– No lo crea. Allí era amiga de la señora Fox y, por extensión, afín al coronel Beigbeder. En Madrid nadie debe saber nada acerca de ello.
– Pero en los actos públicos apenas estaba junto a ellos y, de nuestros encuentros privados, Bernhardt y su mujer no tienen por qué saber nada. No se preocupe, no creo que haya problemas.
– Eso espero. De todas maneras, Bernhardt está bastante al margen de las cuestiones de inteligencia: lo suyo son los negocios. Es el testaferro del gobierno nazi en una complejísima trama de sociedades alemanas que operan en España: transportes, bancos, aseguradoras…
– ¿Tiene algo que ver con la compañía HISMA?
– HISMA, Hispano-Marroquí de Transportes, se les quedó pequeña en cuanto dieron el salto a la Península. Ahora trabajan bajo la cobertura de otra empresa más potente, SOFINDUS. Pero dígame, ¿de qué conoce HISMA?
– Oí hablar de ella en Tetuán durante la guerra -respondí vagamente. No era momento de detallar la negociación entre Bernhardt y Serrano Suñer, aquello quedaba ya muy atrás.
– Bernhardt -continuó- tiene sobornados a un pelotón de soplones, pero lo que siempre busca es información de valor comercial. Confiemos en que no se encuentren nunca; de hecho, ni siquiera reside en Madrid, sino en la costa de Levante; dicen que el propio Serrano Suñer le pagó allí una casa en agradecimiento a los servicios prestados; no sabemos si ese extremo es cierto o no. Bien, una última cosa muy importante respecto a él.
– Usted dirá.
– Wolframio.
– ¿Qué?
– Wolframio -repitió-. Un mineral de importancia vital para la manufactura de componentes destinados a los proyectiles de artillería para la guerra. Creemos que Bernhardt anda en negociaciones para conseguir del gobierno español concesiones mineras en Galicia y Extremadura a fin de hacerse con pequeños yacimientos comprando directamente a sus propietarios. Dudo que en su taller se llegue a hablar de estas cosas, pero si oyera algo acerca de esto, informe inmediatamente. Recuerde: wol-fra-mio. Y a veces también se le llama tungsteno. Aquí está anotado, en la sección de Bernhardt -dijo señalando con el dedo el documento.
– Lo tendré en cuenta.
Encendimos otro cigarrillo.
– Bueno, procedamos ahora con las cuestiones desaconsejables. ¿Está cansada?
– En absoluto. Continúe, por favor.
– En lo que respecta a clientas, hay un grupúsculo al que debe evitar a toda costa: las funcionarias de los servicios nazis. Es fácil reconocerlas: son extremadamente vistosas y arrogantes, suelen ir muy maquilladas, perfumadas y vestidas con ostentación. En realidad se trata de mujeres sin pedigrí social alguno y con una cualificación profesional bastante baja, pero sus sueldos son astronómicos en la España actual y ellas se encargan de gastarlos de manera jactanciosa. Las esposas de los nazis poderosos las desprecian y ellas mismas, a pesar de su aparente engreimiento, apenas se atreven a toser delante de sus superiores. Si aparecieran por su taller, quíteselas de encima sin miramientos: no le convienen, le espantarían a la clientela más deseable.
– Actuaré como dice, pierda cuidado.
– En cuanto a establecimientos públicos, desaconsejamos su presencia en locales como Chicote, Riscal, Casablanca o Pasapoga. Están llenos de nuevos ricos, estraperlistas, advenedizos del régimen y gente del mundo del espectáculo: compañías poco recomendables en sus circunstancias. Limítese en la medida de lo posible a los hoteles que antes le he indicado, a Embassy, y a otros lugares seguros como el Club de Puerta de Hierro o el casino. Y, por supuesto, si consigue que la inviten a cenas o fiestas con alemanes en residencias privadas, acepte de inmediato.
– Lo haré -dije. No le hice saber lo mucho que dudaba de que en algún momento alguien me ofreciera asistir a todos aquellos lugares.
Consultó su reloj y yo le imité. Quedaba poca luz en la habitación, nos envolvía ya el presentimiento del anochecer. A nuestro alrededor, ni un ruido; tan sólo un denso olor a falta de ventilación. Eran más de las siete de la tarde, llevábamos juntos desde las diez de la mañana: Hillgarth disparando información como con una manguera que nunca fuera a cerrarse, y yo absorbiéndola por todos los poros de mi piel, manteniendo los oídos, la nariz y la boca dispuestos a aspirar el mínimo detalle, masticando datos, deglutiéndolos, intentando que hasta el último milímetro de mi cuerpo quedara impregnado de las palabras que de él provenían. Hacía tiempo que el café se había acabado y las colillas rebosaban del cenicero.
– Bueno, vamos a ir terminando -anunció-. Me quedan tan sólo algunas recomendaciones. La primera de ellas es un mensaje de la señora Fox. Me pide que le diga que, tanto en su apariencia como en su costura, intente ser osada, atrevida, o absolutamente elegante de puro simple. En cualquier caso, le anima a que se aleje de lo convencional y, sobre todo, a que no se quede a medio camino porque, si lo hace, corre según ella el riesgo de que el taller se le llene de señoronas del régimen en busca de recatados trajes de chaqueta para ir a misa los domingos con el marido y los niños.
Sonreí. Rosalinda, genio y figura hasta en los recados desde la ausencia.
– Viniendo el consejo de quien viene, lo seguiré a ciegas -afirmé.
– Y ahora, por último, nuestras sugerencias. Primero: lea la prensa, manténgase al día de la situación política tanto española como exterior, aunque debe ser consciente de que toda la información aparecerá siempre sesgada hacia el bando alemán. Segundo: no pierda jamás la calma. Métase en su papel y convénzase a sí misma de que usted es quien es, nadie más. Actúe sin miedo y con seguridad: no podemos ofrecerle inmunidad diplomática, pero le garantizo que, ante cualquier eventualidad, estará siempre protegida. Y nuestro tercer y último aviso: sea extremadamente cauta con su vida privada. Una mujer sola, hermosa y extranjera resultará muy atrayente para todo tipo de conquistadores y oportunistas. No puede imaginarse la cantidad de información confidencial que ha sido revelada de manera irresponsable por agentes descuidados en momentos de pasión. Esté alerta y, por favor, no comparta con nadie nada, absolutamente nada de lo que aquí ha oído.
– No lo haré, se lo aseguro.
– Perfecto. Confiamos en usted, esperamos que su misión será del todo satisfactoria.
Comenzó entonces a recoger sus papeles y a organizar el maletín. Había llegado el momento que yo llevaba temiendo el día entero: se preparaba para su marcha y hube de contenerme para no pedirle que se quedara a mi lado, que siguiera hablando y me diera más instrucciones, que no me dejara volar sola tan pronto. Pero él no me miraba ya, por eso probablemente no pudo darse cuenta de mi reacción. Se movía con el mismo ritmo con el que, una a una, había desgranado sus frases a lo largo de las horas previas: rápido, directo, metódico; yendo al fondo de cada cuestión sin perder un segundo en banalidades. Mientras guardaba las últimas pertenencias, me hizo llegar las recomendaciones finales.
– Recuerde lo que le he dicho respecto a los dossiers: estúdielos y hágalos desaparecer inmediatamente. Alguien la acompañará ahora hasta un acceso de salida lateral, un coche la estará esperando cerca para llevarla a casa. Aquí tiene el pasaje de avión y dinero para los primeros gastos.
Me entregó dos sobres. El primero, delgado, contenía mi credencial para atravesar el cielo hasta Madrid. El segundo, grueso, lo llenaba un gran fajo de billetes. Seguía hablando mientras abrochaba con destreza las hebillas de la cartera.
– Este dinero cubrirá sus gastos iniciales. La estancia en el Palace y el alquiler de su nuevo taller corren de nuestra cuenta, ya está gestionado todo, lo mismo que el sueldo de las chicas que trabajarán para usted. Los rendimientos de su trabajo serán sólo suyos. No obstante, si necesitara más liquidez, háganoslo saber inmediatamente: tenemos una línea abierta para estas operaciones, no hay problema alguno de financiación.
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