En aquel momento, uno de los polis asomó la cabeza por la puerta, y aquello decidió el resto de mi vida. Alá había escogido. Cuatro semanas más tarde, estaba comiendo arena cerca de Casablanca. Olvidé a]eannette y encontré a otra llamaba Aischa. El mismo temperamento. Ésta vivía en el barrio negro.
El legionario se echó en su litera, junto a la ventara y le gritó a un recluta:
– ¡Vamos, vamos, cerdo! Límpiame el equipo a toda marcha. ¡Y procura que cuando hayas terminado brille todo como la plata!
Tiró una bota al aterrado recluta, un viejo de sesenta y tres años que había de morir como un héroe a orilles del Dnieper, al norte de Kiev.
Al día siguiente, durante el ejercicio de tiro de la Compañía ocurrió un hecho lamentable. El F eldwebel Brandt fue muerto en el refugio del puesto de observación. Cuatro balas le dieron exactamente en mitad de la frente. Arrestaron al oficial de vigilancia durante algunas horas, pero después, le dejaron en libertad.
Mientras cargaban al muerto en un camión, entre cajas vacías de municiones y material de limpieza, Hermanito le dijo a Porta con satisfacción:
– ¡Parece mentira lo que pesa un cadáver! Sería lógico que fuera más ligero, después de haberse quedado sin alma.
Subieron al camión. Porta sacó una baraja. Se instalaron a ambos lados del cadáver, y lo utilizaron como mesa. Porta sacó una botella de «schnapps» del bolsillo y se la ofreció a Hermanito.
– Julius y yo hemos disparado en el mismo instante -dijo Hermanito , sin sonrojarse-. Le hemos dado de lleno. -Bebió y se seco los labios-. Gracias a Dios que nos hemos librado de este cretino.
Porta rió entre dientes.
– ¿Te has fijado cómo han palidecido las demás ratas de la guarnición? Saben que nos lo hemos cargado a conciencia, pero no pueden demostrarlo. ¿Cuánto te apuestas a que esta noche podremos beber toda la cerveza que queramos, sin tener que sacar la pasta?
Escupieron sobre el cadáver.
– ¿Crees que ahora estará en el infierno? -preguntó Hermanito.
– No cabe duda -replicó Porta-. ¿Crees que el buen Dios querrá saber nada con él?
– ¿Crees tú que el buen Dios querrá saber algo con nosotros, Porta?
– Cállate y juega. No hables de esto.
– Sus sesos han quedado esparcidos por el suelo.
– No debía de tener muchos -opinó Porta.
– Estaba casado -prosiguió Hermanito -. Visitaré a su mujer y me acostaré con ella. Así no habrá perdido nada.
– ¡Qué buen corazón tienes!
Vaciaron la botella y la tiraron por la parte posterior del camión.
Porta echó un naipe sobre el vientre del cadáver y anunció, triunfalmente:
– Arrastro.
Llegaron tarde al cuartel, y opinaron que era mejor dejar que el cadáver pasara la noche en el camión.
Dos días más tarde, cuando el Regimiento acababa de recibir la orden de prepararse para la marcha, un pequeño destacamento de tropas de refresco desfiló por el patio del cuartel. Todos nos habíamos acomodado a las ventanas del edificio de la 5.ª Compañía.
De repente, el Viejo se sobresaltó.
– ¡Vaya, Alfred! ¿Has visto quién está ahí, el segundo de la tercera fila?
El pequeño legionario rió en voz alta.
– Alá es sabio. Alá es justo. El Stabsfeldwebel Stahlschmidt. Sea bien venido.
El Verraco levantó la mirada. Reconoció al legionario y a el Viejo, palideció y pegó un codazo a el Buitre, que estaba a su lado.
– Verdaderamente, estamos a la puerta del infierno. Que tenga cuidado Stever, si le encuentro alguna vez cuando hayamos perdido la guerra.
– Stahlschmidt, sé de qué hablas, sé lo que piensas. Pero métete esto en la cabeza: ya no te conozco.
Porta lanzó un aullido.
– ¡Heil SS! ¡Ya estás entre nosotros! ¡Y sólo cinco minutos antes de la salida del tren!
En el centro de la columna, un soldado mortalmente pálido levantó la mirada.
En el cuello verde de su chaqueta se distinguía aún la marca de los escudos negros de las SS. Unos hilos oscilaban movidos por el viento. Llevaba una trompeta plateada en el hombro, unida al cordón amarillo de la Caballería.
Era el ex chofer del SD Standartenführer Paul Bielert.
El Hauptfeldwebel Edel recibió a los novatos de la manera acostumbrada:
– Pálidos gandules, sed bien venidos entre nosotros. Las pasaréis moradas antes de llegar al frente del Este. Soy muy bueno y comprensivo con los que quiero; pero a vosotros no os quiero. Para mañana y pasado mañana, servicios de letrinas para todos. Y prefiero aclarar en seguida que quiero que los cubos brillen como la plata.
El coronel Hinka se acercó lentamente. Su capote gris de cuero brillaba a causa de la humedad. Bajo la visera mostraba una ancha sonrisa juvenil. Movió la cabeza.
Edel dio media vuelta, hizo chocar los tacones, saludó, y gritó al estilo de un suboficial experimentado:
– Mi comandante, el Hauplfeldwebel Edel, de la 5.ª compañía, a sus órdenes con veinte hombres de refresco.
Hinka rió suavemente, miró de reojo hacia las ventanas en encontrábamos.
– ¡Gracias, Hauptfeldwebel !. Caliente un poco a esos muchachos, para que se sientan como en su casa. Creo que daremos el mando al suboficial Alfred Kalb.
– Bien, mi comandante -repuso Edel, siempre obsequioso.
El pequeño legionario estaba ya a la puerta, vestido para el ejercicio. Dirigió un saludo impecable al coronel Hinka, quien respondió al mismo.
– Suboficial, habría que calentar a estos muchachos para que se sientan a gusto en nuestra casa. Pero saludémosles primero.
Lentamente, les pasó revista, seguido del legionario y del Hauptfel dwebel. Se detuvo frente a el Verraco.
– ¿Nombre?
– A sus órdenes, mi coronel, el Stabsfeldwebel…
Hinka, que había echado una ojeada a su documentación, le interrumpió:
– ¡Viene usted de la cárcel de la guarnición! ¡Numerosos servicio en ella y nunca ha estado en el frente, pero pronto irá! Somos de Regimiento de choque y siempre estamos donde el jaleo es mayor. -Meneó la cabeza-. ¿Le han destituido por malos tratos a los prisioneros?
– Se trata de un error, mi coronel -protestó el Verraco, con voz débil.
– Desde luego, Stabsfeldwebel -replicó Hinka, riendo-. Siempre que nos mandan a alguien es por error.
El legionario miró fijamente a el Verraco, se abrochó un botón del bolsillo de su cazadora y sonrío fríamente.
Prosiguieron. Hinka se detuvo frente a el Buitre.
– Otro más de la cárcel de la guarnición. Han hecho una limpieza a fondo.
Prosiguieron su paseo ante los hombres alineados. Cuando el legionario pasó por delante de el Buitre, gruñó:
– Bueno, sal de la fila. Ve a presentarte al Obergefreiter Porta. Servicio de letrinas.
Hinka se detuvo ante el ex SS y señaló su trompeta.
– ¿La toca usted?
– Sí, mi coronel. El Untersharführer Rudolph Cléber, antiguo corneta en el Regimiento de Caballería SS «Florian Geyer».
– Corneta -repitió Hinka-. ¿Por qué estás aquí?
– Mercado negro y robo, coronel.
– ¿Qué has robado?
– Patatas y azúcar, coronel.
– Observo que has olvidado decir mi coronel, soldado. Así se dice en el Ejército. Suboficial Kalb, enséñele buen modales a este tipo.
– Sí, mi coronel. ¡A tierra, soldado! ¡Veinte veces seguidas! -siseó entre dientes.
Y, sin comprobar si la orden era obedecida, dio exactamente dieciséis pasos en pos del comandante del Regimiento.
Читать дальше