Mercedes Salisachs - Goodbye, España

Здесь есть возможность читать онлайн «Mercedes Salisachs - Goodbye, España» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Современная проза, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.

Goodbye, España: краткое содержание, описание и аннотация

Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «Goodbye, España»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.

Novela que retrata la vida de la reina Victoria Eugenia y aporta nuevos datos acerca de la vida de esta soberana, de la que se cumplen 40 años de su muerte.

Goodbye, España — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком

Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «Goodbye, España», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.

Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Durante aquel lapso comenzaron a surgir distancias entre mi marido y yo que, aunque se apoyaban en hechos propios de su condición de rey y en mis constantes embarazos, no dejaban de propiciar escapadas de Alfonso hacia el olvido de su mujer. Era horrible contemplar a aquel hijo tan querido y deseado presto a romper el ritmo de su existencia al menor roce involuntario. Su enfermedad (mil veces analizada por doctores eminentes) no sólo era incurable, sino que también era agresiva y amenazante.

Cualquier objeto duro podía descalabrar el curso de su vida y cualquier roce, por leve que fuera, podía dañarlo sin esperanza de cura.

Recuerdo ahora cuántas veces lo sacaba de su cuna sólo para notar la fragilidad de su cuerpo entre mis brazos.

Él me miraba sonriendo. Tal vez intuyera que yo era su madre, y que el amor que experimentaba por él podía de alguna forma aminorar el triste destino que lo aguardaba.

A veces, al besarlo, humedecía su pequeña sonrisa con mis inevitables lágrimas. No podía hacerme a la idea de que la culpa de aquella extraña enfermedad estuviera señalándome a mí.

Reconozco que al nacer mi segundo hijo, Jaime, y saber que había llegado al mundo sin lacras ni defectos, acaso desatendí el cuidado materno que como todo niño precisaba. Seguramente tenía razón. Lo estoy viendo ahora mirándome con cierto recelo al tiempo que estrechaba a Alfonso entre mis brazos procurando que la presión al sostenerlo en mi regazo fuera suave para no dañarlo.

Comprendo ahora que no fui justa con mi hijo Jaime. Parecía tan sano, tan adherido a la vida.

En vano se esforzaba él para llamar mi atención. Mis reacciones no eran propias de una madre feliz. Era imposible. Aunque lo quería, la extrema debilidad de su hermano me estaba distanciando de él.

Lo esencial era que la cruel enfermedad que vencía inmisericorde a su hermano mayor a él no lo afectaba. Y aquella realidad parecía descartarlo de cualquier otra amenaza. Pero las amenazas nunca deben descartarse. Son dueñas de mil disfraces. Incluso juegan al escondite, y fingen veleidades para ocultar peligros acaso tan graves como los que no se ocultan.

«El niño se ha resfriado», me decía mi suegra. Tosía, tenía fiebre. Algo normal.

No obstante, aquel resfriado duraba demasiado. Mi hijo Jaime no mejoraba.

Los médicos vacilaban. Influidos por los constantes brotes de tuberculosis que asolaban a tanta gente, consideraron que la dolencia del infante Jaime podía deberse a los estragos que producía esa enfermedad.

«Sería conveniente llevarlo a Suiza», decían. Y tras deliberar con especialistas y meditar los pros y los contras de esa medida, Jaime fue ingresado en un sanatorio suizo durante siete meses.

Tenía cuatro años cuando regresó a España. Recuerdo que mi suegra y yo, junto con los infantes de Baviera, fuimos a esperarlo a la estación.

Todavía ahora, cuando evoco la escena de su llegada, el alma se me electriza de pena.

Me comunicaron que, mientras viajaba, el pequeño Jaime había experimentado un fuerte y agudo dolor de oídos. «Está muy enfermo», me repetían.

Lo peor era comprobar que no cesaba de sangrar por las orejas y la nariz.

El mundo se me desplomó cuando el famoso doctor Compaire diagnosticó una mastoiditis doble y nos advirtió que si no se practicaba inmediatamente una trepanación en los dos oídos con ruptura de los huesos auditivos nuestro hijo podía morir.

Recuerdo que mientras lo operaban yo aguardaba en la sala de espera, junto a los dos jefes de los partidos dinásticos: Antonio Maura y José Canalejas. Isabel y mi suegra acompañaron al pequeño durante la operación.

Yo no hubiera podido soportar contemplar cómo desposeían a mi segundo hijo de la riqueza de las palabras, de las modulaciones de la voz, del derecho a conocer sonidos musicales y de gozar hablando o manteniendo una conversación fluida.

Era difícil conservarme serena junto a aquellos dos hombres. El vértigo del dolor me exigía llorar, desesperarme, preguntarle a Dios la razón de aquellas minusvalías físicas que destruían a mis dos hijos.

No había respuestas. El dolor es siempre superior a las reflexiones. Y las hipótesis no son propicias a vencer la endeblez de un razonamiento demasiado primigenio para ser explicado.

Además las razones de lo que ocurre, por mucho que se justifiquen, jamás pueden nivelar el dolor que producen. Son algo así como ecos de cosas enterradas y destruidas.

Recuerdo ahora las continuas atenciones de Canalejas. Parecía tan vital, tan firmemente apegado a la vida. ¿Cómo era posible imaginar que cuatro años después iba a morir asesinado por el anarquista Manuel Pardiñas?

Todo en esta tierra es precario. Todo pende de un hilo. Aquella noche en el palacio, tras la operación de nuestro hijo, sólo hubo susurros, pasos deslizantes y miradas asustadas. Alfonso fue el único que se dejó llevar por la desesperación. Lo vi derrumbado, destruido: «De modo que nuestro hijo va a ser sordomudo». No podía aceptarlo. Era como si aquella nueva desgracia estuviera flagelándolo. «¿Por qué, Dios mío? ¿Por qué?»

No admitía que preguntar a Dios desde los prismas terrenos es lo mismo que considerarnos dioses.

Los «¿por qué?» humanos jamás pueden tener respuestas fidedignas. La Verdad se escapa. Se esconde en lo que denominamos destino, pero nunca se presta a aclarar y justificar la realidad de su auténtica raíz. Las raíces no pertenecen a la lógica de nuestras percepciones mentales. Pertenecen a la fuerza superior que siempre va condicionada a la Verdad oculta. Esa Verdad que nosotros con cinco sentidos no podemos ni siquiera intuir.

Mi tercer parto fue una niña. En honor a mi madre fue bautizada con el nombre de Beatriz. Mi primera hija nació sana, pero la confusión sobre nuestra precariedad saludable persistía.

Transcurrido un año del nacimiento de mi primera hija, se conocieron las veleidades de aquella enfermedad que nuestro primogénito padecía. Sólo los hombres estaban expuestos a contraerla. Las mujeres, en cambio, únicamente podían transmitirla.

Para entonces Alfonso era ya un hombre hundido en depresiones, cuyos desgarros no sólo modificaban su carácter, sino que también frustraban sus intentos de regenerar la ya tambaleante política del país.

En ocasiones le oía lamentarse de que todo en España era una nave que hacía aguas. También nuestro matrimonio se tambaleaba. Algo parecido al iceberg que hundió al Titanic comenzaba ya a hundir nuestra convivencia. Me dolía comprobar que nuestras separaciones eran cada vez más frecuentes y que un velo tupido se interponía entre nosotros para mermar y velar nuestras habituales espontaneidades y confidencias.

Pese a las dudas y certezas que iban empañando nuestra precaria fusión amorosa, tuvimos cuatro hijos más. Tras la primera niña, nació otro varón. Pero nació muerto.

Ver aquel cuerpecito extraviado en silencio y en ausencia de latidos fue como si mis propias palpitaciones fueran abandonándome para traspasar su corazón y obligarlo a vivir. El dolor que me producía contemplar al recién nacido, convertido en una imitación de niño sin más señal de existencia que una irremediable inmovilidad, estaba partiendo mi vida en dos. Creo que jamás me sentí tan sola ni tan culpable como en aquellos momentos. Todo en mi entorno era gris, vacío. Infinidad de ideas tenebrosas se apiñaban en mi mente. Incluso llegué a imaginar que aquellas continuas desgracias se debían a un castigo divino por haber renegado de mi antigua religión.

Precisaba desahogarme, explicar aquellas terribles vibraciones mentales que me estaban atormentando cada vez que contemplaba aquella cuna vacía. También toda yo era un vacío. Ser madre sin sostener en los brazos al recién nacido es como trastocar y romper los esquemas de un destino que, habiendo sido tan valioso, se empeñara en ser implacablemente cruel.

Читать дальше
Тёмная тема
Сбросить

Интервал:

Закладка:

Сделать

Похожие книги на «Goodbye, España»

Представляем Вашему вниманию похожие книги на «Goodbye, España» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.


Отзывы о книге «Goodbye, España»

Обсуждение, отзывы о книге «Goodbye, España» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.

x