– Tal vez yo pueda ayudar -se ofreció Miskolci-. Déjennos en____________________guos que más vaha que permanecieran en el misterio.duciría inquietantes pesadillas a algunos de los colegas de Theign, como si en ella estuviera inscrita una introducción a misterios anticerrados, vuelvan dentro de una hora. -Una hora muy movida… Theign oía los gritos a través de la puerta insonorizada, incluso a un par de recodos de distancia por el pasillo. Cuando lo volvieron a ver, el sujeto parecía ileso superficialmente, pero si se lo examinaba con cuidado, se veía en sus ojos una expresión que años después aún pro
Theign había conocido a Dvindler en los baños, lugares que por entonces se le revelaron como propicios para reunir información, aunque se había dado cuenta, con sólo una visita, que debía evitar el Zentralbad, donde no se encontraba más que literalismo de balnea____________________lo en esa zona, y en lugar de molesto, a muchos aquello les parecía erótico.tar audiblemente, lo que indicaba el valor relativamente bajo del suetica de contratación de personal que no excluía a los no teutónicos. Los sexos, tal vez intencionadamente, segregados de manera imperfecta, de modo que cualquiera podía tropezarse, en un recodo brumoso de un pasillo, con la pareja de sus sueños, aunque en la práctica apenas sucedía. Las nuevas construcciones siempre en marcha se hacían novías «K» que recorren los canales del río, resultó ser lo que buscaba: el orientalismo vienés llevado a recientes y cuestionables fronteras del gusto, mosaicos chillones que exhibían orgías prebíblicas. Una polírio. Para las características más poéticas que buscaba, Theign pasó cierto tiempo merodeando por los barrios de las afueras. Finalmente, el Astarte-Bad, muy lejos, casi al final de una de las líneas de tran
– Para el estreñimiento -dijo Dvindler a modo de presentación-, fíese del PIF, o Peristalsis Inducida Farádicamente, es lo mejor.
– Disculpe -dijo Theign-, debo interpretar que de hecho usted quiere pasar una corriente eléctrica por… ¿cómo decirlo con delica_deza…?
– No hay forma de expresarlo con delicadeza -dijo Dvindler-. Komm. Se lo mostraré.
Theign miró alrededor.
– ¿No debería haber un médico o algo al cuidado?
– Se aprende en cinco minutos. ¡No es neurocirugía! -se rió Dvind__ganchadas en serie-. Alcánceme ese tarro de Cosmoline, si es tan amable.ler- Veamos, ¿dónde está el electrodo rectal? Siempre hay alguien que… ¡Ah! -Sacó entonces un largo cilindro con una protuberancia de cierto tamaño en un extremo y un cable que salía por el otro e iba a parar a un interruptor cuya bobina principal estaba conectada a lo que a Theign le pareció un número alarmante de pilas Leclanché, en
Theign, que esperaba que aquello le asqueara, se descubrió mi__no. Si no, bueno, aparte de formar parte de un programa general de salud intestinal, el procedimiento era apreciado por algunos, como Dvindler, por sus propios méritos.rándolo fascinado. Según parecía, el truco consistía en coordinar dos electrodos, uno insertado en el recto y otro enrollado alrededor de la superficie abdominal, lo que permitía que la corriente fluyera entre ambos para simular una onda peristáltica. Si la aplicación era correcta, uno se disculpaba y se encaminaba rápidamente a algún lavabo cerca
– ¡Electricidad! La fuerza del futuro…, puesto que dentro de poco, ¿sabe?, se demostrará que todo, hasta el propio élan vital , es de natu_raleza eléctrica.
El interruptor de la bobina secundaria emitía un zumbido que no era desagradable, y al cabo de un rato pareció fundirse con los ecos líquidos de todo el local. Dvindler canturreaba alegremente para sí una melodía de la ciudad que Theign reconoció como Ausgerechnet Bananen, de Beda Chanson. Cuando salían, le pidió cinco K. a Theign como tarifa por las pilas.
Y en cuanto a Yzhitza, bueno, Theign debía de estar pasando un par de semanas especialmente malas, porque ella lo tomó por un hom____________________dría describirse como incómoda y ambivalente, le sorprendió ver que se le encendía el interés sexual, que de hecho se le disparaba, ante esa profesional de aspecto en realidad bastante vulgar. Que, a veces, tenía que admitirlo, le hacía disfrutar desmesuradamente.bargo, a pesar de su cansancio y una actitud hacia las mujeres que porante unos minutos él no tuvo muy claro qué estaba pasando. Sin embre de negocios alemán desesperadamente necesitado de diversión, y se dirigió a él en lo que creyó que era su lengua materna, así que du
– Liebling, jamás representaste para mí un desafío -le confesó ella más adelante, después de desplegar ante él un listado de triunfos en lo que a la Kundschaftsstelle le gustaba denominar «trabajo de Honigfalle», que sólo un par de historiadores díscolos podrían negarse a aceptar que había cambiado el curso de la historia de Europa. A esas al_turas, Theign ya había adoptado una actitud profesional mucho más fría, y pudo asentir impasible, tomándoselo en serio.
Las tardes de entre semana, Cyprian, que visiblemente estaba cada vez más gordo, incluso para un observador fortuito, salía tambaleán_dose por la misma puerta trasera del Klomser y se dirigía -con los pensamientos interrumpidos tan sólo por algún ocasional do alto emitido por Leo Slezak en la Opera-, a veces en Fiaker, a veces en Verbindungsbahn si veía acercarse a tiempo un tren, a su antiguo san____________________nes de luz en la penumbra del ambiente, la música era tan espantosa como siempre.cas sombras añiles cargadas de premoniciones, los búhos patrullaban por el inmenso parque, las marionetas ocupaban diminutos volúmetuario del deseo en el Prater, aunque allí nunca pasaba gran cosa. El sol que se ponía era de un naranja frío y violento que proyectaba opa
Lo hacía, en realidad, por pura nostalgia. Cuanto más lo llamaban, a veces incluso a la cara, cosas como «Dickwanst» y «Fettarsch», más decaían sus anhelos del Prater, y así se volvió hacia barrios de la ciu____________________ba, del mismo modo que en el pasado había buscado en la sumisión carnal una vía de escape ante las exigencias que parecía plantearle el mundo…no en las fabricas, no tanto por buscar coqueteo exótico cuanto para fundirse con la movilidad, darse un baño en un idioma que no habladad a los que hacía tan sólo unos meses ni se le habría pasado por la cabeza acercarse, como Favoriten, adonde acudía para mezclarse con las multitudes de trabajadores bohemios cuando había cambio de tur
No paraba de tropezar con inmensas manifestaciones socialistas. La circulación se interrumpía estupefacta mientras decenas de miles de trabajadores recorrían en silencio la RingstraBe. «Bueno», oyó Cy_prian comentar a un espectador, «¡y luego hablan del lento regreso de lo reprimido!» La policía había salido a la calle en gran número, con un listado de actividades entre las que destacaban los porrazos en la cabeza. Cyprian se llevó un par y, al caer sobre el asfalto, descubrió que su reciente aumento de peso era una ventaja imprevista.
Un día, en uno de sus paseos, oyó a través de la ventana abierta de un piso alto a un estudiante de piano, que permanecería invisible para siempre, tocando ejercicios de la Escuela de la Velocidad, op. 299, de Cari Czerny. Cyprian se había detenido a escuchar esos instantes de emergencia apasionada en el transcurso del mecánico trabajo digi_tal cuando, en ese preciso momento, dobló la esquina Yashmeen Halfcourt. Si no se hubiera parado a escuchar la música, ya habría dado la vuelta a la esquina cuando ella llegó al punto donde él se encontra_ba ahora.
Se miraron fijamente un instante, como si los dos reconocieran un acto de salvación mutua.
– En cuatro dimensiones -dijo ella más tarde, sentados ambos en un café en Mariahilf, en el cruce brusco de dos calles bulliciosas, en el vértice de dos salas largas y estrechas, capaces de ver ambos espacios hasta el final- no habría importado.
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