Álvaro Pombo - La Fortuna de Matilda Turpin
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- Название:La Fortuna de Matilda Turpin
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La Fortuna de Matilda Turpin: краткое содержание, описание и аннотация
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Una elegante casa en un acantilado del norte de España, en un lugar figurado, Lobreña, es el paisaje inicial y final de este relato. Ésta es la historia de Matilda Turpin: una mujer acomodada que, después de trece años de matrimonio feliz con un catedrático de Filosofía y tres hijos, emprende un espectacular despegue profesional en el mundo de las altas finanzas. Esta valiente opción, en este siglo de mujeres, tendrá un coste. Dos proyectos profesionales y vitales distintos, y un proyecto matrimonial común. ¿Fue todo un gran error? ¿Cuándo se descubre en la vida que nos hemos equivocado? ¿Al final o al principio?.
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A Angélica acaban de saltársele las lágrimas de los ojos y apoya la cabeza en el hombro derecho de su suegro. El amor es más discreto que el desamor. Sin duda alguna.
XXI
Mediodía soleado de diciembre. El comedor del Asubio tiene el tintineo discreto de un reservado en un restaurante de lujo. Ésta es la impresión de Antonio Vega. Es el viejo comedor familiar que en esta última etapa del Asubio, coincidiendo con la instalación definitiva de Juan Campos en la casa, ha cobrado un aire de lujo gracias a un par de bodegones de gansos y de patos y a una mano de pintura. También se han cambiado las antiguas cortinas de cretona floreada por otras muy parecidas pero nuevas. Sigue conservando su aire de residencia de campo. La austeridad decorativa, sin embargo, que Matilda imprimía a sus casas -su escasa afición a empapelar o pintar o repintar las paredes- ahora se ha visto sustituida por una cierta acumulación de objetos bellos: un nuevo aparador de caoba, una elegante pieza de caoba del XIX, y se han tapizado las sillas. Antonio recuerda este comedor de los primeros años como un lugar bullicioso, una prolongación del cuarto de jugar de los niños. Y es, quizá, sólo el contraste entre la falta de decoración de antes y la elegante presencia de detalles decorativos de ahora lo que le hace pensar en un lugar reservado, no del todo parte del Asubio.
Este mismo sentimiento, a decir verdad, lo tiene también, o ha comenzado a tenerlo, Antonio Vega en relación con las habitaciones privadas de Juan Campos. El despacho y el dormitorio de Juan, que antes fuera el dormitorio conyugal, y que ocupan toda un ala orientada al mediodía de la planta baja, al haber sido redecorados y haberse construido amplias estanterías para instalar la copiosa biblioteca particular de Juan, ha cobrado un aspecto de casa inglesa, de decoración de House & Garden. Todo ello, sin duda, muy en la línea anglosajona del gusto de Matilda, sólo que ahora más cuidados los detalles, con mejores piezas traídas del piso de Madrid: en tiempos de Matilda todas las casas, incluido el piso de Madrid, tenían en común un cierto aire de provisionalidad. Eran casas bonitas pero un poco sin rematar bien del todo. Había una mezcla de muebles valiosos y mobiliario de uso común. Las cortinas y las tapicerías del mobiliario se renovaban rara vez, con lo cual cobraban pronto un aire gastado, destartalado: casas de buen gusto que daban la impresión de estar habitadas por personas que tenían siempre prisa, gente poco casera que preferían dejar las casas como estaban, en vez de tenerlas que cuidar. Ése fue el motivo, en el caso del Asubio, de que la casa conservara durante muchos años el mobiliario y la decoración un tanto provisional de los Turpin, una decoración veraniega que no contaba con ser utilizada en invierno: la austeridad del Asubio, que en los primeros años del matrimonio Campos fue un distintivo especial, un estilo propio, acabó convirtiéndose en una especialísima falta de estilo, una especie de deliberada incuria equivalente a pasarse el día en tweeds o con jersey. Sentarse en sillones desvencijados le parecía a Antonio Vega, al principio, el colmo de lo elegante. El comedor, pues, tan familiar, le resulta, este mediodía, a Antonio Vega, no del todo familiar: le parece convencionalmente elegante como el comedor reservado de un restaurante de lujo. Hay más: Antonio detecta esta última semana una como nueva vivacidad que corre a cargo de Angélica por una parte y que casa -al menos a ratos- con una nueva locuacidad de tonos apagados por parte de Juan. Fernandito a su vez acude más puntualmente a los almuerzos que al principio. Hace ya muchas semanas que el pretexto de la gripe dejó de funcionar. Y Fernandito no ha hecho el menor intento de reavivar el pretexto. Parece dar por sentado que por razones misteriosas, quizá simplemente por capricho, ha abandonado su empleo en Madrid y va a quedarse en el Asubio para los restos. Antonio tiene la impresión de que Fernandito planea una travesura. Parece rejuvenecido. Ahora habla frecuentemente con Antonio en el garaje y en el cobertizo del garaje. Parece reanimado, aunque su conversación es trivial, no tiene interés en hablar de nada y mucho menos de su padre o de su madre o del duelo.
La nueva relación entre Juan y Angélica no podía escapársele a Fernandito. Que una inesperada intimidad se produjera entre estos dos, fue una posibilidad que consideró nada más ver cómo Angélica, en vez de irse con Andrea a Madrid, se quedaba en la casa. Nada mejor para una sensibilidad vengativa que asistir al comienzo de un cortejo bufo entre un suegro y su nuera. Todo el esquematismo burlesco de las comedias de enredo, combinándose con el pesimismo moralizante de la literatura satírica, puede hacerse, sospecha Fernandito, presente en cualquier momento. Su padre se pondrá en ridículo casi con seguridad si la nueva relación amorosa se confirma De momento es interesante observar a Juan en su nueva amabilidad no-comprometida. Si se tratara de una persona más joven, si Angélica tuviera veinte años y no los treinta y dos que tiene, cabría esperar algún desliz de bulto, por ejemplo que acariciara la mano de su presunto amante. Fernandito se relame pensando en este hacer manitas repentino. Pero confía que su padre guarde las apariencias aunque sólo sea por simple cobardía. Por otra parte, aún le respeta lo suficiente, aún le ama lo bastante, como para no acabar de creerse del todo su propia malignidad: Fernandito confía, en el fondo de su corazón, que la comedia maligna de amor entre suegro y nuera no tenga lugar. Si tuviera lugar, Fernandito quizá no estaría en condiciones de disfrutar el crudo humor de la situación. ¿Se habrá dado cuenta Antonio de la comicidad del posible ligue de estos dos? Al darse cuenta Fernandito de la preocupación de Antonio por Emilia decide no comunicar jocosamente sus impresiones a Antonio.
Fernandito está un poco perdido estos días. Más perdido o confuso de lo que reconoce ante sí mismo. Sentirse perdido es una experiencia desazonadora porque es nueva. Por eso no quiere volver a Madrid. De pronto, su excelente empleo ha perdido todo valor. Ha telefoneado a su contacto de la oficina para decir que lo deja. Su amigo no le toma en serio, pero lleva un mes sin aparecer por allí y tendrá en breve que decidirse a volver o escribir una carta de dimisión. Sólo un chico de su posición económica puede permitirse ese lujo. Ahora no quiere saber nada de un empleo que cualquier chico de su edad consideraría el logro de su vida. Hay una cruel satisfacción en este despilfarro: mandarlo todo a la mierda es una satisfacción narcisística que Fernandito se permite sin remordimiento, sólo para descubrir que, una vez tomada la decisión de dejarlo todo, se encuentra de más. La intención inicial, la venganza, que la velocidad del Porsche pareció encarnar en el viaje al Asubio, se ha difuminado ahora. Juan es para su hijo un objeto iridiscente que a ratos inspira afecto y que inspira curiosidad incluso cuando inspira hostilidad: una hostilidad difractada. La pregunta de fondo sigue siendo: ¿qué pasó entre sus padres? ¿Qué fue lo que pasó? ¿Hubo un solo factor o muchos factores? Y, caso de hablar de culpa, cómo distribuirla: ¿cargarla toda sobre Juan o también sobre Matilda? ¿Y qué clase de culpa sería ésta? ¿Y por qué hablar de culpa y no más bien de destinos distintos, de proyectos distintos?
La terrible muerte de su madre hizo que Fernando sintiera que el mundo entero se venía abajo: que la energía, el orden del mundo, se derrumbara sin más explicaciones. E instintivamente, injustamente, con un egotismo todavía infantil, decidió Fernando reclamar al superviviente una explicación (de modo no muy distinto, aunque menos profundo), como Emilia. Por otra parte, había la sensación de abandono, de la cual, no obstante ser responsables ambos padres, sólo se presentó con agudeza ante Fernando al morir la madre. Mientras Matilda vivía, e iba y venía, el abandono tenía un corte deportivo, un enérgico estilo anglosajón de quererse y entenderse a distancia, o de cerca en vacaciones o con ocasión de las fiestas. Todo esto unido, y por así decirlo embrollado o apelotonado en un único conjunto sentimental, hace que Fernandito, ni quiera irse de la casa, ni sepa del todo qué quiere hacer en la casa. Y ahora ha surgido esta ocurrencia maligna de que Angélica y su padre se entienden. El otro asunto que retiene a Fernandito en el Asubio es Emeterio. ¿Está Fernando enamorado de Emeterio? Lo cierto es que siente que Emeterio es propiedad suya. Y Fernando es además consciente de que Emeterio le quiere: saberse querido es también una propiedad que Fernandito aprecia. Pero sucede que Emeterio tiene una novia, una novia paleta y desangelada -en opinión de Fernandito- con quien Emeterio según parece se acuesta los fines de semana. Este mundo de la novia de Emeterio empieza a resultarle insoportable a Fernando Campos. ¿Y si el quererle de Emeterio fuese sólo una fase, un amor adolescente, un residuo del tiempo de los juegos y de la camaradería infantil y juvenil, que se va apagando hasta ser sólo un recuerdo? No se decide a dejar en paz a su padre y no se siente capaz ahora de dejar en paz a Emeterio. Quiere saber si de verdad Emeterio le quiere tanto como sospecha. Podría tratarse de una sospecha infundada. Si me quisieras dejarías a esa guarra -ha dicho Fernandito hace días-. Y Emeterio le ha contemplado boquiabierto. ¿Qué tienes que ver tú con ella? -ha preguntado-. Ella es ella y tú eres tú. Y de ahí no ha podido sacarle. Esto, pues, se suma a todo lo anterior y le hace sentirse confuso y perdido. Y tiene también la sensación de que Antonio, preocupado cada vez más por Emilia, no es ya del todo el que era, o no está ya tan disponible como estaba, aunque Fernandito sabe de sobra que el afecto entre los dos no ha cambiado. Se siente Fernando solo en el mundo, necesitado de ternura: sintiendo que la ternura se le debe, aunque él mismo no la siente, no la dé, o no la demuestre.
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