José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios

Здесь есть возможность читать онлайн «José Gironella - Los Cipreses Creen En Dios» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Los Cipreses Creen En Dios: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Los Cipreses Creen En Dios»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La novela española más leída del siglo XX
Ésta crónica de la época de la Segunda República es la novela española más leída del siglo XX. José María Gironella relata la vida de una familia de clase media, los Alvear, y a partir de aquí va profundizando en todos los aspectos de la vida ciudadana y de las diversas capas sociales.

Los Cipreses Creen En Dios — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Los Cipreses Creen En Dios», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Nadie replicó.

– Eso no significa… -añadió el Responsable, cortando el silencio- que no hay más días que longanizas…

El sargento, novio de la hija mayor del Responsable, apenas había dicho nada. Pero era quien más hincha le tenía al comandante. Se alegró del acuerdo tomado, pero conocía a sus camaradas y temía que todo quedara en simple proyecto.

– Ahora viene lo principal -dijo-. ¿Cómo se cumple este servicio?

Aquel léxico cuartelero ponía nervioso a Porvenir. Ideal hizo una observación.

– Hay una pega. El comandante nunca sale solo.

Era cierto. Blasco lo corroboró. Blasco continuaba recorriendo las mesas del café de los militares y dijo: «Siempre anda rodeado de tres o cuatro oficiales jóvenes».

– Y si no, va con su mujer y su hija -informó el Cojo.

La hija del Responsable intervino.

– Antes que hablar de esto quizá debiéramos discutir otro aspecto del asunto: las autoridades.

El Responsable hizo un gesto de gran convicción.

– Nada -cortó. Repitió su gesto-. Nada. Encantados.

– ¿Encantados…?

Se quitó la gorra.

– Vista gorda.

Su tono no dejaba lugar a dudas.

– Vamos a ver si por una vez hacemos las cosas con la cabeza -añadió-. Lo primero que hay que hacer es seguirle la pista. A qué hora sale de su casa, cuál es su itinerario para ir al cuartel, etc…

Los demás daban por sentado que el momento más a propósito era cuando el comandante montaba a caballo en la Dehesa. ¿Para qué discutir más? Lo que hacía falta era elegir el arma. Porvenir era partidario de la pistola, el Cojo de la bomba de mano.

– ¡A callarse! Esto ya se verá. -El Responsable volvía a estar furioso. Se dirigió a Blasco, Ideal y Santi.

– De momento, vosotros le vigilaréis -ordenó.

El Cojo advirtió con indignación que él quedaba excluido.

– ¿Y yo qué…? ¿Bailando la rumba…?

El Responsable le miró con fijeza.

– Tú te plantas ante el Museo y observas los horarios del reverendo en cuestión.

CAPÍTULO LXXXII

Mateo, durante su encerrona en casa del Rubio había intimado poco más que antes con el muchacho. Cuantas veces había intentado hablarle del «Sindicato Vertical y de las rutas del mar», el Rubio se había tocado el casquete militar o, en su defecto, el de la «Pizarro Jazz» y le había contestado:

– Yo te digo una cosa. Con la novia que tienes no comprendo que te metas en esos líos.

Mateo se sentía decepcionado. Y dando vueltas por el piso, alrededor de la madre del Rubio, casi ciega, se preguntaba cómo podían vivir los reclusos en cuyo pecho no latieran grandes ideales. «Deben de morir de aburrimiento y de asco.»

Mateo llevaba la camisa azul. Le gustaba permanecer escondido porque podía llevar la camisa azul. A veces se sentía un personaje importantísimo, voluntariamente en la sombra, dirigiendo desde ella el destino de millones de seres. Otras veces pensaba que, en realidad, había echado al combate media docena tan sólo, pero aquello bastaba para detenerle el corazón. Le parecía que en «Las Confesiones» de San Agustín, que Pilar le había mandado, aprendía a aquilatar el valor real de una sola alma, de un alma simplemente, los abismos y las cumbres a que puede llegar. Y cuanto más le leía, más convencido estaba de que, de haber vivido en aquel momento y en España, San Agustín hubiera sido falangista.

Cuando el Rubio le dijo: «Puedes trasladarte a casa de Pedro», no supo si alegrarse o no. Empezaba a acostumbrarse a los objetos de la casa, a los programas de la orquesta en las paredes, a la luz. Sin embargo, por otro lado también le atraía el piso del comunista disidente y solitario.

Rodríguez subió y le prestó el uniforme. Al ponerse el tricornio, Mateo se miró al espejo. Ni él mismo se reconocía. El Rubio se rió.

Los correajes le molestaban. Era ya de noche, y en el momento de salir a la calle se encomendó a la patrona del Cuerpo.

Todo fue como una seda. Nadie sospechó de él. Entró en la calle de la Barca y advirtió que la basura de que hablaba Rubio había sido recogida. Subió al piso de Pedro. Llamó en la forma convenida y la puerta se abrió.

Pedro le recibió con su seriedad de siempre. Mateo quería agradecerle el rasgo y, además, tener la seguridad de que no ocultaba intenciones peligrosas de ningún género. Por ello le tendió la mano y le miró profundamente a los ojos. Pedro pareció sentirse intimidado. Le estrechó la mano y luego se reclinó en el esqueleto de la máquina de coser que había en un rincón.

Mateo le dijo:

– Oye una cosa. No querría pecar de insolente ni nada parecido. No veas ninguna mala intención en lo que voy a decirte. Pero querría preguntarte por qué has accedido a esconderme.

Pedro contestó con naturalidad:

– Pues… ¿Por qué no iba a hacerlo…? -Mateo se sintió tranquilo.

Pedro había adelgazado con la huelga. Ahora volvía a trabajar en las canteras como siempre, y el sol implacable que caía todo el día, había teñido de negro su rostro.

Mateo le dijo:

– Bien, ya estoy aquí… Pero no te preocupes; haz tu vida como siempre. Yo permaneceré donde tú me digas, sin hacer ruido.

– He pensado en eso -contestó Pedro-. Ya ves cómo está esto -señaló el balcón-. Se ve todo desde fuera. Me parece que no deberías salir de la cocina.

– Pues muy bien, me quedaré en la cocina.

Pedro añadió:

– Si quieres, llévate la radio allí.

Mateo sonrió:

– Te lo agradezco mucho.

Se veía que Pedro tenía hecha la lista de cuanto debía decirle.

– En caso de apuro, la llave de la azotea está ahí -señaló detrás de la puerta-. Siguiendo los tejados alcanzarías la iglesia de San Félix.

Aquella invitación devolvió a Mateo a la realidad. En un momento, ¡zas!, Julio podía dar con él.

Pidió permiso para entrar en la cocina.

– Cuando quieras.

Mateo entró. Lo primero que vio fue un papel matamoscas colgando. Luego un cordel que cruzaba la estancia de uno a otro lado. Un grifo goteando. Una ventana pequeña y roñosa.

Junto a la puerta, reclinada en la pared, una silla de mimbre, de patas cortas.

– ¿Era la silla de tu padre?

– Sí.

En el muro, una mancha grasienta de los cabellos, de una cabeza humana que se había apoyado allí.

Mateo, instintivamente, se acercó a la ventana. ¡La Catedral! Aquello le alegró el corazón. Pequeña ventana, pero suficiente para que desde ella se viera la Catedral. El campanario parecía estar al alcance de la mano, gigantesco.

– Se oirán bien las horas.

– Tú dirás.

Todo quedó decidido. Mateo le dio dinero para la manutención. Cocinaría para los dos. Al regresar Pedro del trabajo, encontraría la comida hecha.

– Ya me dirás qué es lo que te gusta.

– Me gusta todo.

Mateo quedó un instante pensativo. Faltaba ponerse de acuerdo sobre un punto delicado.

– Tendré que estar en contacto con alguno de mis camaradas… – dijo.

Pedro le miró. Reflexionó a su vez.

– ¿Hay alguno que no esté fichado?

– Sí, varios…

– Pues que venga uno de esos. Uno solo.

– Bueno, de acuerdo. Vendrá uno… a ver, déjame pensar. Uno de mí estatura. También vestido de guardia civil.

No había más que hablar. Un colchón en la cocina y una manta; Pedro, un camastro en el comedor. A las siete de la mañana, Mateo hirvió la leche para Pedro, y éste se fue a trabajar al sol, a las canteras.

Al quedar solo en el piso, Mateo pensó inmediatamente en Pilar. ¡Si pudiera verla! Dura separación. ¿Por qué el taller de costura no estaría situado en la casa de enfrente? Hubiera podido verla, asomando un solo ojo por el postigo del balcón.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Los Cipreses Creen En Dios» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Joseph Kanon - Los Alamos
Joseph Kanon
Joseph Wambaugh - Los nuevos centuriones
Joseph Wambaugh
José Gironella - Los hombres lloran solos
José Gironella
José Gironella - Ha estallado la paz
José Gironella
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga - Los hijos de la Gran Diosa
Marta Cecilia Vélez Saldarriaga
José María Pumarino - El error de Dios
José María Pumarino
José Luis Valencia Valencia - Los tiempos de Dios
José Luis Valencia Valencia
José Arenas - Los rotos
José Arenas
Отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios»

Обсуждение, отзывы о книге «Los Cipreses Creen En Dios» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x