– Lo siento, bórralo, anda.
– Todo parecía falso -ella sonrió-. ¿Qué no es político? ¿Dónde has estado desde que éramos unos críos en Cambridge?
– En los suburbios del Infierno -dijo Cyprian.
– ¿El traerte de Gotinga a Viena no podría haber sido meramen_te una táctica loco parentis del CRETINO para alejarte de esa pandi_lla de otzovistas? ¿No saben en Chunxton Crescent que Viena es estos días un hervidero de bolchis?
– Puede que eso no sea todo -reconoció ella-, también parecía haber un… elemento húngaro.
Ratty se sostuvo la cabeza y se la agarró con fuerza.
– Explícate, por favor.
– Pasamos una o dos semanas en Buda-Pest. Tomamos el vapor del Danubio, nos reunimos con gente bastante peculiar vestida con guar_dapolvos…
– ¿Con qué?
– Esa especie de uniforme antifraude que se ponen todos cuando investigan lo que ellos llaman lo «parapsíquico». Sin bolsillos, todo casi transparente, bastante cortos…
– Ya veo. Por casualidad, esto… ¿no te traerías alguno?
– Vaya, Cyprian.
– Sí, es verdad, Cyps, si pudiéramos atenernos al tema sólo un poco más… Supongo, señorita Halfcourt, que lo que más nos interesa saber es por qué todos se fueron tan rápidamente de Viena.
– Tengo que ser muy clara contigo: esta aptitud mía, en caso de existir, poco tiene que ver con «predecir el futuro». Algunos de los que estaban conmigo en Buda-Pest creen que ellos pueden. Pero…
– ¿Puede ser que alguien «viera» algo? ¿Algo lo bastante convin____________________todoxas.rificar…, por favor, sigue. Dada la explicación asombrosamente profética que ofreció la señora Burchell sobre la atrocidad serbia, mis superiores se han mostrado bastante receptivos a fuentes menos orcente para que dejaran la ciudad? Si hay alguna cosa que podamos ve
– Estaban aterrorizados. No se trataba tanto de si sino de cuándo, con qué inminencia, algo, un acontecimiento o serie de aconteci_mientos, iba a suceder. Los rusos sobre todo, mucho más allá de la ha_bitual nervnost', que desde la revolución se ha convertido en la enfer_medad nacional.
– ¿Alguien fue concreto?
– Conmigo no. Cuando yo entraba en una sala, ellos tenían lite__blar y fingían que todo marchaba con normalidad.ralmente las cabezas pegadas, pero en cuanto me veían dejaban de ha
– ¿Y no tendría todo que ver con cierto… -simuló que señalaba un informe- Monsieur Azev, famoso por volar Romanovs a la par que delataba a sus camaradas, sobre el que, se dice, se están echando enci_ma por fin los sabuesos socialistas revolucionarios?
– Ah, Yevno, aquel payaso. No especialmente, no. Aunque es ver__te un arma nueva y terrible sino su equivalente espiritual. Un deseo de muerte y destrucción en el co-consciente colectivo.dad que su nombre se ha mencionado durante años. Pero no tanto como para causar ese nivel de temor. Como si lo que se cerniera sobre ellos en la oscuridad, al otro lado de las líneas, no fuera exactamen
– Vaya, qué divertido. Y así te despiertas una buena mañana y des_cubres…
– No todos ellos se desvanecieron a la vez. Tardé un buen rato en notar ese ominoso vacío. Pero no vi razón para preguntar. Ya me ha_bía dado cuenta de que nadie tenía intención de responderme.
– ¿Sería porque darte información podría haberte alterado? ¿O imaginaban que estabas implicada de algún modo?
– No sé qué esperarían de mí en Buda-Pest, pero les fallé. Sin em__tida. ¿Alguien me da un cigarrillo?bargo, creo que eso podría no tener que ver con el asunto de la par
Había flores frescas en la habitación, cafeteras de plata y jarras con nata, alrededor de un darázsfészek, una torte Dobos un tanto despropor_cionada, un Rigó Jancsi, lluvia en las ventanas, una única apertura en el cielo oscuro que permitía que un rayo de sol en la lejanía de Váci Ut iluminara el lúgubre suburbio del Campo del Ángel.
Madame Eskimov parecía pálida y sombría. Lajos Halász, uno de los médiums locales, se había quedado dormido en la bañera y allí permaneció durante los tres días siguientes. Lionel Swome apenas se apartaba del teléfono, bien murmurando mientras lanzaba miradas aprensivas a los demás o bien escuchando atentamente el horario de transmisiones telefónicas, a las cuales se había abonado el hotel y que estaban a disposición de todos los clientes, atendiendo a un informe sobre la Bolsa, resultados deportivos, un aria de ópera, un fragmento innombrable de información secreta…
– ¿Por qué no te coses quirúrgicamente el maldito aparato a la oreja? -gritó el Cohén.
– Se me ocurre otra idea… -replicó Swome, que en ese momen__mento en el ano del Cohén, y eso a pesar de la presencia de pantalones.to intentó, aunque de un modo no muy entusiasta, insertar el instru
Todos habían perdido la paciencia, discutían incluso en silencio…
– Como por telepatía -sugirió Ratty ingeniosamente.
– No. Todos hablaban en voz alta. En esas condiciones la telepatía habría sido imposible.
Tras la entrevista con el bueno de Ratty, Yashmeen pareció recu_perar el ánimo.
– Me alegro de ver que vuelves a ser tú -dijo Cyprian.
– ¿Y quién soy?
Salieron a pasear por la noche; habían entrado en SpittelberggaBe, donde los vieneses de ambos sexos, presas de la ilimitada pasión ciuda__hibidas llamativamente en escaparates dana por mirar escaparates, examinaban una variedad de mujeres exiluminados por toda la calle. Yashmeen y Cyprian se detuvieron delante de uno, a través del cual una dama con un corsé negro y un copete a juego, y que destilaba cierto aire marcial, les devolvió la mirada.
Yashmeen asintió con la cabeza hacia el pene visiblemente erecto de Cyprian.
– Pareces interesado. -Ella había sospechado que los hombres, al____________________ne buena pinta. Ven.po, en Cambridge. Casi tirando de él por las calles, se acercó a varios cafés y los inspeccionó antes de llegar a uno en Josephstadt-. Este tiegunos en concreto, tenían de vez en cuando un deseo de rendición, algo que había descubierto también en Cyprian ya hacía mucho tiem
– Un poco elegante. ¿Celebramos algo?
– Ya lo verás.
Cuando se quedaron a solas, dijo:
– A ver, ¿qué vamos a hacer con esa terriblemente irregular vida sexual que llevas, Cyprian?
Sabiendo que sobrepasaba con creces los límites de la autocompasión, dijo:
– Debo precisar que he sido catamita estos últimos años. Alguien cuyo placer nunca ha importado mucho. Y a nadie tan poco como a mí.
– Pues imagínate que ahora sí importa. -Bajo el virginal mantel, ella había levantado el pie, su bien proporcionado pie con su bien ata____________________guía su imperturbable vida-. Ahí está.mente-. A ver -dijo empezando a presionar rítmicamente-, dime si te gusta. -Pero él no se atrevía a hablar, sólo sonreía con reticencia y sacudía la cabeza, aunque al momento se había «corrido» casi dolorosamente en los pantalones, haciendo vibrar el servicio de café y las bandejas con pastas y empapando de café el mantel por todas partes, en su esfuerzo por evitar que se notara. A su alrededor, el restaurante seda bota de cuero cordobés color vino, la punta de cuyo dedo apoyó inequívocamente contra su pene. Para desconcierto de Cyprian, el hasta entonces poco respetado miembro prestó atención inmediata
– Yashmeen…
– Es tu primera vez con una mujer, si no me equivoco.
– Yo…, esto… ¿qué estás…, nosotros… no…?
– ¿Que no…?
– Quiero decir que si alguna vez…
– ¿Si? ¿Alguna vez? Cyprian, puedo oler lo que ocurrió.
Convocado finalmente a Venecia, Cyprian, con tiempo para pen_sar en el tren, no dejaba de recordarse que, después de todo, la cosa no había sido como para tomársela demasiado románticamente y que, de hecho, sería un error fatal hacerlo. Sin embargo, en el caso de Derrick Theign eso era pedir demasiado: si habitualmente era un poco más taciturno, en cuanto Cyprian llegó a la pensione de Santa Croce se sumió sin previo aviso en una consternación de tesitura agu____________________gunos mucho. El viento pasaba ruidoso a través de todas las baldosas sueltas y todos los postigos mal cerrados.perativos de flacidez mortal y triste rendición para ponerlos sobre la mesa. Los vecinos, que no solían quejarse, pues no es que fueran muy ajenos ellos mismos a los dramas de vez en cuando, se quejaron, y altrajo de todos los bolsillos de desdicha y de malestar mental sus imtanas, contraventanas, maletines, tapas de ollas, cuanto podía cerrarse de golpe y tenía a mano. Avanzado el día, como si en esa percusión hubiera oído con retraso una señal de entrada, llegó el bora, que extrozando piezas de cristal de Murano, cerrando de golpe puertas, venda, expulsando ruidosamente lo que no tardaría en sumar litros de mocos y saliva, manchándose y torciéndose las gafas, tirando por todas partes las cosas de la casa, algunas de ellas frágiles e incluso caras, des
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