Ferran Torrent - Juicio Final

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Una novela que retrata el país y sus dirigentes sin disimulos.
Año 2005. Un irlandés llamado Liam Yeats, ex terrorista del IRA y ex agente del Mossad, llega a Valencia con el objetivo de matar al hombre más peligroso de la ciudad: el empresario Juan Lloris, que se dispone a iniciar el asalto definitivo a la Alcaldía. Las sospechas de Lloris sobre su persona de confianza le harán contratar a un investigador que descubrirá algo que dará un vuelco a esta intriga. Mientras tanto, el incombustible F. Petit continuará ejerciendo de funambulista y los partidos mayoritarios establecerán una alianza insólita que sólo se explica por su propia supervivencia.
Una novela de intriga que profundiza sobre la psicología del profesional del crimen y que mantiene la denuncia sobre el escurridizo juego político que se da en Valencia, una ciudad española, tal vez, similar a otras.

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Mientras esperaba dio una vuelta por las calles adyacentes al hotel. En un bar se tomó una agua mineral con una Buscapina, a fin de atenuar el dolor estomacal causado por los dos bocadillos que se había comido durante el viaje. Luego, en un estanco, mató el tiempo observando con curiosidad la amplia gama disponible de tarjetas postales de Valencia, algunas tópicas, como la imagen de una gran paella exhibida con complacencia por dos mujeres vestidas con el tradicional traje de fallera y la barraca al fondo, y otras que mostraban la fachada del IVAM o la Ciutat de les Ciències. Con los clientes ya atendidos, su compañera afuera haciendo un recado y el estanco vacío, la empleada miraba a Liam. Intentaba averiguar de qué país venía. En inglés, le preguntó por su nacionalidad.

– Canadiense. ¿Hablas inglés?

– Estoy aprendiendo. Aunque, si no vas al país de origen…

– Es cierto. Yo hablo unos cuantos idiomas porque viajo mucho. Incluso sé un poquito de valenciano.

La última frase la pronunció en el idioma autóctono, algo que sorprendió a la dependienta.

– ¿Conoces el valenciano, pues? -en inglés.

– Bueno, he pasado temporadas en Andorra.

– Es un catalán distinto.

– Sí, supongo que el acento, los modismos y todo eso. Me gustaría aprenderlo. Tengo facilidad para los idiomas.

– ¿Cuántos conoces?

Liam intentó recordarlos.

– Inglés y francés correctamente, español bastante bien, y conocimientos básicos de alemán, algunos dialectos africanos y un poquito de catalán.

– Aquí lo llaman valenciano, ya sabes.

– Tu inglés no está nada mal.

– Me falta práctica.

Liam le calculaba entre treinta y treinta y dos años. Era alta, de constitución delgada, con unas gafas que le impedían mostrar una belleza que, sin embargo, tenía, pero que resaltaban su aspecto de mujer vivamente interesada por todo lo cultural. Le habría gustado decirle que se ofrecía para darle clases de inglés coloquial, con charlas informales. Fue al escaparate y le pidió un paquete de Reig Minor, una especie de puritos que toleraba mejor que los cigarrillos. La dependienta le cobró el importe mientras le miraba como si quisiera decirle algo.

– Bien… -dijo Liam-, me ha gustado conocerte.

– A mí también, no tengo muchas ocasiones de hablar en inglés.

– Adiós -en valenciano.

– Adiós -en inglés.

Liam se encaminó hacia la puerta. Justo en el momento en que decidía volver al escaparate, ella le llamó.

– ¿Cómo te llamas?

– Liam.

– ¿Liam? ¿Es canadiense?

– Mis padres eran irlandeses.

– Es un nombre bonito.

– ¿Y el tuyo?

– Maria. Es muy tradicional.

Para él no lo era tanto. De nuevo se quedaron mirándose. Liam dudaba, Maria también. El irlandés se atrevió a romper el hielo.

– ¿Qué hay de interés en esta ciudad?

– Muchísimas cosas -Maria lo dijo con entusiasmo-. ¿Has venido por negocios o por turismo?

– Por turismo, pero sin descuidar los negocios. Siempre encuentras ideas curiosas.

– ¿Te importaría que fuera tu guía?

– Lo estaba deseando.

– Con la condición de que hablemos en inglés.

– Es un buen precio. ¿A qué hora sales?

– A las ocho -con cara de asco.

– Te esperaré en la puerta.

– Muy bien. Hasta las ocho.

* * *

A Miquel y a Albert se los llevaron al piso de Toni Butxana. Durante el trayecto Miquel se empeñaba en preguntarle a su compañero en qué clase de lío andaban metidos. Dado el carácter de Albert, se imaginaba lo peor, pero el periodista respondió que no sabía nada, evitando decirle que, supuestamente, eran guardaespaldas de Júlia. Mientras discutían, ni Tordera ni Butxana intervinieron. Sólo cuando ya habían llegado al barrio del detective, apenas aparcó, Butxana les convenció de que no estaban metidos en ningún fregado. Subirían al piso, porque necesitaban un espacio íntimo para hablar.

Tanto Tordera como él procuraban mostrarse delicados. Butxana llevó cuatro cervezas a la salita con cuatro vasos que había sacado de la nevera. Le gustaban muy frescas.

– Miquel -dijo el detective-, sabemos que eres el garganta profunda de Albert. ¿Es así?

Miquel no respondió. Miró a Albert.

– Di que sí -le ordenó su amigo.

– Sí.

– También sabemos que Albert se ha dedicado a perseguir a Júlia…

– Sólo la seguía.

– En todo caso, es una intromisión en la vida privada de alguien. Así que los dos habéis hecho algo muy feo. Si nosotros se lo contáramos al señor Lloris tendríais un problema incluso judicial. ¿Sí o no?

– Pero, ustedes, ¿quiénes son?

– Ésa es la cuestión.

Butxana se levantó con su vaso de cerveza en la mano. Dio un trago largo y lo dejó en la mesa, aunque todavía permanecía en pie, como un profesor que intentara hacer entender una lección complicada a sus alumnos expectantes.

– Mirad, voy a hablaros con total sinceridad. Pero debo advertíroslo: si alguno de los dos se va de la lengua, lo pasaréis mal. Muy mal. Tanto a vosotros como a nosotros nos interesa la discreción. Todos saldremos ganando.

– ¿Qué ganaremos nosotros? -Albert.

– La exclusiva de tu vida.

– ¿Lo dice en serio?

– Tutéame. Sí, muy en serio. Pero las cosas se harán como yo diga. Es el trato.

– ¿Nos vais a decir, de una vez, quiénes sois? -Miquel.

– Ahora mismo. Aquí el compañero -señaló a Tordera- es comisario retirado. Yo, detective contratado por el señor Lloris.

– ¿Con qué finalidad?

– Saber qué hace Júlia Aleixandre, de día y de noche. Por eso te hemos pillado.

– Por eso y porque no sabes hacer un seguimiento -añadió Tordera.

– No entiendo por qué Lloris hace que sigan a Júlia.

– Quieres saberlo todo, periodista.

– Si vamos a formar un equipo…

– Un equipo que tendrá que ser compacto como una roca.

– Tienes nuestra palabra.

– Y también el chantaje, por si no os portáis como debéis -sonrió Butxana-. Con todo, prefiero la confianza mutua. -Cogió el vaso de cerveza, dio otro trago, volvió a dejarlo en la mesa. Sonó el timbre de la puerta-. ¿Quién será a estas horas?

– Sea quien sea, cierra la salita y abre -resolvió Tordera.

– No tengo muy claro que deba hacerlo.

Del cajón de una cómoda, el detective sacó una pistola. Viendo la inquietud que el arma provocó en Miquel y Albert, el ex comisario trató de calmarlos:

– Precauciones gremiales.

– Tordera, abre tú.

– Ni lo sueñes. Sólo soy tu ayudante.

– Si pasa algo estaré detrás de la puerta.

– Si pasa algo, dará igual dónde estés.

El timbre volvió a sonar, dos veces.

– Vamos, abre -le hostigó el detective.

– Detrás de la puerta me pondré yo. -Le cogió el arma.

Miquel y Albert se situaron en un rincón de la salita que no podía verse desde la entrada del piso. Butxana fue a la puerta, Tordera se escondió detrás.

– Voy a abrir -le dijo avisándole en voz baja.

Abrió. Apareció Núria.

– ¿Qué haces aquí?

Tordera se relajó, aún con la pistola en la mano. La puerta de la salita se cerró.

– ¿Qué hay entre nosotros, Toni?

Al entrar al piso, Núria se asustó al descubrir a Tordera con el arma.

– Buenos días, señora… señorita -saludó el ex comisario.

– ¿Quién es? -preguntó Núria con una mano en el pecho, como si controlara su respiración, aún con el miedo en el cuerpo.

– Ya te dije que tengo un encargo importante.

El ex comisario se guardó el arma en el bolsillo. Núria miraba la puerta de la salita, que había visto cerrarse.

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