El doctor Andújar necesitaba saber muchas más cosas, pero por el momento le resultaba imposible. Hitler creía en los astrólogos? Era ello cierto? Las noticias al respecto eran contradictorias. El doctor Andújar guardaba los apuntes en una carpeta de color verde. Por otra parte, tampoco le sobraba el tiempo. Aquellos ochocientos internos en el manicomio! El camarada Montaraz le repetía una y otra vez: "Déjelo de mi cuenta. Estoy llamando a muchas puertas, y alguna se abrirá". Por lo demás, los enfermos mentales aumentaban en Gerona, y según sus colegas lo mismo ocurría en toda España, especialmente en Cataluña, el País Vasco y Galicia. Esto último no le sorprendió, puesto que había ejercido durante siete años en Santiago de Compostela.
Pero Cataluña, el País Vasco! Chaos le decía: "Cuanto mayor nivel de vida, mayor complejidad. Eso de que hay más suicidios en los pueblos, en el campo, es una monserga". El doctor Andújar continuaba con sus charlas radiofónicas, "Pildoras para pensar", que se habían hecho muy populares. Los miércoles y los sábados visitaba gratis. Total, apenas si le quedaba un minuto para atender a su esposa, Elisa, mujer que María Fernanda, la esposa del camarada Montaraz, había calificado de "muy primitiva".
El doctor tenía ya dos hijos estudiando en Barcelona. Le costaban un riñón. Uno, Carlos, quería ser médico, como él. Era el mayor de los varones. Por lo visto le había impresionado mucho la primera autopsia que contempló. Ciertas ideas fijas se le vinieron abajo. Carlos era elegante, veinte años y estaba en el segundo curso. Le interesaban sobre todo las enfermedades cardíacas. Estudiaba el corazón. El otro, Juan, quería ser ingeniero naval. Los hijos restantes eran todavía muy pequeños y entre todos hubieran podido formar una orquesta de cámara.
Continuaba su amistad con Chaos, aunque jamás hablaban del problema de éste, quien seguía igual, a la búsqueda de los efebos y los niños. Chaos no lo podía remediar: tenía la espina clavada de Solita, a quien tanto había hecho sufrir. En el fondo hubiera deseado que se quedara en Rusia, muerta. Cuando se cruzaba con su padre, Óscar Pinel, simulaba que se abrochaba un zapato o doblaba con rapidez la primera esquina.
La clínica Chaos funcionaba de maravilla. Recibía una subvención por tratar a los extranjeros que huían de los alemanes y necesitaban de cuidados médicos. El doctor Chaos chapurreaba el alemán, pues al terminar la carrera se pasó una temporada en un hospital de Stuttgart, aparte de que durante la guerra civil, en la zona nacional, había operado a varios heridos de la Legión Cóndor.
Su agnosticismo iba en aumento, así como sus simpatías por los Estados totalitarios, que a su entender dominarían el mundo. Repetía pe a pa los argumentos que esgrimió durante aquel viaje a Barcelona a esperar al conde Ciano. Las democracias solían estar regidas por gente mayor y los totalitarismos representaban a la juventud. Estaba a favor de la eutanasia pasiva -y en algunos casos, activa- y de una rotunda selección racial. Un pigmeo sería siempre un pigmeo, y era como una trampa que tendía la naturaleza. Creía en la técnica, en la ciencia, en la especialización y en el trabajo en equipo. "La vida es materia y es a la materia a la que hay que arrancarle sus secretos. Todo lo demás es brujería, folletín y esclavitud".
Moncho era, en efecto, su analista. El doctor Chaos se había encariñado con él y con Eva. "Hiciste bien quedándote en España -le dijo a la muchacha-. Te has salvado. Aquí nadie te tocará un pelo".
Continuaba pensando que en los conventos de monjas -y también en los palacios episcopales- había muchas enfermas, neuróticas, que necesitarían de la ayuda del doctor Andújar. Una hermana de Solita, hija de Osear Pinel, era monja de clausura, teresiana, en Avila, y se decía de ella que se pasaba las horas acariciando las llagas de Cristo.
Se hacía lenguas de lo que aprenderían los médicos alemanes gracias a la guerra. "No hay mejor centro de investigación que la guerra". Murió su perro, Goering, y lo enterró en el jardín de su casa, con una lápida que decía "Goering", y nada más. Andújar le preguntó, al verlo deshecho, por qué le había puesto el nombre de Goering, siendo así que éste era un indeseable que en una ocasión había dicho: "Cuando oigo la palabra cultura saco el revólver". El doctor Chaos contestó: "Le puse Goering porque consideré que mi perro era un perro vencedor". Y el doctor Chaos hizo crac-crac con los dedos.
El anestesista de Chaos era el experto Carreras, que atendió a Carmen Elgazu cuando la operación. Carreras se había casado con una valenciana, Isabel, que era afinadora de pianos. "Tú anestesias a los pacientes, yo anestesio a las teclas que suenan mal". Isabel refino a Joaquín Carreras y le hizo entrar un poco en la buena sociedad. Carreras era un hombre acostumbrado al silencio. Le gustaba el silencio y cuando en el quirófano se hablaba se ponía nervioso; en cambio, Isabel se pirraba por las fallas y por los petardos y los fuegos artificiales. Por cierto que, según ella contaba, los temas falleros demostraban la capacidad imaginativa e irónica del mundo levantino. Lo mismo podía ser caricaturas de los figurones de la democracia que de los falsos dioses o de los que cifraban su ideal en la acumulación de dinero. A ella le gustaba, sobre todo, el museo de las fallas que año tras año, por decisión del jurado, se salvaban de la quema. Por ejemplo, aquella en que se veía a Manolete atravesando con su estoque un paquete de billetes de mil.
ALFONSO REYES, el ex cajero del Banco Arús, que tanto ayudó a Ignacio al estallar la guerra civil -fue un amigo fiel, como lo fue Ezequiel para Marta-, continuaba redimiendo penas en Cuelgamuros, en el Valle de los Caídos, la gigantesca obra que Franco había concebido y que sería, según sus propias palabras, un nuevo Escorial, el monumento erigido por Felipe II para conmemorar la batalla de San Quintín.
Mateo y Pilar habían visitado Cuelgamuros a raíz de su viaje de bodas, en compañía de Núñez Maza. No se había avanzado mucho desde entonces, porque la roca era la roca, la piedra era la piedra y los barrenos y los picos cantaban su canción. A Pilar el lugar elegido le pareció tétrico y Mateo le había dicho: "Es que España es así…" Continuaban trabajando en la carretera de acceso y el constructor Banús se quejaba de la lentitud de las obras. No era culpa de los "trabajadores", la mitad de los cuales procedía de las empresas constructoras -don Anselmo Ichaso, de Pamplona, tenía algo que ver con ellas-, y la otra mitad eran presos que redimían penas. Dos días de pena por cada día de trabajo. Alfonso Reyes señalaba con un lápiz rojo los días del calendario, y trabajaba con más ahínco cuando recibía carta de Gerona.
A veces le escribía su hijo, Félix, el muchacho dibujante, alumno del pintor Cefe y a la sazón ahijado de Padrosa. Éste, desde la Agencia Gerunda, le escribía que Félix era un encanto de criatura, con dotes portentosas para el arte y que daría mucho que hablar. Félix le decía con insistencia: "Padre, no te preocupes por mí. Estoy muy bien. Padrosa y su madre me atienden como si fuera de la familia. Son estupendos. Y Cefe, no digamos. Con su lacito en el cuello y su larga cabellera, va corrigiendo mis fallos y me dice que puedo llegar a ser un artista como él. Me gustaría poder ir a verte, pero no me dan permiso. A ver si ahora lo consigo con el nuevo gobernador, que a veces le da por ser generoso y que hace poco inauguró los nuevos locales penitenciarios que se han construido en Salt. Ahí te mando un retrato tuyo dibujado por mí al carbón. El modelo ha sido la última fotografía que me enviaste, por la que deduzco que pasas mucho frío. Cuídate y ya sabes que tu hijo te adora y espera con ansia que te dejen en libertad".
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