La oficina al completo había trabajado hasta rozar la histeria a fin de que ofreciera un aspecto presentable en la fiesta de esa noche. No porque me adoraran y estuvieran deseando ayudarme, sino porque sabían que Miranda había dado la orden y ansiaban demostrarle su elevado gusto y clase.
Lily terminó su lección de maquillaje benéfica y me pregunté si no estaba ridicula con un vestido hasta los pies de Óscar de la Renta y unos morros Bonne Belle Lipsmackers. Probablemente, pero me había negado a que una maquilladora fuera a mi apartamento. Pese a la insistencia no demasiado sutil de todo el personal de Run-way, me había mantenido firme. Hasta yo tenía mis límites.
Entré en el dormitorio encaramada sobre los diez centímetros de mis Manolo y besé a Alex en la frente. Abrió los ojos, sonrió y se dio la vuelta.
– Estaré aquí sin falta a las once, así podremos salir a cenar o a tomar una copa, ¿de acuerdo? Siento mucho tener que hacer esto, de veras. Si decides salir con los chicos, llámame para que pueda reunirme con vosotros.
Alex había venido directamente de su colegio, como prometió, para que pasáramos la noche juntos y no le había hecho demasiada gracia la noticia de que él sí tendría una noche tranquila en casa pero yo no formaría parte del plan. Lo había encontrado sentado en el balcón de mi dormitorio leyendo un viejo número de Vanity Fair que rondaba por la casa y bebiendo una de las cervezas que Lily guardaba en la nevera para los invitados. Fue después de explicarle que tenía que trabajar cuando caí en la cuenta de que él y Lily no estaban juntos.
– ¿Dónde está? -pregunté-. No tiene clases y sé que no trabaja los viernes hasta pasado el verano.
Alex bebió un trago de Pale Ale y se encogió de hombros.
– Creo que está en casa. Tiene la puerta cerrada y antes vi a un tipo rondando por aquí.
– ¿Un tipo? ¿Podrías ser un poco más explícito? -Me pregunté si habían entrado a robar o si Chico Freudiano había sido finalmente invitado.
– Lo ignoro, pero asusta un poco. Lo tiene todo, tatuajes, piercings, camiseta sin mangas. No me explico dónde lo ha conocido.
Alex tomó otro trago de cerveza con aire indiferente.
Yo tampoco podía explicármelo, sobre todo teniendo en cuenta que había dejado a Lily a las once de la noche anterior en compañía de un hombre muy educado llamado William que no tenía pinta de llevar tatuajes y camisetas sin mangas.
– ¡Alex! ¿Me estás diciendo que hay un criminal paseándose por mi apartamento, criminal que no sabemos si ha sido invitado, y te quedas tan tranquilo? ¡Es increíble! Tenemos que hacer algo -dije, y tras levantarme de la silla me pregunté, como siempre, si el balcón se vendría a bajo por el cambio de peso.
– Andy, tranquilízate, no es ningún criminal. -Pasó una página-. Puede que sea un punkie-grunge, pero no es un criminal.
– Genial, sencillamente genial. Ahora levanta el culo y vayamos a ver qué está ocurriendo. ¿O es que piensas pasarte toda la noche ahí sentado?
Alex seguía sin mirarme y por fin caí en la cuenta de que estaba molesto por lo de esa noche. Lo entendía perfectamente, pero yo estaba igual de molesta por tener que trabajar y no podía hacer nada al respecto.
– ¿Por qué no me llamas si me necesitas?
– Muy bien -bufé, y entré en mi habitación echando pestes-. No te sientas culpable si encuentras mi cuerpo mutilado en el suelo del cuarto de baño. De veras, no será nada…
Me paseé por el apartamento durante un rato buscando pistas sobre la presencia de ese tipo. Lo único fuera de lugar era una botella vacía de Ketel One que descansaba en el fregadero. ¿De veras Lily había conseguido comprar, abrir y beberse una botella entera de vodka después de la medianoche del día anterior? Llamé a su puerta. Nada. Llamé con algo más de insistencia y oí a un tío manifestar el hecho obvio de que alguien estaba llamando a la puerta. Como seguía sin obtener respuesta, giré el pomo.
– Hola, ¿hay alguien ahí? -pregunté procurando no mirar, pero incapaz de aguantarme más de cinco segundos.
Deslicé la mirada por los dos tejanos apilados en el suelo, el sujetador que colgaba de la silla del escritorio y el cenicero repleto de colillas que hacía que la habitación apestara a casa de estudiantes varones, y fui directa a la cama, donde encontré a mi mejor amiga tumbada de costado, completamente desnuda. Un tío de aspecto nauseabundo, con una línea de sudor sobre el labio y la cabeza llena de pelo grasiento, yacía fundido entre las sábanas de Lily; su docena de tortuosos y aterradores tatuajes funcionaba como un camuflaje perfecto contra el edredón verdiazul. Lucía un aro dorado en la ceja, mucho metal brillante en las orejas y dos clavos pequeños en el mentón. Por suerte llevaba puestos unos calzoncillos, pero estaban tan asquerosos y viejos que casi -casi- deseé que no los llevara. Se quitó el cigarrillo de la boca, espiró lentamente y asintió en mi dirección.
– Eh, colega -dijo agitando el cigarrillo-, ¿te importaría cerrar la puerta?
¿Qué? ¿Colega? ¿Era posible que ese tipo sórdido de acento australiano estuviera fumando crack en la cama de mi amiga? ¿O es que siempre actuaba así?
– ¿Estás fumando crack? -le pregunté, envalentonada y harta ya de modales.
Era más bajo que yo y no debía de pesar más de 55 kilos. En mi opinión, lo peor que podía hacerme era tocarme. Me estremecí al pensar en las numerosas formas en que con toda probabilidad había tocado a Lily, que seguía durmiendo profundamente bajo su sombra protectora.
– ¿Quién coño crees que eres? Esta es mi casa y te quiero fuera de ella. ¡Ya! -añadí, mi coraje alimentado por la falta de tiempo: disponía exactamente de una hora para acicalarme para la noche más estresante de mi carrera profesional, y vérmelas con ese tío esperpéntico no había entrado en mis planes.
– Tranqui, tiiiti. -Espiró y volvió a inspirar-. No parece que tu amiga quiera que me vaya…
– ¡Lo querría si estuviera consciente, mamón! -vociferé, horrorizada ante la idea de que Lily se hubiera enrollado con ese sujeto-. Te aseguro que hablo por las dos cuando digo: ¡Largo de mi apartamento!
Noté una mano en el hombro y al volverme vi a Alex, que analizaba la situación con semblante grave.
– Andy, ¿por qué no vas a la ducha y me dejas esto a mí?
Aunque no podía decirse que fuera un tipo corpulento, parecía un luchador al lado del cerdo demacrado que en ese momento frotaba su metal facial contra la espalda desnuda de mi mejor amiga.
– Lo. Quiero -pronuncié lentamente para que no hubiera malentendidos- Fuera. De. Mi. Casa.
– Lo sé, y creo que ya se iba, ¿verdad, amigo? -dijo Alex con el tono que utilizaría con un perro de aspecto rabioso al que no quisiera enojar.
– Ningún problema, tiiiti. Solo me estaba divirtiendo un poco con Lily, eso es todo. Anoche se me tiró encima en Au Bair, pregúntaselo a los demás. Me suplicó que viniera a su casa.
– No lo dudo -repuso Alex con suavidad-. Es una chica muy simpática cuando quiere, pero a veces se emborracha demasiado para saber qué está haciendo. Por lo tanto, como amigo suyo que soy, debo pedirte que te vayas.
El tipo aplastó el cigarrillo y levantó burlonamente las manos para indicar que se rendía.
– Ningún problema, tío, ya me voy -trinó después de examinar a Alex y darse cuenta de que tenía que estirar el cuello para mirarle a la cara-. Me visto y me largo.
Recogió los tejanos del suelo y encontró su camiseta raída debajo del cuerpo todavía destapado de Lily, que se movió cuando el tipo tiró de la camiseta y, unos segundos después, abrió los ojos.
– ¡Tápala! -le ordenó bruscamente Alex, que ahora disfrutaba de su papel de hombre intimidador.
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