El descenso de Cyprian al mundo secreto había empezado hacía sólo un año en Viena, en el curso de otra noche de vagabundeo des_preocupado por el Prater. Sin pensar, había entablado conversación con un par de rusos, a quienes, con su ingenuidad de por entonces, tomó por turistas.
– Pero usted vive aquí, en Viena, no entendemos, ¿qué es lo que hace?
– Lo menos que pueda, espero.
– Se refiere a qué se dedica -dijo el otro.
– A ser amable. ¿Y ustedes?
– ¿En este momento? A hacerle un pequeño favor a un amigo.
– Ah…, disculpen, ¿un amigo de ambos? Pues sí que somos ami_gables todos.
– Es una pena que no se deba pelear con sodomitas. La insolencia en su voz, Misha, su cara…, alguien tendría que hacer algo.
– Su amigo, quizás -replicó el descarado Cyprian-, Al que tam_poco le importa mucho la insolencia, espero.
– Todo lo contrario, la agradece.
– Como algo que debe soportar con paciencia -dijo mantenien_do la cabeza un poco desviada, pero lanzándoles miradas a hurtadillas, hacia arriba y ladeadas, a través de unas pestañas inquietas.
El otro se rió.
– Como una ocasión de corregir una costumbre perversa que no aprueba.
– ¿Y es también ruso, como ustedes? ¿Un buen degustador del knout, tal vez?
Ni siquiera hubo una pausa.
– Prefiere que sus compañeros no estén marcados. Sin embargo, yo que usted me lo pensaría dos veces antes de utilizar su interesante boca, mientras siga siendo suya.
Cyprian asintió, como arrepentido. El exquisito reflejo del temor rectal que le recorrió el cuerpo podría haber sido un simple encogi__taba, pero no podía, controlar.miento ante una amenaza o ante la traición de un deseo que él inten
– ¿Otro Capuziner? -le ofreció el segundo hombre.
El precio que acordaron no era tan elevado como para provocar más curiosidad de la habitual, aunque, desde luego, surgió la cuestión de la discreción.
– Hay esposa, hijos, relaciones públicas, los obstáculos habituales que, imagino, a estas alturas ya sabrá cómo salvar. Nuestro amigo es muy claro al respecto: su reputación tiene una importancia absoluta para él. Cualquier mención de su persona a nadie, por trivial que sea, lle__gina que de verdad quiere «mantenerle», o fanfarroneando ante otro pobre mariposón: «Oh, él me regaló esto, él me compró lo otro»…, en cada momento de su vida debegará a sus oídos. Tiene a su cargo recursos que le permiten enterarse de todo lo que se dice. De todo lo que dicen todos. Incluso usted, acurrucado en su frágil nido con algún viril visitante que usted se ima cuidar lo que dice, pues tarde o tem_prano sus palabras exactas serán recuperadas, y si son las equivocadas, entonces, mi pequeña damisela, tendrá que salir por piernas si quiere conservar la vida.
– Y no se crea que su «patria» es un lugar muy seguro -añadió su compañero-, porque en Inglaterra no nos faltan medios. No le quita_remos ojo, allá donde le lleven esas alitas.
A Cyprian no se le ocurrió que esa ciudad tuviera nada más que revelarle aparte de la promesa de una obediencia irreflexiva, noche y día, al tirón de la correa del deseo. Sin duda, descubrir que más allá del Prater, verdadero depósito de guaperas Continentales, Viena podía exhibir comportamientos incluso un poco más complejos, sobre todo con (parecía imposible no suponerlo) una dimensión política, hizo caer en picado sus coeficientes de aburrimiento y, como era de espe_rar, disparó varios dispositivos de alarma que emitieron un chillido seductor. Tal vez el par de intermediarios ya habían detectado en él esas expectativas superficiales. Le dieron una tarjeta con una dirección impresa, una dirección de Leopoldstadt, el barrio judío situado al norte del Prater, al otro lado de las vías de ferrocarril.
– Así que un amigo judío, parece…
– Tal vez un día una charla en profundidad sobre cuestiones he__vo. Mientras tanto, procedamos siguiendo los pasos pertinentes.braicas pueda serle de algún provecho, financiero y también educati
Por un instante, un aleteo de desolada ausencia barrió las mesas del jardín del restaurante Eisvogel, eclipsando cualquier futuro imagi_nable. Desde algún lugar cercano a la Noria llegó la cadencia infernal de otro vals gorjeante.
Los rusos, que dijeron llamarse Misha y Grisha, tras conseguir una de sus direcciones, un café en el Bezirk IX, empezaron a dejarle men____________________rias, que a zá querían que supiera, pasaba menos tiempo en el Prater y más en los cafés leyendo periódicos. También empezó a hacer excursiones diasajes casi semanalmente, fijando citas en rincones poco frecuentados de toda la ciudad. Al ver que cada vez era más vigilado, algo que quiveces se prolongaban a toda la noche, para comprobar qué radio de libertad le concedían los vigilantes.
Sin tiempo para prepararse, le convocaron por fin una noche en la dirección de Leopoldstadt. El sirviente que abrió la puerta era alto, cruel y callado, y casi antes de que Cyprian atravesara el umbral, lo es____________________culiar carencia de eco, donde lo desataron sólo el tiempo requerido para desnudarlo y luego lo volvieron a atar.tos por un pasillo y algunas escaleras hasta una habitación con una peposaron y le vendaron los ojos, y luego lo empujaron sin miramien
El Coronel en persona le quitó la venda de los ojos. Llevaba gafas con montura de acero, y la estructura ósea de debajo, con su cuero cabelludo concienzudamente afeitado, delataba al aplicado estudiante de etnofisionomía, incluso a la luz agotada de la sala, su sangre no prusiana, de hecho cripto-oriental. Escogió un bastón de caña y, sin decir palabra, pasó a utilizarlo sobre el cuerpo desprotegido de Cyprian. Como estaba fuertemente encadenado, no pudo oponer mucha resis__vincente cualquier protesta.tencia, y su indesmayable erección habría convertido en poco con
Y así empezaron esas citas secretas, siempre en silencio. Cyprian probó a ponerse diferentes disfraces, a cambiar de maquillaje y peina__do, empleando una extraña delicadeza en el toque, hasta alcanzar el clímax.do en una tentativa de dar lugar a algún comentario, pero el Coronel estaba mucho más interesado en azotarle, sin decir palabra y, a menu
Una noche, cerca del Volksgarten, Cyprian vagaba sin propósito por las calles cuando, desde algún punto no muy claro al principio, le llegó un coro de voces masculinas enronquecidas tras horas de re_petir la canción Ritter Georg Hoch!, el viejo himno panalemán y, esos días, ahí, en Viena, también un canto antisemita. Comprendió de in__llozar, no tanto como para avergonzar a nadie pero sí lo suficiente como para que el bueno de Ratty se sintiera impelido a preguntar.mediato que convenía evitar a ese grupo, y se metió en la primera bodega que encontró, donde fue a toparse nada menos que con el bueno de Ratty McHugh, condiscípulo de la escuela. Al ver una cara de un pasado inmediata y sensiblemente más inocente, empezó a so
Pese a que Cyprian ya se había hecho una idea más que clara de las consecuencias que tendría hablar de sus relaciones con el Coronel -la muerte, ciertamente, no estaba excluida, ni menos aún la tortura, y no del tipo placentero que esperaba de su misterioso cliente sino de la de verdad-, aun así se vio tentado, casi sexualmente, a contárselo todo a Ratty con una prisa inconsciente, aunque sólo fuera para com____________________cóticamente perfumada, calibrando la seducción de su tono, susurró:ción de estar dando un paso dentro de una habitación sin luz y narprobar cuánta información le llegaba en realidad al Coronel y qué pasaría luego. Intuitivamente no había querido investigar para quién trabajaba su viejo colega y, en concreto, en qué Servicio. Con la sensa
– ¿Podrías sacarme de Viena?
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