– No, no… Creo que lo primero que me influyó fueron los campanarios.
– Los campanarios? Cuál de ellos?
– El de San Félix, que parece una oración.
– No lo entiendo. Si en Burgos tenías la catedral!
– La miraba con odio. La muerte de mi padre no la podía perdonar.
– El museo tal vez? -insinuó mosén Alberto, impecablemente afeitado.
– El museo, sí… Ya lo sabe usted. Los crucifijos. Ante un crucifijo todas las teorías de Paz se vienen abajo. Y las custodias…
– Las custodias?
– Sí. La hostia blanca dentro es una llamada.
– Y qué más?
– Me ha influido la muerte de mi primo César, del que llevo siempre una fotografía.
– Pretendes imitarle?
– Eso es imposible. Yo quiero vivir…
– Sabes que la vida del sacerdocio es muy dura?
– Lo sé. Soy mayor de lo que todo el mundo piensa. Me asustan varias cosas, entre ellas, la castidad y la obediencia…
Hubo un silencio.
– Qué sientes por la figura del Papa? -mosén Alberto se levantó, como si quisiera dar más énfasis a su interrogatorio.
– No sabría contestar… Respeto. Es como si san Pedro viviera ahora.
– Te das cuenta de lo que significa poder perdonar los pecados?
– Eso, ni pensarlo… Es demasiado. De momento al seminario, a estudiar. Me gusta el latín!
– Curioso! A mí me gustaría decir la misa en catalán, y no me dejan… No me deja el gobernador.
Manuel se mordió una uña.
– Yo prefiero la misa en latín…
– Comprendo -hubo otra pausa-. Cómo te gustan las iglesias? Iluminadas u oscuras?
Manuel alzó los hombros.
– No lo sé… A veces iluminadas, a veces oscuras. Y también me gustan las misas en una cabana, por esas tierras lejanas, como las de los misioneros…
– Los misioneros?
– Sí, en realidad eso es lo que yo querría ser un día: misionero.
– Me temo que no sabes en qué consiste…
– He leído revistas. Y la vida de san Francisco Javier…
– Sabes que el padre Forteza tiene un hermano misionero en el Japón?
– Sí, lo sé. El padre Forteza fue el que me prohibió llevar cilicio…
– Cómo? Creí que tu confesor era yo… -mosén Alberto no pudo ocultar una reacción de incomodidad.
– Según qué pecados, me los confieso con usted; otros, con él…
– Pues vaya sorpresa! Eso parece una tienda. Aquí venden zapatos, allí venden sellos de correos…
Manuel se turbó. Temió haber ofendido al sacerdote.
– Creí que, para eso, uno tenía libertad…
– Claro que sí, muchacho! -mosén Alberto se sacó el pañuelo y se sonó-. Claro que se tiene libertad!
Mosén Alberto cortó bruscamente el diálogo y le aconsejó que de momento no dijera nada a nadie -"excepto, si quieres, al padre Forteza"-, y que llegado el momento lo mejor sería comunicárselo a Matías, el tío de Manuel. "Él sabrá cómo hay que enfocar este asunto".
Manuel le confió que, pese a todo, tenía una esperanza. Dijo que su hermana Paz no era la misma que antes, que se había apaciguado mucho, como si hubiera descubierto que se podía vivir sin llorar. Posiblemente, el ganar dinero había sido decisivo. "A Pachín no le puede perdonar; pero que yo entre en el seminario, quién sabe!, a lo mejor lo mismo le da…"
Mosén Alberto sonrió. Era la primera vez que conseguía hacerlo abiertamente. Se acercó al muchacho y, siguiendo su costumbre, con la mano derecha le alborotó los cabellos.
– Bien… Aprobado. Enhorabuena, Manolito… Te molestaría que te llamara Manolito?
– Pues…, prefiero Manuel -confesó el muchacho, turbado otra vez-. Y se levantó y besó la mano del sacerdote.
* * *
Eloy, el "renacuajo" de los Alvear, seguía estudiando en el Grupo San Narciso, pero los libros le daban telele. "Yo sólo sirvo para meter goles". Continuaba en las mismas. Era la mascota del Gerona Club de Fútbol y, por lo tanto, de su presidente, el capitán Sánchez Bravo. El encargado del estadio de Vista Alegre, Rafa, no hubiera podido prescindir del chaval. Le aumentaron el sueldo y él gritó Eurekal Además, y puesto que Pachín jugaba en el Barcelona, era hincha de este club. El capitán Sánchez Bravo le había prometido que lo llevaría un día al estadio de Las Corts, en algún partido importante, como, por ejemplo, el Barcelona y el Atlético de Bilbao. Y cumplió su promesa. El "renacuajo" Eloy en Las Corts, en la tribuna de presidencia! Le pareció que descubría un nuevo horizonte. Le impresionó más que ver el mar. La multitud, el césped, casi perfecto, las camisetas de los jugadores, y los goles de Pachín! Pachín metió dos, uno con la cabeza, otro con la rodilla. "Oportunista, eso es". "Siempre está en su sitia" "Podré parecerme a él?". Pachín era el ídolo y casi lo sacaron en hombros.
– Lo malo -le dijo a Eloy el capitán Sánchez Bravo- es que a partir de ahora el juego del Gerona no te va a gustar…
– Sí… Eso es verdad -admitió Eloy-. Pero usted puede mejorar la plantilla, no?
– Mejorar la plantilla? Y de dónde sacamos el dinero? De las chapitas de Auxilio Social?
Eloy apretó los puños.
– De los hermanos Costa… -soltó, por fin.
– Ay, hermosa criatura! Si el Gerona no tiene deudas, es porque los hermanos Costa se hacen cargo de ellas…
– Entonces, hundidos en Segunda División?
– Eso me temo -dijo el capitán, que la víspera había tenido otra desagradable conversación con su padre, el general.
Eloy estuvo a punto de llorar.
* * *
Ya sólo faltaba el niño de Jaén, el gitanillo que asombraba a todo el mundo porque era un "cantaor" nato, un "bailaor" y porque tocaba las castañuelas como si fuera un "tocaor" profesional. Era la alegría, el grito y el ritmo de la calle de la Barca. El patrón del Cocodrilo no le dejaría morir de hambre jamás. Ni a él ni a su familia, que se dedicaba al mercado negro de metales, por lo que a veces iban todos a parar a la cárcel. El niño de Jaén tenía una cintura de torero en ciernes. Esther, de Jerez, estaba encantada con él. Manolo detestaba el flamenco, "por razones atávicas", explicaba. El gitanillo tenía los ojos como platos y admiraba al nuevo gobernador porque, según le dijeron, subía tan de prisa las escaleras.
El patrón del Cocodrilo no quiso que su ahijado se acostumbrase a vivir de limosna y le compró las modestas herramientas que se necesitaban para hacer de limpiabotas. Fue un éxito. El muchacho se instaló en la Rambla, delante del café Montaña, el bar de los futbolistas, como antaño lo hicieran los limpiabotas anarquistas. Tenía salidas ocurrentes y cantaba coplillas al gusto de todos. Le había puesto música al "Como en España ni habla. Y eso lo digo en China y Madagascá". Limpiaba las botas a media ciudad, desde los que salían de la barbería de Raimundo, como Ignacio, hasta las polainas de los oficiales a la salida de los cuarteles. "Limpio, relimpio y cobro lo que me dan!". Un día se detuvo ante el chaval el doctor Chaos. "Estás libre?", le preguntó. Y posó su pie derecho en el taburete. El doctor Chaos estuvo mirando la piel aceitunada del chaval. Y su pelo negro en revoltijo. Y la agilidad de sus manos. Y pecó de pronto, sin que se enterara nadie, ni siquiera el doctor Andújar.
* * *
Noticia inesperada. Carmen Elgazu llevaba unos días pensando: "Algo malo va a ocurrir". Hacía dos semanas que no sabían nada de Mateo. Amanecer continuaba publicando el goteo de los muertos en la División Azul. Aquello no era vivir. "Mañana, cualquier día, podemos leer la esquela, Mateo Santos, y ya está". Matías andaba también preocupadillo y sus amigos del Nacional se abstenían de citar la "cruzada de España en Rusia". Marcos, el hombre que se jactaba de ser el calvo más calvo de Europa -Galindo le decía: la calvicie es el campo de aterrizaje de los dípteros-, estaba bastante enterado de los asuntos de la guerra, gracias a un camarero del hotel del Centro, donde se hospedaban los cónsules mister Collins y Paúl Günther. Por cierto, que el comisario Diéguez confirmó que Paúl Günther había hecho unos cursillos en la Gestapo.
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