Sarah Waters - El ocupante

Здесь есть возможность читать онлайн «Sarah Waters - El ocupante» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

El ocupante: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El ocupante»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

La primera vez que visitó Hundreds Hall, la mansión de la adinerada familia inglesa de los Ayres, el doctor Faraday era apenas un niño. Corría el verano de 1919, apenas terminada la guerra, y su madre trabajaba allí como sirvienta. Aquel día el pequeño Faraday se sintió abrumado por la grandeza y la opulencia de la casa, hasta tal punto que no pudo evitar llevarse a hurtadillas un pequeño recuerdo.
Treinta años después, tras el fin de una nueva guerra mundial, el destino lleva a Faraday, convertido ahora en médico rural, de nuevo a Hundreds Hall. Allí sigue viviendo la señora Ayres con sus dos hijos, Caroline y Roderick, pero las cosas han cambiado mucho para la familia, y donde antes había riqueza ahora hay sólo decadencia. La mansión muestra un aspecto deplorable y del mismo modo, gris y meditabundo, parece también el ánimo de sus habitantes. Betty, la joven sirvienta, asegura al doctor Faraday que algo maligno se esconde en la casa, y que quiere marcharse de allí.
Con las repetidas visitas del doctor a la casa para curar las heridas de guerra del joven Rod, el propio Faraday será testigo de los extraños sucesos que tienen lugar en la mansión: marcas de quemaduras en paredes y techo, ruidos misteriosos en mitad de la noche o ataques de rabia de Gyp, el perro de la familia. Faraday tratará de imponer su visión científica y racional de los hechos, pero poco a poco la amenaza invisible que habita en la casa se irá cerniendo también sobre él mismo.

El ocupante — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El ocupante», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

– ¡Oh, por el amor de Dios! -exclamé-. Venga, sé una buena chica y sécate los ojos. Y espero -añadí- que no menciones nada de esto a la señora Ayres ni a Caroline. Es lo que menos falta les hace en este momento. Han sido buenas contigo, ¿recuerdas? ¿Te acuerdas de cuando me llamaron para que te viera en julio, aquella vez que estabas enferma?

La miré a la cara mientras decía esto. Ella captó lo que quería decir y se ruborizó. Pero su expresión, a pesar del rubor, se tornó testaruda. Dijo, en un susurro:

– ¡Hay una cosa mala! ¡La hay!

Después escondió la cabeza contra el hombro de la señora Bazeley y rompió a llorar tan amargamente como antes.

Capítulo 5

No era de extrañar que en las semanas siguientes la vida en Hundreds Hall pareciese muy cambiada, desalentada y triste. En primer lugar, simplemente había que acostumbrarse a la ausencia física de Gyp: los días eran ahora naturalmente sombríos, pero la casa parecía aún más oscura y mortecina sin el perro trotando alegremente de una habitación a otra. Puesto que yo seguía yendo al Hall una vez a la semana para tratar la pierna de Rod, me resultaba más fácil entrar como si fuese de la familia, y a veces, al abrir la puerta, incluso me sorprendía aguzando el oído para captar el chasquido y el roce de pezuñas; o bien giraba la cabeza hacia una sombra, pensando que la forma oscura en mi rabillo del ojo debía de ser la de Gyp, y cada vez me asaltaba una punzada de desazón porque mi memoria revivía todo lo ocurrido.

Se lo mencioné a la señora Ayres y ella asintió: dijo que una tarde lluviosa en que estaba en el vestíbulo tuvo el convencimiento de que oyó al perro correteando arriba. Era un sonido tan nítido que, bastante nerviosa, había subido a echar una ojeada y comprendió que el supuesto sonido de sus patas sobre las tablas del suelo era la rápida caída de agua de una cañería rota en el exterior. Algo similar le sucedió a la señora Bazeley. No se dio cuenta de que estaba preparando un cuenco de pan con salsa que depositó junto a la puerta de la cocina, como solía hacer para Gyp en los viejos tiempos. Dejó el bol allí durante media hora, sin parar de preguntarse dónde estaría el perro…, y a punto estuvo de llorar, añadió, cuando recordó que estaba muerto.

– Y lo raro es -me dijo- que lo hice porque me pareció oír que bajaba la escalera del sótano. ¿Se acuerda de cómo gruñía, como un carcamal? ¡Habría jurado que lo oí!

En cuanto a la pobre Caroline, la verdad es que no sé cuántas veces confundió otros sonidos con el que hacían las pezuñas de Gyp resbalando, o cuántas se volvió hacia una sombra creyendo que era él. Mandó a Barrett que le cavara una tumba entre las lápidas de mármol que formaban un singular y pequeño cementerio en una de las plantaciones del parque. Hizo un fúnebre recorrido de la casa recogiendo los cuencos de agua y las mantas que había en diversas habitaciones para uso del perro, y se deshizo de ellos. Pero en el curso de estas acciones pareció que había sellado su disgusto y su pena tan meticulosamente que me turbó. En mi primera visita al Hall después de la mañana desdichada en que sacrifiqué a Gyp, decidí hablar con ella porque no quería que hubiese ningún rencor entre nosotros. Pero cuando le pregunté cómo estaba se limitó a decirme, con una voz enérgica y neutra:

– Estoy bien. Todo ha acabado ya, ¿no? Siento haberme puesto tan furiosa aquel día. No fue culpa suya; lo sé. Se acabó. Déjeme que le enseñe algo que encontré ayer en una habitación de arriba.

Y sacó una antigua chuchería que había desenterrado del fondo de un cajón; y no mencionó más a Gyp.

Pensé que no la conocía lo suficiente para abordar la cuestión. Pero hablé de Caroline con su madre, que parecía pensar que ella «se repondría a su manera».

– Caroline nunca ha sido una chica que exteriorice sus sentimientos -me dijo, con un suspiro-. Pero es tremendamente sensible. Por eso la hice venir para que ayudara a su hermano cuando el accidente. Era tan buena como cualquier enfermera en aquella época, ¿sabe?… ¿Y ha oído la última noticia? La señora Rossiter ha venido a decírnoslo esta mañana. Parece ser que los Baker-Hyde se marchan. Se llevan a su hija a Londres: el servicio les seguirá la semana siguiente. Van a cerrar y vender de nuevo la pobre Standish. Pero creo que es lo mejor. ¿Se imagina a Caroline o a Roderick o a mí topando con la familia en Lidcote o en Leamington?

Para mí la noticia también representó un alivio. La perspectiva de ver frecuentemente a los Baker-Hyde me entusiasmaba tan poco como a la señora Ayres. Me complacía, además, que los periódicos del condado hubiesen perdido al fin el interés por el caso. Y aunque el cotilleo local era inevitable, y si bien a veces un paciente o un colega sacaba a colación la historia, sabiendo que yo había desempeñado un papel en ella, cada vez que se hablaba del asunto yo hacía lo posible por desviarlo o zanjarlo; y las habladurías enseguida cesaron.

Pero aun así me intrigaba Caroline. De vez en cuando atravesaba el parque en mi coche y la veía, como en ocasiones anteriores; y sin Gyp trotando a su lado me parecía una figura terriblemente solitaria. Si paraba el coche para hablar con ella parecía dispuesta a hacerlo, más o menos a su antiguo estilo. Su aspecto era tan robusto y saludable como siempre. Sólo su cara, pensé, traicionaba la desdicha de pocas semanas antes, porque vista desde algunos ángulos parecía más triste y más fea que nunca, como si, tras la pérdida del perro, hubiese perdido la última brizna de su optimismo y su juventud.

– ¿Caroline habla con usted sobre cómo se siente? -pregunté a su hermano un día de noviembre en que le estaba tratando la pierna.

El movió la cabeza, ceñudo.

– Se diría que no quiere.

– ¿No podría… sonsacarla? ¿Que se abra un poco?

El frunció aún más el ceño.

– Podría intentarlo, supongo. Nunca tengo tiempo.

– ¿No tiene tiempo para su hermana? -dije, a la ligera.

No respondió, y recuerdo que le miré preocupado cuando se le oscureció la cara, y él miró a otra parte como si no confiara en su propia respuesta. Lo cierto es que en aquel momento casi me inquieté más por él que por su hermana. Era comprensible que lo de Gyp y los Baker-Hyde hubiera dejado una huella en ella, pero también en él parecía haber tenido un impacto devastador que me dejaba perplejo. No era sólo que Rod estuviera preocupado y retraído, ni que dedicara un tiempo excesivo a trabajar en su habitación, porque se había comportado así durante meses. Era algo más, que yo veía o intuía más allá de su expresión: el peso de algo que sabía, o incluso del miedo.

No había olvidado lo que su madre me contó de cómo le había encontrado la noche de la fiesta. Yo conjeturaba que fue entonces el momento en que apareció esta nueva pauta de conducta. En varias ocasiones intenté abordar el tema con él, pero siempre se las había arreglado para disuadirme, mediante el silencio o las evasivas. Quizá no debería haber insistido. Yo, a mi vez, desde luego, estaba más que atareado aquellos días, porque el clima más frío había traído su racha habitual de achaques invernales, y mis rondas eran largas. Pero dejar este asunto iba contra todos mis instintos; y, más aún, ahora me sentía vinculado a la familia, de un modo distinto a como lo estaba tres o cuatro semanas antes. Así que cuando hube colocado los electrodos y activado la bobina, le dije sin rodeos lo que me inquietaba.

Su reacción me horrorizó.

– Ésa es la idea que tiene mi madre de guardar una confidencia, ¿no? -dijo, moviéndose en su asiento, enfurecido-. Supongo que debería habérmelo esperado. ¿Qué le dijo exactamente? ¿Que me encontró muerto de miedo?

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «El ocupante»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El ocupante» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «El ocupante»

Обсуждение, отзывы о книге «El ocupante» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x