El Dueño cambió de posición ruidosamente en la butaca y el cuero restalló como si hubiera expulsado una ventosidad.
– ¡No me venga con subterfugios! Su padre…
– Mi padre fue asesinado, don José. Y no sabemos quién le mató. Cada cual puede tener sus sospechas. Desde luego, me guardo las mías. Pero si yo tuviera pruebas de que el responsable de su muerte fue el Sultán, exigiría justicia y no venganza. En cualquier caso, incluso si decidiera vengarme, esté seguro de que no me dedicaría a organizar carreras contra él.
– Pero ¡vamos a ver, hombre! ¿Quiere usted hacerme caso o no? ¿Hablo en chino o es que está usted distraído?
– Le escucho con monstruosa atención, don José.
– Pues no se me pierda. Yo tengo mis motivos y estoy haciendo un esfuerzo para que los entienda, aunque sea a medias. Sus agravios sólo me interesan como referencia, pero si no sirven ni siquiera para eso olvide que los he mencionado. Éste es el mensaje que importa, sin adornos: Espíritu Gentil correrá de nuevo y por última vez en la Gran Copa, para dejar a los caballos del Sultán con un palmo de narices.
– ¡Estupendo! Me voy a quedar ronco animándole desde la tribuna. Pero, si no recuerdo mal, esa misma victoria ya la intentó conseguir en idéntico compromiso el pasado año. Y perdió, aunque fuese por poco.
Rugiendo casi, el Dueño parecía a punto de una congestión mortífera. Su furioso gruñido fue tan espectacular que el camarero acudió, servicial y discreto, creyéndose requerido. Le fueron encargados otros dos whiskies y se largó a cumplir con su obligación, contento aunque algo sobresaltado.
– Está abusando de mi paciencia, Samuel.
– Pues le juro que lo hago sin querer…
– ¿Acaso no sabe que Espíritu Gentil fue montado aquel día de una manera indigna, indecente, asesina? Hasta el último chiquilicuatre del hipódromo le dirá que mi caballo hubiese ganado por tres cuerpos si le montan como es debido. ¡A ver si se atreve alguien a decirme…!
– La monta no fue afortunada -concedió Samuel, reflexivo y como para sí mismo.
– ¡Asquerosa! Ese puñetero yanki es el peor jinete del mundo. Inútil total, total…; si por mí fuera, le retirarían la licencia. ¡Y cuando pienso en lo que me costó traerle!
– No tanto, don José: incluso ganó un Gran Premio, ¿se acuerda? Pero esa vez no montó bien. La verdad es que nunca se hizo del todo con el caballo, lo dejó ir demasiado libremente. Después yo creo que se precipitó en la curva, debería…
El Dueño agitó los brazos en aspa, como si estuviera dirigiendo el aterrizaje de un avión.
– ¡Déjese de explicaciones técnicas, maldita sea! Resulta evidente que la monta fue un desastre, me traen sin cuidado los detalles. No soy jockey, de modo que no sé cómo había que haber montado a mi caballo para que ganase. Pero sé muy bien con quién nunca hubiera perdido. Es decir, con quién nunca perdió.
– Pat Kinane…
– ¿Lo ve? ¿Ve como estamos de acuerdo? ¡Ahora empezamos a entendernos! Vamos por partes, poco a poco: Espíritu Gentil es el mejor, ¿verdadero o falso?
– Verdadero.
– Pero hasta ese gran campeón puede fallar alguna vez, si todo se le pone en contra, ¿verdadero o falso?
– Sin duda eso es verdad.
El propietario se inclinó sobre la mesa, hasta poner su cara inflamada a pocos centímetros de la de su interlocutor.
– De modo que es preciso garantizar el requisito principal para asegurar que correrá como es debido y ganará como le corresponde, ¿no es verdad? ¡Verdadero, verdadero!
– O sea…
– O sea que Pat Kinane, el jinete que mejor le entiende, el único con el que nunca ha perdido ni perderá, debe montarle ese día en la Gran Copa. ¡Verdadero y necesario!
El joven pelirrojo asintió, mientras miraba discretamente su reloj y se removía en su asiento, porque no quería perderse la próxima carrera. Le habían dado un soplo y estaba bastante ilusionado con pillar ese ganador. De modo que intentó abreviar los meandros emocionales y estratégicos del debate.
– Buena idea. Pat suele hacer fáciles las cosas difíciles y es un especialista en la Copa. ¿Cuántas veces la ha ganado ya? ¿Tres o cuatro?
– Ni lo sé ni me importa. Lo que cuenta es que debe ganar este año, con mi caballo. ¡Que se joda el Sultán! Pero…
– Siempre hay un pero, don José.
– Quítese la sonrisita de la boca, que la cosa no es para reírse. El caso es que no hay manera de localizar a Pat Kinane. No acude a los entrenamientos, no viene al hipódromo, ha fallado sin dar explicaciones a cinco montas que tenía comprometidas… ¡Cinco, nada menos!
– Alguien tendrá noticias suyas…
– Pues no, creo que no. En fin, no lo sé. -Volvió a empujar su ancho rostro hacia el de Samuel-. Usted me lo dirá. Para eso le he llamado, para que encuentre a Kinane. Tráigamelo, Príncipe, y lo pondremos a buen recaudo hasta la Copa. Lo demás corre de mi cuenta. Confío en mi caballo, montado como es debido.
– Eso de Príncipe…
– Así le llaman, ¿no?
– Sólo mis hombres, por una rareza del cariño.
– Claro, su padre era el Rey…
– Me llamo Samuel Parvi, don José. Y no creo que a Pat Kinane se lo haya tragado la tierra. Estará por ahí borracho, con alguna furcia. Aparecerá él solito, mañana o pasado.
– Muy bien, mejor para usted. Cobrará igual y ya sabe que no regateo. Quiero a Kinane para mi caballo. Le quiero entero y de una pieza, sobrio y a salvo de amenazas. Consígalo, Samuel, emplee a toda su gente, haga lo que haya que hacer. Poco o mucho, lo importante es el resultado. Al día siguiente de la Copa le daré un cheque firmado y usted pondrá la cantidad. ¿De acuerdo?
Puesto en pie, le sacaba al pelirrojo más de una cabeza de estatura. Se estrecharon las manos.
– Creo que tira usted la pasta, don José. Pero veré qué puede hacerse para asegurar la monta de Kinane. Y ahora tengo que darme prisa o no podré jugar a Río Revuelto . Va a ganar la próxima y aún iba diez a uno hace unos minutos. A mí no me sobra tanto el dinero como a usted, de modo que no quiero que se me escape esa ganga…
Fuera, la gente se apresuraba hacia las gradas para conseguir buen sitio, con su apuesta en el bolsillo y sobre todo también en la cabeza, como una maldición de la que sólo podrían librarse cuando los caballos cruzasen la meta. Una vieja empeñada en leer el programa sin gafas, pegándoselo a la nariz y con el bolígrafo en la mano, dio un tremendo tropezón y estuvo a punto de rodar escaleras abajo por la tribuna. Un niño de unos diez años le tiraba de la manga a su padre distraído, chillando incansable: «¡El cuatro, el cuatro! ¡Va a ganar el cuatro!»
SEREMOS CUATRO
(contado por el Doctor)
La mayoría de los hombres llevan vidas
de tranquila desesperación.
H. D. THOREAU
No, Lucía, te digo que no es lo mismo lo uno que lo otro. Ahora no se me ocurren mejores ejemplos, pero estoy seguro de que tengo razón. Y tú también lo sabes, no me mires con esa cara tan seria pero llena de guasa. ¡Venga, que estás a punto de echarte a reír! ¿Lo ves? ¡Anda que no te conozco…! A lo que iba: en efecto, quien pretende la felicidad suele fracasar; pero los que se esfuerzan en estropear su vida se salen siempre con la suya. De modo que más vale tener una actitud positiva ante las cosas, aunque desde luego sin permitirse ningún género de esperanza. A fin de cuentas estamos perdidos, bueno, pero nada más: mientras tanto se las puede arreglar uno.
De acuerdo, esa fórmula «actitud-positiva-ante-las-cosas» es una ridiculez, un lema de manual de autoayuda de la peor especie, un rótulo idiota para algún embaucador que vende crecepelos espirituales. Que sí, que estamos de acuerdo. Pero hay tan pocas cosas a las que aferrarse… No tenemos orientación. Hablo por mí, como bien sabes, desde que tú ya no… ¡Bueno, olvídate de una maldita vez de la actitud positiva! Retiro lo dicho. En fin, déjame un último intento: fíjate en el Príncipe. ¿Ves lo que quiero decir? El Príncipe no tiene esperanza pero tampoco miedo: va por el mundo con una actitud… sí, con una actitud positiva ante las cosas, no sé expresarlo mejor. No frunzas el ceño, ya sé que el Príncipe no te gusta. Mejor dicho, sé que no te gusta que nos guste tanto a nosotros, sus amigos, sus compinches. ¡Qué le vamos a hacer! Para ti el Príncipe nunca ha sido más que el Príncipe, y para nosotros, fervorosamente, es ni más ni menos que el Príncipe.
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