Susanna Tamaro - Donde el corazón te lleve

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Lo que no supimos decir nos dolerá eternamente y sólo el valor de un corazón abierto podrá liberarnos de esta congoja. Nuestros encuentros en la vida son un momento fugaz que debemos aprovechar con la verdad de la palabra y la sutileza de los sentimientos.
Viendo inminente el final de su vida, Olga decide escribir a su nieta una larga carta para dejar constancia de lo que ninguna de las dos ha sabido ni decir ni escuchar. Cuando la nieta regrese, sólo encontrará la relación de los pensamientos, sentimientos, delicadeza y esperanza, soledad y amargura que la vida ha ido tejiendo. Por la carta, se sabrá cuál fue la historia de la familia, las peleas con la hija muerta, los desencuentros y las heridas que nunca cicatrizaron.
Con esta obra intimista y epistolar, Susanna Tamaro conquistó a trece millones de lectores en todo el mundo. Con gran sensibilidad revela la riqueza de los sentimientos que permanecen ocultos. Diálogo que enseña a conocer mejor la naturaleza de nuestras relaciones, Donde el corazón te lleve es una obra narrativa exquisita: dulce remembranza de una voz que se deja llevar por los tímidos dictados del corazón.

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Evoco el día de tu partida, lo nerviosas que estábamos, ¿eh? Tú no querías que te acompañase al aeropuerto, y cada vez que te recordaba que cogieses algo me contestabas: «Me voy a América, no al desierto.» Desde el umbral, cuando te grité con mi voz odiosamente estridente: «¡Cuídate mucho!», sin siquiera volver la cara me contestaste diciendo: «Cuida tú a Buck y a la rosa.»

En aquel momento, ¿sabes?, me quedé algo decepcionada por esa despedida tuya. Como buena vieja sentimental que soy, esperaba algo diferente y más trivial, como un beso o una frase cariñosa. Solamente cuando se hizo de noche, al no lograr conciliar el sueño, dando vueltas en bata por la casa vacía, me di cuenta de que cuidar a Buck y a la rosa quería decir ocuparme de esa parte de ti que seguía viviendo a mi lado, la parte feliz de ti. Y también me di cuenta de que en la sequedad de aquella frase no había insensibilidad, sino la extrema tensión de una persona a punto de llorar. Es la coraza de la que antes te hablaba. Tú la tienes todavía tan apretada que casi no te deja respirar. ¿Recuerdas lo que te decía en los últimos tiempos? las lágrimas que no brotan se depositan sobre el corazón, con el tiempo lo cubren de costras y lo paralizan como la cal que se deposita y paraliza los engranajes de la lavadora.

Ya lo sé, mis ejemplos sacados del universo de la cocina te harán soltar bufidos en vez de hacerte reír. Resígnate: cada cual obtiene su inspiración del mundo que mejor conoce.

Ahora tengo que dejarte. Buck suspira y me mira con ojos implorantes. También en él se manifiesta la regularidad de la naturaleza. En todas estaciones conoce la hora de su comida con la precisión de un reloj suizo.

18 de noviembre

Anoche cayó un fuerte aguacero. Era tan violento que varias veces me desperté por el ruido que hacía al golpear los postigos. Esta mañana, cuando abrí los ojos convencida de que todavía haría mal tiempo, estuve remoloneando entre las mantas durante largo rato. ¡Cómo cambian las cosas con los años! A tu edad yo era una especie de lirón, si nadie me molestaba podía dormir incluso hasta la hora de la comida. Ahora, en cambio, siempre estoy despierta antes del amanecer. Así las jornadas se vuelven larguísimas, interminables. Hay cierta crueldad en todo esto, ¿no crees? Las horas de la mañana son las más terribles, no hay nada que te ayude a distraerte: estás allí y sabes que tus pensamientos sólo pueden dirigirse hacia atrás. Los pensamientos de un viejo no tienen futuro, por lo general son tristes, y si no tristes, melancólicos. A menudo me he preguntado sobre esta rareza de la naturaleza. Hace unos días vi en la televisión un documental que me hizo reflexionar. Hablaba de los sueños de los animales. En la jerarquía zoológica, de los pájaros hacia arriba, todos los animales sueñan mucho. Sueñan los gorriones y las palomas, las ardillas y los conejos, los perros y las vacas echadas sobre el prado. Sueñan, pero no todos de la misma manera. Los animales que, por naturaleza, son sobre todo presas, tienen sueños breves: más que sueños propiamente dichos son apariciones. Los depredadores, en cambio, tienen sueños largos y complicados. «Para los animales -decía el locutor-, la actividad onírica es una manera de organizar las estrategias de supervivencia: el que caza ha de elaborar constantemente formas nuevas para conseguir alimento; el que es cazado -habitualmente encuentra el alimento ante sí en forma de hierba- sólo tiene que pensar en la manera más veloz de darse a la fuga.» En otras palabras, al dormir, el antílope ve ante sí la sabana abierta; el león, en cambio, en una constante y variada repetición de escenas, ve todas las cosas que tendrá que hacer a fin de lograr comerse, al antílope. Así es como ha de ser, dije para mis adentros: de jóvenes somos carnívoros y en la vejez herbívoros. Porque cuando somos viejos, además de dormir poco no soñamos, o, si soñamos, tal vez no nos queda recuerdo de ello. De niños y de jóvenes, en cambio, se sueña más y los sueños tienen el poder de determinar el humor del día. ¿Te acuerdas de cómo llorabas, recién despierta, en los últimos meses? Te estabas allí sentada delante de la taza de café y las lágrimas rodaban silenciosas por tus mejillas. «¿Por qué lloras?», te preguntaba entonces; y tú, desolada o furiosa, decías: «No lo sé.» A tu edad hay muchas cosas que ordenar dentro de uno mismo: hay proyectos y, en los proyectos, inseguridades. La parte inconsciente no tiene un orden o una lógica clara: con los residuos de la jornada, hinchados y deformados, mezcla las aspiraciones más profundas, entre las aspiraciones profundas mete las necesidades del cuerpo. De tal suerte, si tenemos hambre soñamos estar sentados a la mesa y no conseguir comer; si tenemos frío soñamos que estamos en el Polo Norte y no tenemos un abrigo; si hemos sufrido un desaire nos convertimos en guerreros sedientos de sangre.

¿Con qué sueñas, allá entre los cactus y los cowboy? Me gustarla saberlo. ¿Ocurrirá que, de vez en cuando, allá en medio, acaso vestida de piel roja, aparezca también yo? ¿Quién sabe si con la apariencia de un coyote aparece Buck ? ¿Sientes nostalgia? ¿Nos recuerdas?

¿Sabes? Anoche, mientras estaba leyendo sentada en el sillón, repentinamente oí en la habitación un ruido rítmico: al levantar la cabeza del libro vi que Buck , mientras dormía, batía el suelo con la cola. Por la expresión de beatitud de su morro estoy segura de que te veía, tal vez acababas de regresar y él te estaba haciendo fiestas, o acaso recordaba algún paseo particularmente hermoso que habíais dado juntos. ¡Los perros son tan permeables a los sentimientos humanos! Con la convivencia desde la noche de los tiempos, nos hemos vuelto casi iguales. Por eso muchas personas los detestan. Ven demasiadas cosas de sí mismas reflejadas en su mirada tiernamente cobarde, cosas que preferirían ignorar. Buck sueña a menudo contigo últimamente. Yo no lo consigo, o tal vez lo consigo pero no logro recordarlo.

Cuando era pequeña, durante un tiempo vivió en nuestra casa una hermana de mi padre que había enviudado recientemente. Tenía la pasión del espiritismo y en cuanto mis padres no nos veían, en los más oscuros y ocultos rincones me instruía sobre los poderes extraordinarios de la mente. «Si quieres entrar en contacto con una persona lejana -me decía-, tienes que apretar en una mano una foto suya, trazar una cruz compuesta de tres pasos y juego decir "heme aquí, aquí estoy".» De esa manera, según ella, podría obtener la comunicación telepática con la persona deseada.

Esta tarde, antes de ponerme a escribir, hice precisamente eso. Eran alrededor de las cinco, donde tú estás había de ser de mañana. ¿Me has visto, me has oído? Yo te percibí en uno de esos bares llenos de luces y azulejos donde se comen bocadillos con una albóndiga dentro, en seguida te distinguí en medio de esa muchedumbre multicolor porque llevabas el último jersey que te hice, ese con unos ciervos rojos y azules. Pero la imagen fue tan breve y tan descaradamente perecida a las de las películas que no tuve tiempo de ver la expresión de tus ojos. ¿Te sientes feliz? Eso, por encima de cualquier otra cosa, es lo que más me importa.

¿Te acuerdas de cuántas discusiones sostuvimos para decidir si era o no era justo que yo financiase esta larga estancia tuya de estudios en el extranjero? Tú sostenías que te resultaba absolutamente necesaria, que para crecer y abrir tu mente necesitabas irte, dejar el ambiente asfixiante en el que habías crecido. Acababas de terminar la selectividad y vacilabas, en la más total oscuridad, sobre lo que desearías hacer cuando fueses mayor. Cuando eras pequeña tenías muchas pasiones: querías convertirte en veterinario, en explorador, en médico de niños pobres. De tales deseos no había quedado el menor rastro. Con los años se había ido cerrando aquella apertura que habías manifestado hacia tus semejantes; todo lo que había sido filantropía, deseo de comunión, en un brevísimo lapso se convirtió en cinismo, soledad, obsesiva concentración en tu destino infeliz. Si en la televisión se daba el caso de que viéramos alguna noticia particularmente cruenta, te mofabas de la compasión que yo expresaba diciéndome: «A tu edad, ¿de qué te asombras? ¿Todavía no te has enterado de que la selección de la especie es lo que gobierna el mundo?»

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