Lauren Weisberger - El Diablo Viste De Prada

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El Diablo Viste De Prada: краткое содержание, описание и аннотация

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La insistente voz de Miranda Priestly persigue a Andrea hasta en sueños: «¿An-dre-aaa?. ¡An-dre-aaa!».¿Es este el trabajo con el que soñaba al salir de la universidad? ¿Es este el trabajo por el cual tiene que estar agradecida y sentirse tan afortunada?
Sí, es la nueva asistente personal de Miranda, la legendaria editora de la revista femenina más glamurosa de Nueva York. Ella dicta la moda en el mundo entero. Millones de lectoras siguen fielmente sus recomendaciones; sus empleados y colaboradores la consideran un genio; los grandes creadores la temen.
Todos, sin excepción, la veneran. Todos, menos Andrea, que no se deja engañar por este escaparate de diseño y frivolidad tras el que se agazapa un diablo que viste un traje de chaqueta de Prada exclusivo, por supuesto, calza unos Manolo Blahnik y siempre luce un pañuelo blanco de Hermes.
Una novela hilarante que da un nuevo sentido a esas quejas que a veces circulan sobre un jefe que es el diablo en persona. Narrada por la voz fresca, joven, inteligente, rebelde y desarmante de Andre, El diablo viste de Prada nos descubre el lado profundo, oscuro y diabólico el lado profundo, oscuro y diabólico de la vida en las oficinas del gran imperio que es el mundo de la moda.

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– ¡Chicas! -volvió a gritar mi madre-. ¿Estáis despiertas? ¿Hay alguien ahí? No me importa que sigáis durmiendo, pero necesito saber cuántos gofres debo descongelar.

– Por favor, Lil, díselo tú. Creo que voy a matarla. -A continuación me volví hacia la puerta cerrada de mi habitación-: Todavía estamos dormidas, ¿no lo ves? Profundamente dormidas, y seguro que seguiremos así cuatro horas más. ¡No oímos los llantos del niño, tus gritos ni nada! -vociferé antes de hundirme de nuevo en la cama.

Lily rió.

– Cálmate -dijo de una manera muy impropia de ella-. Simplemente están contentos de que estés en casa y yo, por una vez, me alegro de estar aquí. Además, son solo dos meses y nos tenemos la una a la otra. No es tan horrible.

– ¿Dos meses? Solo ha pasado uno y ya estoy lista para pegarme un tiro.

Me quité la camiseta -una de las de entrenamiento de Alex- y me puse un jersey de algodón. Los tejanos que había usado durante las últimas semanas estaban hechos una pelota al lado de mi armario. Al deslizarlos por mis caderas noté que empezaban a apretarme. Ahora que ya no tenía que engullir sopas a toda prisa ni subsistir únicamente a base de cigarrillos y Starbucks, había recuperado los cinco kilos que perdiera cuando trabajaba en Runway. Y lo cierto era que me daba igual. Creía a Lily y a mis padres cuando me decían que parecía sana, no gorda.

Lily se puso unos pantalones de chándal encima de los calzones con los que había dormido y se ató un pañuelo sobre los rizos. Con la frente despejada, las marcas rojas provocadas por las astillas del parabrisas se veían aún más, pero ya se le habían caído los puntos y el médico había prometido que las cicatrices, de quedarle alguna, serían mínimas.

– Vamos -dijo al tiempo que asía las muletas apoyadas contra la pared que la acompañaban allí adonde iba-. Se marchan hoy, así que puede que esta noche durmamos como es debido.

– Mamá no dejará de gritar hasta que bajemos, ¿verdad? -farfullé agarrando a Lily del codo para ayudarla a levantarse.

El yeso del tobillo derecho estaba firmado por toda mi familia y Kyle había dibujado irritantes mensajes de parte de Isaac.

– Verdad.

Mi hermana apareció en la puerta con el bebé en brazos. Isaac tenía la barbilla cubierta de babas y ahora reía.

– Mirad quién ha venido -trinó Jill dando saltitos-. Isaac, dile a la tía Andy que no gruña tanto, que nos iremos muy pronto. ¿Harás lo que te dice mamá, cariño? ¿Lo harás?

Isaac soltó un estornudo encantador y Jill le miró como si acabara de hacerse un hombre y hubiera recitado un soneto de Shakespeare.

– ¿Has visto eso, Andy, lo has oído? Oh, mi pequeño es lo más bonito del mundo.

– Buenos días -dije, y besé a mi hermana en la mejilla-. Sabes que no quiero que te vayas, ¿verdad? E Isaac puede quedarse si encuentra la forma de dormir entre las doce de la noche y las diez de la mañana. Hasta Kyle puede quedarse si promete no hablar. ¿Lo ves? En esta casa somos muy tolerantes.

Lily había bajado y saludado a mis padres, que ya estaban vestidos para ir a trabajar y se estaban despidiendo de Kyle.

Me hice la cama, metí debajo la de Lily y le ahuequé la almohada antes de guardarla en el armario. Había salido del coma antes de que yo bajara del avión y fui la primera en verla despierta después de Alex. Le hicieron un montón de pruebas en todas las partes imaginables del cuerpo pero, exceptuando los puntos de la cara, el cuello y el pecho, y la rotura de tobillo, estaba perfectamente. Como es lógico, tenía un aspecto lamentable -exactamente el que esperarías de alguien que se ha echado un baile con un vehículo que venía de frente-, pero se movía con agilidad, y su alegría resultaba casi irritante en una persona que acababa de pasar por tan amarga experiencia.

Fue idea de mi padre que realquiláramos nuestro apartamento los meses de noviembre y diciembre y nos fuéramos a vivir con ellos. Aunque la perspectiva no me entusiasmaba, la ausencia de salario no me dejaba otra opción. Además, Lily pareció agradecer la oportunidad de salir de la ciudad un tiempo y dejar atrás todas las preguntas y rumores que tendría que afrontar en cuanto volviera a ver a alguien conocido. Introdujimos el piso en craislist.com como «apartamento de vacaciones» ideal para disfrutar de Nueva York y, para nuestro desconcierto y asombro, una pareja sueca cuyos hijos vivían en la ciudad nos pagó el precio que pedíamos, a saber, seiscientos dólares más al mes de lo que pagábamos nosotras. Los trescientos dólares mensuales que cada una recibía nos bastaban para vivir, sobre todo teniendo en cuenta que mis padres nos pagaban la comida, la lavandería y el uso de un destartalado Camry. Los suecos tenían previsto marcharse después de Año Nuevo, justo a tiempo para que Lily comenzara su semestre y yo me pusiera a hacer, en fin, algo.

Emily había sido la encargada de despedirme oficialmente. No es que yo hubiera dudado de mi situación laboral después de la pequeña rabieta, pero imagino que Miranda se había quedado demasiado lívida para dar una última estocada. La cosa había durado poco más de cuatro minutos y transcurrido con la implacable eficiencia Runway que tanto me gustaba.

Había conseguido subir a un taxi y quitarme la bota izquierda de mi dolorido pie cuando sonó el teléfono. El corazón, como es lógico, me dio un vuelco, pero cuando recordé que acababa de decir a Miranda lo que podía hacer con su «Me recuerdas a mí cuando tenía tu edad» comprendí que no podía ser ella. Un rápido cálculo de los minutos transcurridos (uno para que Miranda cerrara la boca y recuperara la calma ante todas las ayudantes de moda que estaban mirando, otro para que localizara su móvil y llamara a Emily a casa, un tercero para comunicarle los detalles sórdidos de mi inaudito arrebato y otro para que Emily le asegurara que «se haría cargo de todo»). Sí, aunque el identificador de llamadas no servía para las conferencias, sabía quién era.

– Hola, Em, ¿cómo estás? -pregunté casi cantando mientras me frotaba el pie, procurando que no tocara el suelo mugriento del taxi.

Mi tono jovial la desconcertó.

– ¿Andrea?

– Sí, soy yo. ¿Qué quieres? Tengo un poco de prisa, así que…

Pensé en preguntarle directamente si había llamado para despedirme, pero decidí darle un respiro por una vez. Me preparé para la perorata que estaba segura iba a soltarme -cómo has podido fallarle, fallarme, fallar a Runway, al mundo de la moda, bla, bla, bla-, pero no llegó.

– Sí, claro. Bueno, verás, acabo de hablar con Miranda… -Su voz se apagó, como si esperara que yo continuara por ella y le dijera que todo había sido un gran error, que no se preocupara porque había conseguido repararlo en los últimos cuatro minutos.

– Y supongo que te ha contado lo ocurrido.

– Mmm, sí. Andy, ¿qué está pasando?

– Creo que soy yo quien debería preguntártelo a ti, ¿no te parece? -Silencio-. Escucha, Em, intuyo que me has telefoneado para despedirme. No te preocupes, sé que no eres tú quien ha tomado la decisión. Dime, ¿te ha llamado Miranda para pedirte que te deshagas de mí?

Aunque hacía meses que no me sentía tan ligera, me descubrí conteniendo la respiración, preguntándome si, por algún golpe de suerte o de infortunio, Miranda había respetado que la hubiera enviado a la mierda.

– Sí, me ha pedido que te comunique que estás despedida desde este mismo instante y que le gustaría que te marcharas del Ritz antes de que ella regrese del desfile.

Lo dijo con suavidad y cierto pesar. Quizá fuera por las muchas horas, días y semanas que le esperaban buscando y formando de nuevo a alguien, pero intuí que había algo más.

– Vas a echarme de menos, ¿verdad, Em? Venga, dilo, no pasa nada, no se lo diré a nadie. Por lo que a mí respecta, esta conversación nunca ha tenido lugar. No quieres que me vaya, ¿verdad?

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