cristianos apenas llegan al medio millón y dominan entre ellos los griegos ortodoxos seguidos más o menos a partes iguales por los jacobinos, los protestantes, los nestorianos, los armenios ortodoxos y los malaquitas. Los católicos no llegan a 70.000 fieles, seguidos de los siríacos católicos, los armenios católicos, los maronitas y unos pocos millares de latinos, es decir, papistas. Y en todo el país hay ahora poco más de 5.000 judíos y 1.000 asidíes (kurdos y zoroastras).
Se me hacía tarde y no tuve más remedio que despedirme. Pero Adnán era tan amable que me anotó su número de teléfono y el de su oficina en un papel, y me rogó que le llamara siempre que necesitara saber algo o si quería que me acompañara. Estaba casado con una española, Teresa, y los dos estarían encantados de llevarme donde yo quisiera. Le prometí que le llamaría y me fui hacia la residencia del embajador, a unos cien metros escasos de donde yo estaba que recorrí galopando porque me parecía una grosería hacer esperar a una persona que había tenido la amabilidad de organizar para mí un verdadero itinerario religioso: la mezquita de Zeinab, las iglesias maronitas y una cena en el restaurante de los omeyas, en el recinto de las murallas, donde se podía ver el espectáculo de los sufíes.
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