María Dueñas - El tiempo entre costuras

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Una novela de amor y espionaje en el exotismo colonial de África.
La joven modista Sira Quiroga abandona Madrid en los meses convulsos previos al alzamiento arrastrada por el amor desbocado hacia un hombre a quien apenas conoce.
Juntos se instalan en Tánger, una ciudad mundana, exótica y vibrante en la que todo lo impensable puede hacerse realidad. Incluso la traición y el abandono de la persona en quien ha depositado toda su confianza. El tiempo entre costuras es una aventura apasionante en la que los talleres de alta costura, el glamur de los grandes hoteles, las conspiraciones políticas y las oscuras misiones de los servicios secretos se funden con la lealtad hacia aquellos a quienes queremos y con el poder irrefrenable del amor.
Una novela femenina que tiene todos los ingredientes del género: el crecimiento personal de una mujer, una historia de amor que recuerda a Casablanca… Nos acerca a la época colonial española. Varios críticos literarios han destacado el hecho de que mientras en Francia o en Gran Bretaña existía una gran tradición de literatura colonial (Malraux, Foster, Kippling…), en España apenas se ha sacadoprove cho de la aventura africana. Un homenaje a los hombres y mujeres que vivieron allí. Además la autora nos aproxima a un personaje real desconocido para el gran público: Juan Luis Beigbeder, el primer ministro de Exteriores del gobierno de Franco.

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– Por supuesto -dije. Me guardé de narrarle la de veces que en mi juventud había pegado la nariz contra sus escaparates, con la boca hecha agua ante la visión deliciosa de los dulces que en ellos se exhibían. Las tartas de nata adornadas con fresas, los pasteles rusos de chocolate y crema, las pastas de mantequilla. Jamás soñé entonces siquiera con que traspasar aquel umbral pudiera estar algún día al alcance de mi mano o mi bolsillo. Ironías de la vida, años después me estaban pidiendo que visitara aquel establecimiento todo lo posible.

– Su dueña, Margaret Taylor, es irlandesa y una gran amiga. Ahora mismo es muy posible que Embassy sea el sitio más estratégicamente interesante de Madrid porque allí, en un local que apenas supera los setenta metros cuadrados, nos reunimos sin fricción aparente los miembros del Eje y los Aliados. Por separado, por supuesto, cada uno con los suyos. Pero no es infrecuente que el barón Von Stohrer, el embajador alemán, coincida con la plana mayor del cuerpo diplomático británico mientras toma su té con limón, o que yo mismo me encuentre en la barra, hombro con hombro, con mi homónimo alemán. La embajada alemana está prácticamente enfrente y la nuestra muy cerca también, en la esquina de Fernando el Santo con Monte Esquinza. Por otro lado, además de acoger a extranjeros, Embassy es el centro de reunión de muchos españoles de alcurnia: sería difícil encontrar en España más títulos nobiliarios juntos que allí a la hora del aperitivo. Estos aristócratas son mayoritariamente monárquicos y anglófilos, o sea que, por lo general, están de nuestro lado y por tanto, en lo que respecta a cuestiones informativas, son poco valiosos para nosotros. Pero sí sería interesante que consiguiera algunas clientas de ese entorno, porque son la clase de señoras a las que las alemanas admiran y respetan. Las esposas de los altos cargos del nuevo régimen suelen ser de otro tipo: apenas conocen mundo, son mucho más recatadas, no visten de alta costura, se divierten bastante menos y, por supuesto, no suelen frecuentar Embassy para tomar cócteles de champán antes de comer, ¿entiende lo que le quiero decir?

– Me voy haciendo una idea.

– Si tuviéramos la mala fortuna de que se llegara a ver en algún tipo de problema serio o si creyera que tiene alguna información urgente que transmitirme, Embassy a la una del mediodía será el lugar donde entrar en contacto conmigo cualquier día de la semana. Digamos que es mi lugar de encuentro encubierto con varios de nuestros agentes: es un sitio tan descaradamente expuesto que resulta dificilísimo que levante la menor sospecha. Utilizaremos para comunicarnos un código muy simple: si necesita reunirse conmigo, entre con el bolso en el brazo izquierdo; si todo está en orden y sólo va a tomar el aperitivo y a dejarse ver, llévelo en el derecho. Recuérdelo: izquierda, problema; derecha, normalidad. Y si la situación fuera absolutamente perentoria, haga caer el bolso nada más entrar, como si se tratara de un simple descuido o un accidente.

– ¿A qué se refiere con una situación absolutamente perentoria? -pregunté. Intuía que, tras aquella frase que no comprendía del todo, se ocultaba algo muy poco deseable.

– Amenazas directas. Coacciones en firme. Agresiones físicas. Allanamiento de morada.

– ¿Qué harían conmigo en ese caso? -dije tras tragar el nudo que se me formó en la garganta.

– Depende. Analizaríamos la situación y actuaríamos en función del riesgo. En caso de gravedad extremísima, abortaríamos la operación, intentaríamos refugiarla en un lugar seguro y la evacuaríamos en cuanto fuera posible. En situaciones intermedias, estudiaríamos diversas formas de tenerla protegida. En cualquier caso, tenga por seguro que siempre va a contar con nosotros, que nunca vamos a dejarla sola.

– Se lo agradezco.

– No lo haga: es nuestro trabajo -dijo con la atención concentrada en cortar uno de los últimos bocados de carne-. Confiamos en que todo funcione bien: el plan que hemos diseñado es muy seguro y el material que nos va a pasar no implica alto riesgo. De momento. ¿Quiere postre?

Tampoco esta vez esperó a que yo aceptara o no el ofrecimiento; simplemente se levantó, recogió los platos, los llevó hasta la mesa auxiliar y regresó con otros dos llenos de fruta cortada. Observé sus movimientos rápidos y precisos, propios de alguien para quien la eficiencia constituía su prioridad vital; alguien no acostumbrado a perder un segundo de su tiempo ni a distraerse con minucias y vaguedades. Volvió a sentarse, pinchó un trozo de piña y continuó con sus indicaciones como si no hubiera habido interrupción previa.

– En caso de que fuéramos nosotros quienes necesitáramos entrar en contacto con usted, utilizaremos dos canales. Uno será la floristería Bourguignon de la calle Almagro. El dueño, holandés, es también un gran amigo nuestro. Le enviaremos flores. Blancas, tal vez amarillas; claras en cualquier caso. Las rojas las dejaremos para sus admiradores.

– Muy considerado -apunté irónica.

– Revise bien el ramo -continuó sin darse por aludido-. Llevará un mensaje dentro. Si es algo inocuo, irá en una simple tarjeta manuscrita. Léala siempre varias veces, trate de averiguar si las palabras aparentemente triviales que lleve escritas pueden tener un doble significado. Cuando se trate de algo más complejo, utilizaremos el mismo código que usted, el morse invertido transcrito en una cinta atando las flores: deshaga la lazada e interprete el mensaje de la misma manera que usted los escribirá, esto es, de derecha a izquierda.

– Bien. ¿Y el segundo canal?

– Embassy de nuevo, pero no el salón, sino sus bombones. Si le llega una caja inesperadamente, sepa que viene de nosotros. Nos encargaremos de que salga del establecimiento con el mensaje correspondiente dentro, irá cifrado también. Observe bien la caja de cartón y el papel del envoltorio.

– Cuánta galantería -dije con una gota de sorna. Tampoco pareció apreciarla o, si lo hizo, no lo expresó.

– De eso se trata. De utilizar mecanismos inverosímiles para el intercambio de información confidencial. ¿Café?

Aún no había terminado la fruta, pero acepté. Llenó las tazas tras desenroscar la parte superior de un recipiente metálico. Milagrosamente, el líquido salió caliente. No tenía la menor idea de qué era aquel ingenio capaz de verter, como si fuera recién hecho, el café que llevaba allí al menos una hora.

– El termo, un gran invento -anunció como si se hubiera percatado de mi curiosidad. De su maletín extrajo entonces varias carpetas delgadas de cartulina clara que colocó en un montón frente a él-. Le voy a presentar a continuación a los personajes que más nos interesa que controle. Con el tiempo, nuestro interés en estas señoras puede aumentar o decrecer. O incluso desaparecer, aunque lo dudo. Probablemente iremos introduciendo también nombres nuevos, le pediremos que intensifique el seguimiento de alguna de ellas en particular o que esté tras la pista de ciertos datos concretos; en fin, le iremos avisando al respecto según marchen las cosas. De momento, no obstante, éstas son las personas cuya agenda deseamos conocer con inmediatez.

Abrió la primera carpeta y sacó unos folios mecanografiados. En el ángulo superior llevaban una fotografía sujeta con un gancho metálico.

– Baronesa de Petrino, de origen rumano. Nombre de soltera, Elena Borkowska. Casada con Hans Lazar, jefe de Prensa y Propaganda de la embajada alemana. Su marido es para nosotros un objetivo informativo prioritario: se trata de una persona influyente y con un inmenso poder. Es muy hábil y está magníficamente relacionado con los españoles del régimen y, sobre todo, con los falangistas más poderosos. Posee además unas dotes excelentes para las relaciones públicas: organiza fiestas fabulosas en su palacete de la Castellana y tiene a decenas de periodistas y empresarios comprados a base de agasajarlos con viandas y licores que trae directamente de Alemania. Lleva un tren de vida escandaloso en la miserable España actual; es un sibarita y un apasionado de las antigüedades, es más que probable que consiga las piezas más cotizadas a costa del hambre ajena. Irónicamente, al parecer es judío y de origen turco, algo que él se encarga de ocultar por completo. Su esposa está del todo integrada en su frenética vida social y es igual de ostentosa que él en sus constantes apariciones públicas, así que no dudamos de que estará entre sus primeras clientas. Esperamos que sea una de las que más trabajo le proporcionen, tanto en la costura como a la hora de informarnos sobre sus actividades.

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