José Mendiola - Muerte Por Fusilamiento
Здесь есть возможность читать онлайн «José Mendiola - Muerte Por Fusilamiento» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:Muerte Por Fusilamiento
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:3 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 60
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
Muerte Por Fusilamiento: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Muerte Por Fusilamiento»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Muerte Por Fusilamiento — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Muerte Por Fusilamiento», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Sí, es posible. Usted me quiere configurar como un nuevo Hamlet, me parece.
Donald metió sus manos en los bolsillos. Él ya había cumplido su misión. Tenía frío. Aquel lugar resultaba infinitamente triste, bajo la constante lluvia, sin luz y sin niños todavía. Examinó con desagrado la estatua de Blancanieves situada en el centro de un parterre, y la del Lobo Feroz, un poco más alejada. Se dijo que faltaban personajes, que no veía por ninguna parte a los condenados enanitos. El Lobo Feroz goteaba agua de lluvia por las entreabiertas mandíbulas de falso mármol, por el exagerado rabo, por las garras. Examinó una vez más al pez, que paseaba aburridamente, con indiferencia, por su recinto. Dieron unos pasos y sus zapatos mojados gimieron cómicamente por el pavimento. No hablaban. Se acercaron a otra pecera más amplia, poblada por infinitos pececillos que se agrupaban o desagrupaban nerviosamente, como si no estuvieran muy seguros de si deseaban o no estar juntos. "Heniochus acuminatus". Más allá, un pez largo y viscoso, recostado indolentemente sobre la cuenca de su reducto, con la cabeza pegada al cristal y los ojos muy abiertos: "Muraena conger". Leyeron: "Pez voraz de la familia…" Ambos contemplaron los turbios ojos del pez, buscando en ellos un asomo de aquella ferocidad que le atribuían. Pero el pez no les miraba, ni una sola vez, por mucho que se acercaran.
– Es mejor que nos separemos -dijo Donald. Habían llegado al final de la galería. Parecía como si la luz aumentara, como si el día, a pesar de la lluvia, se decidiera a despertar-. Yo ya he cumplido mi misión.
– ¿Va a regresar a los Estados Unidos?
– Por supuesto, sí. No estoy tranquilo en este país. Por cierto: Salvano se preocupa por la suerte del estudiante Carvajo. ¿Qué sabe de él? Antes de regresar a los Estados Unidos, en la última ocasión que le visité a usted, tuve un informe de que sería ejecutado.
– Sí. Todo el mundo lo sabe.
– ¿Ha sido firmada la sentencia, entonces?
– Sí, pero aún falta un trámite -y miró los ojos de Donald-. La aprobación del Presidente.
Guardaron silencio, ensimismados. Donald abrió su paraguas.
– Y… ¿qué sabe de eso?
– Nada -respondió Angulo-. El expediente Carvajo está pendiente del examen del Presidente. El Subsecretario informará, esta mañana, y el Presidente decidirá…
– En los Estados Unidos -dijo Donald-, se ha hablado mucho del caso. Todos los periódicos dicen que el estudiante tiene quince años.
– Tiene dieciséis.
– Es igual: sigue siendo menor de edad. No pueden matarle.
– ¿Por qué no?
– La legislación…
– ¡La legislación! -se burló Angulo-. Es extraño que usted lo diga. ¿No luchábamos, acaso, contra un régimen ilegal? ¿No se da cuenta de…?
– Perdone -se apresuró Donald-. A veces yo mismo me resisto a creer que… No es posible, siendo tan joven. Es realmente inicuo. ¿No se da cuenta el Presidente de que el mundo se le va a echar encima?
– El mundo se le echó encima hace mucho tiempo -dijo Angulo. Se sentía fastidiado-. Y todo sigue igual desde entonces.
– Pero un régimen que ejecuta a un niño no puede sobrevivir…
Angulo se volvió a él.
– Ese es un buen slogan -dijo-. Lo he oído ya varias veces. Pero el régimen sobrevivirá mientras no hagamos nada para impedirlo, señor Donald. Puede decírselo a Salvano. La coyuntura para abatir al Presidente no se puede esperar como algo que caiga del cielo milagrosamente. Hemos de buscarla nosotros mismos.
– Salvano -dijo Donald-, no desea derramamientos de sangre. Es un hombre bueno, señor Angulo, tal vez un hombre escrupuloso. ¿Qué habría pensado usted de él si hubiera accedido al atentado? ¿No se ha parado nunca a pensarlo?
– Sí, lo he pensado muchas veces. Realmente, temía dentro de mí mismo que se mostrara conforme. Creo que hubiera perdido fe en él… Esperaba su aprobación para salvar mi conciencia, pero supongo que mi conciencia habría salido adelante en contra de su consentimiento… Habría perdido fe en Salvano.
– Y ahora… ¿se siente liberado, en cierto sentido?
– No lo sé… Es difícil ordenar ideas nuevas, es difícil saber lo que conviene… También es difícil valorar nuestras conveniencias, las de todos y las mías propias. Estoy confundido, eso es todo…
Abandonaron el pabellón del Acuárium. La lluvia era menos fuerte, pero mucho más densa y menuda. Pasaron frente a la estatua del Lobo Feroz, y luego atisbaron, al doblar la esquina, el festivo grupo de los Tres Cerditos.
Antes de que se separaran, Donald preguntó aún:
– ¿Sabe usted exactamente lo que va a hacer?
– No -contestó Angulo-. No lo sé. Dígaselo a Salvano.
Se quedó quieto, viendo cómo el otro se alejaba, sorteando precavidamente los charcos, tratando de martirizar lo menos posible el brillante charol de sus zapatos. Pero aún se volvió una vez Donald, como si hubiera olvidado algo, pero como si, al mismo tiempo, dudara sobre si lo que iba a decir tenía o no trascendencia.
– Lo de los perros… -empezó luego-. Se lo pregunté ¿sabe? Los nombres de sus perros, quiero decir. El grande se llama Luque, y el pequeño Vasa.
Angulo guardó silencio, bajo su paraguas.
– Se extrañó mucho -siguió Donald, empezando a darse cuenta de que no obtendría respuesta-. No comprendía muy bien su curiosidad… Y dijo: "Es extraño. Tal vez ame a los perros".
Pero Angulo no contestó nada.
– ¿Me ha oído usted?-preguntó Donald.
– Sí -asintió Angulo.
Y echó a andar, sin prisas, bajo la lluvia.
TREINTA
Había un ambiente extraño. El ciego estaba absolutamente sólo, en un rincón, y el dueño de "La Papaya" le había mirado mientras entraba, tanteando las mesas, y se sentaba en una de ellas, suspirando. Ni le había preguntado si deseaba o no tomar alguna cosa. Resultaba evidente que, a pesar de ser ciego, era un hombre alegre, y nadie hubiera tal vez podido precisar por qué era alegre. Al lado de Angulo, espalda contra espalda, y muy cerca de la prostituta, estaba el viejo indio de siempre, acompañado por la niña. Pero esta vez la niña bebía jugo de piñas, o algo que se le parecía en color, y también resultaba extraño.
– El caso fue -explicó el indio-, que entró la muchacha, como una loca, y que todo el mundo nos quedamos pensando qué demonios le pasaría…
Desde luego, y por circunstancias que no entendía muy bien, Angulo sabía que él desentonaba aquella noche en el bar. Tal vez fuera la presencia de Antoine la que, en otras ocasiones, le fusionara con el ambiente. Pero aquella noche no había venido Antoine. Era claro que desentonaba: tanto le miraba el dueño que él, para acortar distancias con aquel clima que se negaba a absorberle, había pedido una copa de ron, lo que todos pedían. ¿Y por qué el ciego no decía nada ni pedía nada? Hasta la misma prostituta le preguntó:
– ¿Es que usted no bebe?
Pero era claro que el ciego no sabía que le hablaban a él, pues no contestó. Tal vez imaginase que el local estaba lleno de gente silenciosa, que no bebía, y que a cualquier persona menos a él hubiera podido ir dirigida aquella pregunta.
La prostituta miró a Angulo y suspiró:
– Ah, Europa, Europa.
La niña levantó los ojos.
– Como una loca -dijo el indio-. No era fea, la chica. Un poco flaca, solamente. Y luego, aquella especie de cojera…
– ¿Cojera? -preguntó el dueño-. Usted está loco.
– Le dolía la cadera, lo sé muy bien. No hacía más que agarrarse y agarrarse… Eso se nota en seguida.
Aunque bien pudiera ser que él estuviera equivocado, que el ambiente no fuera realmente extraño. Tal vez fuera el ambiente de siempre. Pero él estaba nervioso, pues ya había pasado la hora en que Antoine bajaba sigilosamente la escalera y se colaba en "La Papaya", en su reducto seguro, allí donde podía beber plácidamente sin temor a la gente del B. A. S. La prostituta preguntó:
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «Muerte Por Fusilamiento»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Muerte Por Fusilamiento» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «Muerte Por Fusilamiento» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.